domingo, 30 de noviembre de 2014

Mediterráneo, en el Caixaforum Madrid



            Caixaforum viene especializándose en los últimos años en grandes exposiciones didácticas sobre grandes temas culturales o de civilización. Es el caso de la actual Mediterráneo, donde se hace un repaso al nacimiento de la civilización occidental.  En base a esculturas, pinturas, cerámicas, mosaicos y pequeños objetos decorativos la exposición recorre los momentos y los temas que en el mundo mediterráneo llevaron del mito a la razón, de la tribu a la ciudad, de la tiranía a la democracia, de la oscuridad a la organización racional de la sociedad, a la emergencia, en palabras del texto de la muestra, del espíritu europeo. El contexto es la red de comunicaciones que entre egipcios y griegos, orientales y romanos se establecieron a través del Mediterráneo, pero, en realidad, es la historia griega la que se repasa a través de sus mitos, dioses, héroes y aventureros, la aparición del pensamiento y la ciudad, la organización política, la democracia, sus instituciones y también sus exclusiones, y por fin del hombre como entidad separada, cuerpo primero y alma después, y con ella del espíritu como forma nueva de concebir la actividad humana, la religión, las relaciones entre culturas.

            Como en el resto de grandes exposiciones de Caixaforum, el texto explicativo es fundamental. Hay que dedicar tiempo a leer los textos que acompañan a los objetos artísticos para comprender lo que se quiere explicar. Lo que tiene ventajas e inconvenientes: es una exposición para aprender pero organizada bajo un punto de vista particular, el de quienes la organizan. Abarca periodos muy largos, con mucha información bien presentada, pero el hilo filosófico o histórico se impone a la apreciación de los objetos artísticos que quedan en un segundo plano; el visitante lo fía todo a lo que le cuentan sin hacerse una idea propia sobre lo que ve. Aceptando las premisas de los organizadores, la labor de esta institución es encomiable y resuelve la mitad del trabajo de profesores o animadores culturales que se decidan a hacer participar a sus alumnos o clientes. El disfrute es más intelectual que sensorial, de aprendizaje más que emocional. Tiene que ver con la actual pasión de las instituciones por cultivar al público, con el peligro de la uniformización, ciudadanos de vuelta a la infancia. 




            Menos didáctica, más estimulante resulta una segunda exposición, en el mismo Caixaforum Madrid, las instalaciones de la norteamericana Roni Horn que se presentan bajo esta frase de Pessoa: “Todo dormía como si el universo fuera un error”. Entre las varias que ofrece, me ha interesado la serie de fotografías de la cabeza de una mujer recién emergida del agua, titulada You are the Weather. Sólo se presenta la cabeza, con el pelo recogido y el rostro limpio, para que se vea con intensidad su expresión. Son muchas fotografías, aparentemente todas iguales, pero enseguida se aprecian las diferencias, el estado de ánimo ligeramente cambiante, por el momento en que cada una de las fotos fue tomada. Una mirada reposada y atenta advierte las sutiles diferencias de ese rostro que se abre o se cierra a quien lo está mirando. En otra serie y en otra sala, la misma mujer aparece 14 años después también surgiendo del agua, también con el pelo recogido y el rostro limpio, ahora ya con arrugas en la frente y en las comisuras. 

viernes, 28 de noviembre de 2014

El largo viaje del día hacia la noche, en el Marquina


            Qué hermoso título el de esta obra de Eugene O’Neill, un hermoso título para una obra que transcurre un día de agosto de 1912 en la casa de verano de la familia del actor James Tyrone. Junto a él su esposa Mary, que podía haber sido una pianista profesional, o en todo caso una monja, ya que todos provienen de una familia de católicos irlandeses, y que tiene una insuperable adicción, su hijo mayor Jamie, un hombre fracasado que vive de las influencias de su padre, y Edmund, el hijo menor, al que le diagnostican una tuberculosis. Cuatro individuos que viven aferrados a la familia, los cuatro, por uno u otro motivo, fracasados, con conciencia de fracaso y buscando culpables de su fracaso en los otros miembros de la familia. La obra va mostrando in crescendo las causas de ese fracaso.


La pregunta es, ¿este clásico del teatro del siglo XX tiene aún algo que decirnos? Es posible que sí. El problema es que en la representación del Marquina que acabo de ver no sucede así. En ningún momento, el asunto planteado, la disfuncionalidad de la familia, su incapacidad para resolver los problemas individuales, ha saltado del escenario a la platea. La familia burguesa que aparece sobre las tablas nada dice a la actual familia de comienzos del siglo XXI, tan diferente. Veo dos causas. No se ha producido una actualización de la obra de O’Neill. En pocos momentos he tenido la impresión de que no estaba asistiendo a una representación teatral: actores actuando, actores representando una obra de comienzos del XX. No me he sentido implicado, compelido, cuestionado. Sigue habiendo padres e hijos, maridos y mujeres o compañeros y compañeras, pero los de ahora mismo no han aparecido sobre el escenario. Lo que he visto ha sido una familia burguesa bien constituida con los problemas propios de la segunda década del siglo XX, una familia que ya no existe y si existe es un fósil. Un problema, pues, de adaptación. El segundo motivo tiene que ver con la dirección de la obra y con la actuación. Vicky Peña y Mario Gas son dos actores bragados, dos grandes, reconocidos, famosos, con premios que honoran su labor, con conciencia de ser actores. Mario Gas es además un director teatral en activo. Juan José Afonso, el director, no ha sido capaz de borrar esa fama, de hacer que esos dos grandes se pusiesen al servicio de la obra, cosa que sí han hecho los otros tres actores, jóvenes, menos conocidos, flexibles, con capacidad de adaptación. Las mejores escenas son aquellas en que aparecen solos en escena Alberto Iglesias y Juan Díaz. Una ocasión perdida para dar a conocer a Eugene O’Neill a las jóvenes familias actuales, de las que tan pocas había en la platea.

jueves, 27 de noviembre de 2014

Sorolla en Mapfre


            Cada vez que veo los cuadros de Sorolla pienso lo mismo, qué gran pintor podía haber sido. Poseía una gran técnica, mano suelta, gusto por el color y la luz, temas, una gran habilidad para hacer retratos, un gran oficio en suma, sin embargo no dio el paso para escapar del academicismo en el que fundaba ese éxito entre una burguesía que quería ser moderna pero sin pasarse, unos años antes de que los marchantes la convenciesen de que la pintura que merecía la pena era la de los impresionistas, fauves,  y demás. Sorolla triunfó en las grandes capitales europeas y después en EE UU, tuvo mecenas que compraron sus obras y de quien recibió importantes encargos y se acomodó a ellos, a sus gustos, a lo que esperaban de él. Sorolla ensaya, prueba con el punto de vista, con la pincelada, con la composición, con la difuminación, como se ve en los gouaches sobre lo que veía en las calles de Nueva York o en algunas pinturas preparatorias que se muestran en la exposición de Mapfre  donde se intuyen sus capacidades, lo que podía haber sido, pero no escapa del motivo, del asunto, de los temas folklóricos que le pedían, de la figuración, como sí lo estaban haciendo sus pares en París.


            Ha habido otros grandes pintores en España a los que les pasó algo parecido, que prefirieron el éxito inmediato, riqueza y fama, a la dedicación en cuerpo y alma al arte de la pintura, posponiendo el reconocimiento. Pienso en Fortuny y en Dalí. Como en ellos, en cuadros de Sorolla se hace patente la contradicción entre un enorme oficio y un resultado artístico discreto, visto, claro está, con una mirada que conoce lo que sucedió después.


miércoles, 26 de noviembre de 2014

Ricardo III, en el Español




            Por qué fracasa esta versión del Ricardo III en el Español. Probablemente haya más de un motivo, la reducción de la obra del gran dramaturgo inglés a una especie de highlights, la concentración de la acción, por parte de Sanchis Sinisterra, la escenografía oscura, llena de veladuras,  monótona, la acentuación del carácter negativo, trágico, sin pausas ni interludios, el aire pesimista, negro, a pesar de algunas frases mordaces, burlescas, en boca del sanguinario rey, qué sé yo. Creo que el problema más importante son los actores, no dan la talla o no están bien dirigidos o no pueden con el inadecuado texto. Se salva Asunción Balaguer, que acaba de cumplir 89 años, que se lleva un merecido aplauso tras su largo primer gran parlamento, y alguna otra como Ana Torrent y Lara Grube. En general son blandengues, sin fuerza ni convicción, no encarnan personajes creíbles. Parece como si el Español estuviese haciendo una obra de caridad, un homenaje, con alguno de ellos. Nada más salir Juan Diego al escenario se ve que aquello no va a funcionar, compone físicamente bien al personaje que tengo en la memoria de otras veces, hace un enorme esfuerzo por ser Ricardo III, pero el actor teatral es ante todo voz y al actor se le ve gastado, sin fuerzas, sin voz para declamar, hay veces que apenas se le entiende y sin voz no hay lo que debería en su personaje, maldad, perversión y seducción, crueldad y cinismo. No sé cuál es el problema, puede que de tipo personal, quizá sea una indisposición temporal, algún problema del día, no sé, pero no funciona. No quedo perturbado, nada me espeluzna ni sorprende, nada me remueve, nada ha sucedido que me cambie, que sea yo en algo diferente a cuando he entrado en la sala. El director, Carlos Martín, no ha sido capaz de verlo y poner remedio. El espectador sufre por lo que sucede en el escenario, por esos actores que se mueven como sombras de otro tiempo, indistinguibles, indiferenciados, expresando sentimientos parecidos, diciendo palabras semejantes. En otra época, sin embargo, el público no hubiese sido tan respetuoso, aplaudiendo en vez de mostrar su descontento. También me gustaría saber en que consiste la actualización llevada a cabo por Sanchis Sinisterra. He visto otros Ricardo III, completos o casi completos, sin actualizar, no me había aburrido escuchando y viendo el texto de Shakespeare, no había sufrido por los actores, cosa que sí me ha pasado con esta adaptación.

martes, 25 de noviembre de 2014

El Greco, arte y oficio.



            Esta última exposición del año Greco está dedicada a la manera de trabajar del pintor cretense y a su taller. Tras una breve referencia a su paso por Venecia y Roma, la exposición del Palacio de Santa Cruz se centra en su etapa de Toledo y a las obras realizadas por el maestro y sus discípulos en su taller, su hijo Jorge Manuel, Orrente, Luis Tristán y otros. El Greco es un pintor único y enseguida se ve su mano separada de los pintores que le ayudaban en las series de pinturas sobre cuadros que tuvieron éxito, los San Franciscos, las Magdalenas, las Crucifixiones, Anunciaciones, Apostolados –ocho series-, Expolios, Cabezas de Cristo, encargadas por clientes de diferente rango y capacidad adquisitiva, parroquias, conventos, particulares, algunos pidiendo la obra del genio en exclusiva, otros conformándose con los artesanos del taller.

            Además de las obras de taller hay importantes obras debidas a la paleta única del Greco. Me gustaría destacar cuatro. La primera La visión de San Francisco de Cádiz, obra sorprendente por su intensidad, la mirada pasional, mística del santo, con una escala cromática corta, entre pardos y marrones, con algunos pequeños toques en rojo y verde, parece una obra posmoderna, hiperrealista. La Inmaculada Oballe, otra genial obra, en la que el pintor, como en el resto de las pinturas de la última etapa, se aparta del realismo –ni siquiera es fiel al Toledo que dibuja en la parte baja del cuadro, con un horizonte muy bajo donde apunta un sol entre nubes, un Toledo imaginario- y se centra de facturar cuadros personales, manieristas, donde de lo que se trata es de crear su personalísima belleza, aquí distorsionando las figuras y la escala, creando el ritmo con los drapeados y el color, haciendo danzar a los ángeles músicos, alrededor de la Virgen, ella misma en movimiento. Pentecostés, también del Prado, una explosión de color, cabezas en una gran variedad expresiva, gestualidad, pliegues, y variaciones tonales. Y La Anunciación, también del Prado, que se compara con otras dos.

            La exposición se completa con las cinco que ofrece la sacristía del hospital de Tavera, de las que destacan, La Sagrada Familia o La buena leche, en la que las formas geométricas del rostro de Santa Ana preludian Las señoritas de Avinyo de Picasso, El Retrato del Cardenal Tavera que se podría comparar con el retrato del cardenal de Rafael o el Inocencio VIII de Velázquez, a pesar de sus grandes diferencias, y el enorme, en tamaño y calidad, Bautismo de Cristo.


            Tras El Griego de Toledo y El Greco y la pintura moderna, esta hace la tercera gran exposición del año dedicado al cretense. Sigo pensando que ha faltado una cuarta, una que mostrase las influencias del Greco, con obras de pintores bizantinos, venecianos y romanos enfrentadas a las de aquel.

lunes, 24 de noviembre de 2014

Donde hay agravio no hay celos, en el Pavón (CNTC)


           La versión de Helena Pimenta de la obra de Rojas Zorrilla, Donde hay agravios no hay celos, en el Pavón (CNTC) si peca de alguna cosa es de exceso, de llevar las cosas más allá de lo que el texto permitiría en una versión estrictamente clásica. Eso tiene su lado positivo y su lado negativo. Es una versión vivaz, divertida y, creo, el público se lo pasa bien y ríe mucho. ¿Por qué excesiva? Los actores hacen volar al texto, sobre todo en la primera parte, se mueven con mucha soltura en el escenario, bailan, se agitan, a veces cantan, dicen el texto muy bien, con muy buena dicción, pero tan rápido que cuesta seguirles y a pesar de la concentración máxima es difícil captar todos los versos, que es lo que uno desea en una obra clásica. Es una opción válida por parte de la directora porque de ese modo se acorta el tiempo de representación, que aún así dura casi dos horas, y por otro lado ayuda al dinamismo, a la sucesión de escenas sin sosiego. Por el lado negativo, se pierde como digo, el sentido del texto, el español tan fresco y rico de Rojas Zorrilla, una sorpresa muy agradable para quienes no estamos familiarizados con él. Exceso también en el subrayado de los elementos de comedia, y hay muchos, que en manos de Helena Pimenta se convierten es farsa, exceso porque lleva al espectador a una interpretación cómica de ideas que en la época no lo eran: el sentido del honor, el papel de la mujer, el machismo. Y hace bien la directora, porque hoy no se entendería que una mujer forzada perdonase tan fácilmente a su ofensor o que el hermano de la mujer le echase en cara la violencia que ha sufrido o que todo se arreglase, al fin, con boda. Quizá, en el programa de mano debería figurar que hay una doble autoría del texto, la de Rojas junto a la de Helena Pimenta. Es una cuestión debatida, ¿hay que presentar a los clásicos tal como fueron escritos o hay que actualizarlos? Por ejemplo, ¿se atrevería alguien a traducir El Quijote al español actual? En el teatro eso está permitido, aunque es discutible.


            Los actores dicen muy bien el texto, pero, creo que algunos gritan demasiado, lo que les hace caricaturescos en vez de personajes, casi figuras de guiñol, es el problema de jugar a la farsa. La pantomima, los gestos exagerados, los movimientos de danza buscan la complicidad del público por encima del texto, buscándole una interpretación moderna lo que desnaturaliza el texto original. No lo critico pero me gustaría ver el mismo texto en una versión de época para ver como sonaba, cómo lo podía entender el público de entonces. Es un gran hallazgo el acordeón que durante casi toda la representación la acompaña, marcando el ritmo, la cadencia, los cambios, los interludios.

viernes, 21 de noviembre de 2014

Interstellar



            Siempre me ha gustado la ciencia ficción cuando detrás hay inteligencia, inteligencia imaginando el futuro. Los espacios, el tiempo, otras dimensiones, la fuerzas de la naturaleza comprendidas por el hombres y puestas a su disposición. Eso es Interestelar, la película de Cristopher Nolan como guionista y director. La Tierra ha sufrido una catástrofe y los hombres que la habitan están condenados a desaparecer, ya no hay ejércitos, ni armas, instrumentos de tecnología avanzada. La humanidad superviviente se dedica a la agricultura de subsistencia, aunque ésta también está condenada. Pero, a ocultas, en un recóndito lugar, la NASA trabaja para buscar una solución, un planeta en una lejana galaxia que reúna las condiciones para la vida. Hay un valiente y una misión, un viaje a través de un agujero de gusano que misteriosamente ha aparecido en las cercanías de Saturno. Hay la exploración de planetas posibles, combustible limitado en la nave, familias que se abandonan, traición y cobardía, suspense y todo lo demás. Incluso Nolan nos propone un dilema moral, si hay que anteponer la supervivencia individual, de la familia, de los vivos, a la de la especie. Y entrelaza el dilema con la propia trama, buscando la solución no las ecuaciones de los físicos, o no sólo, sino en las emociones humanas.

        Interestelar es un espectáculo del viejo cine, con mezcla de acción y sentimentalismo, sugestivas ideas sobre la gravitación y sobre la fuerza del amor, con buenos actores y gran producción, aunque en la busqueda de la espectacularidad, en la parte final, la fantasía de los guionistas vuela demasiado alto y lo que antes era verosímil deja de serlo. Las explicaciones de física teórica funcionan como el macguffin de Hitchcock, no es necesario entenderlas para disfrutar. Las tres horas que dura vuelan, que es lo mejor que se puede decir de una película.


martes, 18 de noviembre de 2014

Vacas, cerdos, guerras y brujas, de Marvin Harris


            ¿Por qué a los pueblos semitas se les prohíbe comer carne de cerdo? ¿Por qué la vaca es un animal sagrado para los hindúes? ¿Por qué se produjo el furor anti brujas a finales de la Edad Media y comienzos de la moderna en Europa? ¿Qué movía o mueve a la gente a poner su fe en mesías? ¿Por qué ciertas culturas son tan belicosas?
            Las explicaciones de Marvin Harris (MH) sobre periodos históricos, pueblos primitivos o formas de vida son sugestivas y plausibles. No acepta explicaciones que den crédito a lo irracional, a los tabúes religiosos, a las formas de conciencia diferentes, a cosmologías no occidentales. Debajo de cada enigma cultural hay condiciones materiales que lo hacen posible y lo pueden explicar, detrás de cada manifestación cultural decisiva hay una adaptación al medio, la mejor posible, la más eficiente. Esta es la pregunta, ¿cuáles son las causas materiales que se ocultan tras la aparente irracionalidad de los estilos de vida de las diversas formaciones culturales?

            Por ejemplo, en la sacralización de las vacas por los hindúes, según MH, hay un significado económico. Ese tipo de vaca –la vaca cebú, seca y estéril- es muy valiosa para un agricultor pobre en un contexto de sequía y escaseces periódicas, en un ecosistema con bajo consumo de energía con poco margen para el despilfarro. Además de para tracción, los bueyes, su boñiga sirve como fertilizante, combustible para cocinar y para recubrir el suelo del hogar, además de utilizar su carne y cuero, a escondidas, cuando muere, para venderlo a los intocables, a los cristianos o a los musulmanes. “El sacrificio masivo de ganado vacuno bajo la presión del hambre constituiría una amenaza mayor para el bienestar colectivo” que su sacrificio. “El amor a las vacas… protege al agricultor contra el cálculo, sólo racional a corto plazo”. “El valor calórico de lo que ha comido un animal (en EE UU ¾ de las tierras cultivadas se dedica al alimento del ganado) siempre es mucho mayor que el valor calórico de su cuerpo”, por lo que en el contexto hindú hay más calorías disponibles consumiendo directamente plantas. Además la vaca cebú no compite con el hombre en su alimentación porque devora desperdicios. Es pues, un sistema energéticamente eficiente: 17% en la India, donde nada se desperdicia, frente al 4% en el despilfarrador EEUU. Esta visión panglosiana de eficiencia energética de MH ha sido puesta en cuestión. Cada año sobran en la India varios millones de cabezas de ganado vacuno para su sacrificio y cuya carne se pone a la venta para los no hindúes. ¿No puede la India buscar otros sistemas que proporcionen más calorías y una vida mejor a sus masas de pobres?

            ¿Dónde reside el enigma del cerdo en Oriente Medio? ¿Hay una base naturalista de la prohibición: es perjudicial para la salud –triquinosis- o su fundamento es económico? Sin embargo, hay animales que ocasionan más problemas de salud que los cerdos. Es una razón de eficiencia económica, según MH: la cría de cerdos amenazaría la integridad del ecosistema natural –aridez y sequía- y cultural de Oriente Medio. Los cerdos son competidores del hombre en el tipo de alimentación, frente a ovejas y cabras que no lo son. Sin embargo, si la prohibición fuese una mera adaptación ecológica el paso del tiempo tendría algo que decir.

            La propensión judía a poner la fe en mesías militares vengativos para enfrentarse a imperios superiores, ya fuesen egipcios, asirios, babilonios o romanos, se debía a la creencia, indemostrable, de que podían vencerles. No vencieron, pero podían haberlo hecho, dice Marvin Harris. La rebelión continua durante 180 años contra los romanos era una adaptación al colonialismo, no una consecuencia del mesianismo. El propio Jesús era uno más de esos mesías guerreros. Vivió en el momento de mayor virulencia de la lucha contra los romanos y su destino no pudo separarse de los muchos mesías guerrilleros que se enfrentaron a los romanos. Su posterior conversión en un mesías pacífico se produjo en el contexto de la derrota de los judíos y la destrucción de Jerusalén en el año 70 dc. Pablo, un judío cosmopolita de origen sirio, con ciudadanía romana, fue quien produjo ese giro. Los evangelios, los Hechos de los Apóstoles están llenos de referencias y apoyos a dicha interpretación y Santiago, “el hermano del Señor”, jefe de la comuna de Jerusalén en los primeros tiempos del cristianismo, el mayor ejemplo para mantener el espíritu de Jesús como mesías guerrero, en contraposición a Pablo y a los judíos cristianos que vivían en Roma, que se estaban adaptando a la nueva situación, la victoria romana y la caída de Jerusalén.

            Cómo explicar el estado de guerra continuo de los Yanomamo contra sus vecinos, ¿para capturar mujeres? MH dice que hay una explicación mejor, inician la guerra cuando se han comido el bosque –los animales- y les faltan proteínas. La guerra para ellos es una competencia brutal por la caza y los territorios. Los varones son preparados para la guerra, las mujeres para la cobardía. La mujer raptada tras la guerra es la recompensa para los guerreros, pero el elemento clave es la alimentación.

            ¿Por qué en unos pueblos domina la reciprocidad y en otros la redistribución? Es una cuestión de disponibilidad de recursos. Entre los bosquimanos lo que un hombre ha cazado se reparte entre todos y se rebaja su valor porque nadie es más que nadie y para cazar no más de lo que se necesita para mantener el equilibrio con el entorno. Incluso en aquellas sociedades en las que predomina el potlatch, los grandes banquetes derivan de la necesidad de una redistribución que asegure la vida de la región. El prestigio alcanzado por el gran hombre que ejecuta el potlatch es una consecuencia. El mito del cargo en Nueva Guinea, la idea de que ha de llegar un gran cargamento de bienes en un buque o en un avión enviado por los antepasados, tiene una explicación igualmente material, la de participar de las riquezas de los blancos a la que los nativos tienen derecho por su trabajo.

            Quizá la explicación más discutible sea la de ver la gran obsesión contra las brujas de finales de la Edad Media y comienzos de la Moderna como una creación de las autoridades religiosas para controlar a las masas depauperadas ante los cambios económicos que se estaban produciendo, el ocaso del feudalismo y el surgimiento del comercio y los mercados, y su consecuencia la agitación militar mesiánica (flagelantes, husitas, los campesinos de Thomas Muntzer, anabaptistas, voluntarios de Cromwell) contra el monopolio de poder y riqueza de las clases altas. Una explicación que se acerca a las teorías conspiranoicas de la historia. La inquisición no fue creada para combatir a las brujas, dice MH, no era sólo un sistema represivo -500.000 muertes entre los siglos XIII y XVII-, sino una organización para crear esa locura anti brujas, para hacer verosímil la brujería, para manipular las conciencias: “Los pobres llegaron a creer que eran víctimas de brujas y diablos en vez de príncipes y papas”, desplazando así la responsabilidad de la crisis.

            MH privilegia la explicación material sobre cualquier otra y las pruebas que aduce son ejemplos concretos, casos particulares, sin ofrecer datos cuantitativos que permitan una explicación general. Si el materialismo es el hilo que unifica, la explicación privilegiada para tan diversos enigmas en el comportamiento humano en diversas etapas históricas, el libro adolece de un cierto didactismo que acaba en una reconvención moral: “La expansión de la objetividad científica en el dominio de los enigmas de los estilos de vida como imperativo moral”. A esa conclusión llega tras su último estudio sobre Las enseñanzas de Don Juan, de Castaneda. Estudio que le sirve para criticar acerbamente al movimiento contracultural de los setenta –tan próximo al mundo de la brujería, pero ahora como “fuente respetable de excitación”- y que serviría igual para criticar el relativismo multicultural que le siguió. MH afirma que Castaneda/Don Juan no esclarece nada, sino que la “realidad aparte” de Don Juan no es extraña a los pueblos occidentales. “Es totalmente imposible subvertir el conocimiento objetivo sin subvertir la base de los juicios morales”. “La conciencia solo se cambia alterando las condiciones materiales de ésta”.


            MH publicó su libro en 1974, demasiado distante en un tiempo en que la metodología se ha afinado tanto, estrechando los límites de lo que se considera disciplina científica, más teniendo en cuenta la falta de paradigma que unifique la antropología. Rigor científico que MH pedía pero no muchos de los actuales etnólogos que se conforman con que la antropología se considere un difuso saber humanístico. Se han criticado sus análisis por privilegiar una explicación –la adaptación ecológica- sobre otras, así como la imprecisa definición de conceptos como adaptación o eficiencia energética o que diera el protagonismo al ecosistema o al grupo por encima del individuo, cuando la selección natural opera sobre éste y no sobre aquellos. Pero MH abrió la mente de una generación, mostrando posibilidades que se nos escapan por encima de lo que parece evidente. Si MH viviera aceptaría las críticas que se han hecho de sus estudios, porque, frente a la antropología posmoderna y al multiculturalismo, establecía una relación estrecha entre el conocimiento objetivo y cierto y los valores morales.

domingo, 16 de noviembre de 2014

Adiós a la ciudad


      Hace un par de días fui allí donde la ciudad de forma natural termina, a la confluencia del Pisuerga con el Duero, cuando ya sabía que me iba, que dejaba esta ciudad quizá para siempre, como he dejado otras. Y ya la estoy añorando, tras haberme costado tanto hacerme con ella. Los amarillos y ocres ya se han impuesto en sus riberas, en los álamos y chopos, fresnos y saúcos, un escalón por debajo de los maizales encharcados. Las aguas del primero fluyen con violencia, precipitándose por el azud sobre la mansa corriente del Duero, ayudadas por las lluvias de estos días pero también por el salto que han de dar para rebajarse al gran río que va agrandando su caudal hasta Oporto con grandes afluencias como la cercana del Adaja. En la gran charca que se forma en la confluencia se desliza una bandada de cormoranes que caminan sobre el agua, un juego de aprendizaje de las criaturas jóvenes, hasta que intuyen la presencia humana. Son unos cuantos kilómetros desde el centro de la ciudad, mucho más allá del límite administrativo del municipio, más allá de Arroyo, sobrapasado el cerro de Simancas, hasta la pequeña Pesqueruela, pero es por ahí por donde se va, la ciudad y su río, en su actual indefinición, buscando vestigios del pasado, motivos para su difícil preeminencia, el enganche con el río que enhebra la comunidad de la que quiere ser capital, los legajos guardados en Simancas que le dan empaque, brillo de la apagada gloria, cuando pudo ser lo que no ha llegado a ser, tan bien visto en esa exposición actual, tras los lienzos blancos del castillo de Simancas, de las embajadas Tensho y Keicho que abrían la posibilidad del comercio con Japón, en época de los Felipes y que se quedaron en nada.

       Salgo hoy en la otra dirección, elevándome por uno de sus cerros, avistando todos los demás, los que conforman ese abanico que la define en un mapa, hacia la confluencia del Carrión con el Pisuerga y más allá, donde lo busca el Arlanzón, hacia otra ciudad castellana, húmeda y fría, donde no me gustaría vivir pero donde he de vivir, al menos por un tiempo, una ciudad que nunca me ha dejado aunque tantas veces he renunciado a ella. Los alisos y chopos, los fresnos y arces encienden la llanura aluvial. En los surcos de las tierras ocres y rojizas, levantados en las últimas semanas brota el mortecino fulgor del agua que cae. No hay cielo esta mañana, sólo una uniforme masa gris que quita al espacio su extensión, esa cualidad que hace de Castilla un territorio único, tan cercano a la abstracción.

domingo, 9 de noviembre de 2014

Camino. Final



     Vuelvo en tren, reconozco los lugares por los que he pasado, los ríos, los montes y llanuras, ciudades y pueblos. Recuerdo ya lo que he vivido tan despojadamente, tan sin pensar en que quedase huella, albergues, restaurantes y tiendas, personas con las que he caminado, un tiempo que ha sido completo, sin que le faltase o sobrase algo y que ahora añoro, que ya pienso en volver a repetir. Pensaba haber hecho el viaje solo, un viaje interior, volé en las subida a los Pirineos, pero una pareja tan rápida como yo se me fue pegando a los talones, Ian y Xavi. Caminamos juntos hasta Logroño. Antes se nos unieron y nos dejaron Patxi y Blanca, vasco y gallega de Oiartzun. Daniel, el cocinero sin nada en el bolsillo, que nos acompañaba hasta que se le cruzaban los cables y cogía un bus o hacía autoestop. José Luis llegando a Vilafranca Montes de Oca y abandonando en Burgos. Cristian se nos unió en Hontanas, Juanpa en Boadilla, lo dejamos en Molinaseca, junto al hermoso puente sobre el río Meruelo. En Foncebadón, Carlos, que llegó hasta el fin de la tierra, un poco después, en Barbedelo, Javier, xarnegos hasta el tuétano. En Santiago, Fran y José, el leonés. Y a lo largo del camino, Allegra, la joven italiana llena de tatuajes, y Sarah, la chica de Ohio que hablaba español que una noche, en Hontanas, vino conmigo y con Homer, el isrealí, a ver las estrellas, y Felipe que quería ver el botafumeiro en acción y no lo consiguió, el padre coreano tan efusivo, el japonés solitario, la alemana de Friburgo que llevaba tres meses viajando, y la Heildelberg con su mochilón, el italiano que tenía los calcetines como los míos, Luis, el mexicano que desayunaba con botellines Benjamin y se dormía con el réquiem de Mozart, el joven hermético húngaro, siempre con una bolsa en una mano y una escueta mochila -¿dónde dormía?-, la eslovena y sus amigos holandeses, el irlandés y las chicas de Alaska, la cubana y la murciana amigas, el ángel de Samos, David que lleva cinco años en su Casa de los dioses y tantos otros. Dejaron huella los hospitaleros de Estella, de Bercianos, de Foncebadón y mucha gente anónima con la que me hubiese gustado intimar, como la sueca con la que conversé una mañana en San Martín del Camino.

      El camino proporciona una inusitada sensación de libertad. Creo que eso es lo que mueve a la gente. La condición es comenzarlo a solas, sin miedo, la compañía vendrá sobre la marcha. También realizarlo de una vez y completo para que puedan cumplirse los plazos de la liberación. Constreñidos por la maraña de normas y obligaciones, de deudas y lazos, de costumbres y afectos, la vida del hombre social es un intricado dédalo en el que nos falta el aire. Vivir un mes en la burbuja del camino proporciona la ilusión de un nuevo comienzo, la fe en la construcción de un hombre nuevo. He conocido a muchos que acababan de vivir un acontecimiento traumático, otros lo tenían en el pasado remoto aunque seguía actuando en ellos. De la mayoría se podría decir que sus vidas no eran felices. Lo propio del camino es caminar con el único objetivo de llegar al punto prefijado, se van consumiendo etapas con ritmo vivo o más lento, saludando o conversando con aquellos que se va encontrando. Si la conversación prende o la persona tiene atractivos se amoldan los pasos y se viaja juntos. Se para en algún bar o en un paraje hermoso, se continúa conversando al llegar a destino, ante un menú barato o se compra en un súper para hacer la cena juntos si el albergue dispone de cocina y menaje. Por la tarde, tras la siesta, se pasea por el pueblo o la ciudad a la que se ha llegado o, simplemente, se departe de nuevo ante una cerveza dejando pasar las horas. Se habla en diversos idiomas, de preferencia en inglés, pasando de forma natural de uno a otro. La conversación es diversa, aunque se prefieren temas y anécdotas del camino, gente peculiar que se ha conocido, historias que se han oído y se repiten sin cesar. Los temas políticos y futbolísticos no dan mucho juego, aburren por lo general, porque ese es uno de los asuntos de la vida rutinaria de los que se está huyendo. Junto a la libertad, la fraternidad es otra de las sensaciones fuertes. No sólo camaradería, se crean fuertes vínculos con la gente con la que se camina. La sonrisa salta cuando se vuelve a encontrar a gente que se había dejado atrás. Se producen grandes abrazos, aunque me temo que fuera de la burbuja del camino, de vuelta a la vida cotidiana todo eso se evapore. Se forman parejas, unas fugaces, otras más duraderas. Hay bastantes negocios, bares y restaurantes y albergues, llevados por gente atrapada en el camino, como el bar de la alicantina y el croata a la entrada de Bercianos, pero me temo que todos tengan plazo de caducidad.

    Desde este punto de vista son gente extraña o directamente extraterrestres aquellos que hacen el camino por tramos, de año en año, los que lo hacen en familia o en pareja cerrada, los roqueñamente solitarios, los que envían sus mochilas en taxi, los que reservan en hoteles. Recuerdo a una pareja de escoceses antindependencia de impoluto vestuario y cabello dorado moldeado, a la entrada de Logroño, con una ligera bolsa de diseño en la espalda ella, empujando la puerta de un hotel de tres estrellas. O a los primeros compañeros de Javier, un juez de menores, un directivo de multinacional y otro de conservas, cuyas mochilas transportaba una furgoneta, alojándose en Astorga en un hotel de cuatro estrellas, eso que su camino no pasaba de cinco días. En el camino también hay clases, aunque cualitativamente invertidas.

    El camino como burbuja es propenso a la ensoñación y a la utopía. La idea de que con poco se puede vivir, que se puede prescindir de casi todo lo que ofrece el capitalismo, la sociedad consumista, de que otro mundo es posible. Mucha gente atrapada en el territorio del camino juega con esa idea, algunos con buena fe, otros como gancho comercial. Albergues nueva era, tiendas verdes, eslóganes veganos. No suelen ser los más baratos. Recuerdo a una mujer en Murias de Rechivaldo que a todo el mundo trataba de usted, lleno su restaurante de lujuriosas tentaciones, por cuya boca salían sapos contra el poder y cuya despedida era un grito por "El salario social, la renta básica", que me cobró cuatro euros cincuenta por un café y una tostada. En las conversaciones, tras las cenas comunitarias, en los albergues parroquiales, sale de forma invariable el asunto de que estamos demostrando que con poco se puede vivir. Lo verdad es que no es del todo cierto. Son pocos los albergues que piden la voluntad como donativo y en algunos hasta ésta está reglamentada en cinco o seis euros. En los privados hay que pagar 10 o 12 euros. A eso hay que añadir otros 10 0 12 por el llamado menú del peregrino, los cafés y bocatas que se toman durante la jornada, más lo que se gasta en la cena, ya sea preparada con lo que se compra en los súper u otra vez de menú en un restaurante. Cada jornada no se hace por menos de 30 euros. Multiplíquese por los treinta días que dura el camino y añádanse los extras. No parece que sea una peregrinación para pobres, aunque hay gente que lo es o lo parece y otros que viajan sin un euro a cuenta de las amistades que van haciendo o de la cara de niño desvalido que ponen ante los hospitaleros. Aunque es cierto que hay individuos fantasmas a los que se ve en el camino pero nunca en los albergues.

       Y los romeros peregrinos, ¿dónde están? Los auténticos caminantes cuyo viaje es espiritual existen, pero son minoría, pasan desapercibidos entre la multitud de los hedonistas y los atletas. No tienen prisa, manejan gruesos diarios en los que escriben durante horas, acuden a la misa de peregrinos en cada localidad donde la haya, visitan ermitas, iglesias, lugares sagrados, son frugales, sonrientes, tímidos y se paran en Santiago, no siguen más allá. Lamento no haberme acercado a ellos, no haber compartido sus inquietudes.

      Restado todo eso, si es que hay que restar, el camino es fuente de inagotables experiencias, un modo no demasiado costoso de reencontrarse a sí mismo, de huir del agobio de la cotidianidad, una terapia sin igual. No hay terapia psicológica que se le resista, que resulte más barata y más efectiva. Yo recetaría un camino, al menos una vez en la vida, si es posible uno por década, a partir de los treinta, para solventar las sucesivas crisis. Y hay caminos para dar y tomar: septentrionales y meridionales, orientales y franceses y el propio camino que cada cual se pueda construir. Y múltiples modos de hacerlo: andando, que yo aconsejaría siempre la primera vez, en bici, a caballo. También hay, como he comprobado, quien lo hace en bus o en furgoneta. Me hubiera gustado vivir la experiencia de la que habla Jean-Cristophe Rufin en su libro pero no lo he logrado. Tendré que volver a hacer el camino con otra actitud. Lo haré.

     Y una cosa sorprendente, extraordinaria, el descubrimiento jubiloso de que caminando se puede llegar a cualquier parte.
 

sábado, 8 de noviembre de 2014

Camino. Santiago



       De Fisterra a Santiago. Este día también habría sido terrible. Llueve con saña, sin cesar, pero ahora viajo a cubierto en un autobús que va hacia La Coruña, que me deja en Baio para tomar otro que me lleve a Santiago. Vuelvo de nuevo a la hospedería. Paso el día con Javier. Carlos ya viaja hacia Getafe y Fran busca un coche de alquiler para ir al encuentro de una amiga. Comemos temprano en el menú -cocido gallego- que ofrece gratis para diez peregrinos el parador, junto a una chica de Boston que está viviendo su año sabático, como tantos americanos. Por la tarde me acerco a La Cidade de la Cultura, el faraónico proyecto de Fraga a cuenta de las arcas del Estado. Mi primera impresión es de ruina apocalíptica, cercado por una ominosa nube que no tardará en descargar. Enormes edificios de cristal y piedra, vacíos, cerrados, oscuros, que dibujan curvas gigantes, con grandes espacios vacíos entre ellos y un enorme socavón lleno de agua. Trasteo con las puertas -otra gente lo hace como yo- pero ninguna cede. No hay manera de resguardarse del aguacero. Por fin encuentro una puerta abierta, un espacio iluminado y un hombre que atiende. Le pregunto qué se puede visitar puesto que todo parece cerrado. Me dice que hay una visita guiada más tarde, que me apunte. Lo hago. Accedo a la gigantesca biblioteca blanca como Jonás al interior de la ballena, donde algunos estudiantes minúsculos están aplastados por el silencio. En el apartado de las enciclopedias busco Camino de Santiago, Espasa, Planeta, la gallega, ninguna tiene una entrada al respeto. Cómo es posible. La visita la conduce el hombre que me ha atendido, amable, solícito y bien informado. Me acompañan, un hombre gallego y su pareja y un arquitecto sudamericano, que vive en Montpellier y que recalca ha venido expresamente, y su pareja. El guía es prolijo en la exposición: el gran concurso internacional, los grandes arquitectos y sus inmejorables proyectos, el triunfo de Eisenman y su escaso impacto visual, algo que niega la evidencia. Una obra que se adapta a las necesidades culturales de Galicia. El coste. La necesidad de concluirla. ¿Cómo podría faltar en el sudeste un gran palacio de ópera? Tarde o temprano se completará. Santiago tiene 60.000 habitantes y otros tantos si se añaden los estudiantes. ¿Hay población para tan magna obra? La obra me parece poco funcional, los espacios que el arquitecto americano ha generado son enormes, cómo darles un uso eficiente, cómo hacerlos socialmente rentables. De hecho en este sábado de noviembre todo está cerrado, salvo la biblioteca. Todos los males se solucionarían si se acabase la obra, según el guía, pero ¡ay! se ha acabado el dinero. Y lo peor de todo, los accesos. Sólo se puede venir desde Santiago en coche particular porque el autobus público tiene horarios imposible. Para venir andando, como yo he hecho bajo la lluvia, hay que dar un enorme rodeo de 45 minutos, ida y vuelta. Lo dicho, una obra funeraria a mayor gloria de su extinto patrón. Y otra cosa curiosa, a cuanto peregrino se lo he comentado desconoce que exista esta grandiosa arquitectura que quiere competir con la catedral.

      Apenas tengo conciencia de que se haya acabado el viaje. De vuelta a la hospedería vuelvo a ver la vieira marcando el camino en el suelo brillante y resbaladizo del anochecer, algunos peregrinos rezagados, siempre bajo la lluvia. Mientras ceno hablo del viaje con Javier, le recuerdo mis cuatro semanas, aunque ya he sobrepasado la quinta. Mi experiencia contradice la de Jean-Cristophe Rufin en su El camino inmortal. La primera semana es la del dolor. Todo el mundo pendiente de los pies, de las rodillas, de la cadera, músculos y tendones, ampollas y rozaduras. Se intercambian recetas, trucos para caminar o llevar la mochila, se alardea de dónde se ha comenzado el camino. La segunda es la del hedonismo. Al paso por la Rioja se consumen grandes cantidades de vino, de queso y de jamón. Se hacen amistades jaraneras de las que es difícil librarse. La tercera es la de la introspección. A ello ayuda la llanura castellana, los profundos horizontes, los senderos rectilíneos, el silencio del amanecer. Por fín, sucede el síndrome de la cuarta semana, el ansia por llegar cuanto antes a Santiago, sin una razón que explique ese desasosiego. Cada uno vive su propio camino, este es el que yo he vivido.

viernes, 7 de noviembre de 2014

Camino 32


   De Olveiroa a Fisterra. El sol entra limpio por el este de la bahía de Corcubión. Apenas unos jirones blancos en el horizonte. Seguimos las flechas amarillas durante unos kms de costa hasta enfilar de nuevo hacia arriba. En Galicia apenas hay tramos rectos y llanos, se sube y se baja continuamente. Cinco kms más y alborea el faro de Fisterra. La larga playa de Fisterra, junto a San Roque, se abre entre pinos y bajo matorral. Descendemos por una senda retorcida con el rostro iluminado. Saludamos a todo el que encontramos en la playa y le contamos nuestra peripecia, el agua, el sol de este día, los kms. Algunos se paran a hablar con nosotros, más interesados en saber de dónde procedemos que en nuestras recientes penurias. En el primer bar nos tomamos una cerveza portuguesa muy rica, una Super Bock. En el concello nos dicen que ellos no tramitan el certificado, que hemos de esperar a que abra el albergue. Comenzamos la ascención de los últimos tres kilómetros y medio, estos sí los definitivos. Con ímpetu desafotrado, toma Carlos la delantera, imponiendo un ritmo infernal, como si estuviese a punto de perder el alma. Este hombre compite hasta durmiendo. Cada uno subimos al ritmo que podemos, algo avergonzados por haber hecho la última artera trampa. Llovió tanto ayer, tanto tanto, tan empapados de arriba abajo que en la charla de la tarde en el albergue, junto al fuego, sólo había derrota y ganas de acabar cuanto antes. Hasta José, el leonés curtido que hemos conocido en el camino hacia Fisterra, subrayaba sus comentarios con un "Antes la salud". Se nos abrió una ventana cuando la hospitalera nos informó que quizá, al día siguiente, por hoy, habría un bus a las siete y media de la mañana, un bus que lleva a estudiantes a Cee y sólo los días de diario. Nos agarramos todos a ese clavo y decidimos saltarnos ese tramo de etapa, la única concesión que nos habíamos permitido. Estuvimos esperando tres cuartos de hora, crecientemente angustiados por si la información de la hostelera no había sido buena. Nadie soportaría otro chaparrón. Pero fueron llegando algunos estudiantes y una pareja de coreanos. El día, sin embargo, aparece deslumbrante y el paisaje primero en bus hasta Cee y luego por la costa de Corcubión, a pie, y por el bosque ondulante hasta Fisterra, con la humedad que asciende del suelo y las nubes que se abren a una claridad cegadora para hacer los últimos kilómetros del viaje. En la punta de Fisterra exultamos de júbilo. Grita Carlos y grito yo. Quemamos algunas prendas para cumplir con el ritual, ofrecemos el rostro a la caricia del sol, perdemos la vista en el insondable océano, nos fotografiamos jubilosos. Toda ha terminado. Lo celebramos con una mariscada en El Percebe.

jueves, 6 de noviembre de 2014

Camino 31


       De Negreira a Olveiroa. Hasta Vilaserío el cielo ha sido benigno, con lluvia soportable y tiempo para los comentarios. Durante algunos kms, Fran ha caminado con nosotros, pero sus cortos isquiotibiales tocados le han ido retrasando. De nada le sirve haber competido en triatlón. Ya nos ha avisado la señora del bar donde hemos desayunado, lloverá. Lo que no preveíamos es que iba a llover como lo ha hecho, con furia incontenible, racheada, imposible de contener con nada. Otra vez hemos llegado, tras otra kilometrada, empapados de arriba abajo y machacados. El albergue de Olveiroa, viejo y con servicios muy limitados, sin lavadora ni secadora, ducha templada y calefacción muy baja nos recibe desierto, sin nadie que lo atienda, frío, húmedo, inhóspito. En la calle sigue lloviendo con intermitente intensidad. En el albergue privado donde se instalan los peregrinos extranjeros -los italianos, la alemana, coreanos- tomamos una comida igualmente desangelada. Vemos llegar chorreando a una pareja que parecen portugueses. Visten con ropas de a diario, vaqueros, zapatos tipo mocasín, trencas de algodón y mochilas normales. Cómo se puede hacer el camino de esa manera. Piden una copa de albariño, luego otra y otra. No aparentan estar preocupados por la caladura.

     Menos mal que en el albergue había una chimenea que encendemos con la madera que pillamos. De ese modo hemos podido secar botas y la ropa. Fran, Carlos, Javier, José y yo, los únicos albergados, trabamos conversación  junto al fuego. José, el leonés solitario, parece una caricatura sacada de un cómic, encorvado, con enormes botas y sombrero y una nariz superlativa. Permanece mudo y quieto como una roca del lugar. Recordamos anécdotas del camino, personajes memorables, lugares infectos, comidas buenas y malas, el extraño virus que tantos cogimos en Boadilla. Sale el tema de los ronquidos a propósito de la pareja solouense de la pasada noche. Yo no me enteré pero Carlos y Javier no pudieron conciliar el sueño porque el hombre roncaba sin descanso. Les hablé del mexicano de Roncesvalles y sus ronquidos tronadores, a quien la gente zarandeaba para que recobrase la calma. Es lo que tiene el camino, salta José saliendo de su contención, los dormitorios comunes, las literas. Al que no le guste que se quede en casa. Poco a poco va elevando el tono de voz, hasta que prende en él una extraña furia. También a él le han zarandeado y a punto estuvo de liarse con un coreano que le despertó. Asentimos, corroboramos, no osamos interrumpir su discurso, dejamos que se desahogue, tragándonos las chanzas y burlas que acabábamos de hacer sobre los grandes roncadores. Con la vista clavada en las llamas que se van atenuando, en las brasas grises y rojizas, sentimos zumbar sobre nuestras cabezas la ira de José hasta que ésta también se apaga. Hay un largo momento de silencio. Después se descalza sus enormes botas, las pone cerca del fuego y de pie como si fuese un tendedero ofrece sus pantalones y camisa mojados al calor del hogar.

miércoles, 5 de noviembre de 2014

Camino 30


   De Santiago a Negreira. Después del desayuno bufet, otro lujo, me despido de Xavi que vuela a Mallorca, antes de hacerlo hacia Dubai, donde trabajará unas semanas de camarero en los fastos de la Fórmula 1. Ha sido el amigo de más largo aliento. Nos conocimos en las rampas del Collado Lepoeder, en el Pirineo navarro. Xavi es un hombre libre que ha recorrido medio mundo con una mochila ligera, con gran facilidad para hacer amigos, y amigas. Comienzo el viaje a Fisterra con Carlos y Javier, dos catalanes atípicos, o no tanto, que no votarán el 9N. El primero de Caldas de Montbuí trabaja en Getafe, en el Airbus. El segundo, hijo de la inmigración, nació en Palau de Plegamans y disfruta de un ERE temporal. Etapa corta para la costumbre de la última semana, pero muy bonita, pasada por una lluvia fina que no molesta. Miramos atrás continuamente para ver el perfil de un Santiago encapotado bajo mantos de nubes, después volvemos a los senderos de Galicia, alfombrados de hojas húmedas.

     En Negreira, el albergue de la Xunta, alejado del centro del pueblo, tiene camas en vez de literas, otro lujo. Vuelvo a encontrarme con el italiano que tiene los calcetines idénticos a los míos. Toda una historia. Los puse a secar en Astorga y desaparecieron del tendedero. En Foncebadón se los vi puestos. Comencé un interrogatorio indirecto. Según él los había comprado en Decathlón Milán. También él perdió un par en un tendedero de Atapuerca. Me dijo el precio exacto de lo que a mí y a él nos habían costado: 17 euros. Conocemos a gente nueva. José, un leonés con varios caminos a cuestas, que esta vez lo ha comenzado en Alicante, aunque ha tenido que renunciar por falta de señalización, viajando en tren hasta Burgos y reiniciando desde esa ciudad a pie. Cada día compra una garrafa de cinco litros de agua porque sale más barato, que luego reparte entre los caminantes, y un brick de leche para el desayuno. Una alemana de Heildelberg que viaja con un barbudo italiano, muy simpática. Una pareja de Salou que parece que habrá de renunciar porque ella tiene los pies destrozados. Otra pareja de coreanos. Fran, un sevillano que trabaja en Ibiza, que se nos une en la comida y luego en la cena compartida.

martes, 4 de noviembre de 2014

Camino 29



     De Monte do Gozo a Santiago. Etapa de descanso. Un km de bajada y cuatro por las calles de Santiago hasta la catedral. Busco emociones tras casi 800 kms, no las encuentro. No ha ocurrido nada de lo que yo esperaba, cambios físicos, mentales o espirituales. No he hecho el camino que preveía hacer. He hecho otro. Caminando, después del café de la mañana, me oigo anunciar que voy a seguir hasta Fisterra. Soy el primer sorprendido. Carlos y Javier, los últimos incorporados dicen que van conmigo. Xavi ya tiene el billete de vuelta a Mallorca, Cristian se va a Verín antes de volar a Australia. Nos fotografiamos en la plaza del Obradoiro, con un montón de conocidos. El primero el japonés silencioso, despiojado por las carvajalas de León, que nos abraza efusivamente. La italiana de Verona, que sigue refunfuñando porque su amiga la dejó atrás. Felipe, el mexicahawaiano que quería hacer 150 kms en tres días para asistir el domingo a la misa con botafumeiro. No lo consiguió, llegó el lunes. Además este año el botafumeiro se suelta los viernes. Su amigo o ex amigo brasileño, que nos costó reconocer porque estaba desbarbado.

     Soy el tercero en la cola del día para recibir la compostelana, el crédito que atestigua haber realizado el camino. Ni siquiera he mirado si han escrito bien mi nombre o la ciudad de la que digo proceder. Ciudad cambiante, según el día, Valladolid, Barcelona, Burgos. No miento sobre ninguna de las tres. Me alojo en la hospedería del Seminario Mayor. Un lujo, duermo entre sábanas por vez primera. Asisto como un zombi a la misa del peregrino en la catedral, a las doce. Cumplo con el rito de abrazar al apóstol. ¿Tendré que hacer otro camino para sentir emociones auténticas? A lo largo del día me voy despidiendo de alguno de los amigos del camino. Daniel que va en bus hacia Fisterra. Cristian hacia Verín, tierra de su abuela. Allegra, a quien hemos vuelto a ver con gran alegría, y que por fin, entre lágrimas, nos ha confesado el motivo de su viaje: el 21 de septiembre falleció su amigo -¿marido, novio?- en Cortina d'Ampezzo, donde vive y trabaja de camarera. Con Allegra he viajado intermitentemente desde Roncesvalles. Santiago se muestra gris y fría.

lunes, 3 de noviembre de 2014

Camino 28


      De Ribadixo a Monte do Gozo. El diluvio universal. Ni goretex en las botas más caras, ni impermeables de última generación que aseguran no se cuántas columnas de agua, ni paraguas, en el que tanto he confiado. Mojado de arriba abajo, por dentro y por fuera: botas, calcetines, ropa interior, ropa guardada en bolsas dentro de la mochila. Cansancio brutal después de los últimos e interminables cinco kms de subida al Monte do Gozo. Abductores de palo, inflexibles para bajar unos escalones. Ninguna alegría al divisar entre la bruma las luces de Santiago al fondo, ninguna emoción. Si la jornada ha discurrido toda ella bajo la lluvia, con un leve descanso en Pedrouzo para tomar un bocata de bacon con queso, la cosa se ha puesto realmente fea entre Lavacolla y San Marcos donde llovía tanto que no se veía a un metro de distancia. Javier y yo nos hemos cobijado unos minutos en el porche de una casa, pero era inútil, la lluvia no paraba, al menos hasta iniciado el ascenso hasta el Monte do Gozo. Menos mal que en este inmenso albergue sobre la falda de la colina que da a Santiago hemos secado la ropa en una secadora y las botas en los radiadores que aquí sí que funcionaban. Cuando Daniel ha llegado me ha pedido que cogiera su mochila, no he podido con ella de tanto como pesaba. Y apestaba. Me ha pedido dinero para la secadora, por dos veces. No tenía nada seco. No ha habido manera de que el mal olor desapareciese.

    Para comer hemos tenido que recorrer 500 metros más, con el cuerpo dolorido, las plantas insensibles y las piernas de palo. Me he zampado tres platos de caldo gallego hasta el borde. Menos mal que esto se acaba mañana. Buena parte de nuestros males se debe al tozudo empeño de hacer etapas kilométricas, el doble de lo que marca la guía michelín, dos por una, aquejados del síndrome de la última semana. Por eso hemos ido dejando atrás a la gente conocida. Una locura.

domingo, 2 de noviembre de 2014

Camino 27



    De Hospital da Cruz a Ribadixo. La guía michelín que está siendo mi vademécum durante el viaje, de poco peso y con informaciones ágiles y necesarias, tiene algunos errores en cuanto a Galicia, el primero asegurar que las rutas son fáciles, sin gran dificultad. Nada menos cierto, continuos altibajos, ondulantes recorridos entre bosques, bajo castaños, y algunas subidas inesperadas que duran más allá de las fuerzas que nos quedan. En cambio los menús de peregrino han mejorado ostensiblemente, en Triacastella, en Casa Carmen en Barbadelo, el pulpo a feria de Ezequiel, en Melide, al que hemos llegado empapados. Pero a mí me ha sentado muy mal. Quizá porque tras la comida -caldo gallego, queso de Arzúa y mucho ribeiro acompañando al pulpo- hemos reiniciado la marcha, magnis itineribus, para hacer los más de once kms que nos quedaban hasta Ribadixo. Me he ido descolgando porque mi estómago estaba revolucionado intentando escapar por la boca sin conseguirlo. Menos mal que he encontrado a una pareja, un argentino y una mallorquina, que me han dado un plátano para asentarlo. Ha funcionado.

  Son curiosas las parejas que voy encontrando por el camino. Primero fueron el padre canadiense de más de setenta años acompañando a su hijo guitarrista rockero, entrado en kilos, barbirrojo y con una colorista cinta alrededor de la frente, que sudó la gota gorda para subir la falda de los Pirineos. Luego he sabido que en Pamplona dieron el salto en tren hasta Sarria para hacer los últimos cien kms. Supongo que habrán conseguido su objetivo de reconciliarse que declararon en el albergue de Saint Jean donde los conocí. De vez en cuando he tropezado con la madre enjuta y su hijo cuarentón, unos vascos bastante silenciosos pero sonrientes, tirando de una mansa perra, con muchas dificultades para encontrar un albergue donde poder dejarla. Solía quedarse a la puerta o en algún patio arropada por una manta. También han hecho a la par el camino un padre inglés y su hijo autista, hasta Foncebadón, luego ya no los he vuelto a ver. La primera cosa que hacen al comenzar la jornada es decir el nombre del día en curso y su posición en la semana. No sabían una palabra de español. De vez en cuando el padre desaparecía y dejaba algunos minutos al hijo sólo para que se las apañase, siempre que no hubiese perros cerca. Otro caso singular y también casi a la par es el del padre coreano y su hijo adolescente. Cada atardecer el padre dedicaba horas al cuidado de sus pies dañados. Respondía a cualquier información con muestras de exagerado agradecimiento. He sabido también de una madre e hija americanas. Allegra, la chica italiana de Cortina d'Ampezzo, ya ha convencido a su madre para hacer el camino juntas. Sin embargo, veo menos parejas convencionales de marido y mujer, sí de novio novia. Sueña bastante mal, en medio de un dormitorio de literas, oír "¿Cómo te encuentras hoy, Cariño?".

    Ribadixo es otra de esas aldeas donde no hay nada. Unas pocas casas de piedra, el albergue y un bar restaurante con poco que ofrecer. También un bello río que lo atraviesa. Me he conformado con una cocacola para arreglar mi estómago. El albergue de la Xunta es bonito pero poco práctico. Los baños y duchas están lejos del dormitorio y hay que llegar a ellos bajo la lluvia. La calefacción apenas funciona y hace frío, sin embargo la alemana que viaja sola desde Friburgo pretendía dejar la ventana abierta. Se ha liado una buena discusión, con intervención de la hospitalera. Xavi, Cristian y yo hemos hablado de novelas y escritura. Parece que todo el mundo quiere escribir un libro. Luego me entero que Carlos tiene escritas once novelas. Daniel. en la cama, como acostumbra, nos ha sometido a un concierto de bajos rotundos.

sábado, 1 de noviembre de 2014

Camino 26



      De Barbadelo a Hospital da Cruz. Iniciamos la etapa con el cielo cubierto y oscuro, ayudados por frontales. Tardamos en encontrar un bar abierto para desayunar. Las aldeas que atravesamos están atrancadas y mudas, temerosas quizá del paso de la Santa Compaña, en esta noche que va de los difuntos a todos los santos. Comienza a llover después de tantas jornadas de sol, primero suavemente, después un chaparrón continuado. El paraguas -nunca olvidar este elemento salvador si se hace el camino- y las polainas han minimizado los daños. Atravesamos el manso Miño y el largo y hermoso puente que nos lleva a Portomatín. En un bar, junto a gallegos cuyo habla no entendemos, pedimos una Estrella Galicia y un bocata. Seguimos en otra maratoniana etapa hasta Hospital da Cruz, un minúsculo pueblo, en medio de la nada. Hay un restaurante con un menú que más vale olvidar. Es el primer restaurante que tiene una tele privada, en la que no podemos ver el partido del Barça por la tarde. Aburrimiento gris y frío.

      La entrada en Galicia ha cambiado la dinámica del viaje. Se acabaron los albergues parroquiales con cena comunitaria y los municipales con cocina y menaje. En los de la Xunta hay cocina pero no menaje por lo que es imposible cocinar. Así desaparece la conversación, la familiaridad y el roce que crea el cocinar juntos. La última ocasión fue en el pequeño albergue de Foncebadón, todavía en el Bierzo, donde la hostelera melillense, Mari, nos preparó un riquísimo potaje, acompañado de un alioli con receta propia para chuparse los dedos. Mari es una enfermera viajera que ha hecho un montón de caminos, de los cuales destacan el de Sevilla a Santiago y el de Londres a Roma. Con un mérito añadido, quizá otra de esas locuras sin sentido asociadas al peregrinaje, arrastra una mochila de 20 kilos, con saco, tienda y bolsa de medicinas que ha afectado a sus cervicales, una hernia discal y tendones destrozados. Aún así tiene planeado para este año un viaje por la India de seis meses con la misma mochila.Gran cocinera y mejor mujer, con una sonrisa para todo el mundo. Mari arregló como pudo el desaguisado en la planta del pie de Janli y le dio un largo masaje. Tras la cena nos reunió a todos con los peregrinos de otro albergue y junto a una guitarra animó a que cada cual cantase las canciones de su tierra. Los albergues gallegos son viejos y nuevos, este de Hospital da Cruz es pequeño pero no está mal, el problema es que está en medio de la nada.