sábado, 1 de noviembre de 2014

Camino 26



      De Barbadelo a Hospital da Cruz. Iniciamos la etapa con el cielo cubierto y oscuro, ayudados por frontales. Tardamos en encontrar un bar abierto para desayunar. Las aldeas que atravesamos están atrancadas y mudas, temerosas quizá del paso de la Santa Compaña, en esta noche que va de los difuntos a todos los santos. Comienza a llover después de tantas jornadas de sol, primero suavemente, después un chaparrón continuado. El paraguas -nunca olvidar este elemento salvador si se hace el camino- y las polainas han minimizado los daños. Atravesamos el manso Miño y el largo y hermoso puente que nos lleva a Portomatín. En un bar, junto a gallegos cuyo habla no entendemos, pedimos una Estrella Galicia y un bocata. Seguimos en otra maratoniana etapa hasta Hospital da Cruz, un minúsculo pueblo, en medio de la nada. Hay un restaurante con un menú que más vale olvidar. Es el primer restaurante que tiene una tele privada, en la que no podemos ver el partido del Barça por la tarde. Aburrimiento gris y frío.

      La entrada en Galicia ha cambiado la dinámica del viaje. Se acabaron los albergues parroquiales con cena comunitaria y los municipales con cocina y menaje. En los de la Xunta hay cocina pero no menaje por lo que es imposible cocinar. Así desaparece la conversación, la familiaridad y el roce que crea el cocinar juntos. La última ocasión fue en el pequeño albergue de Foncebadón, todavía en el Bierzo, donde la hostelera melillense, Mari, nos preparó un riquísimo potaje, acompañado de un alioli con receta propia para chuparse los dedos. Mari es una enfermera viajera que ha hecho un montón de caminos, de los cuales destacan el de Sevilla a Santiago y el de Londres a Roma. Con un mérito añadido, quizá otra de esas locuras sin sentido asociadas al peregrinaje, arrastra una mochila de 20 kilos, con saco, tienda y bolsa de medicinas que ha afectado a sus cervicales, una hernia discal y tendones destrozados. Aún así tiene planeado para este año un viaje por la India de seis meses con la misma mochila.Gran cocinera y mejor mujer, con una sonrisa para todo el mundo. Mari arregló como pudo el desaguisado en la planta del pie de Janli y le dio un largo masaje. Tras la cena nos reunió a todos con los peregrinos de otro albergue y junto a una guitarra animó a que cada cual cantase las canciones de su tierra. Los albergues gallegos son viejos y nuevos, este de Hospital da Cruz es pequeño pero no está mal, el problema es que está en medio de la nada.

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