martes, 25 de noviembre de 2014

El Greco, arte y oficio.



            Esta última exposición del año Greco está dedicada a la manera de trabajar del pintor cretense y a su taller. Tras una breve referencia a su paso por Venecia y Roma, la exposición del Palacio de Santa Cruz se centra en su etapa de Toledo y a las obras realizadas por el maestro y sus discípulos en su taller, su hijo Jorge Manuel, Orrente, Luis Tristán y otros. El Greco es un pintor único y enseguida se ve su mano separada de los pintores que le ayudaban en las series de pinturas sobre cuadros que tuvieron éxito, los San Franciscos, las Magdalenas, las Crucifixiones, Anunciaciones, Apostolados –ocho series-, Expolios, Cabezas de Cristo, encargadas por clientes de diferente rango y capacidad adquisitiva, parroquias, conventos, particulares, algunos pidiendo la obra del genio en exclusiva, otros conformándose con los artesanos del taller.

            Además de las obras de taller hay importantes obras debidas a la paleta única del Greco. Me gustaría destacar cuatro. La primera La visión de San Francisco de Cádiz, obra sorprendente por su intensidad, la mirada pasional, mística del santo, con una escala cromática corta, entre pardos y marrones, con algunos pequeños toques en rojo y verde, parece una obra posmoderna, hiperrealista. La Inmaculada Oballe, otra genial obra, en la que el pintor, como en el resto de las pinturas de la última etapa, se aparta del realismo –ni siquiera es fiel al Toledo que dibuja en la parte baja del cuadro, con un horizonte muy bajo donde apunta un sol entre nubes, un Toledo imaginario- y se centra de facturar cuadros personales, manieristas, donde de lo que se trata es de crear su personalísima belleza, aquí distorsionando las figuras y la escala, creando el ritmo con los drapeados y el color, haciendo danzar a los ángeles músicos, alrededor de la Virgen, ella misma en movimiento. Pentecostés, también del Prado, una explosión de color, cabezas en una gran variedad expresiva, gestualidad, pliegues, y variaciones tonales. Y La Anunciación, también del Prado, que se compara con otras dos.

            La exposición se completa con las cinco que ofrece la sacristía del hospital de Tavera, de las que destacan, La Sagrada Familia o La buena leche, en la que las formas geométricas del rostro de Santa Ana preludian Las señoritas de Avinyo de Picasso, El Retrato del Cardenal Tavera que se podría comparar con el retrato del cardenal de Rafael o el Inocencio VIII de Velázquez, a pesar de sus grandes diferencias, y el enorme, en tamaño y calidad, Bautismo de Cristo.


            Tras El Griego de Toledo y El Greco y la pintura moderna, esta hace la tercera gran exposición del año dedicado al cretense. Sigo pensando que ha faltado una cuarta, una que mostrase las influencias del Greco, con obras de pintores bizantinos, venecianos y romanos enfrentadas a las de aquel.

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