lunes, 3 de noviembre de 2014

Camino 28


      De Ribadixo a Monte do Gozo. El diluvio universal. Ni goretex en las botas más caras, ni impermeables de última generación que aseguran no se cuántas columnas de agua, ni paraguas, en el que tanto he confiado. Mojado de arriba abajo, por dentro y por fuera: botas, calcetines, ropa interior, ropa guardada en bolsas dentro de la mochila. Cansancio brutal después de los últimos e interminables cinco kms de subida al Monte do Gozo. Abductores de palo, inflexibles para bajar unos escalones. Ninguna alegría al divisar entre la bruma las luces de Santiago al fondo, ninguna emoción. Si la jornada ha discurrido toda ella bajo la lluvia, con un leve descanso en Pedrouzo para tomar un bocata de bacon con queso, la cosa se ha puesto realmente fea entre Lavacolla y San Marcos donde llovía tanto que no se veía a un metro de distancia. Javier y yo nos hemos cobijado unos minutos en el porche de una casa, pero era inútil, la lluvia no paraba, al menos hasta iniciado el ascenso hasta el Monte do Gozo. Menos mal que en este inmenso albergue sobre la falda de la colina que da a Santiago hemos secado la ropa en una secadora y las botas en los radiadores que aquí sí que funcionaban. Cuando Daniel ha llegado me ha pedido que cogiera su mochila, no he podido con ella de tanto como pesaba. Y apestaba. Me ha pedido dinero para la secadora, por dos veces. No tenía nada seco. No ha habido manera de que el mal olor desapareciese.

    Para comer hemos tenido que recorrer 500 metros más, con el cuerpo dolorido, las plantas insensibles y las piernas de palo. Me he zampado tres platos de caldo gallego hasta el borde. Menos mal que esto se acaba mañana. Buena parte de nuestros males se debe al tozudo empeño de hacer etapas kilométricas, el doble de lo que marca la guía michelín, dos por una, aquejados del síndrome de la última semana. Por eso hemos ido dejando atrás a la gente conocida. Una locura.

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