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martes, 13 de marzo de 2007

El canon de la Materia de Bretaña

El canon artúrico se fue conformando a partir del folklore y las mitologías celtas (nombres, topónimos, algunos episodios) a partir del siglo VI, con algún tema de origen clásico, debido a los autores cultos que escribían en latín. A ello añadían elementos de la realidad feudal de la época que daban verosimilitud.

  1. Geoffrey de Monmouth, Historia Regum Britanniae (entre 1136 y 1140). A partir de fuentes diversas, le echa mucha imaginación y acaba por dar consistencia a los mitos artúricos, que él presenta como sucesos históricos, que dice limitarse a traducir al latín de un antiguo texto galés. Aparecen Merlín, Arturo, su sobrino Mordret, que intenta usurpar su poder con la complicidad de la reina Ginebra, su amante, la isla de Avalon, la corte artúrica.
  2. Chrétien de Troyes escribe hacia 1160 cinco novelas, de las que 4 son de tema artúrico: Erec y Enide, El Caballero del León (Yvain), El Caballero de la carreta (Lancelot) y el Cuento del Grial (Perceval). Chrétien aporta el amor de Lanzarote por Ginebra. Está influido por las novelas clasicistas (Roman de Thebes), por la cortesía trovadoresca y por la materia de bretaña.
  3. Wace, vierte, en 1155, a versos pareados franceses, la obra de Monmouth con el título Roman de Brut, aunque introduce por su cuenta la Mesa Redonda, el Bosque de Brocelandia (morada de Merlín) y el ambiente cortés. De gran influencia posterior.
  4. María de Francia, hacia mediados del XII, escribe los Lais, colección de doce relatos breves, en octosílabos pareados, de gran éxito, con temas amorosos ambientados en Bretaña.
  5. Robert de Boron es el que da una dimensión cristiana al mito del Grial en su poema José de Arimatea, a finales del siglo XII. También se conserva de él, un Merlín, donde concede a éste un papel importante como profeta de la aventura del Grial.
  6. Wolfram von Eschenbach, trovador alemán (Minnesänger), que hacia 1205 escribió su Parzival, dotándole de una dimensión esotérico-mística, que está en el origen de la ópera de Wagner.
  7. El anónimo Lanzarote, recopilación en prosa de unas 2000 páginas, realizada entre 1215 y 1235. Agrupa en un solo ciclo los distintos episodios que habían ido apareciendo con anterioridad, especialmente, el amor de Lanzarote y Ginebra, Perceval y el Grial y la Muerte del rey Arturo. La recopilación está animada a la vez por el ideal cortés y por el ideal religioso.
  8. Thomas Malory, autor y compilador de La Muerte de Arturo, una reelaboración de los textos franceses e ingleses anteriores, publicado en 1485 y el que más ha influido en la posterior visión romántica de estas leyendas, incluido el cine.
Nota al pie. Los expertos del Consejo de Derechos Humanos de la ONU presentan un informe sobre Darfur y dicen lo que todo el mundo sabe, que el gobierno sudanés no protege a la población de las atrocidades sino que las promueve. Qué ha hecho la ONU durante todos estos años por evitar las violaciones, los incendios de cosechas y viviendas, los saqueos, las torturas. ¿Ha impedido la ONU el asesinato de un cuarto de millón de personas o la huida de sus hogares, desde 2003, de dos millones y medio de personas? ¡Los expertos de la ONU!

lunes, 26 de febrero de 2007

El Parsifal de Wagner

El ciclo sobre literatura artúrica comenzaba con el primer libro de Chrétien de Troyes dedicado al Grial, El Cuento del Grial, y acaba con la última ópera de Wagner, que es la apoteosis del Grial. Cualquier adolescente puede comprender la sencilla trama e infectarse de los altos ideales exhibidos en este Parsifal. En el castillo de Monsalvat, en la España septentrional, donde vive la cofradía de los piadosos caballeros templarios custodios del Grial, se ha producido un entuerto, uno de ellos ha robado la sagrada lanza, compañera del Grial, hiriendo de incurable herida a Amfortas hijo del guardián de la copa sagrada. Sólo un caballero puro y casto podrá solucionar el problema. Ese es Parsifal. La historia, tomada del Parzival de Wolfram von Eschenbach cambia algunas cosas, que el Grial ya no es una piedra, por ejemplo, sino la copa de la última cena, y sobre todo la orientación definitivamente religiosa y católica que ha tomado todo el asunto. Wagner definió su ópera como un "festival escénico sagrado" e incluso dejó ordenado que sólo se representase en Bayreuth en viernes santo. Parsifal, hijo simple y algo salvaje de Herzeleide, se presenta en el castillo con toda su ruda simpleza, defraudando las esperanzas de Gurnemanz que esperaba a quien pudiese restaurar el orden. Parsifal erra por el mundo, es tentado por jóvenes y bellas mujeres, pero sólo el beso de Kundry, después de su purificación, durante el viernes santo, lo despertará, conocerá su nombre y comenzará a saber qué se espera de él. Imbuido de compasión, Parsifal, se siente el nuevo redentor y él mismo pide ser investido rey. Gurnemanz por fin lo reconocerá como el esperado y lo ungirá rey del Grial, con lo que todo volverá a su sitio.
No se puede ver esta ópera sin situarla en el contexto posromántico alemán que ante las exigencias de claridad del racionalismo y los temores que trae la industrialización opta por sumirse en las brumas de los mitos medievales. No es osado preguntarse qué pasó algunas décadas después con aquella o aquellas generaciones que fueron educadas en esos ideales de pureza y simplicidad. Ya Nietzche se lo reprochó a Wagner ("Wagner cae de rodillas ante el Dios cristiano"), aunque el músico intentó abrigarse con ropajes budistas, a través de Schopenhauer, buscando una profundidad que no aparece por ningún lado. Es risible que dijese no gustar de la ópera italiana por su ligereza, lo alemán, evidentemente es más profundo. La ópera es larga para contar tan poca cosa, intentando quizá sumir al espectador en un ambiente de comunión mística, al que llega no por el convencimiento racional sino por la atmósfera musical propia del posromanticismo. Es incríble que Wagner alabe en una carta el desdén del rey racionalista, Federico el Grande, por el Parzival de Wolfram y al mismo tiempo achaque al maestro cantor su incomprensión por el simbolismo del Grial. Sólo Wagner, claro está, sabe lo que significa y está dispuesto a convertir su ópera en un acto de trascendencia mística.

Nota al pie. Los intelectuales de Ciutadans crean una plataforma de opinión. "L’Associació no es planteja objectius polítics sinó ser un punt de trobada entre ciutadans constitucionalistes de qualsevol ideologia. La ciutadania catalana i espanyola, conta, en aquest moment, amb dos tribunes, una d’opinió i una altra d’acció, per continuar desenvolupant l’esperit del primer i segon manifest".

jueves, 22 de febrero de 2007

El Parzival de Wolfram von Eschenbach

Como ya vimos en El cuento del Grial de Chrétien de Troyes, la historia de Perceval queda a medio terminar. Será Wolfram von Eschenbach quien con su Parzival la complete. Es lo que el profesor de Zurich, Alois Maria Haas, teólogo y erudito en mística alemana, en especial en el maestro Eckhart, viene a contarnos en una de las charlas dedicadas al ciclo artúrico. Wolfram, que vivió a caballo entre los siglos XII y XIII, pertenecía al grupo de maestros cantores, junto con Vogelweide y Heinrich Tannhäuser, y como tal será presentado en el Tannhäuser de Wagner. Parsifal sería el primer héroe en varios países, frente a otros más nacionales como los Nibelungos o Roland, lo que le hace trascender a una mítica transnacional. Lo debe a la necesidad de la época en que nació, ese comienzo del XIII, que el profesor define como de “indigencia transcendental”. Parsifal se presenta como el caballero que no sólo se protege a sí mismo, sino capaz de proteger a otros, y también como un modelo ético, por lo que sus pasiones son moderadas y las relaciones hombre mujer se ritualizan. En su Parzival, Wolfram sigue al personaje que Chrétien de Troyes había dejado a medias, acompañando al héroe hasta el final, dotándolo de sentido, como figura de destino. En Parzival se contraponen dos caballeros, Galván, el caballero laico que sale victorioso de todas sus aventuras, recomponiendo el orden en cada ocasión, y Parsifal, caballero simple y hasta necio, al principio, sumido en continuos conflictos personales que le hacen culpable, pero que a lo largo del relato irá tomando conciencia de su deber y de ese modo accederá a la posesión del Grial, una vez se haya formado como caballero cristiano.

Parsifal crece sobreprotegido por su madre en medio de un bosque, pero la abandona, y al hacerlo le ocasiona la muerte por dolor, para ser un caballero en la corte del Rey Arturo. Se encuentra con el caballero rojo al que mata para, robándole caballo y armadura, ser él mismo caballero. Gurnemanz le enseñará las reglas de la caballería y el comportamiento cortés. Convertido al modo artúrico en el caballero perfecto llega al castillo del rey pescador, Anfortas, el guardián del Grial, gravemente enfermo. Allí ve la lanza ensangrentada y el Grial, que según el relato no es una copa, sino una piedra de la que misteriosamente surgen alimentos y bebidas. Como no hace la pregunta adecuada, ¿en qué consistía la enfermedad de Anfortas?, como en Chrétien, a la mañana siguiente se encontrará en el castillo sólo y abandonado. Aparece entonces un curioso personaje, Cundrie, un ser deforme, tanto física como mentalmente, una bruja, que maldice a Parsifal por sus pecados y por no haber hecho la pregunta correcta. Parsifal se pierde durante cuatro años, solitario, en una búsqueda imposible del Grial y de la espiritualidad perdida. El libro sigue entonces las aventuras de Galván, el caballero que sí triunfa en sus acciones. Parsifal, por fin, en un viernes santo, se encontrará con un ermitaño que le introduce en la fe católica y le ayudará a obtener el perdón de sus pecados con sus enseñanzas, que completan las de su madre y las de Gurnemanz, dando así fin a su educación caballeresca. De ese modo se convertirá en el rey del Grial. Este Parsifal de Wolfram von Eschenbach es el que Wagner retomará unos cuantos siglos después para darle la popularidad definitiva.

Nota al pie. Un asunto que hay que seguir. Mohammad Yunus, el impulsor de los microcréditos en Bangladesh, entra en política. Hasta el nombre de su nuevo partido me gusta, Citizen's power.

miércoles, 14 de febrero de 2007

El mito del Rey Arturo

Carlos Alvar, profesor en Ginebra y antes en Bacelona explica le gestación, el crecimiento y la completitud de las leyendas artúricas. Las primeras referencias son del siglo VI, el siglo en que se sitúa la vida y hazañas de Arturo y sus caballeros de la mesa redonda. Gildas, en su De Excidio Britanniae, habla de la victoria que obtuvieron los bretones en el Mons Badonicus, aunque no cita a Arturo, sino a Ambrosio Aureliano. Nennio en la Historia Britonum (s.IX) dice que fue Arturo, dux bellorum, el que venció en el Mons Badonicus, además de en otras doce batallas, lo que le convierte de simple héroe local en nacional. En el siglo X, los Annales Cambriae hacen que Arturo lleve la cruz de Cristo, durante tres días y tres noches, antes de la batalla del Mons Badonicus, lo que le permite derrotar a los sajones. Arturo pasa a ser un héroe cristiano. También en los Anales se habla de la última batalla en la que Arturo participa, la de Camlan (Camelot), junto o contra Mordrant, el posterior Mordret, su hijo incestuoso. A comienzos del XII, Guillermo de Malmesbury escribe una Gesta rerum anglorum, donde afirma que Arturo protegido por la Virgen venció a 900 sajones en la ya conocida batalla del Mons Badonicus. En el siglo XII, siglo de reformas religiosas, la cruz es sustituida por la imagen de la Virgen María. Por fin, entre 1136 y 1139 Geoffrey de Monmouth será el primer escritor en dar coherencia a las leyendas artúricas en su famosa y de gran éxito Historia Regum Britanniae. Arturo ya es rey. El autor, que afirma estar escribiendo historia con su libro, recoge leyendas dispersas y con diferentes orígenes. El éxito es tal que las leyendas artúricas serán tomadas por ciertas por el propio Alfonso X cuando escriba su Grande e General Estoria, confusión entre realidad y ficción que hará enloquecer a más de un lector, como el propio Don Quijote.

El primero en mencionar el grial es Chrétien de Troyes, que escribe hacia 1160, pero ahora con conciencia de hacer literatura y no verdad histórica. En el Cuento del Grial, aparece, como ya vimos, Perceval, el grial y la lanza y el Rey Pescador. No será hasta finales del XII cuando definitivamente se cristianice la materia de Bretaña en el libro de Robert de Boron, José de Arimatea. El grial será ya el Santo Grial, un objeto litúrgico asociado a la institución de la Eucaristía en la última cena. El siglo XII, y el XIII, es un siglo de rearme moral, impulsado por las reformas benedictinas de Cluny y el Císter. Los caballeros no sólo han de combatir por sus intereses, sino que el suyo ha de ser un combate espiritual. En este tipo de novelas se pretende elevar su formación espiritual, serán caballeros de Cristo y obedientes a su rey. Así sólo podrán encontrar el Grial caballeros sin tacha, ascetas. No será el caso de Lanzarote del Lago, por su adulterio con la reina Ginebra. En la mesa redonda artúrica, a lo largo del tiempo, se sentarán entre 12 y 366 caballeros, por elección. La mesa es el símbolo de la sociedad caballeresca perfecta. En ella siempre habrá un asiento peligroso, el asiento vacío de Judas, que sólo podrá ocupar el caballero elegido, el más puro, el que ha de encontrar el Grial. El primero en intentarlo es Perceval, pero será definitivamente Galaz o Galaad el elegido, porque en el confluyen dos linajes, el de David, que le llega por su padre, Lanzarote, y el de los guardianes del grial, a través de la hija del Rey Pescador. Esto nos lo cuenta Lanzarote, gran recopilación en prosa realizada entre 1215 y 1235, algo así como la Vulgata artúrica en torno a las 2000 páginas. Este libro abandona el carácter episódico de los textos anteriores e integra en un solo ciclo a los diferentes héroes artúricos. En él se unen tres temas que hasta entonces eran independientes: el amor de Lanzarote y Ginebra, la búsqueda del Grial y la Muerte del rey Arturo. Un personaje aparte es Merlín, de curiosa genealogía, en la que intervienen el diablo y Dios, que se encarga de la infancia de Arturo y de la conversión de éste en rey cuando se apodera de la espada, excalibur, de la piedra de la que nadie la podía sacar, pero Merlín terminará por desaparecer porque era muy difícil de cristianizar.

jueves, 8 de febrero de 2007

Erec y Enide II

Retomando del clásico medieval el tema del amor que perdura a través del tiempo el Erec y Enide de Vázquez Montalbán es una reflexión sobre el amor en la época de la velocidad. En el juego de espejos que establece en su novela con la de Chrétien de Troyes, la pareja de jóvenes Pedro y Myriam, un médico y una enfermera que se enrolan en Médicos sin Frontera para sanar al mundo, equivale a la de los idealistas Erec y Enide, igualmente enrolados en el ideal de la caballería andante. El sabio romanista Julio Matasanz, que en el día de su homenaje con gran pompa en la isla galaicoportuguesa de San Simón teoriza sobre la novela de Chrétien, sería a su vez el avatar de Mabonagraín, caballero prisionero de un sortilegio, al que ha de liberar Erec venciéndolo. Ese es el juego que VM se trae con los especialistas medievales, a los que trata por igual, cita uno por uno y elogia, a lo largo de la novela, en el que supuestamente les da la razón en su idea, tan cara, de la “modernidad medieval” de esos héroes antiguos como modelos de acción. Pero no hay tal, VM da la vuelta a esas ideas tan literarias como falaces trayéndolas al tiempo de la velocidad.

El tema del amor a través del tiempo se despliega en tres historias cuyos sucesivos episodios se van alternando en la narración. La de Pedro y Myriam, narrada en tercera persona, la más fiel al relato original, transcurre en la selva mesoamericana. En ella, los episodios calcados del Erec y Enide sirven de marco tanto a la burla de esos jóvenes idealistas de las oenegés, que quieren salvar a quienes quizá no estén muy interesados en ser salvados, como también a la autoparodia del propio VM, cuando ironiza sobre el turismo revolucionario que él mismo practicó (Descacharrante su visita al comandante Marcos, con chorizos y butifarras por la selva lacandona).

Las otras dos historias son otros tantos monólogos interiores. El primero, el más brillante, es el del propio romanista Matasanz que cuenta el homenaje que le rinden las autoridades políticas y académicas, también con nombre propio, al final de su periplo universitario, en la literaria isla de San Simón (“Estaba yo en la ermita de San Simón / y me cercaron las olas que grandes son / ¡Yo esperando a mi amigo! ¿Vendrá?”). Matasanz prepara el discurso de recepción del premio Carlomagno sobre ese tema de si el amor puede perdurar entre personas casadas, tema que hace rodar la trama de la novela de Chrétien y alimenta los textos de los eruditos romanistas que de ella se ocupan, eludiendo la verdad aquél y metamorfoseándola éstos, como el profesor Charles Méla, cuando dicen que el amor y los héroes, y la fama del escritor, perduran en la eternidad gracias a la literatura. Pero VM, a través de Matasanz, no se engaña, y desnuda a su personaje, persiguiendo lo que fue, el seductor de 46 mujeres, ante su igual y erudita amante inglesa Myrna, a la que ya no puede satisfacer, porque aunque el deseo permanece, la potencia ya no. Esa es la tragedia del amor y del hombre, eludida en Chrètien y presente en la conciencia de derrota del hombre contemporáneo.

El tercer relato, algo confuso y no del todo funcional, es el monólogo de Madrona Mistral de Pamies, la esposa de la alta burguesía barcelonesa, que Matesanz se agenció para anclar su vida en la seguridad material. Es el relato del autoengaño que permite mantener la ilusión de que el amor perdura. Madrona se conforma con los esporádicos encuentros con su sabio marido. Decía Marie de Champagne, coetánea de Chrétien, que los amantes se lo dan todo (…) sin verse forzados por algún motivo de necesidad, mientras que los esposos están obligados, por deber, a sufrir recíprocamente el uno la voluntad del otro…Madrona, preparando la fiesta de navidad, se ve envuelta en una historia de violencia consentida y falso amor de una mujer de Ciutat Badía, casada con un empleado de un patrono putañero, a quien chantajea por dinero.

Los tres relatos confluyen en La Alegría de la Corte, chalet de la costa del Maresme, homónimo del jardín mágico del hechizado Mabonagraín, para celebrar la navidad con gran melancolía. Pedro y Myriam tornan de misión apaleados. Madrona, junto con el falsario amor de la chica de Ciutat Badia, ha descubierto por boca de su triste amante médico, la ruina que ha sido su vida y la muerte que le llega a plazo fijo. Y el sabio Matasanz, perdida la amante inglesa y su potencia, constata la futilidad de la Biblioteca de 20 000 volúmenes en la que ha vivido hechizado. No queda espacio para la ilusión, pues. Vivente mors obrepit, iuvenique dum quota sit quaeritur, hora fugit… Con ese epigrama renacentista se despide el romanista de su familia y de este mundo, A hurtadillas le llega la muerte a lo vivo, la vejez a lo joven; mientras preguntamos ¿qué hora es?, esa hora pasa. Se puede pues comprender que al sabio profesor Méla no lo acabase de cuadrar la revisión de los mitos medievales por parte de VM, con esa ilusión suya de que el amor, la vida, perdura en la literatura.

Erec y Enide, la primera novela de Chrétien de Troyes, inaugura el ciclo artúrico, la de VM es su última novela, un año antes de morir. Aquella es ingenuamente vitalista, ésta es dolorosamente melancólica. VM escribe una gran novela, pone en juego toda su sabiduría técnica y un entramado de referencias cultas al que sabe sacarle partido mejor que nadie. Eso hizo en la que, creo, es su mejor novela, El Estrangulador. ¡Lástima que no desarrollase más esa habilidad!, pero claro su literatura más popular le reportaba pingües dividendos.

Nota al pie. Coincide esta reseña con el hallazgo arqueológico de Mantua, ese abrazo de dos amantes que ha llegado hasta nosotros 5.000 años después. ¿Amor más allá del tiempo? Desgraciadamente, no parece que la pareja lo pueda corroborar.

miércoles, 7 de febrero de 2007

Erec y Enide I

Erec y Enide es el primer romance, escrito en verso, pareados octosílabos, de la materia de Bretaña, que cuenta la historia de una pareja felizmente casada que ha decidido retirarse de los esfuerzos de la caballería y vivir enamorados, pero que, cuando empiezan las habladurías entre los envidiosos caballeros de la corte del Rey Arturo, tachando a Erec de cobarde y poco atento con su mujer, se ven obligados a salir juntos a correr aventuras para salvar su amor y su honor. No es pues la historia del héroe solitario que deja a la amada en el castillo como en el resto de novelas artúricas, sino la de un matrimonio que pone a prueba su fidelidad. Así el tema principal sería el del amor que desafía el tiempo, contraejemplo de aquel amor desgraciado de Tristán e Iseo que sólo duraba tres años.

Prometía, pues, la conferencia del profesor Charles Melas, Erec y Enide: de Vázquez Montalbán a Chrétien de Troyes, un juego de espejos entre los dos Eric y Enide, el medieval de Chretien de Troyes y el posmoderno de Vázquez Montalbán, pero habló, fuese y no hubo nada. Un breve resumen de la novela contemporánea, una mención de los episodios que se repiten y de algunas equivalencias en los nombres bastó al erudito de Ginebra para despachar a nuestro compatriota y enredarse en un juego de resonancias fonéticas y semánticas lacanianas que dejó al público algo decepcionado. Aliteraciones, paralelismos, correspondencias numéricas servían de base para la interpretación de los personajes y temas principales que si en Chretien de Troyes aparecen como construcción de lo que comienza a ser la materia de Bretaña, en Vázquez Montalbán se van más bien deconstruyendo por utilizar un lenguaje poslacaniano. Pero ese paralelismo, desgraciadamente, se nos ha negado, bien porque el erudito en cuestiones medievales no estuviese puesto en la burla o parodia o juego metaliterario de la novela de Montalbán, bien porque no creyese en ellas. Y ha sido una lástima porque había realmente juego. Durante un instante pareció que aceptaba las cartas cuando se reconoció como personaje en la novela de Montalbán, como también a la propia Victoria Cirlot, organizadora del ciclo, pero fue mención sin mayor trascendencia.

La única aportación de la novela de Vázquez Montalbán que al romanista ginebrino parecía valerle es la idea del Erec y Enide de Chrétien como libro abierto a la reinterpretación a lo largo de los siglos. El lector que hace suyos los personajes medievales y los convierte en contemporáneos.
La hora fugit es el leitmotiv que conduce la trama novelesca. Pero si para el autor de la novela medieval el amor de los héroes puede con la muerte en su perduración literaria, no es así en la posmoderna, donde los personajes se hacen viejos y cansados y el tiempo derrota al amor que parecía perdurar. También es diferente el tratamiento de la pasión amorosa (en la recreance o la memoria de que hablaba el profesor), la vergüenza que acomete al protagonista cuando recuerda el momento álgido de su pasión amorosa, porque en la tradición medieval el exceso de deseo por la amada se transforma en lujuria y adulterio. En el gozo está inscrito el dolor o la alegría es una alegría maldita. En la novela de Montalbán, en cambio, esa recreance es conciencia de derrota al comprender que con la edad el deseo permanece, pero choca con la falta de potencia. Otrosí, el lacaniano que busca referentes de Erec (“una novela medieval no se lee nunca sola”), a través del El Romance de Tebas, en el Edipo o en El romans de Eneas o en el de Troya, y a través de ellos en la Eneida de Virgilio, pero en Montalbán Erec y Enide son modernos porque niega que tengan referentes ya sean célticos o clásicos y por ello justamente pueden ser héroes contemporáneos.

El profesor acaba diciendo que ya que en la vida el amor no perdura, porque se acaba la pasión o porque llega la muerte, en cambio a través de la literatura se puede tener un acceso privilegiado a la eternidad. La experiencia literaria sería pues una experiencia de la eternidad contra la que el tiempo nada puede, idea que quizá, con sentido común, Vázquez Montalbán no firmaría. Creo que, si pudiese volver atrás en el tiempo, estaría más cerca de aquello que decía Woody Allen , "I don't want to achieve immortality through my work. I want to achieve it by not dying."

Nota al pie. Hombres de voz dura. Uno que aboga razonadamente por seguir manteniendo el diálogo.

miércoles, 31 de enero de 2007

El Esoterismo del Grial

Otra vez sala llena y agotadas las localidades para una conferencia en que el profesor Franceso Zambon, de Trento, habla en italiano sobre El Esoterismo del Grial. Los best sellers recientes, como el Código da Vinci de Dan Brown, han popularizado entre el gran público una versión esotérica del Grial en el que predomina la idea de un saber secreto transmitido por un puñado de elegidos agrupados en sectas cuyo conocimiento transmite un poder sobre la vida y la salvación eterna. La realidad de la tradición literaria es algo diferente y en ella se mezclan la búsqueda espiritual del héroe y la del recipiente sagrado. El mito del Grial como cáliz sagrado nace en un autor medieval, Robert de Boron, o de Beron, de finales del siglo XII, que en un par de poemas Joseph d'Arimathe y Merlin lo asocia por vez primera a la simbología cristiana. De acuerdo con de Boron, José de Arimatea habría recogido en la copa de la última cena la sangre que Jesús de Nazaret derramó en la cruz. El propio Cristo resucitado visitaría a José de Arimatea en la cárcel en que le confinaron los judíos. A partir de de Boron se crearía una tradición en la que se inscriben corrientes filosóficas, literarias y esotéricas. Para éstas, José de Arimatea no sólo habría recogido la sangre de Cristo en el Grial, también un saber secreto transmitido por el propio Cristo, que no consta en los Evangelios, y dirigido a una serie de elegidos organizados en sociedades secretas, como los rosacruces, un saber que contiene el secreto de la vida eterna. Pero hay una corriente iniciática, más espiritual. Para ella el Grial se relaciona con una serie de símbolos que lo ponen en contacto con una sabiduría que recoge tradiciones antiguas en las que coinciden religiones y saberes gnósticos. Alcanzaría una gran repercusión en el Parsifal wagneriano y en los años 30 del siglo XX reviviría en la obra de autores marginales, entre la filosofía y el esoterismo, como Rene Guenon, Julius Evola, Henry Corbin o Mircea Eliade. Para estos autores el Grial entroncaría con un saber esotérico primordial, el grial sería el símbolo de la realización espiritual, una iniciación, un viaje espiritual, una realidad esotérica que el mundo moderno es incapaz de entender, como sí lo podía hacer el medieval.
La asociación de la simbología cristiana a las corrientes esotéricas que aparece en Robert de Boron tendría algunas fuentes anteriores, en los evangelios gnósticos, especialmente el de Nicodemo y el de Tomás, en algunos libros de la liturgia bizantina, en los que el cáliz, la patena y el corporal rememoran la piedra del sepulcro, el sudario o la mesa de la última cena, y en la patrística cristiana, casos de Clemente de Alejandría y Orígenes. Clemente distinguía entre un saber exotérico, al que tienen acceso los simples y que se da por escrito (los Evangelios) y un saber esotérico al que sólo tienen acceso los perfectos, que se transmite por vía oral por una cadena o cofradía de hombre a hombre, el de la tradición gnóstica. Ese saber viene de antiguo y los propios filósofos griegos lo conocían y lo enseñaban de forma oral. Esa tradición se vería interrumpida cuando en el Concilio Lateranense IV, en la condena de albigenses y cátaros, la Iglesia opta por definir los dogmas y afirmar, por ejemplo, que Cristo está realmente presente en la Eucaristía, en el pan y el vino, dejando así acotados esos símbolos para siempre.

miércoles, 24 de enero de 2007

El Cuento del Grial

Un erudito francés da una conferencia en su propio idioma en un gran salón. Mucha gente que estaba dispuesta a pagar su entrada ha de volverse a casa frustrada porque las localidades están agotadas. Pocos jóvenes, es verdad, muchas mujeres en la mediana edad. Qué concita tanto interés. El Greal i la recerca de la salvació. El sabio del Collége de France, Michel Zink, hace coincidir el inicio del mito del grial con la última novela, inacabada, de Chrétien de Troyes. Un joven, cuyos padre y hermanos han muerto como caballeros, contraviniendo los deseos de su madre, que morirá de pena, sale al camino con el impulso propio de la juventud. El mundo le ofrece aquello que él no busca, el abrazo de una mujer, la derrota del malvado caballero rojo, ser adiestrado en las armas, acceder al castillo donde el rey pescador guarda el grial y la lanza sangrante. Ante esta inesperada visión todos aguardan que haga la pregunta, "¿para qué sirve?", que liberaría al grial para su función útil. Su silencio -el héroe ha sido mal enseñado por su madre- le ocasionará perder todo lo que sin querer había obtenido. En su búsqueda, mediada la novela, encuentra su propio nombre, Perceval, pero pierde todo lo que se le ha dado sin esperar. Su voluntad convertida en preguntas egoístas, pero inútiles, había pasado por alto la incomprensión de la muchacha que acababa de abrazar, la mirada triste del rey pescador, la melancolía del rey Arturo que había de armarle caballero. Abatido, encuentra a quién por fin le indica que la cosa no consiste en preguntar sino en hacer las preguntas adecuadas. Perceval hace penitencia, vive como ermitaño.

La segunda parte de la búsqueda del joven Perceval consistirá en recuperar con dolor aquello que ha perdido, pero esa no es fácil cuestión. El cáliz aparece y desaparece, no se entrega a quien lo busca sino a quien es digno de él. Todo queda en el aire, porque al novelista le alcanzó la muerte sin llegar a su fin. El fin de la búsqueda del Grial parece que es no tener fin.

El sabio francés remarca que la novela es medieval y sólo medieval, pero supone que su atento auditorio está aquí para algo más que para saber lo que ya sabía. Así que viene al siglo veinte para buscar un sentido a todo aquello. Parece desdeñar la interpretación antropológica de Levi-Strauss, Perceval como un Edipo invertido, en este relato de formación del héroe. La novela ofrecería una respuesta sin pregunta –el silencio de Perceval-, frente a la pregunta sin respuesta –el enigma de Edipo. Perceval reprimido hasta la castidad, como contrafigura de Edipo que abusa de la sexualidad llegando al incesto. No, el erudito prefiere buscar un sentido más accesible en una filósofa judía que quería ser cristina sin tampoco alcanzar su fin. Simone Weil, que murió de hambre porque decidió correr la misma suerte que los judíos en los campos, comiendo cada día su misma ración. El mensaje contenido en la búsqueda del Grial no sería pues la pureza de ese objeto, sea una patena latina o un vaso litúrgico bizantino, contenga una hostia o la sangre de Cristo, recogida por José de Arimatea. Es el mensaje de caridad que aparece en el prólogo del libro de Chrétien de Troyes y en la filosofía de la atención. La pregunta adecuada, al encontrar a otros en el camino, no es la que a mí me interesa sino la que al otro le pude interesar. ¿Qué te atormenta?, es lo que Perceval debía de haber preguntado a la dama sorprendida, al melancólico Arturo o al triste rey Pescador. La búsqueda del Grial es la búsqueda de uno mismo, un viaje al interior, la conversión de la voluntad en atención a los demás. ¿Acaso no era ese el sentido que buscaban los oyentes del erudito francés?