viernes, 7 de noviembre de 2014

Camino 32


   De Olveiroa a Fisterra. El sol entra limpio por el este de la bahía de Corcubión. Apenas unos jirones blancos en el horizonte. Seguimos las flechas amarillas durante unos kms de costa hasta enfilar de nuevo hacia arriba. En Galicia apenas hay tramos rectos y llanos, se sube y se baja continuamente. Cinco kms más y alborea el faro de Fisterra. La larga playa de Fisterra, junto a San Roque, se abre entre pinos y bajo matorral. Descendemos por una senda retorcida con el rostro iluminado. Saludamos a todo el que encontramos en la playa y le contamos nuestra peripecia, el agua, el sol de este día, los kms. Algunos se paran a hablar con nosotros, más interesados en saber de dónde procedemos que en nuestras recientes penurias. En el primer bar nos tomamos una cerveza portuguesa muy rica, una Super Bock. En el concello nos dicen que ellos no tramitan el certificado, que hemos de esperar a que abra el albergue. Comenzamos la ascención de los últimos tres kilómetros y medio, estos sí los definitivos. Con ímpetu desafotrado, toma Carlos la delantera, imponiendo un ritmo infernal, como si estuviese a punto de perder el alma. Este hombre compite hasta durmiendo. Cada uno subimos al ritmo que podemos, algo avergonzados por haber hecho la última artera trampa. Llovió tanto ayer, tanto tanto, tan empapados de arriba abajo que en la charla de la tarde en el albergue, junto al fuego, sólo había derrota y ganas de acabar cuanto antes. Hasta José, el leonés curtido que hemos conocido en el camino hacia Fisterra, subrayaba sus comentarios con un "Antes la salud". Se nos abrió una ventana cuando la hospitalera nos informó que quizá, al día siguiente, por hoy, habría un bus a las siete y media de la mañana, un bus que lleva a estudiantes a Cee y sólo los días de diario. Nos agarramos todos a ese clavo y decidimos saltarnos ese tramo de etapa, la única concesión que nos habíamos permitido. Estuvimos esperando tres cuartos de hora, crecientemente angustiados por si la información de la hostelera no había sido buena. Nadie soportaría otro chaparrón. Pero fueron llegando algunos estudiantes y una pareja de coreanos. El día, sin embargo, aparece deslumbrante y el paisaje primero en bus hasta Cee y luego por la costa de Corcubión, a pie, y por el bosque ondulante hasta Fisterra, con la humedad que asciende del suelo y las nubes que se abren a una claridad cegadora para hacer los últimos kilómetros del viaje. En la punta de Fisterra exultamos de júbilo. Grita Carlos y grito yo. Quemamos algunas prendas para cumplir con el ritual, ofrecemos el rostro a la caricia del sol, perdemos la vista en el insondable océano, nos fotografiamos jubilosos. Toda ha terminado. Lo celebramos con una mariscada en El Percebe.

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