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martes, 13 de agosto de 2019

Patera

Ada Pérez García. La busca de Averroes (II)


¿Se ha vuelto peligroso lo social? Pongamos que soy un artista o así lo afirmo poniendo mi nombre debajo de una composición, no soy muy conocido, aunque el tema que voy a tratar lo es, está en primera plana de todas las pantallas, tampoco soy original ni lo pretendo: pongamos que cojo el cuadro más famoso del siglo XX, el grito, no el grito de Munch, tan individual, tan metafísico, no, sino el de un pintor comprometido con lo social, su solo nombre es un manifiesto y su cuadro un griterío que ha recorrido todas las etapas cruentas de la historia del siglo XX, en cada una hay ‘una perturbadora actualización’ de ese cuadro, se me ocurre poner ese griterío sobre una patera, desbordando una patera, una patera atestada, con algunas de sus figuras en el mar, ahogándose en él, son bidimensionales, pero los brazos abiertos y el grito en el rostro son eficaces, pongamos que al fondo, sobre la línea del horizonte, dibujo un crucero, no hace falta que se vea a los cruceristas asomados a las barandillas, santiguándose o con la mano en la boca, ni se me ocurre ponerlos en el trampolín de la piscina, qué vulgaridad, la simple silueta del crucero bastará, no es muy original la composición, se ha visto muchas veces como digo, pero no me negarás que tiene su fuerza, es algo tosca, pero todo el mundo lo reconoce, el famoso cuadro, la imagen del crucero, a quien representan las figuras del cuadro, una larga tradición en la pintura, incardinada en lo social desde Géricault, y en el fotoperiodismo, recorrerá las redes sociales, un éxito instantáneo, removerá conciencias, sentimientos, la cuestión es, ¿lo puedo hacer?, ¿lo debo hacer?, sirve a una buena causa, pero ¿sirve a la causa?, dejará a la gente satisfecha, el buen sentimiento del día, ¿pero cómo contribuyo a resolver el problema al que aludo, no lo estaré agravando al poner cantidades ilimitadas de sentimiento sobre la mesa, todas esas lágrimas de cristal urgiendo a una respuesta rápida, no estaré contribuyendo a aumentar la cuenta de resultados de Richard Gere, a promover un tipo de publicidad gratuita y efectiva de los ricos y famosos sobre los cadáveres humeantes de los desvalidos, echando sobre el sombrero del pobre en la puerta de la iglesia unas monedas no retrasaré la resolución del problema general del que ese pobre es síntoma, pues echadas las monedas no me dedicaré a otra cosa más gratificante y me olvidaré de lo que ha hecho derramar esas lágrimas?, además qué clase de arte es ese que se funda en la complacencia, en la gratificación emocional de los dedos ágiles y caprichosos que se mueven en las redes, en vez de hurgar en la brecha de su incomodidad, de su hipocresía, de su cinismo, cuándo el arte ha sido complaciente, pero reconozco que soy un cobarde, no quiero ser un cenizo, no quiero resultar desagradable, y nadie me criticará porque nadie se atreve contra los buenos sentimientos, a ver quién se atreve a contradecir a lo social, al contrario seré felicitado y otros muchos seguirán mi ejemplo. No lo he compuesto hoy, pero es hoy cuando ha volado en las redes, trending topic, sé que el mirón creerá estar viviendo una sublime experiencia de indignación compasiva aunque en realidad es un espasmo tan virtuoso como kitsch, sé que no soy un artista, pero soy buena gente, ¿soy buena gente? Firmado: "Guernica 2015", versión europea, por Javcho Savov.

lunes, 12 de agosto de 2019

Insignificante



Ves a toda esa gente en uno de los amplios chaflanes del Paseo de Gracia con Aragón, la mayor parte casi quieta, de pie, como perdida o a la expectativa, como si esperasen que suceda algo, una promesa contenida en alguna guía de viajes, aunque saben ya antes de llegar aquí que nada va a suceder, sin embargo han venido, han mirado la fachada que han leído que tienen que mirar, se han hecho un selfie, algunos han entrado y salido del interior del edificio y ahora están ahí, como desorientados, con la mirada suspendida, pues nada fija su atención en el ancho paseo, en las anchas avenidas que se cruzan, en los edificios modernistas que un día se levantaron para poder mirar la vida que discurría bajo sus ventanas o para poder ser admirados, y menos llama su atención los cientos de personas que como ellos, solitarios o en compañía, aunque la impresión es de un desamparo individual que se agrupa en ese lugar de nadie que han señalado las guías turísticas. Ves a toda esa gente y te ves a ti mismo porque has hecho lo mismo, lo sigues haciendo, pues solo te ves reflejado en los otros, tu fealdad, tu descuido, tu desorientación, tu desamparo, sin belleza, sin carisma. Y te asustas. Qué es de toda esa gente, qué es de todos nosotros. Qué ocurre para que tantos, de todas las edades y géneros, de todos los países, casi todos vestidos igual, todos con un móvil en la mano, día tras día, semana tras semana, año tras año, desde ya hace unos cuantos vengan hasta este rincón y miren brevemente hacia arriba, hacia sus amplios ventanales, sus formas nervudas, irregulares, los colores de sus cristaleras y azulejos, sus columnas y parteluces, entre góticos y copias más o menos vagas de lo natural, sus balconcillos, qué clase de decepción han contraído para que queden ahí varados de ese modo sin que nadie venga a socorrerlos, abandonados a sí mismos, perdido el interés por la casa que venían a ver, incapaces de abrir los ojos a lo horizontal, a quienes tienen delante y hablar y compartir con ellos sus frustradas impresiones. En algún momento, no sé cuanto dura esa precariedad existencial tan evidente, habrán de salir de ese espacio en el que han quedado atrapados, en el que están experimentando la nada, para desparramarse paseo abajo o arriba o calles adyacentes, siguiendo el movimiento humano que camina o se detiene o queda estático en algunas zonas mostrando cada vez la misma precariedad. De vez en cuando aparece, sin embargo, una irregularidad, vestidos o colores estrafalarios, capirotes, narices rojas, pompones, pelucas o largas colas de plástico, esas despedidas de soltero que ya se encuentran en cualquier lugar que han hecho del ridículo su forma de obtener un poco de sentido, pero que de tan repetidas no logran ya captar una mínima atención, una mirada, una sonrisa, solo un gesto de hastío o repugnancia porque no soportamos el espejo que la realidad nos devuelve. 

Cuánto tiempo podremos soportar esta imagen degradada de nosotros mismos, en qué momento comprobaremos con horror que nos falta el aire, que no podemos dar un paso más, que los barcos están llenos, llenos los hoteles, llenos los enormes restaurantes que sirven para todos lo mismo pero cada cosa señalada con el mismo lenguaje vacuo de las guías de viaje que han sustituido la descripción exacta de las cosas por un chisporroteo verbal que oculta la insignificancia, quizá cuando se nos agoten las ciudades y los países que visitar o cuando escapando de las ciudades lleguemos a lugares pintorescos, senderos y caminos nombrados, cimas, barrancos, profundidades, puentes y descensos y veamos que hay que hacer interminables colas, que ya está todo ocupado, que no se puede dar un paso más. Es probable que aparezca entonces en nosotros una alergia a nosotros mismos, al ser humano, una fobia que será imposible curar o ahuyentar porque no hay lugar en el mundo donde escondernos, un lugar donde encontrar lo que nos falta la soledad a solas, el silencio, el recinto particular que nos contiene como individuos.

domingo, 11 de agosto de 2019

Mundo sin encanto



Y si el mundo está desencantado
no el mundo pues no está a tu alcance
sino la realidad del mundo
la parte que te atañe
las personas a las que emparejar tu destino
fútiles todas las cosas
el empeño vano
para qué un paisaje si has visto muchos
una novela si han perdido la chispa
el conocimiento de las cosas
si solo ya nimios detalles
el vino si desprecias lo esnob
la almeja si todas saben igual

quizá sea el húmedo calor anulando los cuerpos
quizá el coraje la rebeldía que falta
si alguna vez la hubo
cuerpos repetidos
no hay orador que los secuestre
que los encargue que los haga en serie
es pura su involuntaria entrega
sin desesperación
a nada
al mero discurrir sin significado
sin palabra todas viejas
no hay nada que mirar
ni un alfilerazo
ni un nombre
ni un qué

hombres arriba y abajo
en la plaza en las calles
una marea apretada de hombres
qué vale uno cualquiera
qué hacen aquí
miran lo mismo
hoy y hace una semana
la misma ropa
las mismas marcas en la piel
el mismo sinnombre
nada no vale nada