Y
personas. No hay Camino sin personas, aunque si es rodando el
encuentro se propicia menos que caminando. El hospitalero de Coimbra
es serio, hasta hosco, rígido y normativo, marcando las horas de
apertura y cierre, sus horas fijadas de atención al peregrino, pero
echadas a andar las palabras lo que la hosquedad escondía era
timidez, ganas de hablar y explicarse. Y así nos habló del camino
portugués, de su origen en la rainha Isabel, de finales del siglo
XIII, aragonesa, esposa del orondo rey Dionis que domina el Patio das
Escolas. Su cuidado de enfermos, ancianos y mendigos, la construcción
de hospitales, escuelas y refugios para huérfanos y numerosos
conventos como el de Santa Clara donde reposa la hicieron santa. Y al
enviudar peregrinó a Santiago, abriendo el Camino que estamos
recorriendo. Se le veía con ganas de agradar, de dar valor a su
trabajo. Nos enseñó la iglesia y el claustro, orgulloso de su
trabajo, de su Coimbra, de Portugal.
Lourenço
era otra cosa. Tiene un restaurante en Albergaria-a-Nova. Alguien te
lo tiene que indicar porque no hay nombre, ni grafía, ni símbolo
que indique a qué se dedica aquella casa vieja (a casa velha,
fue la indicación) que en su fachada ha acumulado polvo de siglos,
tan solo dos letreros señalando la dirección adelante de la
carretera (Oliveira y Porto) y la dirección hacia atrás (Agueda y
Coimbra). Las raciones son abundantes, aunque aceitosas y saladas,
cocina su madre, una señora de muchos años, pero el vino entra
bien, mejor sin gaseosa. Lourenço tiene muchas ganas de hablar, de
todo, del campo, de animales, especialmente de caza. Hace excursiones
a un coto de la Extremadura española. Y coge cariño a quien se
presta a darle conversación incitándole a que vuelva a pasar por su
restaurante sin nombre.
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Albergaria-a-Velha |
La
comida abundante necesitaba reposo, pero en la siesta no pude
descansar porque N me felicitó por mi santo, Santo Antonio,
portugués de Lisboa y de Padua, con quien mantengo una larga amistad
después de que en Padua, en su tumba, diera curso a un deseo que
entonces ansiaba. Me lo concedió, le estoy agradecido, aunque fue un
regalo a tiempo cumplido. Mientras N me felicitaba y manteníamos una
larga y excitada conversación, le pedí otro deseo, no sé qué hará
al respecto. N me gusta pero hay demasiadas barreras entre ella y yo.
Luego conocí a la hospitalera de Albergaria-a-Nova, con un
espléndido español de la Venezuela donde nació. De algún modo la
emoción que mi cuerpo mantenía tras la charla con N la trasmití a
la hospitalera. Notas cuando la química fluye, pero solo era eso,
conversación. Nos llevó en su coche hasta el centro del pueblo, un
pueblo sin nada, sólo la velha casa de Lourenço. Al albergue
es amplio, cómodo, con muchos espacios a disposición.
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A casa velha |
Antes,
la ruta entre Coimbra y Albergaria es un paseo agradable siguiendo el
curso de ríos, atravesando puentes hermosos, en el Aveiro, la región
central de Portugal, por pequeños pueblos, entre ellos Águeda, la
capital de los paraguas, hasta llegar a la nada, que suelen ser
lugares donde mejor se está, como Albergaria-a-Nova.