miércoles, 26 de junio de 2019

Debilidad



Arranco una florecilla de la hierba, se la doy, le cuesta encontrar el tallo. Se queda mirándola sin decir nada. Piensa o lo parece, habla, se mueve con lentitud, una lentitud extrema, enemiga del tiempo, como si hubiese llegado al final y nada importase. Luego arranco una margarita, para cogerla deja la otra con cuidado sobre su vestido. Le pregunto cómo se encuentra. Balbucea, como si las palabras no fuesen suyas y las tuviese que sacar a tirones de algún cajón. Más le cuesta enhebrarlas, hacer un rosario, formar una frase con sentido. Ni siquiera ayudando por mi parte las lleva a término. Se ha producido una desconexión entre su mente y sus labios o quizá en su mente solo haya confusión o nada.

Me ha costado levantarla de la butaca donde estaba sentada. Se tambaleaba. Ni siquiera el bastón que siempre usa le servía. He tenido que utilizar los dos brazos para conducirla, uno sobre su hombro derecho, el otro sobre su brazo izquierdo. Hemos bajado a la calle, a paso muy lento, con el doble apoyo ha ido caminando hasta un soto del pueblo, junto al antiguo lavadero que desagua un hilo muy fino de agua. He cubierto su cabeza con un pañuelo para protegerla del sol intenso. La he sentado bajo el airecillo de un desmayo, inclinada hacia adelante con el cuerpo torcido, como si el cuerpo ya no le sirviese y la mente estuviese en otro sitio, quizá en ninguna parte. Le he hablado de las flores que pintaban el césped, del calor del día, de si tenía algún dolor en la pierna derecha que arrastraba al caminar. Desfalleciente, nunca la había visto como hoy. Al volver la he llevado a la enfermera. La tensión algo baja, también el peso, el azúcar bien. El viernes pasado hicimos una larga caminata, hoy muy pequeña. La enfermera me ha explicado la evolución de casos semejantes, el agotamiento, la disminución.

La naturaleza hace su trabajo inmisericorde, sigue su curso. La humanidad es otra cosa. No puedo disociarme de lo que le ocurre. Cómo salir indemne.

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