Si
ruedas en bici es probable que tarde o temprano tengas alguna avería
mecánica. La tuvimos el año pasado en la Vía de la Plata y la
hemos tenido este en dos ocasiones. Más, si las bicis están
traqueteadas. La primera, la solucionamos en una de esas tiendas
taller modernas que parecen la versión bici de que aquellas tiendas
de Pronovias que ahora parece que se ven menos, o yo no veo quizá
porque no estoy en disposición de usarlas. La exhibición glamurosa
de las nuevas máquinas apenas justifican su precio. Fue en la bella
Tomar. Llegar a la segunda fue más complicado. Necesitamos preguntar
infructuosamente en varios pueblos, llegar a Rabaçal donde el
mecánico nos dijo que no entendía de la avería, y dar, por fin, en
Condeixa-a-Nova con un amable paisano que nos hizo seguir a su
Lambreta hasta otra Shop Bike menos glamurosa donde arreglaron
la bici de Rafa. En ambas el coste de la reparación estuvo a tono
con la deferencia hacia los usuarios del Camino. En el chiringuito de
al lado de la tienda taller tomamos unas sardinas, que tardaron en
llegar y que no estaban muy allá. Nos equivocamos no pidiendo el
pollo que asaban en una parrilla, allí mismo, en plena calle.
Coimbra,
otra bella ciudad portuguesa, a medio camino entre Lisboa y Oporto,
la de Rainha Isabel, que levantó el monasterio de Santa Clara, junto
al río, entre románico y manuelino, desde donde se divisa la ciudad
vieja, levantada sobre un cerro, con el río Mondego en medio, a la
que se asciende por un laberinto de callejuelas empedradas y
escaleras empinadas, que van descubriendo recovecos en plazuelas con
iglesias, bares y restaurantes animados por el estudiantado, sin el
que la ciudad nada sería. Coimbra, con una de las universidades más
viejas de Europa, una sorprendente catedral, Sé Velha, con paños
amurallados, románicos o renacentistas, y, en lo más alto de la
ciudad, el hermoso Patio das Escolas, el enclave donde se ubican los
edificios de la universidad, entre ellos la biblioteca joanina,
orgullo de los portugueses, con un mirador excepcional y, ya bajando,
el jardín botánico. En una sola tarde es imposible ver todas sus
bellezas.
Nos
alojamos en el monasterio nuevo de Santa Clara, siglo XVIII, al que
las clarisas ascendieron cuando el viejo convento se les anegó, un
bonito lugar, con gran claustro e iglesia dedicada a la Rainha Isabel
Santa. Un poco más arriba, un restaurante nos ofrece un rico Bife
da Vazia na brasa con un mejor vino de la tierra que me costó
digerir a lo largo de la noche.
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