lunes, 10 de junio de 2019

De Lisboa a Santiago. Golega



Amanece. El sol, filtrándose entre las horizontales y verticales de la ciudad, tiñe de naranja y oro el armazón metálico de la Estación de Oriente. He desembalado la bici tras un largo duermevela desde Madrid. El bus ha llegado con casi dos horas de anticipo. Me toca esperar, sorteando el fresco de la mañana lisboeta. Acortamos la salida en un tren suburbano para evitar el tránsito intenso que suponemos.

En Alverca, en un barecito junto a la estación, donde me encuentro con mis compañeros de partida, el hombre que me atiende bromea con la fallida temporada del Madrid sin el Rey. La pantalla repite las jugadas y los goles de la noche anterior. Los portugueses están eufóricos tras la conquista de la primera Copa de Naciones o algo así. Además, nos enteramos, es día festivo.

Azambuja
La primera etapa es muy agradable, por vías verdes, bordeando el estuario y el Tejo. Larga, kilométrica, pero sin desniveles apreciables. Callejeamos por Azambuja. Comemos en la terraza de una tasca, en Santarem, un plato del día: ensalada, filetes de lomo, huevos fritos y muchas patatas. El vino aceptable, mejor, en general que el que ponen en los baruchos españoles.


La gente, como la que podría encontrarse en una tasca de carretera de la Mancha o Extremadura. La mujer que nos atiende, diligente, amable, campechana, agobiada por el trabajo. Ella habla en portugués, nosotros en nuestro idioma.

Nos hacemos unas fotos con Saramago, en Azinhaga, Escogemos un pueblo al azar para descansar. Golega. El Albergue de la Casa da Tia Guida es amplio confortable. Una habitación grande para los tres. Las habitaciones rodean un gran patio con césped, flores y frutales. Alrededor de un naranjo la fruta está derramada por el suelo. Hay otros peregrinos, charlamos brevemente con ellos, antes de ir a comprar algo al súper.

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