Qué
etapa bonita hasta el polígono de O Porriño, el más de Galicia.
Luego tuvimos que coger tramos de asfalto para ayudar a Rafa a que
llegase a meta sano y salvo. Rafa viene de una importante lesión
multifractura y se debe proteger, además su rodilla anda un poco
fastidiada.
Pasar
por Valença, admirar su fortaleza, contemplar el Miño desde su
fuerte, la Serra do Galiñeiro, tomarse un café con uno de los
pastelillos típicos de la ciudad, en uno de sus rincones, cuando el
día no ha comenzado aún es un lujo quizá solo al alcance de los
peregrinos en bicicleta.
La
primera parte de la etapa, Valença, el puente sobre el Miño, la
bella Iglesia de San Bartolomé de Rebordáns en Tuy, construida
sobre una necrópolis romana, rodar por la vía romana que iba de
Braga a Lugo, cruzar por pequeños puentes bajo el dosel de bosques
umbríos. Eso sí, sorteando a la peregrinación, una procesión de
peregrinos como no habíamos visto hasta entonces. Luego el recorrido
hasta Pontevedra sobre asfalto fue menos amable, salvo la parada en
Puente Sampayo, junto a la ría de Vigo, allí donde desemboca el río
Piñeiro. Cayó un plato de pulpo, tan rico que repetimos una y otra
vez más, y sus correspondientes botellas de Ribeiro.
Y
Pontevedra, con los albergues llenos. Cogimos uno privado, junto a la
catedral, moderno, limpio, lleno, las bicicletas junto a la cama. Y algunas intimidades que no deberíamos ver, cuando los peregrinos se relajan demasiado. Callejeando por la ciudad siempre se descubre algo, como estos Adán
y Eva tan graciosos, del siglo XVIII, en la base de un crucero, en la
Praza das Cinco Rúas, con una enorme serpiente vigilándolos en un
costado, muy cerca de la casa de Valle Inclán.
O La iglesia de la
Virgen Peregrina, entre barroca y neoclásica, dedicada a la virgen
que guiaba o guía a los peregrinos del camino portugués, con una
curiosa planta en forma de vieira, de verdad imponente en medio de la
gran plaza que la circunda.
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