Bonito
etapa entre ríos, puentes e iglesias románicas, en
muchos lugares con la impresión de que la época en que se
construyeron todavía estaba
ahí, con una pereza secular por
abandonar el siglo y entrar en nuestros días. Sorprenden y
gratifican por igual el paisaje primaveral, el verde junto a las
riveras del río Ave, los puentes de hechura medieval con trazas
romanas, las calzadas empedradas que atraviesan los municipios,
bastante molestas para el ciclista cuando se prolongan durante
kilómetros y kilómetros, y las iglesias que nos van saliendo al
paso. También las celebraciones con pasacalles en fiestas en Sao
Pedro de Rates o la feria medieval de Barcelos. Un día alegre,
pimpante.
La
iglesia románica de Sao Pedro de Rates fue un sorpresón. Construida
entre el IX y el XIII, con elementos protorrománicos y románicos,
mantiene su pureza de formas. El enclave la magnifica.
Algo
parecido puede decirse de la iglesia de Barcelos, así como del
entorno sobre el que se asienta, sobre el río Cavado. Barcelos
comparte con Santo Domingo de la Calzada una leyenda con gallo. Es
una ciudad turística y agradable para pasear por sus calles y plazas
medievales y barrocas. La geste se desperazaba cuando llegábamos,
abrían los bares, los feriantes medievales preparaban sus
cachivaches, la gente remoloneaba en la plaza y alrededores con los
pasos apacibles y despreocupados de los días festivos. Tomamos un
café en una terraza cubierta con bonitas pérgolas, bromeamos con la
mujer que nos atendía.
Como
bella es la Igreja de São Martinho de Balugães, aislada del
entorno, señora del lugar en que muestra su encanto.
Menos
agradable fue el plato del día en Casa Viana que se anunciaba desde
kilómetros, con el dueño amable y dicharachero, todo bromas y
sonrisas y que luego a la hora de presentar la cuenta desapareció
para que un empleado nos diese la gran clavada. En todo viaje
encuentras las personas más ambles del mundo, también el
aprovechado que te pilla fuera de casa y que como sabe que no lo
volverás a ver te estafa. Comíamos y bebíamos cuando una tropa de
dulzaineros y tamborileros salía del comedor principal y tocaba su
charanga a las puertas del local. Por doquier había fiesta.
Si
hay un pueblo bonito, y vimos unos cuantos en la etapa, es Ponte de
Lima. No pensaron mucho al buscar un nombre para este paraje, la
villa del puente sobre el río Lima. El río como casi todos los que
hemos ido atravesando es ancho y caudaloso, las riveras frescas y
verdes, en este caso con un concurrido paseo a lo largo de la rivera.
Tampoco pudimos pernoctar al amparo de este hermoso lugar. Como
llevábamos bicis debíamos esperar desde las tres a las seis para
coger plaza en el albergue, así que decidimos alargar la etapa 20
kilómetros más, hasta Rubiaes.
Rubiaes,
otro de los lugares sin historia pero donde nos atendió una amable
alberguera que nos lavó la ropa sin nada a cambio. Ahí tuve un
desagradable incidente con un francés con bici. Creí que uno de mis
dos culotes se había extraviado en la lavada. La alberguera me dijo
que quizá el francés lo había tomado por error. El francés me
enseñó su mochila y allí estaba exacto, igualito que el mío.
Hablamos, porfiamos, pero él tenía razón. El mío apareció al
amanecer envuelto entre las sábanas. Una furgo nos cogía al
tardecer para ir a cenar al pueblo, a dos kilómetros. Un restaurante
grandes, bonito, barato, lleno de santiagueros.
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