sábado, 15 de junio de 2019

Barcelos, Ponte da Lima



Bonito etapa entre ríos, puentes e iglesias románicas, en muchos lugares con la impresión de que la época en que se construyeron todavía estaba ahí, con una pereza secular por abandonar el siglo y entrar en nuestros días. Sorprenden y gratifican por igual el paisaje primaveral, el verde junto a las riveras del río Ave, los puentes de hechura medieval con trazas romanas, las calzadas empedradas que atraviesan los municipios, bastante molestas para el ciclista cuando se prolongan durante kilómetros y kilómetros, y las iglesias que nos van saliendo al paso. También las celebraciones con pasacalles en fiestas en Sao Pedro de Rates o la feria medieval de Barcelos. Un día alegre, pimpante.


La iglesia románica de Sao Pedro de Rates fue un sorpresón. Construida entre el IX y el XIII, con elementos protorrománicos y románicos, mantiene su pureza de formas. El enclave la magnifica.


Algo parecido puede decirse de la iglesia de Barcelos, así como del entorno sobre el que se asienta, sobre el río Cavado. Barcelos comparte con Santo Domingo de la Calzada una leyenda con gallo. Es una ciudad turística y agradable para pasear por sus calles y plazas medievales y barrocas. La geste se desperazaba cuando llegábamos, abrían los bares, los feriantes medievales preparaban sus cachivaches, la gente remoloneaba en la plaza y alrededores con los pasos apacibles y despreocupados de los días festivos. Tomamos un café en una terraza cubierta con bonitas pérgolas, bromeamos con la mujer que nos atendía.


Como bella es la Igreja de São Martinho de Balugães, aislada del entorno, señora del lugar en que muestra su encanto.


Menos agradable fue el plato del día en Casa Viana que se anunciaba desde kilómetros, con el dueño amable y dicharachero, todo bromas y sonrisas y que luego a la hora de presentar la cuenta desapareció para que un empleado nos diese la gran clavada. En todo viaje encuentras las personas más ambles del mundo, también el aprovechado que te pilla fuera de casa y que como sabe que no lo volverás a ver te estafa. Comíamos y bebíamos cuando una tropa de dulzaineros y tamborileros salía del comedor principal y tocaba su charanga a las puertas del local. Por doquier había fiesta.


Si hay un pueblo bonito, y vimos unos cuantos en la etapa, es Ponte de Lima. No pensaron mucho al buscar un nombre para este paraje, la villa del puente sobre el río Lima. El río como casi todos los que hemos ido atravesando es ancho y caudaloso, las riveras frescas y verdes, en este caso con un concurrido paseo a lo largo de la rivera. Tampoco pudimos pernoctar al amparo de este hermoso lugar. Como llevábamos bicis debíamos esperar desde las tres a las seis para coger plaza en el albergue, así que decidimos alargar la etapa 20 kilómetros más, hasta Rubiaes.

Rubiaes, otro de los lugares sin historia pero donde nos atendió una amable alberguera que nos lavó la ropa sin nada a cambio. Ahí tuve un desagradable incidente con un francés con bici. Creí que uno de mis dos culotes se había extraviado en la lavada. La alberguera me dijo que quizá el francés lo había tomado por error. El francés me enseñó su mochila y allí estaba exacto, igualito que el mío. Hablamos, porfiamos, pero él tenía razón. El mío apareció al amanecer envuelto entre las sábanas. Una furgo nos cogía al tardecer para ir a cenar al pueblo, a dos kilómetros. Un restaurante grandes, bonito, barato, lleno de santiagueros.



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