Sobran
unas pocas horas para que las determinaciones dirijan o gobiernen la
mente, la peor, la pasión política. El Camino es una forma de
desintoxicación. La mejor que yo conozco. Mientras dura, como en la
vida vivida, no tengo necesidad de escribir. Camino o ruedo,
atravieso el paisaje, me detengo en lo que llame mi atención. Hablo,
converso, demando, concedo. El mundo se abre como un abanico, me
ofrece sus posibilidades. Escojo. Hay unas pocas horas después de
acabado, con la mente cansada pero todavía limpia, con el recuerdo
no adormecido del todo, cuando aun es posible retener, sopesar,
reflexionar. Si ese momento pasa, es fácil caer en la
interpretación, la mitificación, la leyenda, el autoengaño.
Al
fin, no importa tanto el recorrido, la ciudad, los albergues, los
caminos, es el propio recorrido lo que importa, ponerse en marcha,
caminar, rodar, hacer que el paisaje se despliegue como una alfombra,
que se vaya abriendo con sus particularidades, sus interferencias,
ríos y puentes, poblaciones y despoblados, pisos de tierra,
empedrados o asfalto, llanos, cuestas o descensos, paisanos o
caminantes.
Hacer
el camino es acceder a la libertad interior.
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