martes, 11 de junio de 2019

De paso por Tomar



La primera cosa que el camino exige es sobreponerte al dolor. En cualquier momento puede empezar, casi siempre en los primeros días. Ampollas, tirones musculares, viejas lesiones que reaparecen. En la bici, el dolor suele venir de las caídas. Es inevitable que si vas en bici alguna vez te caigas y no siempre tienes tiempo para enrollarte sobre tu cuerpo como un bicho con caparazón para minimizar el golpe. Mis dos compañeros de aventura se cayeron más de una vez, Ani con aparatosas heridas tras una caída en una bajada en curva con rodaduras que no se veían. Yo no me caí, pero al comenzar la segunda jornada tenía el trasero hecho ascuas. Lleno de granitos fruto de una alergia. Por más que los traté no han desaparecido a lo largo del viaje. Tuve que adaptarme.

Convento de Cristo

Por el camino pasamos por la villa (Sao Gaetano) donde Felipe II dormía cuando acudió a las cortes de Tomar para hacerse cargo del reino de Portugal. Y por supuesto por la propia ciudad de Tomar con su imponente monasterio templario, el Convento de Cristo, sus callejuelas y sus hermosos puentes y jardines a los largo del río Nabao. A lo largo del camino portugués atravesaremos pequeñas ciudades, casi siempre son río, con hermosos puentes y sorprendentes iglesias románicas.

Tomar

A la altura de Casais, comimos en un barucho de carretera, atendido por un hombre que debería estar jubilado. No había más clientes que nosotros. Tras mucho esperar, lomos de pollo, huevo y muchas patatas fritas y un vino infecto.

Paramos en el Albergue Pinheiros, en Albergaria a Nova, en el Aveiro, nombre de la villa que indica la larga tradición de estas tierras por acoger a los peregrinos desde que la rainha Isabel iniciase el camino portugués. Pero así como Albergaria-a-Velha tiene historia, al menos desde que en 1117 la rainha Isabel se preocupase por los peregrinos, la nueva es una extensión en la que hay poco a destacar como no sea los frutales, albaricoques (en un árbol del camino nos dimos una panzada) o ciruelas. El hospitalero es muy peculiar. Sólo lo vimos al llegar. Se tomó su tiempo para estampar en la credencial tres sellos muy trabajados, uno en tela, otro en lacre y un tercero en papel plata que ocuparon casi la mitad del documento. En un restaurante, justo al lado, cenamos una sopa de verduras, riquísima, el primer plato que te ofrecen todos los restaurantes y pollo asado, que se puede decir es el plato más común en el día a día de los portugueses. Y a muy buen precio.

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