La última novela de Eduardo Mendoza, Riña de gatos, Madrid 1936, responde a las expectativas que suele levantar el autor. Entretiene. Mendoza aseguró una vez que no volvería a escribir novelas de butaca de salón, pero desde que lo hizo no ha parado de escribirlas y editarlas. Salvando sus dos grandes novelas, La verdad sobre el caso Savolta y La ciudad de los prodigios, el autor se ha inclinado por la comedia ligera, la intriga y el vodevil, con personajes genéricos de trazo fácil entre el esperpento y la excentricidad y tramas a las que les cuadra lo de novelescas. Tiene derecho a hacer lo que hace, claro está, si ello le da para vivir, aunque sus lectores siempre esperamos algo más.
Aquí, unos cuantos personajes salidos de la imaginación del autor topan con personajes históricos que se mueven en el agitado 1936, pocos meses antes de que comience la guerra civil. El protagonista, Anthony Withelands, es un especialista inglés en Velázquez, en el que uno cree ver alguno de los rasgos del propio autor. Atraído a Madrid para que de fe de la autenticidad de un cuadro del pintor sevillano, se ve sumergido en una trama de intereses cruzados en la que participan políticos -desde el fundador de la Falange, José Antonio hasta el jefe del gobierno, Manuel Azaña-, aristócratas, militares -Mola, Queipo de Llano o el propio Franco-, diplomáticos, espías o gente del arroyo. Todos ellos quieren algo del protagonista: amor, sexo, amistad, favores, servicios a la patria o su propia vida.
La intriga a medida que pasan las páginas se acelera con ritmo frenético, tanto que el lector puede llegar a preguntarse si el autor domina la trama, si se ha visto obligado a acabar la novela antes de tiempo -para presentarla al Planeta, por ejemplo-, o ha acabado por aburrirse con lo que tenía entre manos y la ha finiquitado sin cerrar todos los hilos. No es que el lector se aburra en ningún momento, el autor es zorro viejo y domina todos los recursos del oficio, pero quizá podría haber hecho algo más. Los primeros capítulos prometen mucho: me gusta la presentación de los personajes, el dominio del oficio del protagonista -son muy interesantes los comentarios que hace sobre distintas obras de Velázquez o de Tiziano-, el contexto en que sitúa la trama, pero a medida que va avanzando se va diluyendo la tensión, la definición de las escenas y las expectativas levantadas se vienen un poco abajo. Pero, en fin, se pasa un buen rato.
jueves, 30 de diciembre de 2010
miércoles, 22 de diciembre de 2010
En Arezzo, un discípulo de Piero
En un taller de Arezzo, a finales del Quattrocento, un pintor malvive de los pocos encargos que le hacen curas de parroquia, priores y comerciantes. Se afana por dar satisfacción a la vanidad de esos hombres aplicando la maestría que conoció en el taller de Piero della Francesca, dulcificando sus rostros ásperos o gastados o viejos, sin que su mano sea capaz de convocar la indulgencia de su maestro. En un invierno especialmente duro, cuando casi todo faltaba en su cocina para entretener el hambre de sus tres hijos, de su mujer y del aprendiz a quien poco puede enseñar, es decir, aparte de cómo amasar yeso y desleír la cal y mezclar colores y la teoría florentina acerca de la proporción y las artimañas del oficio, no le había enseñado aquello que sólo uno puede ver sin que medie palabra y nadie se lo enseñe, aquello que luego lleva a la pared o la tabla, pues él, Lorentino, el pintor de Arezzo, no podía hacer de su aprendiz un maestro, fue en una tarde de frío viento, como digo, cuando llegó a su taller un campesino y le hizo un encargo, que le pintase un San Martín, pues el santo que había partido su capa para entregarle la mitad a un pobre aterido de frío, había salvado a su madre de una larga enfermedad. Pero el campesino no tenía con que pagar, como no fuese con el cerdo de diez libras que traía al cabo de una fuerte correa. Lorentino, al contrario de lo que hicieron los demás pintores de Arezzo, aceptó el trato y cuando el campesino se hundió en la fría y oscura noche de vuelta a la casa donde le esperaba una madre inquieta y agradecida, se apresuró a separar la sangre de la carne, a limpiar las tripas y a embutirlas después y a cocinar el cerdo para que al menos aquella noche sus tres hijos, su mujer y el aprendiz pudieran cenar a gusto.
Junto al aprendiz, al día siguiente, Lorentino emprendió un viaje al cercano Borgo donde residía el viejo maestro Piero. Lo encontró de mañana en una plaza, sentado en una piedra, absorbiendo el sol que caía sobre su rostro avejentado. Piero llevaba quince años sin pintar, tantos como sus ojos habían dejado de mirar árboles y piedras, nubes y rostros, los mismos que en otro tiempo le servían para a su través ver las ideas celestiales. Piero reconoció su voz, le estrechó contra su pecho, hablaron de los discípulos que salieron del taller, de su suerte desigual: uno trabajando para el papa Sixto, otro para Segismundo Pandolfo Malatesta, también de él, de Lorentino, que seguía en Arezzo en su propio taller.
Algunas noches después, Lorentino recibió la visita de San Martín; departieron, lo contempló. Lorentino pintó el San Martín y se lo entregó al campesino. Era la obra de un maestro. El campesino la colgó en una pared de su cocina donde la contempló su madre con agradecimiento pero con alguna decepción porque cómo podía el pintor haber visto al bueno de San Martín a quien ella había rogado que la liberase de la enfermedad. El cuadro siguió en la pared mientras vivieron sus huéspedes y después de que hubieran muerto y cuando las paredes de la casa se agrietaron; en algún momento fue vuelto del revés para tapar mejor una hendidura, de modo que la pintura se fue desvaneciendo hasta desaparecer por completo.
Esta historia la cuenta, junto a otras, Pierre Michon en un volumen que Anagrama edita bajo el título Señores y sirvientes. Reune tres libros que el autor escribió entre 1988 y 1996. En total cinco relatos de pintores, cada uno bajo una perspectiva diferente: el valor de las obras de arte, la imposibilidad de superar la maestría de los grandes pintores, el impredecible origen y destino de una obra maestra, el control del pintor de su posterioridad y el sueño de vivir una vida de príncipe.
En la primera, Vida de Joseph Roulin, un marchante que ha descubierto años después de la muerte de Van Gogh su valor en dólares sabe de la existencia en Marsella de un cartero que guarda un retrato que el pintor le hizo en sus años de Arlès y va a ofrecerle un puñado de dinero para que se lo venda. El cartero no se deja deslumbrar por el oro porque en su escala de valor hay dos cosas superiores, el afecto, aunque sea póstumo, y la fama a la que puede tocar por haber conocido al joven y loco pintor que se cortó una oreja.
En Dios no acaba Goya va desde Zaragoza a Madrid para convertirse en pintor de corte, como un Mengs o un Tiépolo. Se le da la oportunidad de hacer copias de Velázquez para los palacios que el rey tiene fuera de Madrid. Ante los Velázquez del palacio del Buen Retiro ve la imposibilidad de que alguien pueda superar a Velázquez, pero también la ocasión de pintar algo diferente.
En Quiero solazarme un Watteau que en sus últimos años ha gozado como un príncipe libertino, llegados sus días postreros, no quiere que las obras de esa etapa final enturbien su fama y pide al cura que le hace de confidente que las eche al fuego. Mientras arden, desde la butaca de un salón, las contempla y muere.
En Con este signo vencerás se cuenta historia con la que he abierto este comentario.
Y en El Rey del bosque, quizá la historia mejor escrita, un pastorcillo, Gian Domenico Desiderii, entre intrigado y burlón, contempla a un grupo de pintores vagabundear, observar y enmudecer con la mirada quieta ante los bosques de Tívoli, cerca de Roma. Ve sus papeles y carboncillos, los paisajes y castillos que esbozan, y también sus mañas de príncipes, hasta el día en que uno de ellos, Claudio de Lorena, le adopta como sirviente y le abre la oportunidad de vivir como viven los príncipes, esos a los que a visto a distancia entrar y salir de sus castillos o pasar con sus carruajes y gozar de mujeres limpias y perfumadas.
Junto al aprendiz, al día siguiente, Lorentino emprendió un viaje al cercano Borgo donde residía el viejo maestro Piero. Lo encontró de mañana en una plaza, sentado en una piedra, absorbiendo el sol que caía sobre su rostro avejentado. Piero llevaba quince años sin pintar, tantos como sus ojos habían dejado de mirar árboles y piedras, nubes y rostros, los mismos que en otro tiempo le servían para a su través ver las ideas celestiales. Piero reconoció su voz, le estrechó contra su pecho, hablaron de los discípulos que salieron del taller, de su suerte desigual: uno trabajando para el papa Sixto, otro para Segismundo Pandolfo Malatesta, también de él, de Lorentino, que seguía en Arezzo en su propio taller.
Algunas noches después, Lorentino recibió la visita de San Martín; departieron, lo contempló. Lorentino pintó el San Martín y se lo entregó al campesino. Era la obra de un maestro. El campesino la colgó en una pared de su cocina donde la contempló su madre con agradecimiento pero con alguna decepción porque cómo podía el pintor haber visto al bueno de San Martín a quien ella había rogado que la liberase de la enfermedad. El cuadro siguió en la pared mientras vivieron sus huéspedes y después de que hubieran muerto y cuando las paredes de la casa se agrietaron; en algún momento fue vuelto del revés para tapar mejor una hendidura, de modo que la pintura se fue desvaneciendo hasta desaparecer por completo.
Esta historia la cuenta, junto a otras, Pierre Michon en un volumen que Anagrama edita bajo el título Señores y sirvientes. Reune tres libros que el autor escribió entre 1988 y 1996. En total cinco relatos de pintores, cada uno bajo una perspectiva diferente: el valor de las obras de arte, la imposibilidad de superar la maestría de los grandes pintores, el impredecible origen y destino de una obra maestra, el control del pintor de su posterioridad y el sueño de vivir una vida de príncipe.
En la primera, Vida de Joseph Roulin, un marchante que ha descubierto años después de la muerte de Van Gogh su valor en dólares sabe de la existencia en Marsella de un cartero que guarda un retrato que el pintor le hizo en sus años de Arlès y va a ofrecerle un puñado de dinero para que se lo venda. El cartero no se deja deslumbrar por el oro porque en su escala de valor hay dos cosas superiores, el afecto, aunque sea póstumo, y la fama a la que puede tocar por haber conocido al joven y loco pintor que se cortó una oreja.
En Dios no acaba Goya va desde Zaragoza a Madrid para convertirse en pintor de corte, como un Mengs o un Tiépolo. Se le da la oportunidad de hacer copias de Velázquez para los palacios que el rey tiene fuera de Madrid. Ante los Velázquez del palacio del Buen Retiro ve la imposibilidad de que alguien pueda superar a Velázquez, pero también la ocasión de pintar algo diferente.
En Quiero solazarme un Watteau que en sus últimos años ha gozado como un príncipe libertino, llegados sus días postreros, no quiere que las obras de esa etapa final enturbien su fama y pide al cura que le hace de confidente que las eche al fuego. Mientras arden, desde la butaca de un salón, las contempla y muere.
En Con este signo vencerás se cuenta historia con la que he abierto este comentario.
Y en El Rey del bosque, quizá la historia mejor escrita, un pastorcillo, Gian Domenico Desiderii, entre intrigado y burlón, contempla a un grupo de pintores vagabundear, observar y enmudecer con la mirada quieta ante los bosques de Tívoli, cerca de Roma. Ve sus papeles y carboncillos, los paisajes y castillos que esbozan, y también sus mañas de príncipes, hasta el día en que uno de ellos, Claudio de Lorena, le adopta como sirviente y le abre la oportunidad de vivir como viven los príncipes, esos a los que a visto a distancia entrar y salir de sus castillos o pasar con sus carruajes y gozar de mujeres limpias y perfumadas.
martes, 21 de diciembre de 2010
La crisis de la educación es lo que ha deteriorado la lengua
José Manuel Blecua fue profesor de instituto, y después de universidad, antes que director de la Academia. Dice que haber sido profesor de secundaria es fue lo más útil que ha hecho como lingüista. Habla de la enseñanza de las humanidades:
Han quedado reducidas a una pincelada de la vida de un autor y a unos pocos fragmentos de un libro difícil de entender. Habría que pensar en unas humanidades del siglo XXI, pero hacerla con retazos viejos del siglo XVI tampoco es una solución porque acaba siendo un saber enciclopédico que no lleva a nada. ¿Qué más da que Garcilaso naciera en Toledo o no?
Hay que volver a lo que hacían los grandes maestros del humanismo, para los que era fundamental el comentario lingüístico, la comprensión lectora, todo eso que con el informe PISA, vemos ahora que fracasa. Además, es una contradicción, porque, con Internet, nunca la escritura y los textos han tenido tanta presencia en la sociedad. Esa es la contradicción: se escribe más que nunca pero la gente no entiende lo que lee. El texto ha sido fundamental para las humanidades, y ahora resulta que pretendemos sustituirlo por el dato de dónde nació Petrarca con tres líneas de un soneto, y eso no es.
La crisis de la educación es lo que ha deteriorado la lengua. Como la educación no nos ha afianzado ni la capacidad expositiva ni la argumentativa, nos convertimos en modelos pobres [los profesores] que imita la sociedad.
lunes, 20 de diciembre de 2010
Infelices y desesperanzados
No parece que necesitemos un espejo como el de la Jerusalén Celeste que a los cristianos perseguidos por Domiciano, a finales del siglo I, se les ofrecía como fortaleza infranqueable, ni siquiera esa ética amable del cristianismo moderno, integrador, tolerante, ecuménico, pero que desprecia los bienes fungibles de este mundo, porque la verdadera felicidad sólo puede ser la contemplación de Dios, en el más allá, tras una vida virtuosa y algo austera. El cristianismo tiene muy difícil reconciliarse con la modernidad desde que San Juan Crisóstomo dijera que Jesús jamás reía.
Tampoco parece adecuado el envés de la ética igualitaria que nos han propuesto las ideologías progresistas, durante estos dos siglos pasados, a la vista de sus contradicciones. El esfuerzo igualmente austero de generaciones de trabajadores a la espera no ha sido recompensado, ni la fe en la sociedad que se nos anunciaba puede mantenerse, porque una detrás de otra esas sociedades han ido llegando y, o bien traían el horror (comunismo ruso, chino o camboyano) o bien se han demostrado incapaces de procurar la felicidad universal que prometían (socialdemocracias), porque apenas han sido variantes del liberalismo, en su vertiente despilfarradora. Ni tan siquiera han sido capaces de gestionar las crisis, evitando que los más débiles sufriesen el mayor castigo. Y ya está bien de postergar para más adelante la sociedad prometida.
¿Qué decir, entonces, de esa felicidad desesperanzada que nos propone André Comte-Sponville en La historia más bella de la felicidad o en La Felicidad, desesperadamente? A medio camino entre el estoicismo y el hedonismo epicureísta, la felicidad que nos propone deriva de no esperar más que aquello de lo que se puede disponer y gozar de lo que tenemos al alcance, pero sin excesos. A simple vista es una ética atractiva porque desvela el engaño que urden las utopías, porque la esperanza en mundos llenos de igualdad y felicidad después de la muerte o en la plena satisfacción de las necesidades en un tiempo por venir, indeterminado, posterga la felicidad y ofrece sacrificio, conformismo y esfuerzo inútil en el presente.
La ética de Comte-Sponville, formulada en años de bonanza, es una ética de la felicidad pequeño-burguesa, de los tiempos en que Francis Fukuyama anunciaba el fin de la historia. La fase final del capitalismo había satisfecho casi todas nuestras necesidades, parecía por tanto razonable la moderación y templanza, ¿qué otra cosa se podría desear sin provocar desasosiego por querer cosas imposibles o indeseables?, ¿por qué no gozar de lo que la vida nos ofrece sin llevar los placeres al extremo, pues una vida extremada, deseando el absoluto, produce desarreglos, enfermedades, adicciones y, al fin, infelicidad? En realidad la ética de la felicidad de Comte-Sponville ha triunfado plenamente, está en todos los programas legislativos de los gobiernos europeos: en los programas sanitarios -contra el tabaco, control de las dietas, prevenciones de todo tipo-, de justicia -extensión de la sexualidad, igualdad de géneros, promoción de la tolerancia-, hasta en las políticas de interior -extensión de la ciudadanía, integración de quienes han ido llegando de otros continentes. La ética socialdemócrata aceptaba plenamente las bienaventuranzas de Mateo, 5, y la caridad de San Pablo que auguraba su triunfo sobre la fe y la esperanza progresivamente innecesarias.
Pero sometida al estrés de la época esta ética pequeño burguesa bienintencionada, y basada en la abundancia, no ha aguantado. Son estos tiempos paradójicos, puesto que cuando hemos llegado a la satisfacción de nuestras necesidades -Occidente-, cuando ya no era preciso esperar nada, el aburrimiento que nos acomete ha provocado la crisis -hemos dejado de consumir-, la destrucción de parte de nuestra riqueza y con ello la vuelta a la necesidad para los más débiles. Sólo aquellas sociedades que no han cubierto sus necesidades avanzan viento en popa. Claro que no volveremos a los tiempos preindustriales cuando en Europa uno de cada cuatro niños no llegaba a los cinco años y uno de cada dos no llegaba a los veinte y cuando llegaban las grande pestes, como la de Milán en 1630, la de Nápoles en 1656 o la de Marsella en 1720, estas ciudades perdían la mitad de su población, 60.000 Marsella, por ejemplo, de sus 120.000 habitantes.
Como la historia no se detiene, nuestra adaptación a los cambios tampoco ha de detenerse. Algunas de las formulaciones de Comte-Sponville me dejan insatisfecho: "El que nada espera es plenamente feliz, solamente el que es plenamente feliz ya nada tiene que esperar". Con otras estoy más de acuerdo: "La felicidad no es la meta del camino, es el camino mismo"; "La felicidad no está en el ser ni en el tener. Está en la acción, en el placer y en el amor". Aunque no deja de resonar en ellas un eco de los consejos de los libros de auto ayuda.
En el libro que sirve de base a este comentario, La más bella historia de la felicidad, Alice Germain entrevista al filósofo especializado en la felicidad -curiosa especilización-, André Comte-Sponville, al teólogo, disfrazado de historiador de la religión, Jean Delumeau y a la historiadora del XVIII Arlette Farge. Farge aporta datos interesantes de la Francia prerrevolucioria, pero la felicidad paradisiaca de que nos habla Delumeau es un cuento que ha dejado de encantar y que nos resulta tan lejana como el Hades o el Sheol. Sólo con Comte-Sponville se puede debatir, aunque como digo, visto desde la actual perspectiva es como si nos estuviese hablando de una Realidad A, aquella que ha podido ser hasta ayer mismo, pues ahora estamos, utilizando expresiones de Murakami, a propósito de los cambios que se producen en el mundo desde el 11-S, en una Realidad B.
sábado, 18 de diciembre de 2010
Un criminal al mando
Se va confirmando que la crisis económica es una crisis moral. Esto es lo que dice el periódico en sus páginas interiores, resumiendo el informe que el ex magistrado suizo y actual parlamentario del Consejo de Europa Dick Marty, ha hecho público este jueves en París:
A algunos prisioneros serbios, los soldados kosovares de la UCK (Ejército de liberación de Kosovo), los retenían en granjas, en fábricas vacías de Kosovo o de Albania, en casas apartadas; les trataban mediadamente bien: les dejaban dormir, les daban de comer y les permitían descansar. Después, cuando los médicos de las clínicas estaban preparados y la venta apalabraba, los soldados trasladaban a los prisioneros al centro de Albania y les pegaban un tiro en la cabeza. Luego, sus cadáveres eran despojados de los riñones y vendidos al extranjero.Los sucesos tuvieron lugar en 1999 y 2000, en medio de la guerra entre serbios y albano-kosovares. El informe acusa directamente al jefe del UCK, Hashim Thaci, elegido el domingo primer ministro de Kosovo.
"Thaci era considerado por los informes de los servicios secretos de varios países como el más peligroso de los padrinos del hampa".El ex magistrado suizo no especifica cuántos asesinatos se produjeron para comerciar con riñones (la justicia serbia los eleva a 500). Marty se entrevistó con docenas de testigo:
"En muchos de ellos vi miedo en los ojos. En el fondo esto es una de las cosas que mucha gente sabe allí, pero que nadie cuenta. Muchos mafiosos prefieren pasar decenas de años en la cárcel por obstaculizar a la justicia que denunciar a un miembro de su clan. Muchos de los prisioneros sabían que iban a morir asesinados y que sus órganos iban a ser vendidos posteriormente. Mientras les trasladaban de su cárcel improvisada imploraban a sus carceleros que evitaran quedar cortados en pedazos".El suceso no es noticia de primera página. Los líderes europeos reunidos en Bruselas el pasado jueves no han tomado ninguna resolución. Hashim Thaci es el primer ministro de Kosovo.
EE UU y la UE han privilegiado la estabilidad política sobre la justicia en Kosovo, todavía protectorado internacional tras su autoproclamada independencia en 2008. La antigua provincia serbia de mayoría albanesa -dos millones de habitantes, prácticamente sin instituciones y un más que cuestionable imperio de la ley- ha recibido 4.000 millones de euros en ayuda internacional desde el final de su guerra contra Belgrado, en 1999, zanjada por la OTAN. Ese diluvio de dinero ha multiplicado las oportunidades mafiosas en un corredor balcánico desde siempre delictivo.
jueves, 16 de diciembre de 2010
Cuatro hermanas, de Jetta Carleton
Mi padre poseía una granja en el lado occidental del Misuri, por debajo del río, donde la meseta de Ozark desciende para unirse a la llanura. Es ésta una región surcada por riachuelos, rica en pastos que, buscando la luz del sol, surgen en medio de valles llenos de arbolado y se extinguen sobre enhiestas rocas calizas. Es una bonita comarca. No despierta admiración, como hacen otras, pero a su modesta manera es una tierra fértil en la que abunda el maíz, los caquis, zarzamoras, nogales negros, hierba de forraje y rosas salvajes. La granja, ochenta hectáreas bañadas por las lentas y parduscas aguas del Little Tebo, se enclava en su centro. (Comienzo).
Sé muy bien que hay mejores procedimientos para conocer una época, trabajosas series estadístias, documentos privados, contratos, la sociología, la historia, pero cuando se encuentra la novela adecuada, pocas cosas pueden explicar mejor el espíritu de una época. Y hay muchas novelas de aquella época, las primeras décadas del siglo veinte, pero una vez pasada la fiebre y el tabú de las vanguardias, quizá no sean Joyce y Faulkner, Schoenberg o Picasso quienes fabricasen los artefactos más adecuados para comprender lo que entonces moría y nacía, como la vida se rehace en cualquier época.
Durante páginas y páginas se ha detenido la miel en mis labios, saboreando lo que les ocurría a estos pocos personajes de una familia de la América profunda, el padre y la madre, Mattew y Callie, las cuatro hermanas, Jessica, Leonie, Mathy y Mary Jo, y unos pocos personajes más. La novela, dividida en secciones dedicadadas a cada uno de ellos, va haciéndolos crecer, madurar y desaparecer ante nuestros ojos, atrapados en los cálidos veranos de una granja de Misuri. La dorada juventud, los primeros fracasos, el impaciente deseo, el sobresalto de la muerte.
Jetta Carleton, (1913-1999), que no escribió ninguna otra obra, con una escritura clara y eficaz, construye de tal modo sus personajes que no sabemos más que ellos, el mundo que nos muestra es el que ellos van descubriendo, la música, los libros, las labores de la granja, una granja parecida a donde ella vivió, los modas de la ciudad, no más pobre que el nuestro, acaso más profundo, como las grandes películas de entonces, aunque su profundidad no contuviese más riqueza, sino un modo diferente de tratarse y de comprender el mundo, con costumbres ya en desuso y una rígida moral y una autodisciplina que ahora no soportaríamos, pero que a veces añoramos en estos tiempos de gran mudanza, como también lo eran aquellos.
Al fin, si he disfrutado tanto leyéndola es porque está bien contada, porque nos habla de personas reales que topaban con problemas parecidos y distintos a los nuestros y se afanaban en resolverlos cada uno de forma distinta, pues sabemos que de poco sirve la experiencia de los demás y cada uno ha de encontrar laboriosamente su camino, y porque la novela está escrita sin el fardo que muchos escritores de entonces y después tuvieron que soportar, construir una obra maestra.
Cuatro hermanas, MoonflowerVine, es una delicia de principio a fin y a quien le guste dejarse llevar por una historia de las de antes que la lea, no se arrepentirá.
miércoles, 15 de diciembre de 2010
Una historia oriental
Recuerda André Comte-Sponville en su La Felicidad, desesperadamenre una historia extraordinaria, una didáctica historia. La transcribo:
Es la historia de un monje, taoísta o budista, -no recuerdo, no tiene importancia- que camina por la montaña. No es un sabio, ni tampoco un despertado, ni un libertado vivo, como se dice allí, sino un monje del todo ordinario. Está trastornado, inquieto. ¿Por qué? Porque se ha enterado de que su maestro, el venerable Fulano, que sí era un sabio, un despertado, un despertado vivo, que había conocido la iluminación, etc., ha muerto. No es eso lo que le trastorna; sin ser un sabio, el monje sabe muy bien que hay que morir un día. Un testigo, presente en el altercado, le ha contado que el maestro fue atacado por unos bandidos, que le mataron a palos. Tampoco es esto lo que le trastorna: desde el momento en que hay que morir, importa poco la causa... No, lo que le trastorna es que el mismo testigo, que estaba presente, que lo vio todo, que lo oyó todo, le confiese que, bajo los estacazos, el sabio, el venerable, gritó atrozmente. Y esto, el monje no lo puede comprender. ¿Cómo puede ser que alguien que ha conocido la iluminación,un despertado, un libertado vivo, grite atrozmente por unos pocos estacazos efímeros y vacíos? Esto trastorna tanto al monje que, al caminar, no presta atención a lo que ocurre detrás de él... Y llega una banda de malhechores, que le ataca a estacazos. Mientras le apalean, el monje grita atrozmente. Y, al gritar, conoce la iluminación.Dice Comte-Sponville que la sabiduría no es una protección, un amuleto o una panacea, la sabiduría no puede hacer nada contra los estacazos. La sabiduría es esta misma vida, tal como es, pero vivida de verdad. La sabiduría no es una esperanza, un ideal que nos separe de lo real, es un proceso, un esfuerzo, no puede haber una diferencia entre la sabiduría y la vida tal como es.
Durante mucho tiempo hemos vivido en un mundo de ilusión, donde todo era posible, al alcance de nuestra esperanza. Pero hemos llegado al final de los sueños utópicos. Hemos topado con la realidad. Quizá, golpeados por la crisis, podamos alcanzar algo de la sabiduría del monje golpeado y huir de las trampas de la esperanza para empeñarnos en el esfuerzo de la voluntad por modificar laboriosamentre el mundo que nos rodea.
martes, 14 de diciembre de 2010
Aburrimiento
Hemos llegado a donde queríamos. Estamos aquí, ahítos, ya no nos queda nada que desear. Es la tarde de navidad, cuando los niños han abierto todos los paquetes y los juguetes deseados están desparramados en la mesa y por el suelo. Nuestra cara es la misma que la del niño que ha obtenido todo lo que quería, una cara de aburrimiento que ya no sabe qué otra cosa puede desear. Ya no tenemos nada que comprar: el coche que queríamos está en el garaje, tenemos el piso en la ciudad y la casa en el pueblo, en el interior están todos los cachivaches a los que la publicidad asociaba ser felices. Hemos follado cuanto hemos querido, no nos queda nada por probar. Las utopías se han cumplido, ¿y ahora, qué?
Lo hemos tenido todo para ser felices, a cada generación, década tras década, se le ha ofrecido todo lo que deseaba, pero ya no nos queda nada por desear. Hemos estado sometidos a un irresistible afán de posesión, hemos llenado nuestra vida de cosas, de objetos, hemos colmado nuestra ansia de poder. Y como lo tenemos todo, hemos dejado de comprar, ya no nos interesa nada. La actual crisis es una crisis de saturación, de falta de esperanza porque no se nos ocurre qué querer, qué desear.
El aburrimiento, tal como hoy lo entendemos, es una condición moderna y más bien urbana que no se consolida hasta el siglo XIX, al menos entre la gente que tenía cubiertas sus necesidades y a la que quedaba tiempo para el vacío. De modo revelador, se precipita sobre sus víctimas cuando tiene lugar esa ausencia de preocupaciones que, paradójicamente, debiera ser la antesala de la felicidad. (Rodríguez Rivero).Se cumple aquella sentencia de Schopenhauer: "La vida oscila, como un péndulo, del dolor al hastío", y añade Andre Comte-Sponville, "sufrimiento porque deseo lo que no tengo y sufro esa carencia; aburrimiento porque tengo lo que desde ese instante ya no deseo". O como decía Bernard Shaw, "hay dos catástrofes en la existencia: la primera, cuando nuestros deseos no son satisfechos; la segunda, cuando lo son". Estamos pues en la fase catastrófica del aburrimiento. En Occidente, al menos, porque la crisis económica es sólo occidental, no está ocurriendo en Oriente, donde los países siguen creciendo a buen ritmo. En el último año el PIB mundial ha crecido un 5 %.
¿Y ahora, qué? Quizá debamos aprender lo que no nos enseñaron, porque no es tarde, debemos aprender a saber vivir. Debemos saber que ya hemos llegado, que no necesitamos más, que el futuro era esto; para comenzar a vivir, a saber vivir, no necesitamos el futuro.
Se trata de dejar de contar historias, de dejar de fingir, de dejar de esperar, se trata de aprender a vivir de veras en lugar de esperar vivir. Se trata de conocer, de actuar, de amar. (André Comte-Sponville, La Felicidad, desesperadamente).
lunes, 13 de diciembre de 2010
La agonía de Francia
—Qui êtes-vous? Nos echaron a la cara los haces de luz de sus linternas y nos examinaron recelosamente. Salíamos del despacho del ministro del Interior, señor Mandel, y bajamos por una escalera de servicio de la Prefectura de Burdeos donde se había instalado el ministerio después de la evacuación de Tours. Hasta aquel instante Mandel había sido el jefe supremo de las fuerzas de orden público; a partir de entonces era un perseguido, un presunto criminal. (Comienzo de La agonía de Francia).Es una lástima que Manuel Chaves Nogales muriera tan joven, en Londres, a los 47, cuando era dueño de una prosa limpia y precisa, como fue un drama que, como tantos otros, tuviera que abandonar España en 1939 hacia París, como él dice la segunda patria de todos cuantos amaban la libertad, y luego también París cuando lo invadían los hitlerianos. No sólo España perdió a sus mejores hombres, y Europa, unos muertos, otros exiliados, otros seducidos y destruidos por las duras ideologías de la época, el fascismo y el comunismo, sino que trabados en el odio durante décadas hemos tardado en conocer que había una tercera España ya en aquellos años y que hoy mismo es posible laborar por esa España.
A Chaves Nogales lo estamos descubriendo en los últimos años, cuando los censores, azules y rojos, han perdido el poder que tuvieron, porque este periodista y escritor andaluz, director del azañista, Ahora, no caía bien ni a unos ni a otros. Fue un republicano liberal y sirvió la causa de la República hasta que el gobierno, a principios de 1937, se trasladó a Valencia. Entonces se exilió:
En mi deserción pesaba tanto la sangre derramada por las cuadrillas de asesinos que ejercían el terror rojo en Madrid como la que vertían los aviones de Franco asesinando a mujeres y niños inocentes. (...) De mi pequeña experiencia personal, puedo decir que un hombre como yo, por insignificante que fuese, había contraído méritos suficientes para haber sido fusilado por los unos y por los otros.Todo lo que voy leyendo de él me parece espléndido, primero sus relatos de la guerra, donde muestra la vileza, la crueldad y el fanatismo de unos y otros, A sangre y fuego, Héroes, bestias y mártires de España, nueve relatos donde retrata a los cobardes y a los valientes de aquellos años, luego, esa biografía de Juan Belmonte, matador de toros, que es mejor que cualquier novela de la época y ahora, La agonía de Francia.
Chaves Nogales llegó a Francia como antes habían llegado tantos exiliados rusos o alemanes, europeos del este e italianos, en busca de la libertad, pero se topa con la mala suerte de la declaración de guerra del 1 de septiembre de 1939 y, peor aún que eso, con la claudicación de Francia ante el hitlerismo, tal como él lo denomina. De eso va este libro, de la dimisión de Francia, escrito en su nuevo exilio de Londres, junio de 1940, y publicado en 1941 y sólo ahora republicado en España. Es un ensayo breve, no llega a las doscientas páginas donde va buscando las razones de su desilusión, ¿cómo pudo este país caer tan fácilmente, sin apenas disparar un tiro, ante las hordas nazis? Un ejército mal equipado y desmoralizado; una guerra civil larvada entre la Francia nacionalista y la del Frente Popular; las masas entregadas, alentadas a abandonar París sin motivo y provocar con ello un enorme caos; la traición de los intelectuales que renegaron de la fe en sí mismos, en sus convicciones; el egoísmo de las clases medias indispuestas al mínimo sacrificio, un gobierno sin coraje, desbordado. Francia ya había claudicado antes de que las tropas nazis llegasen. Un pesimismo que se apoderó de toda la sociedad. Tras la primera derrota, un ministro dirá: "De catástrofe en catástrofe hasta la victoria final". Ese era el espíritu que se respiraba: "antes la esclavitud que la guerra". Basta con ver las fotografías de entonces,
No he visto una sola imagen del ejército francés en la que aparezca la sombra de una sonrisa, la luz de una mirada franca, jovial y segura de sí misma. Desde el primer día las tropas francesas daban la sensación penosa de un ejército desesperado, sin esperanza alguna de victoria.En suma, como había ocurrido antes en España, el enfrentamiento ideológico y el desprecio por los valores liberales de la democracia es lo que llevó al desastre. El libro comienza y acaba con el 16 de junio de 1940, el día en que el héroe de 1914, el mariscal Pétain, da el golpe de Estado en Burdeos dando origen al régimen colaboracionista de Vichy.
domingo, 12 de diciembre de 2010
De Cercedilla a Valsaín por el Guadarrama
Visto desde la carretera, cuando el terreno se eleva, un conjunto de árboles es una masa boscosa indefinida igual que un montón de personas agrupadas en un autocar son toses o voces o ruido, una vida en bruto, no más que un decorado borroso para un observador distante. Hace falta poner pie a tierra, calzarse unas buenas botas y echarse a andar para conocer las particularidades de los seres vivos.
Pongamos un día de mediados de diciembre, un día maravilloso, soleado, sin una brizna de viento, como si un once de diciembre por arte de birlibirloque se hubiese transformado en un quince de mayo, y saliendo de Cercedilla, a la que dicen capital del Guadarrama, se ascendiese por una antigua vía romana, convertida a tramos, en el siglo XVIII, en el camino real que llevaba a los borbones desde Madrid a la Granja segoviana.
Es de reseñar que si uno necesitase afirmarse sobre el terreno, los antiguos sillares de hace 2000 años resisten mejor que los guijarros que quedan, mal puestos y entre socavones, de la labor caminera de hace apenas dos siglos.
El bosque se convierte en un mundo lleno de vida, los árboles adquieren nombre y forma, y se ven los parásitos que los colonizan, los líquenes, las hiedras, y huelen las jaras y se nota la influencia estacional y la individualidad de cada pino o roble a haya. Así el grupo de personas cuando camina y comienza a hablar, unos más que otros, y se despegan del grupo los individuos y aciertan a manifestarse.
El pino de Valsaín alto, elegante, vertical con la corteza pelada a media altura, dorado cuando refleja la luz solar, es un individuo que se diferencia de sus hermanos que han crecido en el mismo lugar, a veces ligeramente ladeado, otras quebrado en zigzag en una etapa de su crecimiento, otras derribado por un golpe de viento o por un tornado o atravesado por un rayo; igual que el individuo humano que se despega de la masa cuando rompe la membrana que le diferencia y protege y descubre un trozo de su vida; solitarios que aparecen emparejados, o que tienen hijos en Francia o trabajan en la naval o hacen oposiciones o están pasando un mal trance o desbordan felicidad.
En este increíble día que diciembre nos regala, un cerro, de cuyo nombre no consigo acordarme, justo encima del Puerto de la Fuenfría, sirve como divisoria de la vertiente soleada del Guadarrama, la madrileña, de la umbría segoviana. Es el punto central de una circunferencia que con las torres de Segovia al fondo, la del Alcázar y la de la Catedral, allá en la llanura, y a su derecha la Granja, va recorriendo los 360 grados, del Peñalara, con restos de la gran nevada de hace unos días, al Cerro de los Claveles, de la Cabeza de Hierro a la Bola del Mundo, con sus antenas y pistas de nieve seca, del puerto de Navacerrada a los Siete Picos, del Montón de Trigo a la Mujer Muerta, antes de precipitarse de nuevo a las torres segovianas.
Del mismo modo que en el grupo se van perfilando los rostros, y en ellos los surcos que la vida ha ido trazando, como se trazan en el aire gestos propios, formas distinguibles de moverse y caminar, o salta en el tono de una frase un anhelo o se descubre una pena, así, lo que no tenía forma va conformando un círculo de intereses y de emociones, una comunión.
viernes, 10 de diciembre de 2010
¿Es la crisis económica un estado moral?
¿Es la crisis económica un estado moral? Hasta ahora pensaba yo que la corrupción en España tenía tres patas: la política, la empresarial y la periodística, pero estos días descubro, descubrimos, con estupor que había una cuarta pata. Ahora resulta que los éxitos deportivos de los que alardeábamos estaban amañados.
A la clase política conformada desde la transición, que nos ha hecho creer que sus intereses personales coincidían con los generales, se unió una clase empresarial que ha funcionado en régimen de concesión administrativa -bancos, grupos de comunicación y de servicios- o se ha aprovechado de una legislación a su medida, consiguiendo una bárbara acumulación de capital, explotando a la clase media de este país con tarifas abusivas, hipotecas esclavizantes a largo plazo y precios de los productos desorbitados -inmuebles-, con la que ha expandido sus empresas en el exterior, haciéndonos creer que engrandecían España, y cuyos beneficios no retornan para paliar la crisis, y la periodística, que ha hecho el trabajo sucio de pintarnos un mundo de progreso y modernidad a la altura de los países más avanzados.
Durante los trece años del felipismo, los ocho años del aznarato y los siete de esa cosa zapateril nos han hecho creer que vivíamos en Jauja y que la espiral hacia el cielo era irresistible. En realidad, no vivimos en democracia, ni siquiera disimulan en guardar las formas con sus sistemas de listas cerradas, su control férreo del sistema bipartidista y su ley d'Hont, lo que tenemos es un régimen oligárquico que apenas da cancha a unos pocos nuevos actores de vez en cuando. Ahora, todo se ha venido abajo, hasta el orgullo -tan insano- de vivir en un país moderno, resulta que nuestros deportistas que nos consolaban mientras pasábamos el mal trago de ver reducido nuestro salario o de perder el trabajo, cuyas glorias llenaban pantallas y portadas, enriquecidos por los empresarios, paseados por los políticos, eran unos tramposos como el resto de la oligarquía dirigente.
¿Estamos cabreados los españoles?, ¿estamos lo suficientemente cabreados?
jueves, 9 de diciembre de 2010
Máscaras
Me intrigan estas fotos de etarras, tan distantes, tan de imposible empatía. Se ve que están posando, casi siempre posan en esas fotografías robadas, hechas contra su voluntad. El fotógrafo no es amable con ellos. No le interesan las razones que les puedan asistir, ahora o en el pasado.
Pero son humanos. Humanos que han hecho algo atroz, en su caso asesinar al ex ministro Ernest Lluch. Como tales, son dignos de estudio, son de nuestra condición.
Probablemente no han tenido tiempo de arrepentirse, controlados como están por sus compañeros de secta. Son máscaras, han vaciado su identidad y es difícil rescatarles o que ellos mismos puedan emerger. La condena y el castigo son necesarios. También el tiempo, muchos de ellos no tendrán tiempo suficiente, hasta que el ambiente en el que viven cambie y puedan arrojar la máscara y curar la enorme herida. Para ello es necesario que quienes les engendraron -escuelas, partidos, intelectuales, líderes- reduzcan a cero el valor de su conducta, el valor de lo que hicieron.
martes, 7 de diciembre de 2010
La Historia no se hace con un objetivo político, sino con la verdad y la justicia
Seguro que a los argentinos les dolerá esté artículo de Tzvetan Todorov. Es frecuente, así ha pasado en España con respecto a la ley de la Memoria, que la Historia se vea desde la política. Una parte de la sociedad impone su valoración de los hechos al resto, cuando éstos no se omiten sin más y se dejan las opiniones a secas. Esto es lo que dice Todorov sobre la tragedia argentina:
Al contemplar un paisaje desde lejos, divisamos cosas que a los habitantes del lugar se les escapan: es el privilegio efímero del visitante extranjero.
Estuve en la ESMA (Escuela Mecánica de la Armada), un cuartel que, durante los años de la última dictadura militar (1976-1983), fue transformado en centro de detención y tortura. Alrededor de 5.000 personas pasaron por este lugar, el más importante en su género, pero no el único: el número total de víctimas no se conoce con precisión, pero se estima en unas 30.000. También fui al Parque de la Memoria, a orillas del Río de la Plata, donde se ha erigido una larga estela destinada a portar los nombres de todas las víctimas de la represión (unas 10.000, por ahora). La estela representa una enorme herida que nunca se cierra. (...)
En el Catálogo institucional del parque de la Memoria, publicado hace algunos meses, se puede leer: "Indudablemente, hoy la Argentina es un país ejemplar en relación con la búsqueda de la Memoria, Verdad y Justicia". Pese a la emoción experimentada ante las huellas de la violencia pasada, no consigo suscribir esta afirmación.
En ninguno de los dos lugares que visité vi el menor signo que remitiese al contexto en el cual, en 1976, se instauró la dictadura, ni a lo que la precedió y la siguió. Ahora bien, como todos sabemos, el periodo 1973-1976 fue el de las tensiones extremas que condujeron al país al borde de la guerra civil. (...)
En su introducción, el Catálogo del parque de la Memoria define así la ambición de este lugar: "Solo de esta manera se puede realmente entender la tragedia de hombres y mujeres y el papel que cada uno tuvo en la historia". Pero no se puede comprender el destino de esas personas sin saber por qué ideal combatían ni de qué medios se servían. El visitante ignora todo lo relativo a su vida anterior a la detención: han sido reducidas al papel de víctimas meramente pasivas que nunca tuvieron voluntad propia ni llevaron a cabo ningún acto. Se nos ofrece la oportunidad de compararlas, no de comprenderlas. Sin embargo, su tragedia va más allá de la derrota y la muerte: luchaban en nombre de una ideología que, si hubiera salido victoriosa, probablemente habría provocado tantas víctimas, si no más, como sus enemigos. En todo caso, en su mayoría, eran combatientes que sabían que asumían ciertos riesgos.
lunes, 6 de diciembre de 2010
Literatura es aquello que ha de ser leído dos veces
Citas literarias encontradas en una vieja libreta que alguna vez me llamaron la atención:
"El poeta es génesis de un ser que proyecta y de un ser que retiene. Del amante toma prestado el vacío; de la amada, la luz. Esta pareja formal, esta doble cantinela, le confieren patéticamente la voz". (René Char. Furor y Misterio. Visor).
Para ser clásico un libro... "ha de superar dos pruebas: la traducción no especialmente feliz y la suprema traición de no necesitar ser leído" (Francisco Rico).
"Literatura es aquello que ha de ser leído dos veces" (Ciryl Connolly).
"Basta mirar intensamente una cosa para que se vuelva interesante" (Flaubert)
"Todo arte placentero comete una injusticia con los muertos". (Adorno)Todas las citas me dijeron algo, me hicieron reflexionar, las tuve que leer al menos dos veces. La última, la de Adorno, no sé que me produjo cuando la anoté, ahora me parece una memez.
domingo, 5 de diciembre de 2010
Histeria anti controladores
Cuando sucede una catástrofe natural, un terremoto que arrasa una ciudad, un riada que anega un pueblo, un incendio que amenaza las casas que quedan en su trayectoria, sólo en segundo lugar o en tercero nos preguntamos por las causas que lo provocan, y nunca lo tildamos de salvaje o gritamos que se van a enterar, lo primero que hacemos es paliar los daños que causa cada uno de esos fenómenos y después prevemos qué hacer para que no vuelva a suceder o para contener los daños en el futuro. Pero incluso cuando nos enfrentamos a daños que ocasionan nuestros semejantes, sólo los muy imbéciles o los muy cínicos se ocupan del por qué mata ETA o los terroristas islámicos o los hombres que asesinan a sus parejas, antes que nada socorremos a las víctimas y luego exigimos al Estado que tome medidas -leyes- para que eso no vuelva a suceder.
En el asunto de los controladores de estos días, como en los ejemplos anteriores, la reacción ha sido deprimente, la de una sociedad infantilizada o embobecida, conducida por periodista tontos o muy cínicos y por un gobierno sobrepasado por el acontecimiento. A los ciudadanos -al menos así me ocurre- deberíamos preguntar por dos cosas:
1. Desde la crisis de hace seis meses, ¿que han hecho los responsables políticos para prever un suceso como el ocurrido?, ¿no han tenido tiempo suficiente para ello? En este asunto, como en otros -la crisis económica, por ejemplo- me es igual el PP o el PSOE, la cosa se arrastra desde hace años. Una vez más se demuestra que hemos elegido como nuestros representantes para solucionar los problemas comunes a los más ineptos y que agarrados a la ubre del Estado no hay manera de que la suelten. La política no sirve para repartir dinero en los buenos tiempos, sino para buscar soluciones a los problemas de todos y prever situaciones críticas.
2. La segunda pregunta que se me ocurre es por qué los medios de comunicación se han vuelto histéricos cargando irracionalmente contra los controladores como si fuesen el mismo diablo. Contra ellos sólo cabía una cosa aplicar la ley, suspenderlos, enviarlos a casa, despedirlos. En Europa los sueldos y la jornada laboral de ese trabajo son muy desfavorables con respecto a los españoles, por tanto no hubiese sido muy difícil sustituir a los españoles por alemanes, franceses o británicos -para ser controlodr no hace falta saber español- que verían sensiblemente mejoradas sus condiciones laborales y por tanto muy atractivo venir a España. Entonces por qué la histeria de los periodistas españoles: muy sencillo, sus empresas están en la ruina, sus puestos de trabajo dependen de que el gobierno actual siga manteniéndose. Así de simple. En la actual situación, la prensa española no es el mejor medio para estar correctamente informados y enfocar los asuntos con ecuanimidad.
viernes, 3 de diciembre de 2010
La contadora de películas
Como en casa el dinero andaba a caballo y nosotros a pie, cuando a la Oficina llegaba una película que a mi padre —sólo por el nombre del actor o de la actriz principal— le parecía buena, se juntaban las monedas una a una, lo justo para un boleto, y me mandaban a mí a verla. (Comienzo).
¿Con una pequeña idea y un nombre es suficiente para confeccionar una novela? Una niña, la menor de una familia pobre, que tiene un don, saber contar películas; y un nombre, Hada Delcine. Como la familia no tiene recursos para que todos sus miembros -un padre quebrado de cintura para abajo, cuatro chicos y la chica- puedan ir al cine, la chica, cuando hay monedas, va a ver las películas que traen a un pueblo perdido en la pampa chilena y al volver a casa las cuenta al resto de la familia. Como tiene gracia y salero, irá ampliando su público hasta abarcar la comunidad del campamento donde viven. La llegada de la televisión acabará con el invento. Y ya está. Eso es todo lo que nos cuenta Hernán Rivera Letelier en este cuento alargado que es La contadora de películas (2009). Así se fabrica una novela.
Se añaden unas cuantas cosas más, claro está, para contextualizar: el padre tras sufrir un accidente fue abandonado por su guapa y muy joven mujer, que andando el relato encontrará el apropiado castigo. El hombre se entretiene oyendo a su hija y arrimándose al vino. Los hermanos hacen coro, y cada uno de ellos tendrá el destino trágico que corresponde a los humildes: uno, atropellado por el camión de la basura en un callejón: otro, la cárcel y la delincuencia que allí se aprende; para el tercero, el espejismo del fútbol y la desaparición no se sabe dónde; y para el último, el encoñamiento con una viuda que le llevará a la nada. La propia Hada Delcine, al irse quedando sola en el mundo tendrá que vender su cuerpo al gringo dueño de La Oficina para no perder la casa donde malvive, propiedad del emporio salitrero que da trabajo -o lo quita- a la gente del miserable campamento donde discurre la acción. ¿A que suena?, yo lo he leído cien veces.
Es decir, una variación más de un cuento muy visto, con buenos y malos, leves esperanzas y mucha desdicha y un estilo a ratos dulzarrón, bonito, y una pizca de lagrimitas espolvoreadas aquí y allá, y deudor del modo de escrimir suramericano, ese exitoso estilo que hizo ricos a editores avispados, que partiendo de García Márquez y de Borges -y muy poca cosa de Vargas Llosa- creó una escuela de escribidores empalagosos y conformistas, cuya propaganda del bien llevaría a alguno de ellos al premio nobel. "Estamos hechos del mismo material de las películas", así comienza el artefacto novelero.
Poco tiene que ver el cuento con el cine o con contar películas -compárese con aquel Manuel Puig de El beso de la mujer araña- o con la descripción de la pobreza o con un arriesgado ejercicio de literatura. Epigonismo debidamente recompensado con un premio, premio, por cierto, creado para recompensar a casi todos los epígonos que en sudamérica hay.
jueves, 2 de diciembre de 2010
Los dibujos de Andy Warhol
De algún modo el expresionismo abstracto coartó la creatividad de muchos artistas. El modo de superar esa moda llevó a algunos de ellos a seguir la linea del informalismo y minimalismo y acabar en un callejón sin salida, de donde el arte aún no ha escapado del todo. Otros, para llamar la atención, siguieron caminos curiosos, como hacer de las formas populares de expresión una fuente de inspiración.
Lo que hizo famoso a Andy Warhol fueron sus serigrafías de personajes famosos o de etiquetas de marcas del súper, pero ahora descubrimos que también sabía dibujar. Y qué modo de dibujar. Sorprenden estos dibujos de líneas claras que una galería de Madrid nos muestra, un clasicismo pasado por Miguel Ángel y Picasso. Parece que durante años llenó cuadernos con ellos, bocetos a mano alzada, hechos la mayoría con bolígrafo, de amigos y naturalezas muertas, lejos de su producción en serie, industrial, que le daría la fama y el dinero, pero los guardaba para sí. Aprendió en una academia, pero su estilo, poco convencional, no satisfizo a sus profesores.
"La línea es de una sutileza y una sencillez asombrosa. Le bastan dos o tres trazos para mostrar una gran capacidad en la captación de rasgos esenciales de los modelos". (Elena Ochoa).
“Un domingo . . . fuimos al mercado de flores y compramos unos iris, y luego regresamos y pasamos toda la tarde dibujando . . . Solía dibujar únicamente una línea y luego la dejaba, y cuando yo dibujaba cosas, siempre estaba borrando, cambiando y mejorando. Y él nunca mejoraba nada. En lugar de esto, hacía un nuevo dibujo, que es algo que nunca se me ocurrió hacer en aquella época.” Charles Lisanby, entrevistado por Patrick Smith Nov. 11, 1978.
miércoles, 1 de diciembre de 2010
Los Once de Pierre Michon
Era de corta estatura y reservado, pero llamaban la atención su silencio febril, su buen humor taciturno, sus modales, ora arrogantes, ora sesgados, hay quien dijo que torvos. Eso es al menos lo que aparentaba ya entrado en años. (Comienzo)
Perre Michon pasa por ser el gran estilista del francés actual. Empezó a publicar tarde, sus libros son escasos, pero muy elogiados. En el fondo, es un deudor de la forma de escribir de Thomas Bernhard, y aquí también de J.L. Borges. Elegante, frases de larga evolución, culto, precisas referencias a la cultura europea de cualquier siglo. Es un estilo que va muy bien para desenmascar a los farsantes, para desvelar lo que se esconde tras la vacuidad de la retórica.
Michon se inventa un pintor y un cuadro de modo parecido a como Hitchcock utilizaba el mcguffin o como Borges mezclaba lo imaginado con lo real, convirtiendo lo incierto en verosímil, una mentira para mejor desvelar la verdad que hay detrás de los engaños. El cuadro se titula, El gran Comité del año II reunido en el pabellón de la Igualdad, aunque habría pasado a conocerse como Los Once, como el libro se titula, los once personajes que en el nivoso del año II de la Revolución Francesa, formaban el Comité de Salvación Pública, los once hombres que firmaban las ejecuciones del periodo del Terror.
Michon narra la peripecia de François-Élie Corentin, el pintor, hasta la noche en que le encargan el cuadro, 5 de enero de 1974, sus orígenes familiares, la fortuna de su familia, el éxito del abuelo como vinatero, el fracaso del padre como escritor, el amor exagerado de su madre y abuela. Y narra la pulsión de los once por conseguir la fama, en el justo momento en que, como señala Michon, Dios cambió de nido, desde el roce de sotanas, capas y pareos eclesiásticos a la seda de levitas y cuellos altos de los escritores de la ilustración. Los salvadores del mundo ya no proceden de la iglesia (Santo Domingo, San Ignacio, San Francisco), su vocación es la escritura, y a través de ella, la revolución. Cada uno de los once fue escritor fracasado antes de alcanzar la fama como político terrorista. "Viudos de la gloria literaria", convirtieron su resentimiento en acción política. Cuando le encargan a Corentin el cuadro, una noche fría parisina, en la sacristía de una iglesia convertida en oficina de la revolución, el Terror está en su climax, hasta el punto de que cualquiera, incluidos los miembros del Comité, es candidato a poner el cuello bajo la cuchilla. Los once infunden terror y están aterrorizados. Michon nos desvela los motivos del encargo, presenta las pruebas de verosimilitud del falso cuadro, un esbozo de Géricault, las doce páginas que Jules Michelet le dedicara en su Historia de la Revolución Francesa, el lugar donde está expuesto, el Pabellón de Flora del Museo del Louvre, los efectos de su exhibición en público. Una duda deja en el aire Michon, tras las referencias que hace a la última cena y a la vocación de San Mateo pintada por Caravaggio, al barroco y al Dio cane de Tiépolo, Dieu est un chien o, en lemosin, Diàu ei ùn tchi o Dios es un perro, una duda, quién es el personaje que falta, el Judas, el traidor que no comparece para completar el cuadro con la cifra de doce.
Como ya explicara Vargas Llosa en su La verdad de las mentiras, la literatura trabaja con materiales de derribo o con invenciones para que mejor reluzca la verdad que subyace en las desiguales relaciones entre los hombres. Michon nos presenta un cuadro falso, que bien pudo haber existido, para mostrarnos los crímenes sobre los que se asienta la Historia. Ingenieros que se hicieron famosos construyendo un canal, hecho de barro y sangre, gente que murió o fue explotada sin piedad para conseguirlo; burgueses ricos que llegaron a serlo mediante la estafa y el engaño; malos escritores que a favor de la corriente alcanzaron el poder gritando libertad y amontonando cadáveres. Un libro breve, pero denso, muy bien escrito, iluminador, una gozada.
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