Hemos llegado a donde queríamos. Estamos aquí, ahítos, ya no nos queda nada que desear. Es la tarde de navidad, cuando los niños han abierto todos los paquetes y los juguetes deseados están desparramados en la mesa y por el suelo. Nuestra cara es la misma que la del niño que ha obtenido todo lo que quería, una cara de aburrimiento que ya no sabe qué otra cosa puede desear. Ya no tenemos nada que comprar: el coche que queríamos está en el garaje, tenemos el piso en la ciudad y la casa en el pueblo, en el interior están todos los cachivaches a los que la publicidad asociaba ser felices. Hemos follado cuanto hemos querido, no nos queda nada por probar. Las utopías se han cumplido, ¿y ahora, qué?
Lo hemos tenido todo para ser felices, a cada generación, década tras década, se le ha ofrecido todo lo que deseaba, pero ya no nos queda nada por desear. Hemos estado sometidos a un irresistible afán de posesión, hemos llenado nuestra vida de cosas, de objetos, hemos colmado nuestra ansia de poder. Y como lo tenemos todo, hemos dejado de comprar, ya no nos interesa nada. La actual crisis es una crisis de saturación, de falta de esperanza porque no se nos ocurre qué querer, qué desear.
El aburrimiento, tal como hoy lo entendemos, es una condición moderna y más bien urbana que no se consolida hasta el siglo XIX, al menos entre la gente que tenía cubiertas sus necesidades y a la que quedaba tiempo para el vacío. De modo revelador, se precipita sobre sus víctimas cuando tiene lugar esa ausencia de preocupaciones que, paradójicamente, debiera ser la antesala de la felicidad. (Rodríguez Rivero).Se cumple aquella sentencia de Schopenhauer: "La vida oscila, como un péndulo, del dolor al hastío", y añade Andre Comte-Sponville, "sufrimiento porque deseo lo que no tengo y sufro esa carencia; aburrimiento porque tengo lo que desde ese instante ya no deseo". O como decía Bernard Shaw, "hay dos catástrofes en la existencia: la primera, cuando nuestros deseos no son satisfechos; la segunda, cuando lo son". Estamos pues en la fase catastrófica del aburrimiento. En Occidente, al menos, porque la crisis económica es sólo occidental, no está ocurriendo en Oriente, donde los países siguen creciendo a buen ritmo. En el último año el PIB mundial ha crecido un 5 %.
¿Y ahora, qué? Quizá debamos aprender lo que no nos enseñaron, porque no es tarde, debemos aprender a saber vivir. Debemos saber que ya hemos llegado, que no necesitamos más, que el futuro era esto; para comenzar a vivir, a saber vivir, no necesitamos el futuro.
Se trata de dejar de contar historias, de dejar de fingir, de dejar de esperar, se trata de aprender a vivir de veras en lugar de esperar vivir. Se trata de conocer, de actuar, de amar. (André Comte-Sponville, La Felicidad, desesperadamente).
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