miércoles, 1 de diciembre de 2010

Los Once de Pierre Michon

Era de corta estatura y reservado, pero llamaban la atención su silencio febril, su buen humor taciturno, sus modales, ora arrogantes, ora sesgados, hay quien dijo que torvos. Eso es al menos lo que aparentaba ya entrado en años.  (Comienzo)

Perre Michon pasa por ser el gran estilista del francés actual. Empezó a publicar tarde, sus libros son escasos, pero muy elogiados. En el fondo, es un deudor de la forma de escribir de Thomas Bernhard, y aquí también de J.L. Borges. Elegante, frases de larga evolución, culto, precisas referencias a la cultura europea de cualquier siglo. Es un estilo que va muy bien para desenmascar a los farsantes, para desvelar lo que se esconde tras la vacuidad de la retórica.

Michon se inventa un pintor y un cuadro de modo parecido a como Hitchcock utilizaba el mcguffin o como Borges mezclaba lo imaginado con lo real, convirtiendo lo incierto en verosímil, una mentira para mejor desvelar la verdad que hay detrás de los engaños. El cuadro se titula, El gran Comité del año II reunido en el pabellón de la Igualdad, aunque habría pasado a conocerse como Los Once, como el libro se titula, los once personajes que en el nivoso del año II de la Revolución Francesa, formaban el Comité de Salvación Pública, los once hombres que firmaban las ejecuciones del periodo del Terror.

Michon narra la peripecia de François-Élie Corentin, el pintor, hasta la noche en que le encargan el cuadro, 5 de enero de 1974, sus orígenes familiares, la fortuna de su familia, el éxito del abuelo como vinatero, el fracaso del padre como escritor, el amor exagerado de su madre y abuela. Y narra la pulsión de los once por conseguir la fama, en el justo momento en que, como señala Michon, Dios cambió de nido, desde el roce de sotanas, capas y pareos eclesiásticos a la seda de levitas y cuellos altos de los escritores de la ilustración. Los salvadores del mundo ya no proceden de la iglesia (Santo Domingo, San Ignacio, San Francisco), su vocación es la escritura, y a través de ella, la revolución. Cada uno de los once fue escritor fracasado antes de alcanzar la fama como político terrorista. "Viudos de la gloria literaria", convirtieron su resentimiento en acción política. Cuando le encargan a Corentin el cuadro, una noche fría parisina, en la sacristía de una iglesia convertida en oficina de la revolución, el Terror está en su climax, hasta el punto de que cualquiera, incluidos los miembros del Comité, es candidato a poner el cuello bajo la cuchilla. Los once infunden terror y están aterrorizados. Michon nos desvela los motivos del encargo, presenta las pruebas de verosimilitud del falso cuadro, un esbozo de Géricault, las doce páginas que Jules Michelet le dedicara en su Historia de la Revolución Francesa, el lugar donde está expuesto, el Pabellón de Flora del Museo del Louvre, los efectos de su exhibición en público. Una duda deja en el aire Michon, tras las referencias que hace a la última cena y a la vocación de San Mateo pintada por Caravaggio, al barroco y al Dio cane de Tiépolo, Dieu est un chien o, en lemosin, Diàu ei ùn tchi o Dios es un perro, una duda, quién es el personaje que falta, el Judas, el traidor que no comparece para completar el cuadro con la cifra de doce.

Como ya explicara Vargas Llosa en su La verdad de las mentiras, la literatura trabaja con materiales de derribo o con invenciones para que mejor reluzca la verdad que subyace en las desiguales relaciones entre los hombres. Michon nos presenta un cuadro falso, que bien pudo haber existido, para mostrarnos los crímenes sobre los que se asienta la Historia. Ingenieros que se hicieron famosos construyendo un canal, hecho de barro y sangre, gente que murió o fue explotada sin piedad para conseguirlo; burgueses ricos que llegaron a serlo mediante la estafa y el engaño; malos escritores que a favor de la corriente alcanzaron el poder gritando libertad y amontonando cadáveres. Un libro breve, pero denso, muy bien escrito, iluminador, una gozada.

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