sábado, 28 de septiembre de 2024

El tiempo estaba quieto pero ya se iba (Palermo)

 


La historia comienza con el despertador devolviéndome la realidad: la mujer y el hermano del presidente; Puigdemont, el saltimbanqui; Maduro que sigue a pesar de todo; Israel, de Gaza al Líbano y a los dispositivos explosivos de Hezbollah; de Kamala a Trump, El cuerpo contracturado, la rodilla izquierda quejosa.


El avión me deja a las tantas en los bancos mullidos de un Burger King madrileño hasta las 7'30 de la mañana en que me recoja un ALSA para devolverme al ruido y la nada. Una de las cosas que has de aprender es que existen dos mundos: el del ruido, con la nada que te envuelve como el agua del océano a los peces, y el de la paz interior que solo se consigue con el diario esfuerzo de desintoxicación.



La tarde anterior, desde un escalón sobre la playa, el manso mar se extendía como una sábana sin pliegues, moteada por unos pocos veleros. Unos cuantos hombres y mujeres, unos lánguidos, otros con las manos enlazadas, miraban en el horizonte azul la quietud que podría resumir una vida feliz. Y otros, ya mayores, detrás, congregados en torno a la música, iniciando con torpeza, una danza gimnástica. El tiempo estaba quieto pero ya se iba. Estamos condenados a no quedarnos en el instante que nos ha hecho felices.



El último día, buscando un remanso de paz lejos del alocado tráfico de Palermo, se había ido en el botánico de la Università degli Studi, no muy grande, con un conjunto de plantas tropicales y, sobre todo, un enorme ficus, una población en sí mismo, un Ficus magnolioides importado de Australia, que constituye su símbolo.



Y antes, de mañana, la catedral y el Monasterio benedictino de Monreale, en la cima de un monte no muy lejos de Palermo, ambos entre los mejores ejemplos del arte normando. Los normandos, que llegaron en el siglo XII, dejaron su huella en distintos puntos de Sicilia. En el claustro del monasterio hay que detenerse en los capiteles historiados que con detallismo van explicando historias del Antiguo y Nuevo Testamento con incursiones en el bestiario medieval. Las columnas que los sostienen están decoradas con mosaicos de colores, huella de la influencia bizantina, así como en los arcos que los unen queda la mano de los canteros árabes. La monumentalidad siciliana está tejida, como en buena parte la española, de culturas y técnicas que se fueron mezclando, el románico, el arte islámico y el bizantino.



Los motivos del claustro se repiten de otra forma en los mosaicos de la catedral. Con fondo dorado, se suceden las escenas bíblicas, desde la creación del mundo en siete días hasta la crucifixión y la fundación de la Iglesia por los apóstoles en frisos de distintos niveles. Aunque, sin duda, la atracción mayor de la mirada es el Cristo en majestad que aparece el fondo del ábside. No hay espacio en la catedral -el horror vacui bizantino- libre de decoración, incluido el suelo coloreado de azulejos.



La impresionante catedral normanda fue antes Gran Mezquita y antes Iglesia bizantina, siguiendo las peripecias de la historia.


Si el desayuno no fue tan opulento como se espera de un Gran Hotel Astoria, con profusión de bollería y azúcares y falta de productos salados y de zumos de calidad, a tono con el degradado barrio portuario en el que se encuentra - basura en las aceras, patinetes abandonados (curioso fenómeno, pues se repite por doquier), iluminación urbana muy pobre- la noche se había ido en la imposibilidad de ver un partido de fútbol, el Madrid contra el Stuttgart, pues los espectadores italianos prefirieron ver cómo el Milan caía ante el Liverpool, una mediocre pizza en el recomendado y lleno restaurante de La dolce vita y un paseo por los alrededores del puerto, bordeando la cárcel palermitana, famosa tiempo atrás como prisión de la Inquisición.



La pobre pizza de La dolce vita nos recordó, nueve días atrás, a la llegada, la más extraordinaria pizza que nunca habíamos comido, de nombre 'siciliana', en un garito de las afueras, con apenas una mesa y dos sillas de plástico, el cielo regalimando y unas pocas motos a la puerta esperando para el reparto. Lo tomamos como la mejor señal de lo que el viaje a Sicilia nos iba a deparar.


jueves, 26 de septiembre de 2024

De Catania a Cefalú y a Palermo

 



Este es el día en el que más kilómetros haremos, 250, del Jónico al Tirreno, atravesando el interior de una isla más montañosa de lo que uno podría pensar. Con cinco millones de habitantes, la misma población que Dinamarca, Finlandia o Noruega, y 25.000 km² de extensión, Sicilia es un poco más grande que la provincia de Badajoz. La agricultura y la ganadería han sido los motores económicos de la isla, ahora es el turismo. No hemos visto rebaños de animales o campos cultivados. La sequía es un mal creciente. Como en otro tiempo en España, el turista es una vaca a la que exprimir. Las entradas a los museos y sitios arqueológicos tienen un precio exagerado. Se paga por aparcar en cualquier sitio. Así que llegando a Cefalú aparcamos en el primer super que encontramos y ahí dejamos el coche todo el día.



Cefalú es una ciudad no muy grande con playa, restaurantes y tiendas dirigidas al foráneo. Se parece a Sitges. Encajonada entre una gran roca (el promontorio o kefalé griego) y el mar, su balneario fue su principal centro de atracción. Es un lugar fotogénico que ha servido como escenario para muchas películas, Nuevo Cine Paradiso es la que más se recuerda.



La catedral árabonormanda - las dos torres monumentales, el ábside, los mosaicos bizantinos - y la fachada marítima son los dos lugares más fotografiables.



Tras el baño en su coqueta playa y las poses bajo los arcos que dan al mar y que recuerdan escenas de la película de Tornatore, buscamos un par de restaurantes muy recomendados: el caro, junto a la playa, está vacío y desconfiamos, el barato lejos del centro está hasta los torpes y con una cola imposible. Para salir del paso acudimos a la comida típica callejera, la arancina, bola de arroz rellena con rebozado frito, una con carne o queso, otra con verduras. Después buscamos un café con el dulce típico de la repostería siciliana, el cannolo, un cilindro de hojaldre relleno de pistacho, chocolate o crema.


Día de relax, antes de volver a Palermo.




Catania. El Etna. Taormina




No sé si Catania es la capital de la mafia siciliana, pero sus calles están limpias y su avenida principal, la Vía Etnea, enfilada hacia las alturas del Etna, ancha como casi el Paseo de Gracia está llena de tiendas lujosas, y, hacia dentro, en las calles y plazas paralelas, de restaurantes llenos. La amable chica del hotel nos recomendó el cercano restaurante de comida siciliana. Hasta los topes, tuvimos que esperar casi una hora, pero mereció la pena, tanto que a la noche del día siguiente volvimos a la Trattoria del Cavaliere. 




Catania no tiene un gran poeta, pero tiene un gran músico Vincenzo Bellini, así que buscamos el momento de escuchar el aria más famosa de Norma, la Casta Diva, y quién mejor que la Callas. Una gran estatua en una plaza junto al paseo y el nombre del bonito parque cercano lo celebran. Dos noches dormimos en el mismísimo centro de Catania, en un hotel de apartamentos, el Santuzza, en un viejo palacio, cuyo personal y clientes parecen sacados de una historia gótica. Es imposible que pueda ser rentable.



Fue Goethe quien se enamoró de Taormina e inició el Gran Tour de los ricos anglosajones por Italia. Subir al volcán entonces era un ejercicio físico exigente. Ahora lo que hay que tener es precaución para salir de Catania por estrechas y curvadas carreteras con un tráfico denso y loco hasta la primera falda de la montaña: subir y bajar del Etna por las carreteras y el callejero estrecho de las poblaciones, con curvas que a la que te descuidas te dan un susto mortal, es un ejercicio para conductores consumados. 




A la olla ardiente del volcán no dejan acercarte, tan solo una aproximación con un guía. Pero no hace falta, el paisaje se ve ascendiendo por la falda de viejas calderas apagadas. Es difícil que estés solo, incluso un lunes por la mañana, pero puedes encontrar sendas por las que pises solitario el granulado oscuro de las viejas erupciones.




A mediodía a la hora de comer te espera Taormina, con cierta semejanza a Sitges, la ciudad que puso en el mapa europeo Goethe. No te fíes de las recomendaciones escritas o de las webs, hemos acudido a unas cuantas y casi todas han resultado fiascos. Nos ha sucedido en Nexus, justo al lado de Taormina, en la turística Cefalú y en el propio Palermo. Los mejores restaurantes los encuentras preguntando a los locales o dejándote llevar por el olfato.




Desde una pequeña terraza miramos hacia abajo y contemplamos esta hermosa orilla del mar, vemos rosas y escuchamos a los ruiseñores que, según nos cuentan, cantan durante seis meses sin parar... La pureza del cielo, el olor penetrante del aire marino, la neblina que, por así decirlo, disolvía las montañas, el cielo y el mar en un solo elemento, todo esto alimentaba mis pensamientos. Viaje a Italia. Goethe

 



Taormina sigue siendo bella, lo es la ciudad encaramada a una peña alta con hermosísimas vistas sobre el Jónico y el Etna, lo es el islote al que se une por una lengua de arena (si das clic al borrador mágico de Google fotos para eliminar la masa de bañistas) y lo son los paseos por sus calles atestadas. Pero esta ya no es la época de Goethe, ni el paisaje se ofrece virgen, ni la sensibilidad y la disponibilidad del turista son las del poeta alemán, al que siguieron Dumas y Dalí, Wagner y Wilde, el Lawrence que aquí escribió sobre Lady Chatterley y Capote. Para empezar es difícil aparcar y si te descuidas, multa, como nos ocurrió. Pero siempre puedes prescindir de las ciudades abarrotadas que siguen la estela de Goethe, porque la verdad de Sicilia está allí donde los turistas todavía no han llegado.


miércoles, 25 de septiembre de 2024

Ortigia y Neápolis en Siracusa

 



Dejamos atrás los montes barrocos del Valle de Noto para circular por la llana autovía que nos lleva a Siracusa, al hotel Scala Greca, y, tras una siesta y un baño en la piscina, a uno de esos lugares que o te encantan o te decepcionan sin terminar medio, la isla de Ortigia. Hay que armarse de paciencia por el muy denso tráfico y la dificultad de encontrar aparcamiento.




Siracusa y Agrigento son nombres que nos llegan de la bruma del pasado. Ahora son otra cosa. Junto a las ruinas prestigiosas se han desarrollado ciudades caóticas. El sol palidece sobre la isla atada por un puente a Siracusa. Todo está apretado aquí, los edificios, las terrazas de los restaurantes, los turistas. El paseo hasta la fortaleza que levantaron los tiranos griegos, en la punta que cierra una bonita bahía, junto a la orilla del mar, es estrecho, salvo la ovalada plaza central donde están el Ayuntamiento y la magnífica catedral que, a ratos, por las gruesas columnas del antiguo templo de Atenea sobre las que se elevó, recuerda la Santa María del Mar de Barcelona. A esta hora tardía, cuando los turistas somos expulsados del templo, las luces reberberan sobre su portada rococó.




La isla está asociada a Artemisa y al tirano Dionisio, famoso por haber expulsado a los habitantes de la ciudad para que en la isla solo vivieran sus cortesanos. Aquí tuvo su casa Platón en el 361 ac, soñando con que Dionisio le confiase el gobierno de los filósofos. Aquí Arquímedes ideó los espejos ardientes, y otras máquinas, con los impidió que las naves romanas que asediaban el puerto la tomasen. Durante un breve tiempo fue capital bizantina y luego ciudad arábiga, normanda, aragonesa y borbónica española.




Paseando nos sorprendió, en la atestada terraza junto al mar, las largas tablas llenas de frutos del mar. Todo el mundo, quería sentarse allí, había una larga cola. No sé cómo tuvimos suerte y hallamos hueco. Nos atendió una joven argentina que estaba buscando en el Mediterráneo un lugar en el mundo donde vivir.




Era temprano en la mañana dominical, al día siguiente, cuando los autobuses depositaban su carga junto a la entrada del Parque arqueológico de Neápolis. Sin duda, estábamos saturados por lo antiguo como para apreciarlo en su valor. Más, cuando el teatro griego, preparándose para algún tipo de representación, estaba cubierto por una argamasa metálica que impedía ver su estructura original.




El parque, situado en una colina no muy alta, es un vasto repositorio donde los arqueólogos han puesto a salvo lo que han ido encontrando en los alrededores de la creciente Siracusa: la antigüedad fragmentada en un teatro, un ninfeo, una necrópolis (a la más vistosa de las tumbas se la denomina de Arquímedes), un circo, templos y el gran anfiteatro (140 m de largo y 119 m de ancho, bastante más grande que un campo de fútbol), en parte, como el teatro griego, excavado en la roca, sin duda lo mejor conservado: el vomitorio y las escaleras para acceder a la cavea, el corredor por donde gladiadores y animales salvajes entraban a la arena, y un arco dedicado a Augusto.




La parte del parque que más atrae a los turistas, y que ya admiró hasta el propio Cicerón, son las formas de la vieja cantera (latomia del paradiso) que nutrió las obras de la ciudad, hoy un paseo ajardinado con plantas aromáticas mediterráneas y pequeñas lagunas que deja al descubierto galerías y cuevas de gran tamaño (en la Oreja de Dionisio, ya famosa en la antigüedad, los turistas ponen a prueba su voz para convertirla en eco), que excavaron los antiguos canteros, a lo que se ha añadido las modernas esculturas de Mitoraj.


martes, 24 de septiembre de 2024

De Ragusa a Modica y Noto

 



El Valle de Noto es conocido como el valle de las catedrales barrocas, dispuestas como escenario para la representación del poder. Entramos, viniendo de Ragusa, pronto en la mañana, por el ancho Corso Umberto I. A un lado se yerguen como mausoleos de un poder caduco Los grandes Duomos e iglesias tridentinas y, al otro, los algo más modestos, pero vivos, edificios del poder civil: el Teatro de la Ópera (Garibaldi), el ayuntamiento, el liceo, el Palacio de Justicia. Modica es la ciudad del chocolate. Las cafeterías humean. Probamos un pastel de tres chocolates con sendos capuccinos, y muestras de chocolate para regalar.


El pueblo era un teatro, un proscenio de piedras rosas, una fiesta de maravillas. Y cómo olía a jazmín por la noche. Gesualdo Bufalino.


Como en Ragusa, la ciudad se construyó sobre la ladera de un cerro. Ascendemos por callejuelas siguiendo las indicaciones que nos llevan a la casa natal de Salvatore Quasimodo, el poeta Premio Nobel. Delante de la modesta placa que lo recuerda, leemos un poema nostálgico que escribió desde la lejana Lombardía. 'Lamento por el sur' (léelo aquí, verás que es mucho más interesante de lo que supones)


La luna roja, el viento, tu color

de mujer del Norte, la llanura de nieve…

Mi corazón está ya en estas praderas,

en estas aguas anubladas por la niebla.

He olvidado el mar, la grave

caracola que soplan los pastores sicilianos...




Seguimos ascendiendo por empinadas escaleras para llegar al castillo que lo corona. Lo hacemos para ver desde lo alto la perspectiva inversa: las impresionantes torres y cúpulas, las casonas, los palacios, la huella del pasado borbónico, de cuando esta tierra estuvo dominada por nobles españoles.


Por tres veces se reconstruyó la ciudad tras los terremotos de 1542 , 1613 y 1693. Imponente, como retando a la naturaleza, se eleva la Catedral de San Giorgio. Hay que verla desde lo más alto - la cúpula y la torre- y desde lo más bajo - los 164 escalones y el jardín colgante que los precede- para hacerse una idea de la fantasía humana que sueña con ser más estable y duradera que la caprichosa naturaleza.




En el interior basilical de cinco naves suena el órgano, acompañado de clarinete y voces. Ensayan para una próxima boda. Si en el exterior el ascender en contrapicado te convierte en miniatura, en el interior el atronador sonido de los cientos de tubos del órgano te conminan al silencio. Hay tal profusión de pinturas, esculturas y adornos que es imposible mirar ordenadamente, de someter lo que estás viendo y oyendo a una mirada racional.


Cuántas catedrales, cuántas iglesias, cuántos Palacios. Incontables. Echa un vistazo a la Wikipedia italiana y lo verás. Cómo es posible tanta riqueza monumental para una ciudad tan pequeña (50.000 habitantes). De dónde surgió todo este derroche. Cuántos, durante cuántos siglos tuvieron que inclinar la cerviz.




Tras un breve relax en coche, algo menos de una hora, la intensidad emocional se traslada a Noto. Noto es una pequeña ciudad de algo más de 20.000 habitantes que, sin embargo, tiene una zona monumental que pocas ciudades españolas tienen. Hemos buscado los escenarios barrocos donde Antonioni rodó La aventura, en 1960:




La plaza con un semicírculo de escaleras tras un muro, desde donde los hombres de la época asediaban con la mirada a Mónica Vitti (una escena que se repite en la segunda temporada de White Lotus); la explanada, entre la catedral de San Nicolò y el seminario y casa arzobispal, donde el protagonista, desquiciado por la desaparición de su novia y el deseo por su amiga, derrama un tintero sobre el bosquejo que un joven está haciendo del lugar; la casa del seminario de donde sale como un rebaño un numeroso grupo de novicios seguidos por el prefecto, todos vestidos de negro, y a los cuales sigue el protagonista; también la terraza de la iglesia de Santa Clara desde la que se toma la escena, pero no, como yo creía, la final, cuándo Mónica Vitti con los dedos de la mano extendida, duda si acariciar a su enamorado, de espaldas ambos, sentado en un banco, tras haberlo descubierto la noche anterior haciendo el amor en un sofá con una prostituta de lujo. La escena discurría en el Gran Hotel de Taormina, como me hizo notar B.




No nos hemos privado de comer en la vía principal de Noto, en la terraza más concurrida, más cara pero no memorable, por el escenario barroco de fondo.


El recorrido entre estas ciudades y hasta Siracusa, entre campos con muretes separadores de piedra, no está tan sucio como en días anteriores hemos visto en Sicilia.


lunes, 23 de septiembre de 2024

De Agrigento a la Villa Casale, de Comiso a Ragusa

 



No sé si habrá una villa romana que se conserve como se conserva la Villa de Casale, cerca de la localidad de Piazza Armerina. Con ella sucede algo parecido a lo que ocurrió con Pompeya, una catástrofe natural la salvó de la desaparición. Construida al comienzo del siglo IV como villa de caza, una gran inundación provocó una avalancha de barro que cubrió la villa y solo hacia 1950 fue recuperada.




Quienes han visitado la Olmeda en Palencia pueden hacerse una idea de cómo es la Villa de Casale. La mayor diferencia es el mayor tamaño y la conservación. Tenía distintas funciones, desde salas para la vida familiar y, separadas, para los domésticos, el complejo termal (frigidarium y caldarium) con sauna o el gran salón de recepción de invitados. Cada sala con grandes suelos de mosaicos, que se conservan casi como en la época de su construcción. Destacan los dedicados a la educación de los niños, los que aparecen con mujeres en bikini (en realidad ropa interior con la que hacían ejercicios gimnásticos en las termas), la gran colección de medallones con figuras de animales en los pasajess y, por encima de todo, una serie que representa la caza, captura y traslado de animales salvajes de África hacia los lugares dónde iban a ser exhibidos y ejecutados.




Caminamos apretados por pasarelas metálicas elevadas llenas de españoles que han venido en al menos dos autocareses, uno de ellos del club de los 60 de Valladolid. Sus guías italianos, en español, van explicando cada detalle de los mosaicos.




Temprano en la mañana nos habíamos despedido, mirando por la ventana de la habitación del Hotel Tre Torri de Agrigento, del templo de Hera, en la colina de enfrente, para iniciar el viaje a Ragusa. Entre viñedos, olivos y avellanos, por carreteras estrechas, con muchos plásticos en los márgenes, pasamos por Caltanissetta, de resonancias mafiosas, antes de llegar a la Villa Casale. A la salida subiendo del valle a la meseta, nos asaltó una impresionante catedral de tonos rojizos, en el centro de Piazza Armerina, en la que sobresalía una esbelta cúpula turquesa. Elevada sobre las faldas de una colina, la vista del Duomo, el castillo aragonés y las casas que los circundan impresiona en la distancia.




La misma influencia de Aragón la hemos visto por sorpresa en una población con la que no contábamos, Comiso. Una ciudad de menos de 30.000 habitantes, pero con una riqueza arquitectónica inesperada. Una ciudad desconocida, sin turistas, donde nació Gesualdo Bufalino, un escritor que merece mejor suerte con los lectores: "La mafia será derrotada por un ejército de profesores de primaria". El centro está lleno de edificios impresionantes entre los que destacan el Palacio de Aragón, la Catedral, la Iglesia de la Anunciación y el antiguo mercado de pescado, un patio cercado por una galería de elegantes arcos (logia). 




Las cúpulas miquelángelescas del Duomo y la Anunciación, por encima de todo. Ambas han pasado por distintas vicisitudes, entre ellas el terremoto de 1693. En la Iglesia de la Anunciación estaban preparaando la decoración floral de una boda. El hombre que dirigía la operación irritado gritaba a sus ayudantes. Nos hemos colado dentro, rendidos ante el estallido de color del ornamento barroco.




Cuando ya desesperábamos porque todo estaba cerrado, hemos visto un restaurante donde se celebraba una cita familiar, Disio. Un lugar silencioso, cuidado, atento, con una comida exquisita. A la salida, los invitados de la boda entraban en la Iglesia de la Anunciación. Comiso nos ha deslumbrado, una ciudad tan pequeña con tantos palacios e iglesias, hasta unas termas romanas. La pega, la sensación de abandono, de ciudad vacía: locales cerrados o a la venta, un lujoso escenario sin espectadores.




Ragusa era la meta el día, una ciudad del tamaño de Ávila con una impresionante topografía. Construida sobre colinas, está dividida en dos por un profundo desfiladero sobre el río Fiumicello, Ragusa Ibla y Ragusa Superiore. Lo más significativo son las pronunciadas escaleras para ascender a una y otra. Desde lo alto de cada una se ve la bonita fisonomía de la otra. Desde la colina de Ibla (devastada por el terremoto de 1693 y reconstruida), el Duomo espectacular de San Giorgio, que la emparenta con el barroco del Valle de Noto, desde el otro lado, el intricado callejero medieval que subsistió al terremoto.




La ciudad, como en esta parte de Sicilia, está adornada por incontables iglesias barrocas, unas siguiendo el modelo de la Iglesia del Gesu en Roma y otras el modelo de Borromini. En este final del verano en que las multitudes están abandonando Sicilia, es un placer, llegada la tarde, callejear, por entre palacios renacentistas y barrocos de influencia española, perderse por las callejuelas oscuras y empinadas. Impresiona la portada de San Giorgio detrás de una extensa escalinata, vista desde la plaza de restaurantes medio vacíos. Sí el campo de Sicilia, y algunas de sus ciudades, es un estercolero - bolsas de basura y plástico por doquier- Ragusa, como también Trapani, ambas muy turísticas, están limpias y aseadas. Sin embargo, en una y otra, en el centro, se ven locales y casas en venta. Las ciudades sicilianas son bellas, alguna sin parangón, pero resulta difícil vivir en el interior de museos. Los jóvenes huyen buscando una vida mejor, menos bella, pero más práctica.




El interior de San Giorgio, a punto de cerrar, está vacío cuando entramos. Aún resuena el último acorde del concierto de órgano. Pasamos por restaurantes y hoteles iluminados, pero vacíos. Solo en la plaza central, sobre el desfiladero que divide la ciudad, hay la animación de un grupo folklórico que acaba de salir de una fiesta. De otra iglesia salen voces, al otro lado de la puerta vemos que ensayan para una obra. En muchos aspectos, Ragusa y toda Sicilia parecen un lujoso escenario abandonado tras una exitosa representación.



domingo, 22 de septiembre de 2024

Comida familiar

 


¿El mundo entendido como la sociedad de los hombres se está deshilachando o solo es una percepción personal? Crecí en una época en que había un objetivo para la humanidad: autorganizarse para lograr la paz y el bienestar general. Unos pocos años atrás había acabado la guerra mundial, las organizaciones internacionales crecían por doquier: la ONU, el germen de la Unión Europea, la OTAN, el pacto de Varsovia. Dos bloques se miraban de frente, los dientes apretados, sin llegar a enfrentarse. Ambos tenía un objetivo en el horizonte por el que merecía la pena luchar. Eso ha acabado. No hay objetivos a la vista, sino ir tirando. Las guerras de Ucrania y Gaza son incomprensibles por innecesarias. No hay un objetivo mundial que ilusione (ni siquiera llegar a Marte). Los vertiginosos avances tecnológicos nos separan del pasado a una velocidad inédita. Embebidos, atrapados en el salto, estamos perdiendo la capacidad de comparar, de situarnos moralmente en el mundo. 


Ayer asistí a una comida familiar. Tres generaciones se agrupaban en tres grandes mesas separadas: las más mayores (viudas; los hombres de su generación han desaparecido) con otras mujeres de compañía; los hijos de esas mujeres, y de los desaparecidos, hombres en su mayoría: casados, solteros, separados; los hijos e hijas de estos. Por entre las mesas correteaban los pequeñines. Tres mesas, tres conversaciones separadas, tres mundos. En la sobremesa, con los cafés y los chupitos, tampoco las conversaciones se mezclaron.


El mismo día se celebraba en el pueblo la fiesta dedicada a la Virgen de la Torrecilla. Se procesiona a la Virgen y se bailan jotas delante, con cura y salve y vítores para terminar. Luego hay aperitivo comunitario en la cantina. La generación que me precede prácticamente ha desaparecido. Quedan unos pocos islotes aislados con la mirada perdida. Hablé con los míos, con quienes coincidí en la escuela, muchos que hacía tiempo no veía (no sé qué significa esta vuelta a los comienzos), una memoria común con pequeñas anécdotas diferenciales. Nadie comprende lo que está pasando. La desagregación. El grupo era numeroso, apretado en torno a las bebidas y el aperitivo, estratificado, solo se hablaba con los conocidos, una barrera temporal separaba las charlas. El lugar permanece con pequeñas modificaciones, las edades se empujan unas a otras para ir ocupando el escenario.


Tras la comida y la larga sobremesa volvimos a la cantina para participar en un sorteo y dar comienzo a la verbena. Cuando se abatió la negra cartola del camión y la música atronadora se apoderó de la plaza creí que había llegado el momento de abandonar la fiesta.