Llueve,
después de meses sin caer gota. No lo hace con intensidad, pero sí
lo suficiente como para dispersar a la multitud reunida en las calles
para recibir a los Magos de Oriente. Ahora que los niños ya duermen
con la ilusión de ver materializado su sueño cuando se despierten
es buen momento para ver con el volumen no muy alto La sociedad de
la nieve (Netflix).
Todo
el mundo conoce el suceso. Y algunos lo habrán contado a sus hijos
con la voz queda, quizá ocultando lo principal, que unos hombres
para sobrevivir, después de que el avión en que viajaban de Uruguay
a Chile se estrellara contra la montaña en los Andes, tuvieron que
hacer antropofagia. La sensibilidad cambia con el tiempo, la
narración de los hechos, las restricciones morales. El cuento que
nos cuenta J. A. Bayona es muy de nuestra época: es la solidaridad y
la cooperación las que en una situación límite, catastrófica, nos
salva. Todos, hombro con hombro, unidos, disolviendo discrepancias,
entregando si hace falta el propio cuerpo en el empeño,
conseguiremos el objetivo de salvar al colectivo. De los 45 que
tomaron asiento en el avión, en Montevideo, tras el choque contra la
tormenta de nieve y las rocas invisibles de los Andes, más de la
mitad murieron. Otros seguirían muriendo por las bajas temperaturas
de la noche -hasta -40º-, por la falta de alimento, por las heridas
imposibles de curar; 16 sobrevivieron. En la película a pesar del
drama los supervivientes mantienen largas conversaciones sobre la
vida, las creencias, la organización social. Los liderazgos cambian,
buscando las mejores opciones para sobrevivir, ponderando la voluntad
de resistencia y la unión que harán el rescate sea posible.
El
relato de la época, cuando en 1972 las noticias, los reportajes, las
imágenes, los libros dieron cuenta del suceso, la perspectiva era
diferente. Unos hombres que no habían muerto en el accidente de un
avión en los helados Andes practicaron el canibalismo, comieron
carne humana para sobrevivir durante 2 meses y medio. El canibalismo
ha sido y sigue siendo tabú; ahora lo dulcificamos hablando de
antropofagia. Leemos con horror que un psicópata ha matado a su
amante, que lo ha descuartizado y guardado en el congelador y se lo
ha ido comiendo. De vez en cuando aparecen noticias como esa, poco
comentadas o solo de pasada, horrorizados. Lo que antes era
indecible, apenas imaginable, el mayor de los horrores, con el paso
del tiempo, a través de historias reales y tramas en películas y
series hemos ido aceptando que eso es posible, que hay hombres que
por medio de rituales o por accesos de locura se han comido a otros
hombres. La película de Bayona da un paso más: comerse a otros
hombres es tolerable si eso sirve a la salvación de los propios
hombres.
No
se ve en la película el descuartizamiento, apenas una escena de unos
hombres que tras un montón de nieve operan sobre los cuerpos
muertos. Tampoco se ven pedazos grandes sino trocitos de carne,
menudencias con huesos que se llevan a la boca, no sin antes
construir el discurso de su necesidad, la repugnancia salvada, el
bien superior de la vida a la prohibición de comer carne humana,
convencidos al fin, con juramento público de por medio, de que en
caso de muerte se utilice el propio cuerpo para alimento de los
demás. En el mismo discurso en que se alega la inutilidad de la
plegaria a Dios se reconstruye la última cena en la que Cristo
entregaba su cuerpo a los hombres para su salvación: la ofrenda
colectiva en la que cada uno dispone que, en caso de muerte, su
cuerpo sea entregado como alimento a los demás.
Más
allá de las habilidades técnicas, de lo verosímil de la
reconstrucción del accidente, de la entrega de los jóvenes actores,
el relato de Bayona funciona porque es un calco del relato dominante:
la catástrofe en el horizonte, la cooperación, la obediencia por el
bien común y de modo tácito, sin verbalizarlo, lo inconcebible de
que alguien se oponga. Bayona cuenta con la ventaja de un público
dispuesto.
La
voluntad de ordenar una tragedia en un relato con un sentido
edificante es lo que hace de La sociedad de la nieve
una película de palomitas. Por eso se ha estrenado en periodo
navideño. Podía haber sido otra cosa, pero a J. A. Bayona solo le
interesa el espectáculo. Es una opción tan válida como otra
cualquiera, pero estaría bien que alguien advirtiese al espectador
que lo que va a ver no es lo que sucedió exactamente, sino un
relato.
La
película de 1993, Viven (Alive!), era mucho más
valiente. No sólo se ven los enfrentamientos entre los
supervivientes, el tema central es la antropofagia no la cooperación
solidaria de Bayona. Hay crudas escenas en las discusiones y en el
sacrificio de los cuerpos muertos. Se puede ver en Movistar. Aún
así, comentándola, Nando Parrado, uno de los dos que salen del
grupo, cuando las condiciones atmosféricas mejoran, para pedir el
rescate, atravesando montañas y valles, algo que sale en unas pocas
escenas en ambas películas, decía en una entrevista:
"La
película es un picnic al lado de lo que vivimos, es una excursión
al campo. Ahí no se ve el frío, la sed, la muerte ni el
sufrimiento, pero bueno...pienso que exactamente como pasó hubiera
sido imposible de filmar y hubiera sido imposible de ver... Yo siento
que mucha gente la ve de una manera casi romántica. ‘Qué bárbaro!
Estos chicos, todos jóvenes, todos amigos, se les estrelló el
avión, cruzaron la cordillera y se salvaron.’ La verdad fue mucho
más terrible de lo que cualquiera pueda imaginar. Si hoy no tuviera
la familia que tengo, preferiría no haber nacido antes que pasar por
todo eso"