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jueves, 30 de mayo de 2024

Meditaciones de Marco Aurelio

 



Marco Aurelio culminó la época a la que Maquiavelo, respondiendo a la pregunta de cuál había sido la mejor de la historia, llamó la de los cinco emperadores, o cinco emperadores buenos, esto es Nerva, Trajano, Adriano, Antonino Pío y Marco Aurelio. Marco Aurelio también se benefició de que los emperadores anteriores no tuviesen hijos consanguíneos, por lo que tuvieron que adoptar a hombres de buen carácter y dotes de gobierno. Marco Aurelio pertenecía a la elite romana -descendía de una familia de senadores y cónsules; su madre era sobrina de Trajano- educada en griego y en el estoicismo, una filosofía que habían introducido pensadores venidos de Grecia, entre ellos el más grande, el esclavo Epícteto, natural de la Hierápolis frigia. Cuando en los ratos de asueto, en sus campañas contra los germanos, ya al final de su vida, Marco Aurelio escribía los pensamientos que conocemos como Meditaciones, tuvo en cuenta no solo su experiencia personal, sino las lecciones aprendidas en las lecturas de Séneca, Epícteto y otros, cuyas ideas repite en estos concentrados de sabiduría del buen vivir. Porque de eso tratan las 'meditaciones', de cómo tener una buena vida, que es el asunto del estoicismo.

La buena vida consiste en llegar a ser un hombre virtuoso, aquel que mediante el uso de la razón sabe aceptar el destino, lo que la naturaleza -a la que a veces identifica con el universo y otras con la divinidad- nos tiene preparado, y también en comportarse de tal modo como querríamos que los demás se comportasen con nosotros. Y es que en estas ‘meditaciones’ se encuentran ecos, precedentes, de lo que grandes pensados del futuro convertirían en máximas filosóficas del buen vivir.

Toda vida está llena de contradicciones porque es imposible ser perfecto y aplicar en la propia vida los buenos propósitos que uno se hace. Eso le ocurrió a Marco Aurelio que tuvo la mala suerte de tener un hijo propio, Cómodo, que no estaba a la altura de la filosofía del padre, y no fue, como muestra la película Gladiator, un buen gobernante, aunque entre los historiadores más modernos hay controversia al respecto.




Casi al principio de las 'meditaciones', Marco Aurelio hace una declaración de principios, que suponemos fue su guía como gobernante y como hombre:


De Severo aprendí que el gobierno debe basarse en la libertad d expresión y la igualdad ante la ley y de que el gobierno del príncipe debe respetar sobre todo la libertad de sus súbditos; también aprendí de él la constancia y la perseverancia en el estudio de la filosofía.


El estoicismo fue la filosofía de las élites romanas, y también lo es en la actualidad de las élites tecnológicas. Su aceptación del destino, de las virtudes que la naturaleza les ha otorgado, conviene a la imagen que ellos tienen de la buena vida y la que el mundo ha de tener sobre ellos: no pone en cuestión su riqueza y poder y les da la idea de que a pesar de su riqueza y poder pueden ser buenas personas, preocuparse por el bienestar de la humanidad en su conjunto, ser generosos filántropos, ofrecer parte de su riqueza para buenas obras y, en consecuencia, ser reconocidos por la comunidad como benefactores a quienes se ha de rendir honores.


No tienen en cuenta, sin embargo, la otra enseñanza del estoicismo, la inútil vanagloria, la brevedad de la vida, lo poco que perdura la vida humana y la obra de los hombres, pronto devorada por el olvido:


La duración de la vida humana es un instante en el espacio. Su sustancia, variable; las sensaciones, confusas; la composición de su cuerpo, algo fácilmente corruptible; su alma, una peonza; la fortuna, incierta; la fama, insegura. En resumen, todo lo relativo al cuerpo, un río y lo que emana del alma, un sueño, humo. La vida es lucha y peregrinaje por tierra extraña, la fama póstuma, olvido. Qué queda pues para acompañarnos, una sola cosa, la filosofía.



martes, 7 de mayo de 2024

La filosofía del miedo, de Bernat Castany

 




En cuanto a mí, de todas las cosas que están fuera de mi poder, ninguna estimo más que poder tener el honor de trabar lazos de amistad con gentes que aman sinceramente la verdad. Spinoza, epístola 19.


'Hasta la muerte, todo es vida'. Cervantes


A veces los autores te entregan un libro tan desordenado, bien por el burbujeo de ideas que se les ocurren mientras escriben, bien porque han sacado esas ideas de un número inmanejable de lecturas, sin tiempo para rumiarlas, para encontrar el hilo que las ordene y dé sentido, que no te queda más remedio que ordenarlas tú, pobre lector confundido. Es lo que me ha sucedido con este libro, la impresión de que el autor lo ha escrito para dar rienda al cúmulo de citas que ha ido tomando en sus lecturas, parece que buena parte de ellas ligadas a la pandemia, un río de citas que trata de hilvanar con una reflexión sobre el miedo y sus diferentes encarnaciones y de paso las formas de combatirlo. El autor es un buen colector, cada una de las citas que recoge merecen atención, silencio y reflexión. En ocasiones, son las propias citas las que hacen pensar más que la reflexión del autor. El libro está ordenado en pequeños capítulos bajo epígrafes llamativos que dan la impresión de haber sido escritos bajo la influencia inmediata de una lectura reciente, sin someterse a un orden preestablecido, a pesar de que el autor prometa al inicio ordenar sus notas al modo filosófico, haciendo que al conocimiento canónico siga la ontología o física y a la ética o buena vida la política.


"No ser feliz", anuncia, siguiendo a Borges, “es el peor de los pecados”. El miedo se interpone en el camino. Para combatirlo dos antorchas le guían, los Ensayos de Montaigne y su escepticismo y el conatus -esfuerzo o voluntad- de la Ética de Spinoza. Combatirlo a solas es desaconsejable, por lo que, como enseñan tanto Montaigne como Spinoza, hay que procurar la amistad. Ese es el hilo que une sus reflexiones.


De qué modo se nos presenta el miedo, se pregunta. En los clásicos encuentra la respuesta: como deimos o miedo proporcionado y racional y como phobos, desproporcionado e irracional o patológico. ¿Nos hemos liberado de los miedos irracionales que nos inculcaban las religiones -el infierno-, y de nuestra impotencia ante los fenómenos naturales, o los hemos sustituido por otros: las nuevas religiones -raza, nación, ideología política, identidad-, y los nuevos catastrofismos que intuimos en el horizonte? Como en el pasado, ¿no culpabilizamos a otros -brujas, herejes, judíos, extranjeros- para sofocar nuestro miedo?


De todos los miedos, el miedo a la muerte es una constante, permanece. El miedo a la muerte es el origen de la hiperactividad de los seres humanos, que buscan acallar el rumor del río del tiempo con el barullo de la ocupación, la ambición o la guerra, como ya decía Lucrecio. Por ello, acudimos a los clásicos para encontrar consuelo. Hasta la muerte, todo es vida', escribió Cervantes, y Horacio: ‘Coge el día (carpe diem) y no creas en el mañana’. En la misma línea, los epicúreos se entregaban a la contemplatio, la alegría de la contemplación spinozista.




Los escépticos practicaban la contemplación de la incomprensibilidad del mundo, la ignorancia del ser humano y la transitoriedad de los conocimientos. Para lo epicúreos, su norte era la búsqueda del placer, preferían salidas vitalistas -la opción por la vida- frente al miedo a los dioses, a la muerte, al dolor y al fracaso; su guía, la phronesis, la prudencia o racionalidad práctica: maximizar el placer y minimizar el dolor. Spinoza distinguía entre las pasiones tristes -de entre ellas, el miedo la más triste- y los afectos alegres -la admiración, la amistad, la confianza, el perdón, la tolerancia y el entusiasmo- a los que se llega mediante el esfuerzo racional -conatus-. Esa es la base de su Ética. De todos los afectos, la amistad es el primero: con uno mismo en primer lugar y con los demás después. Para Aristóteles, la experiencia metafísica por excelencia era contemplar el ser, y se hace en compañía, mediante la amistad. Un amigo, dice el Bernat Castany, siguiendo a Spinoza, no es solo alguien al que no se teme, sino alguien junto al que el miedo desaparece.


En el 10 de gamelión, los epicúreos celebraban el nacimiento de Epicuro con un banquete que atribuía a la amistad una dimensión contemplativa: la serenidad compartida, la indiferencia olímpica, la conversación filosófica, el humor tierno, el contacto con el pan, el queso, las olivas y el vino como cifras de la naturaleza, la liberación de todas las culpas y vergüenzas ante la mirada benévola de los amigos.


Donde es difícil seguir al autor es en su ampliación del concepto de ‘amistad’. Bernat Castany opone al yo idealizado de Sócrates el yo plural, como si este último no fuese otra forma de idealización: la ‘amistad’ pasa a ser ‘solidaridad’. Pero ambos conceptos tienen una genealogía diferente y una diferente trama sentimental: el primero emerge del impulso filosófico de salir juntos al encuentro de la verdad; el segundo se traba en la lealtad política, donde es necesaria la renuncia personal en busca de ‘un bien mayor’ colectivo. Él mismo autor reconoce que el capítulo que dedica a lo político, es decir, a lo plural, ha quedado un poco enrevesado.


Al final, queda la primera pregunta, que es la última, cómo vencemos el miedo a la muerte. Con un acto de voluntad, un acto de fe:


El no a la muerte no puede ser simplemente reactivo, debe ser un sí activo a todo lo que aumenta la vida. Ese 'sí', es un acto de fe no religioso, sino filosófico: la convicción indemostrable de que la vida es mejor que la muerte y de que eso implica una obligación moral y política. Y es que la elección entre el 'no' a la muerte y el 'sí' a la vida es el verdadero plebiscito diario”.



martes, 26 de marzo de 2024

Tener tiempo. Ensayo de cronosofía. Pascal Chabot

 



El tiempo, "un fuego que me consume". Borges

Deambulamos por unos tiempos que no son los nuestros”. Pascal

La cantidad de tiempo es la aritmética elemental de la existencia”. Chabot

¿Qué nos ha enseñado la burbuja de la pandemia del covid-19?


Durante el periodo del confinamiento, que ahora nos parece tan lejano, el tiempo se detuvo o al menos se aminoró drásticamente, lo que dio ocasión a pensar sobre cómo estábamos viviendo. Algunos se centraron en el propio significado de 'tiempo'. Es paradigmática la idea de que todos sabemos qué es el tiempo, pero nos cuesta explicar en qué consiste. Pascal Chabot, filósofo belga, lanza al mercado de la filosofía, la palabra cronosofia. Durante el periodo de confinamiento, que él vivió entre el 18 de marzo y el 1 de mayo de 2020, en Bélgica, público en La libre Belgique una serie de pequeños ensayos titulados 'diario de un filósofo confinado', ahora convertidos en libro. En él traza una pequeña historia de cómo hemos vivido o sentido el tiempo históricamente. Con ese amor que tienen los francófonos por volver a renombrar para reiniciar la historia de modo que el suyo sea siempre un nuevo comienzo, deslinda cuatro periodos en su cronosofía: el destino, el progreso, el hipertiempo y el plazo. A todos les pone una mayúscula inicial. El tiempo del Destino es el circular, una rueda -las estaciones por ejemplo- va volteando en forma de ciclos las vidas humanas, marcadas por el nacimiento y la muerte. El Progreso es lineal desde que Hegel describiese la historia como el avance continuo del Espíritu: la ilustración en marcha hasta alcanzar el fin óptimo. El Hipertiempo es el presente consumido por la velocidad. Con el Plazo se refiere al catastrofismo o colapsismo que nos obsesiona hasta el punto de pensar en un final inaplazable, 'el tiempo que se agota', la conciencia de no tener futuro.


Por supuesto Chabot encuentra una solución a esta confluencia de tiempos tan diversos. La encuentra en la figura de la espiral. Está por doquier en la naturaleza. Observa la espiral del humo que asciende, el zarcillo de la vid, el remolino del agua que se sume. La espiral como imagen para salir de las determinaciones temporales. En ella se combinan el tiempo cíclico del destino y el lineal del progreso. En la espiral el tiempo no vuelve a empezar sino que el ciclo se abre apuntando hacia un futuro no desbocado sino controlado, no se detiene en el hipertiempo del presente sino que se abre al futuro, pues las espiras cada vez son más amplias, contempla la pragmática preparación al plazo de la catástrofe anunciada, sea ambiental, vírica o de cualquier otro tipo. Chabot propone una quinta manera de contemplar el tiempo, la Ocasión cuya genealogía filosófica encuentra en el Kairos griego, la oportunidad para pensar y actuar sobre la vida que llevamos. Sin embargo, aparte de poner una mayúscula inicial, no nos dice Chabot mucha cosa más sobre como saldar la deuda que nos será cobrada a su debido tiempo, individual o planetaria. Bueno, sí, una cosa importante: el decalage, cómo se diría en francés, entre el progreso tecnocientífico y el progreso moral.


La lectura se traba a veces en la logomaquia propia de los filósofos francófonos, que no tienen en consideración la máxima orteguiana: 'la claridad es la cortesía que el escritor le debe al lector'. Sin embargo, las ideas expuestas pueden inducirnos a una reflexión sobre la velocidad en la que vivimos que, tras el breve bloqueo de la pandemia, hemos recuperado. Pues no solo las posibles catástrofes sobre la vida están ahí, sino que la propia velocidad es una amenaza para el discurrir de nuestra vida sobre la tierra.