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viernes, 26 de julio de 2024

Esquilo, de Ismail Kadaré

 



"Hay un momento en el que los griegos irrumpen con ímpetu en la vida de las personas. A unas les suceden en la infancia, a otras en la etapa estudiantil y a otras en la madurez e incluso en la vejez avanzada. Como los causantes de todas las grandes conmociones, ellos poseen la capacidad de turbar a cualquier edad".


El 1 de julio pasado murió Ismail Kadaré, con pocas referencias en la prensa española. Fue un escritor albanés que creció con la dictadura estalinista de Enver Hoxha y que no cedió a la tentación del exilio. Escribió sus novelas con la clara intención de oponerse a la dictadura. Que no le concediesen el Nobel disminuyó la extensión popular de su valía. Solo por una referencia casual he conocido su Esquilo. Para Kadaré la tragedia está en lo más alto de la literatura; Esquilo fue su creador y también su culminación; la existencia del género fue fugaz, apenas 100 años en la época clásica, que tuvo su réplica, 2000 años después, en parte de las obras de Shakespeare. La mayor parte de las tragedias clásicas se han perdido; de Esquilo nos quedan 7, pero entre ellas, quizá su momento más alto, la trilogía de la Orestíada: Agamenón, las Coéforas y las Eumémides, representadas en la primavera del 458, cuando Esquilo contaba 67 años, dos antes de morir. Esquilo ganó con ellas el talento que acreditaba la victoria en el certamen anual. Las trilogías solían acabar con un drama satírico que el público exigía para soltar la tensión acumulada mediante la carcajada, en este caso un Proteo que se ha perdido.


Orestes asesina a su madre, Clitembestra

Todo el mundo conoce si no los personajes, la trama, los temas y sus desarrollos, repetidos de distintas formas en la literatura universal. Acabados los extenuantes 10 años de la guerra de Troya, Agamenón vuelve a casa donde le espera la maldición de la casa de Atreo. Antes, tras 10 años de disputas entre griegos, Agamenón había sacrificado a su hija Ifigenia para que los vientos se aplacasen y las naves pudiesen dirigirse hacia Troya y castigarla por el rapto de Helena, reina de Esparta y esposa de Menelao. Clitemnestra, su esposa y madre, lo esperaba con el hacha para tomar venganza. Venganza que a su vez trama contra ella su hija, Electra, que incita a su hermano Orestes a que cumpla con lo que el derecho de sangre le exige. La fuerza del genos hace que mediante los lazos de sangre la culpa y la obligación de venganza se hereden. ¿Debe ser castigado Orestes por el tribunal del Aerópago, el tribunal que en esa época estaban creando Efialtes y Pericles para juzgar a los homicidas?

La opinión generalizada es que la tragedia surge en las fiestas dionisíacas, en medio de la excitación orgiástica, cuando el hombre no había sometido su parte animal a la razón que los filósofos intentan imponer en la sociedad griega. Kadaré tiene otra opinión. El derecho es la línea que recorre las tragedias esquíleas. El derecho de sangre que clama venganza y se ejecuta mediante códigos preestablecidos frente a la ley que intenta imponer el Estado. Clitemnestra, Electra y Orestes se ven impelidos a actuar según les exige la tradición: la venganza frente a la justicia que impone la ley.




Según Kadaré los clásicos conocían las tradiciones balcánicas. En las montañas albanesas, pero también en las griegas y en el Montenegro eslavo, existía un derecho consuetudinario que codificaba la venganza por crímenes de sangre. En el caso albanés era el Kanun, un código muy estricto que reglaba tanto la hospitalidad como su ofensa -la profanación de la hospitalidad era más grave que el rapto de una mujer-, los lugares sagrados de asilo y los tribunales tribales, que obligaba no solo a las personas sino al clan o a la tribu, el genos. Abril quebrado (1988) es la novela donde Kadaré mejor explica estas tradiciones. La Orestíada, la única trilogía de Esquilo conservada, pinta el fresco sobre lo que la humanidad se jugaba en el escenario griego: el derecho antiguo de la sangre y la venganza - la reparación de la sangre como fruto del orden gentilicio- representada por las Erinias, frente al engranaje del Estado en construcción fundado en la ley.



Se dice que por enfado, tras una representación, Esquilo abandonó Atenas hacia Sicilia donde murió 2 años después. En su epitafio no se mencionan sus méritos como primer trágico, sino su valor en las batallas de Maratón, Salamina y Platea contra los persas. Esquilo solo tenía a su alcance las obras de Homero, el Gilgamesh y algunas otras menores, pero inventó un mundo del que han bebido los dramaturgos posteriores, modesto afirmó que sus obras "no eran sino migajas del gran festín de Homero". Esquilo no esquematiza las posiciones como en un hilo de Twitter. El lector -el espectador- debe bregar en su mente con la razones y los sentimientos que mueven a los personajes para aclararse. La vida es reflexión y drama: si Helena no mide las consecuencias del abandono del hogar de Menelao por el joven Paris, tampoco lo hace Agamenón al sacrificar a su hija Ifigenia. El desconsuelo anega todos los rincones de Grecia, a la que llegan a diario desde Troya noticias de muertes y urnas con cenizas. Y tras la noche de la caída de Troya, la conciencia de “la terrible matanza, donde los griegos 'sobrepasaron la medida de su propio derecho', cuyo peso cargarían durante siglos sobre su conciencia".


El Esquilo de Kadaré es una de esas gemas ocultas que al descubrirlas por casualidad más te deslumbran. Además de bien escrito, sitúa con gran economía de estilo el nacimiento de la tragedia, la importancia de Esquilo y su lugar principal en la tradición literaria.


¿Ha leído Putin a Esquilo, ha visto la sangre en las manos de lady Macbeth? Quizá no, pero en algún lugar ha visto la eficacia del veneno. Quizá no sea lector, pero alguno de sus seguidores más cercanos sabe de sus consecuencias, de los remordimientos de conciencia, de la fatalidad, de la duda y la venganza aplazada. Todos los vecinos de Occidente hemos oído hablar de Orestes e Ifigenia y de Edipo: ninguno somos inocentes. Sabemos, como nos recuerda Kadaré, que Macbeth invitó al rey Duncan a cenar y que lo mató mientras dormía.



jueves, 25 de julio de 2024

Tragedias

 


En tiempos de Adriano un compilador, probablemente a sugerencia del propio emperador, hizo una excerta de los tres grandes trágicos griegos. Gracias a ella se conservan siete obras de Esquilo y otras siete de Sófocles. De Eurípides algunas más, hasta 19. Qué motivó al compilador a extraer esas obras y no otras del corpus total, ¿el gusto de la época de Adriano, la fama arrastrada durante siglos - el canon-, la mejor conservación? El caso es que se dice que Esquilo escribió muchas más, hasta 90, 92 en el caso de Eurípides y más de cien en el de Sófocles. Si sumamos a todos los trágicos quizá se hayan perdido mil obras. Podríamos hablar de la magnitud de la tragedia no tanto por el número como por la sabiduría perdida en ellas. ¿Fue la desidia, el simple olvido o fue la censura de los poderosos: la de quienes veían su poder amenazado al mostrar sus trapacerías en escena o eran las nuevas doctrinas religiosas las que querían acabar con cosmologías más antiguas que las suyas, o fue simplemente la mudable opinión de los espectadores? Ya en tiempos clásicos el pueblo exigía que junto a las tragedias los autores creasen sátiras para poder burlarse de los poderosos sin tener que enfrentarse a ellos y que no les calentasen la cabeza con dilemas filosóficos o les recordasen el fin trágico de toda existencia.


¿Hemos perdido un conocimiento esencial?¿Hubiésemos adelantado en la comprensión del mundo? ¿En algún momento se produjo una disociación entre el progreso técnico y la humanización, entendiendo esta como la mejor adaptación del hombre a la naturaleza? Parece evidente que la evolución no se produce en línea recta, sino en zigzags, que hay tecnologías antiguas como la que elevó las pirámides que no acabamos de comprender y que se perdieron pronto; la ingeniería romana todavía nos sorprende, pero las pirámides, los puentes y los acueductos romanos ahí están. Sin embargo, de la experiencia humana solo van quedando fragmentos: cómo vivían y sentían babilónicos y egipcios: de ellos conocemos lo que la arqueología nos descubre de sus élites, no del pueblo. Si volvemos la mirada hacia nosotros, los documentos que dejamos al futuro no serán muy diferentes: del maremágnum de nuestros documentos, la mayoría son creaciones de la élite. Lo que el pueblo aprecia y por lo tanto está más reproducido es lo fácil e inteligible, finales felices y muchos besos, dejando en anaqueles olvidados lo que los sabios quieren transmitirnos, los dilemas, el sentimiento trágico.


jueves, 27 de abril de 2023

Las troyanas, de Eurípides

 



Es necio el mortal que destruye ciudades; si además deja en soledad templos y tumbas – santuarios de los muertos – prepara su propia destrucción para después”. Poseidón discutiendo con Atenea el destino de los vencedores y verdugos griegos.

Quiero que su retorno sea lamentable”, contesta Atenea.

(versión de José Luis Calvo Martínez. Gredos)


Eurípides situaba sus obras en un tiempo legendario muy anterior al tiempo de Pericles y de los sofistas en el que él vivía (415 ac, en medio de la Guerra del Peloponeso). Su intención era tomar las fábulas o los hechos históricos que se perdían en la niebla de la leyenda como punto de partida para discutir los problemas del presente. Sus obras podrían cumplir la misma función si hoy se representasen; el progreso material de la civilización es evidente desde su época hasta hoy, sin embargo la vida del espíritu no es muy diferente. En Las troyanas Eurípides habla de asuntos plenamente actuales, la guerra y la situación de la mujer en la sociedad. ¿En cuántos lugares, en qué países se está representando hoy esta obra?


Mientras los griegos vencedores se reparten el botín junto a las murallas medio derruidas de Troya, pocos parlamentos tan convincentes contra la guerra como el de Casandra en Las Troyanas. Y pocos que se ajusten mejor a lo que sucede hoy en Ucrania, un país invadido que se tiene que defender. No se trata solo de sangre y muerte, de la destrucción de ciudades hasta sus cimientos, también en Troya como en Ucrania los invasores griegos, además de sortearse a las mujeres de los vencidos, arrancaban a los hijos de sus madres para llevárselos a su país; la violencia arbitraria contra los inocentes. El sacrificio o el robo de los niños está en el centro de la acción de la obra de Eurípides. Astianacte, o Escamandro, es el único superviviente varón de la guerra, hijo de Héctor y Andrómaca; los griegos en asamblea deciden asesinarlo para que en el futuro no se convierta en estandarte de una rebelión.


En cuanto al segundo tema, acabada la guerra, que es asunto de hombres, hombres sacrificados en el altar de la Guerra, las protagonistas de esta obra son mujeres, aunque no activas sino pacientes, cada una con una carga dramática diferente, todas sufrientes en diferente medida, pero es en la contraposición entre Andrómaca, la mujer de Héctor, y Helena, la enamorada de París, donde se ve mejor el principal asunto de estos días, la revolución feminista. Quizá, si no se representa la obra de Eurípides se deba a que Helena en oposición a Andromaca no sale bien parada. Andrómaca representa la fidelidad al marido y al hogar; para Helena que, por el contrario, dejó a Menelao por París, todo son reproches, se le acusa de que está en el origen de los males que se abatieron sobre griegos y troyanos, después de que tras el asunto de la manzana de la discordia Afrodita recompensase a Paris con el amor de Helena. Helena no tiene perdón y merece ser sacrificada.


Intuyo que los programadores culturales no ven hoy con buenos ojos una obra tan poco equidistante en una guerra con un claro invasor, tan brutal y robaniños como Rusia, tampoco que se ponga en cuestión un modo único de entender los roles sociales. No se trata de imponer una imagen sobre otra, Andrómaca sobre Helena, sino de hurtar un debate sereno sobre los roles sociales, sobre los diferentes modos de situarse en la sociedad, en la familia, sobre la libertad de opción de los individuos.


Hay un tercer elemento en la obra, diferencial en cuanto a los otros trágicos griegos anteriores a Eurípides, el desapego de los dioses, un tema que no está en nuestro orden del día. La visión que ofrece Eurípides es trágica, lejos del heroísmo que ofrecían la Ilíada y la Odisea. La guerra es un mal. Son los hombres quienes la causan y la padecen. Si al comienzo y al final de la obra aparecen los dioses, lo hacen como figuras retóricas; no se les apela para que impartan justicia; dejados los hombres al albur de las desgracias, no hay una justicia divina que repare: la ciudad perece en llamas, las mujeres parten como esclavas sin descendencia.


Con el sacrificio de Astianacte Eurípides da un paso hacia lo desconocido. Al introducir las emociones también introduce su peligro, las reglas y los deberes que se sustentaban en el mandato de los dioses son sustituidos por la razón y las emociones humanas (las mujeres y los niños en escena). Durante un tiempo pareció prevalecer el espíritu racional pero en cuanto se dio comienzo a los procesos de victimización y culpa, a la agitación por las emociones, la filosofía política devino populismo. Así es como llegamos a las arenas del aquí y ahora, el tiempo del populismo, último avatar de la domesticación del hombre.


Todavía se mantiene viva la versión de Cacoyannis de 1971, además de por su gran elenco, en el que participan Katherine Hepburn, Vanessa Redgrave, Irene papas y Geneviève Bujold, y música de Mikis Theodorakis, por haber suprimido a los dioses de la escena y dejar el drama convertido en mero drama humano.

Leyendo a los clásicos, uno se da cuenta de dónde tomaron inspiración Shakespeare, Calderón o Borges, en ellos resuena nuestra cultura, las convenciones, los mandatos morales, el orden social.




miércoles, 25 de mayo de 2022

El mundo de la Antigüedad tardía. De Marco Aurelio a Mahoma




Nada hay más apasionante que la propia época, salvo para los frikis que entregan sus desvelos a un remoto periodo del pasado. Nos importa la historia porque queremos ver patrones con que predecir lo que va a suceder en nuestro tiempo. Pero el pasado es un lugar ignoto en continuo movimiento que nunca llegamos a conocer del todo, al que cada poco le damos un revolcón para reconstruirlo. Creíamos acercarnos a un choque hegemónico entre un declinante Estados Unidos y una imparable China. Pero ya sea por un sobresalto natural (covid, cambio climático) o/y por sucesos políticos inesperados (invasión de Ucrania por Rusia) se ponen en marcha procesos que desquician la normalidad en la que creíamos estar viviendo: se readaptan las alianzas políticas, se reconsidera el poder de los autócratas (Putin era un personaje secundario), se acerca una catástrofe humanitaria por el aumento del precio de las materias primas y de la energía, la inflación trastocará valores (a la baja las criptomonedas, al alza el dólar) y añadida al desempleo acrecentará la miseria, sin desdeñar el reajuste de los poderes regionales en forma de inesperadas guerras o incontrolables protestas a consecuencia de la recesión económica y la hambruna que se preveen, un sobresalto económico que estamos viviendo, que hará que unos países acrecienten poder y otros lo pierdan. Añadamos la periódica sustitución de élites que ahora vivimos por medio de peleas generacionales, a las que alude Niall Ferguson para comparar este periodo con el de 1970, en España la irrupción del populismo, con una retórica parecida a la de entonces en torno a la regulación de las costumbres.


Los poderosos sean países o déspotas creen poder establecer un orden mundial de acuerdo a sus deseos, pero una y otra vez eso no sucede o sucede en un breve tiempo que escapa a todo control. Tendemos a pensar siguiendo un viejo modelo que en el mundo ascienden imperios que luego se desploman. Siguiendo a Gibbon y luego a Spengler, teniendo en mente al Imperio romano, aplicamos auge y decadencia a todos los periodos históricos que han seguido al romano, pero quizá no fue así como sucedieron las cosas, en realidad puede haber más continuidad que ruptura, pues los cambios profundos son a muy largo plazo. Es lo que Peter Brown explica en este libro, por lo que al referirse al periodo que se ha considerado como el de la decadencia del Imperio romano él prefiere hablar de la Antigüedad tardía.


Nosotros los que poblamos esta parte de la tierra que se extiende desde el Fasis [actual río Rioni, en Georgia] hasta las columnas de Hércules, vivimos en las orillas de este mar como las hormigas o las ranas en torno a un charco" (Sócrates en el Fedón, 109 ac)


¿Se acabó el Imperio romano en el siglo V con la caída del último emperador de Roma o siguió en Constantinopla en lo que llamamos quizá no apropiadamente Imperio bizantino? ¿Cuándo empezaron a separarse Roma y Bizancio, Occidente y Oriente, qué hizo que sus caminos divergieran, uno hacia la civilización y el otro hacia una aparente barbarie? ¿Hay una brusca ruptura o una lenta transición de las formas y contenidos clásicos a nuevas formas de organización política y cultural que diferenciamos con el nombre de Edad Media? ¿Contribuyó la conversión del cristianismo en religión de Estado, prohibiendo el paganismo, al fin del Imperio o por el contrario ayudó a su prolongación? ¿Cuándo dejó de ser el Mediterráneo la 'charca de ranas' en la que se ventilaban los asuntos de la historia? ¿Cómo explicar que el cristianismo, que había florecido cultural y políticamente en la zona más civilizada del mundo, incluyendo a Bizancio, al Imperio sasánida y a la corte de Harún al-Rashid, fuese sustituido rápidamente por el Islam y en cambio terminase por prosperar definitivamente en la zona más bárbara, Occidente? ¿No es a los sasánidas y a los clérigos de lengua siria en Mesopotamia, que nutrían a sus cortesanos con traducciones de Platón Aristóteles y Galeno a quienes debemos la preservación del legado clásico, en vez de a Bizancio y a las decadentes y empobrecidas cortes góticas de Occidente? 

"Cosroes promovió traducciones tanto de la filosofía griega como de las leyendas cortesanas del norte de la India. Abandonaron la época de los dioses para entrar en la Edad de los hombres"

 ¿Cuándo entramos definitivamente en la Edad Media, qué produjo el paso? ¿La sustitución del ideal ciudadano por el espíritu de comunidad religiosa se lo debemos a la evolución del cristianismo, hasta perder el hilo que lo unía al mundo clásico, o a la llegada del Islam y la comunidad de la Umma, donde 'ciudadano' no significaba nada, los hombres son esclavos de Alá y el hombre mahometano es 'temeroso de Dios', de hecho como un judío o un cristiano, a la espera del Juicio Final, infaliblemente revelado en un libro sagrado? 


"El final del siglo VII y el comienzo del VIII y no la época de las primeros conquistas árabes constituyen el momento del verdadero cambio en la historia de Europa y de Oriente Próximo", lo que significaba la victoria final de la idea de comunidad religiosa sobre la concepción clásica del Estado. A todo eso responde con erudición y amenidad Peter Brown en El mundo de la Antigüedad tardía. De Marco Aurelio a Mahoma. Iluminamos el pasado con el deseo de poder entender el presente.


"La división diagonal del Mediterráneo en dos sociedades, en la que el Imperio Oriental llegó a extenderse como un largo plano inclinado a modo de cuña desde Antioquia hasta el valle del Guadalquivir, fue el rasgo más sobresaliente de la Edad media occidental. Los mahometanos plantaron su pie directamente en la herencia de los exarcas bizantinos. La entrada de los moros de Tarik en Hispania en el 711 por la traición de don Julián fue el último acto fatal de diplomacia de un aislado gobernador bizantino Julián de Ceuta".



lunes, 29 de marzo de 2021

Leer la Odisea

 



Podría uno pensar antes de ponerse a ello que la Odisea es un texto antañón, que uno habría de bracear en él con útiles filológicos y profesorales para tratar de entenderlo y disfrutarlo. Pero la sorpresa es que eso no sucede, que, a su lado, casi todas las novelas y libros de poesía actuales son los viejos. Mi experiencia con la traducción en verso ritmado, aunque no rimado, de José Manuel Pabón, en Clásicos Gredos, es de frescura y juventud, no de volver a la infancia de la humanidad sino de ver los asuntos humanos con una mirada limpia, al contrario de los textos actuales, en los que se han ido acumulando, además de los efectos retóricos de la tradición literaria, modos de ver oxidados prejuiciados repetidos hasta enturbiar la mirada del lector.


Ni siquiera se ven como extrañas las apariciones de los dioses, Atenea Zeus Hermes Poseidón, sino más bien como imágenes de las emociones o fuerzas que mueven a los hombres, o al menos así podemos leerlas, pues se nos escapa, no podemos comprender, la relación de los griegos con la esfera divina, una de tantas rupturas que quizá nunca lleguemos a reparar. No vemos a Atenea como diosa disfrazando de viejo a Odiseo para no ser reconocido de inmediato, cuando llega a Ítaca, sino a una moderna cuidadora personal, ni a un Poseidón de mala uva acabando con las naves del héroe sino al propio mar embravecido. La diosa Atenea, que tan a menudo aparece, es más un personaje humano que divino, hasta con trazas de alcahueta 'poniéndoselas' a Odiseo, como cuando le rejuvenece y le adorna para encontrarse con la joven buscadora de marido, Nausícaa:


"Mas entonces Atena, por Zeus engendrada, le hizo

parecer más robusto y más alto: los densos cabellos

le brillaron pendientes de nuevo cual flor de jacinto".


La lectura me ha llenado de preguntas, me ha transportado a un tiempo aparentemente lejano, pero no tanto. He visto al propio Homero haciéndose valer como creador, cuando elogia el papel del aedo -tan presente en el relato- en las cortes donde él mismo cantó,


quiero honrarle aunque esté yo afligido; de parte

de cualquier ser humano que pise la tierra, la honra

y el respeto mayor los aedos merecen, que a ellos

sus cantares la Musa enseñó por amor de su raza”


Me ha sorprendido, más allá de la dominante épica del relato -valor sangre honor carácter venganza- los rasgos de humor, también de burla cruel, como cuando pelean los dos mendigos, Iro y Odiseo disfrazado, y los pretendientes de Penélope "moríanse de risa", así como las abundantes lágrimas de todos a lo largo de la obra.

Pero si la Odisea es el relato emocionalmente bien armado de una familia leal que perdura en el tiempo durante veinte años, desde que Odiseo sale de Ítaca hasta el día que regresa tras la guerra de Troya y el largo periplo por islas y mares, manteniéndose Penélope fiel durante esos veinte largos años -en la noche "la esposa leal despertaba y, sentada en el lecho mullido, entregábase al llanto"-, demasiado incluso para un poema épico, la mitología griega es tan proteica, admite tantos relatos, ramas contradictorias que se desgajan del tronco, que no aguanta veinte años de fidelidad. Si en la versión de Homero Penélope es una sufrida fiel mujer, en otras versiones se casa con Antínoo, el pretendiente más lenguaraz, y es repudiada por Odiseo, en otras es seducida por Anfínomo y por eso se desata la cólera del héroe, en salvaje carnicería, contra todos los pretendientes, y en otras aún con quien se casa, tras la muerte de Odiseo, es con Telégono, hijo de Circe y del propio Odiseo, quien en un último acto involuntario, como se acostumbra en la tragedia clásica, mata a su padre sin saberlo.


La Odisea está llena de emociones sentimientos aventuras giros sorprendentes, tramas que luego ha tomado la novela en su historia: lealtades y traiciones y escenas de alcoba: Melanto la doncella bien tratada por Penélope que, sin embargo, busca en la noche a Eurímaco para su gozo, e incluso insulta a Odiseo. No solo Melanto, cuando Penélope se acuesta, sus siervas salen para ayuntarse y divertirse con los pretendientes. Al Odiseo retornado, que las oye, su corazón le ladra de indignación: "cómo ladra la perra que ampara a sus tiernos cachorros". Ya sabíamos del valor objetual que unos hombres tenían para otros, que el hospedaje era uso y ley, pero que entre los objetos valiosos que se dan al huésped había mujeres, como recuerda Odiseo en el último encuentro con su padre, Laertes:: "cuatro bellas mujeres le di sabedoras de muchos y esmerados trabajos que él mismo eligió a su talante", y lo fácil que era pasar de hombre libre a esclavo.


Quizá Odiseo resulte antipático a la mirada moderna, ya no somos feroces y vengativos, ahora somos blandos moralizadores, tampoco leales como Penélope, sí algo más independientes, quizá tan paternales como Laertes pero, sin duda, menos respetuosos y filiales que Telémaco, pero no somos muy distintos, sin duda menos vitales pues donde ellos vivían nosotros imaginamos. Pero humanos al fin, con conciencia de finitud, de justicia y moralidad. Ulises a Anfínomo: 'ningún ser más endeble que el hombre sustenta la tierra. Nunca piensa que va a sufrir mal mientras le hacen los dioses prosperar y sus pies le mantienen erguido, mas cuando las deidades de vida feliz le decretan desdichas, mal de grado se inclina ante ellas con alma paciente... Por ello nunca debe un mortal practicar la injusticia; recoja silencioso los dones que el cielo le dé". Odiseo no es un héroe sino un mortal acosado o protegido por los dioses, resignado, contento de serlo, hasta rechazar la oferta de inmortalidad que le hace su amante Calipso, a sabiendas de que va "a encontrar bien temprano esa muerte que nadie rehuye una vez que ha nacido". Para que se vea con claridad que ahora hablamos de humanos, en el último canto comparecen los héroes de Troya recordando las viejas hazañas, entre ellos el pélida Aquiles, pero sobre todo Agamenón que, por contraste, recuerda con tristeza la traición de su esposa Clitemnestra frente a la fidelidad de Penélope. Eran labriegos quienes imaginaban y oían aquellas historias, el propio Odiseo se dice tal:


Bien quisiera, ¡oh Eurímaco!, entrar en disputa contigo

de trabajo, en la buena estación, cuando alargan los días,

sobre algún herbazal, yo empuñando una hoz bien curvada

y tú otra, y que así a trabajar nos pusiéramos ambos

sin comer, por la yerba sin fin hasta hacerse de noche;

o que hubiera que arar conduciendo una yunta de bueyes,

los mejores, tostados y grandes, saciados de grama,

de una edad y un poder, con la fuerza aún intacta, y que fuera

por un haza de cuatro fanegas ahondando el arado,

que bien vieras si sé abrir los surcos de un linde hasta otro”.


Los clásicos nos informan sobre la época en que fueron creados pero también sobre la nuestra. Ahí radica el valor del clásico. La Odisea nos da idea de cómo eran los roles en la época, siglo VIII a C, cuando fue escrita, a quién se dirigía el aedo, los agricultores de la época oscura, pero también nos informa de cómo es recibida por los sedentarios lectores de ahora. Otra época, otra asignación de roles. Al igual que los siglos oscuros griegos, nuestra época también es histórica. Podemos adelantarnos a los arqueólogos del futuro, haciendo el esfuerzo de no ser contemporáneos, para ver de qué dependen nuestros sentimientos, cómo se forja nuestra percepción. También cabe preguntar qué partes de las formas de la perfección que aparecen en la Odisea ya no son nuestras, las hemos olvidado, ya no funciona en nuestra mente, y si no merecerían ser rescatadas, al menos en parte. Entre ellas, la idea de lo divino. En todo caso, nos sigue llegado el sentir de un griego de hace más de 2.500 años a través del palpitar de su fuerza poética:


"Así pues, a Penélope, exhorta a que espere en sus salas

la caída del día, por mucha que sea su impaciencia.

A esa hora iré yo; del regreso sabrá de su esposo

si me deja un lugar en la lumbre: mis ropas, lo sabes,

pues a ti te he pedido el primero, no son más que harapos".



domingo, 28 de marzo de 2021

La Odisea cambia como el mar

 

Apenas recuerdo o recuerdo como lectura esforzada la traducción en prosa a cargo de Luis Segalá y Estalella en la colección Austral, cuando me pongo con la traducción ritmada de José Manuel Pavón, en Gredos, apoyándose en cinco pies en lugar de los seis del hexámetro clásico. La lectura vuela, siento el eco de la epopeya oral tal como en su origen se concibió. Aquella Odisea era otra como yo ahora soy otro, cambia y cambiamos en cada nueva lectura. Pocas lecturas tan placenteras como la que he hecho estos días pasados. Y eso, gracias a las incitaciones de Mendelssohn en su libro homónimo. Mendelssohn, sus alumnos del seminario, su padre, me llamaban la atención sobre uno u otro aspecto de los sucesivos cantos y yo iba a por ellos. En la traducción de Pabón Homero canta, desde su lejanía de hace casi tres milenios, como hoy lo haría un buen rapero. Ahí está casi toda la literatura posterior, el dolor y la risa el amor y los celos la lealtad y la traición la servidumbre y el poder, la venganza, la violencia. Somos hijos de ese ritmo, el hombre occidental se ha medido con ese canto, ha aprendido a habérselas con la vida siguiendo las modelos homéricos. Leer otra vez la Odisea es como empezar de nuevo. Mirar por primera vez, oír las palabras recién dichas. Los personajes de Homero están más vivos que los espejeantes y ridículos hombres del día que juegan su teatro banal en los escenarios televisivos, ahora que la vida huye de la calle para encerrarse en salas tan llenas de luz y color como planos sus parlamentos, la nada que tienen que contarnos. ¿Dónde están nuestros Sófocles, nuestros Homeros? No merece la pena nombrarlos, todos ellos estarán muertos de aquí a poco, mientras Penélope y Odiseo, Telémaco y Laertes, hasta la misma Atenea, seguirán vivos hasta que la humanidad fenezca.


Lo dejó escrito también en verso, el ciego Borges, en su poema 'Nubes’ :

"No habrá una sola cosa que no sea
una nube. Lo son las catedrales
de vasta piedra y bíblicos cristales
que el tiempo allanará. Lo es la Odisea,
que cambia como el mar. Algo hay distinto
cada vez que la abrimos. El reflejo
de tu cara ya es otro en el espejo
y el día es un dudoso laberinto.
Somos los que se van. La numerosa
nube que se deshace en el poniente
es nuestra imagen. Incesantemente
la rosa se convierte en otra rosa.
Eres nube, eres mar, eres olvido.
Eres también aquello que has perdido".

viernes, 26 de marzo de 2021

Una Odisea, de Daniel Mendelsohn

 



Fue de Fred de quien aprendí que la belleza y el placer son el meollo de la enseñanza. Porque el mejor maestro es el que quiere que halles significado en las cosas que a él le proporcionan placer, también, para que la apreciación de esa belleza siga viva cuando él ya no esté. En este sentido —porque procede de la aceptación de la inevitabilidad de la muerte—, la buena enseñanza es como la buena paternidad”.


Pocos libros han influido tanto en la imaginación como la Odisea. Daniel Mendelsohn en Una Odisea, Un padre, un hijo, una epopeya, hace una lectura personalizada. Todos la hacemos cuando leemos un libro con atención e interés. La Odisea de Homero es un poema épico donde el protagonista es el último de los héroes y el primero de los hombres de quien se cuenta una historia. Por eso es las dos cosas, una epopeya y una novela. En las epopeyas hay superhombres, hijos nacidos de un dios o una diosa y de un humano, a quienes se da la posibilidad de ser inmortales. El periodo histórico a que se refieren es breve, la edad de bronce griega, el breve periodo anterior al momento en que los griegos quedaron reducidos a agricultores y su imaginación voló a una edad de oro anterior a ellos. Los héroes posteriores, los históricos, solo pueden serlo por comparación, ya no podrán ser hijos de dioses, solo un pálido reflejo de la vieja mitología, aunque el brillo de algunos: Alejandro, César, Napoleón, sea muy intenso. La novela prescinde de dioses, por sus páginas discurren personajes que nacen y mueren, se traicionan y aman, se prometen lealtad y mienten. A Odiseo la ninfa Calipso le da la posibilidad de ser inmortal si se queda a vivir con ella en la isla de Ogigia, pero Odiseo no renuncia a su humanidad, quiere volver a Ítaca junto a su padre Laertes y a su hijo Telémaco, para envejecer junto a su amada esposa Penélope y morir como un hombre. Con Odiseo concluye el periodo mítico y comienza la historia. Al mismo tiempo que Homero componía su relato después de haber compuesto la Ilíada, recogiendo las historias orales que los agricultores se contaban desde el siglo X, Hesíodo le seguía, separando el periodo de los dioses, Teogonía, del de los hombres, que narra en Los trabajos y los días: la virtud del trabajo, el calendario de las labores agrícolas, las tradiciones y saberes del pueblo.


En su lectura, a Daniel Mendelsohn le interesan las relaciones paterno filiales, tan abundantemente exploradas en la Odisea de Homero, el aprendizaje del hijo, el conocimiento del padre. Mendelsohn es un profesor de clásicas en una universidad americana. Como cada año da un seminario a los alumnos de primero, alternando la Ilíada y la Odisea. En la primavera de hace algunos años sucedió lo inesperado, su padre, de 81 años, le preguntó si le admitiría en su seminario sobre la Odisea. Y esa es la historia. En doce sesiones, Mendelsohn va comentando los 24 cantos del poema con sus jóvenes alumnos de 18 o 19 años y con su padre como testigo. Con habilidad, al autor va comentando y comparando los sucesos del poema con lo que los alumnos dicen y con las historias familiares del autor, incluido un crucero, que padre e hijo hacen con posterioridad al seminario, por la geografía de la Odisea. En inevitable, por tanto, que el principio y el final del poema, la salida de casa de Telémaco -la iniciación a la vida- en busca de noticias del padre y el reencuentro, y reconocimientos, al final, de Odiseo con Telémaco y con Laertes sean los momentos que el autor escribe con mayor intensidad.


Aunque los misterios familiares a desvelar por parte del autor son pocos, o no pueden estar a la altura de las fabulosas aventuras de Odiseo que están en el origen de toda novela que en el mundo ha sido, si tienen un interés novelesco: el retraído carácter del padre, tan inhábil socialmente como para expresar sentimientos hacia su mujer o hacia sus hijos es comparado con el amor contenido, por la necesidad de ocultarse a los pretendientes, de Odiseo hacia Penélope; la búsqueda por el autor de la real personalidad del padre es comparada con la búsqueda de Telémaco. La presencia del padre en el seminario supondrá para Mendelsohn no una incomodidad, por sus interrupciones o por su visión antiheroica de Odiseo, sino la vuelta a la casa del padre, a preguntarse por su carácter, por los vacíos y ausencias en la relación entre ambos y con el resto de la familia. Una cercanía que, desde entonces, se mantendrá hasta el final de sus días.


El mayor interés de este libro es el hambre por volver a la Odisea de Homero, que es lo que he hecho Mendelsohn comentando los detalles, deteniéndose en asuntos filológicos, repasando cada uno de los personajes, su historia, sus nombres, su carácter, los temas morales implicados. En como si el autor se convirtiese en nuestro Mentor, tema recurrente en Homero y en Mendelsohn, desde la Atenea/Mentor para Telémaco a los profesores de literatura y música que el autor recuerda con agradecimiento, para iniciarse o reiniciarse en la Odisea. La buena enseñanza es como la buena paternidad, pues eso. Léelo y volverás con gusto a Homero.


sábado, 20 de marzo de 2021

“Qué extraña experiencia ser hombre, sin ni siquiera un resplandor divino”

 

Hércules amamantado por Hera


"Vino Alcmena tras ella, que tuvo a Anfitrión por marido

y engendró al corazón de león, al intrépido Heracles

tras haberse entregado en los brazos del máximo Zeus".

 (De la Odisea)


Zeus, en la última noche de su última conquista de una mujer sobre la tierra, escogió a Alcmena. Envolviéndose en una nube dorada, haciéndose pasar por su esposo Anfitrión, entró en su cama. Iba a ser la noche en que Zeus renegase de Táigete, Níobe, Ío, y Calisto, aunque no del todo de Dánae, porque también en esta ocasión hubo de transformarse en oro como cuando como lluvia dorada caía penetrando en la cámara subterránea donde su padre tenía recluida a Dánae.


En Alcmena era notable la fuerza antes que la belleza, que sin embargo era grande; y, apenas levantaba la vista, una cierta gravedad en la mirada, como de quien conoce el fondo de las cosas y lo callara para siempre”.


Zeus, al verse en la piel de Anfitrión, se decía, “qué extraña experiencia ser hombre, sin ni siquiera un resplandor divino”.


Alcmena, acostumbrada a la sofrosine, la templanza y a la moderación, “esperaba de esa noche un moderado placer y un dulce sueño. Pero esa noche fueron tres noches -llenas por completo de placer”.


En el último coito de Zeus, señala Roberto Calasso, el coito con Alcmena, en el que se habría de crear a Hércules, luego amamantado por Hera para ser divinizado, hombre y dios, pues, Zeus regalaría a las mujeres "la exaltadora capacidad de tomar a un hombre por otro y asimismo de tomar a un dios por un hombre y a un hombre por un dios".


Cuando el verdadero Anfitrión vuelve a casa de la guerra, tras una serie de largos y duros combates en los que había de ganarse el derecho a ocupar por primera vez la cama de su esposa Alcmena, se da cuenta de que si Alcmena está en la cama exhausta, adormecida y como náufraga es porque ha sido poseída. Entonces manda levantar una pira para quemarla viva, pues no ve otra solución. Cuando Alcmena ya está en la pira y las llamas empiezan a lamer su piel, dos ninfas celestes enviadas por Zeus, derraman agua sobre la pira y la salvan. "La humilde lluvia salvífica anunciaba algo más preciso y más grande, todavía indistinto: la nueva fase del reino de Zeus iba a fundarse sobre la metáfora. Fundamento sólido y lábil a la vez: porque la metáfora es un recuerdo”.


Hércules tras los doce trabajos, acogido en el seno de Hera, nodriza, madrasta y suegra, separa para siempre el mundo de los Olímpicos del mundo de los hombres que se ganan la vida con el sudor de su frente. Así lo cuenta Roberto Calasso en un brillante y el más poético capítulo de su último libro. Hércules, el hijo de Zeus y Alcmena, es el último de los hombres convertido en Dios.


viernes, 12 de marzo de 2021

Héroes

 



Ten siempre a Ítaca en tu mente.

Llegar allí es tu destino.

Mas no apresures nunca el viaje.

Mejor que dure muchos años

y atracar, viejo ya, en la isla,

enriquecido de cuanto ganaste en el camino

sin aguantar a que Ítaca te enriquezca.


Antes de la llegada de la edad de hierro, la dura existencia de quiénes trabajan la tierra, relatada por Hesíodo, seres oscuros, condenados a repetir permanentemente los mismos actos, transcurrió la breve edad heroica, entre el periodo de los dioses y el de los hombres, de no más de tres generaciones, como es breve el periodo humano entre la infancia y la adolescencia en que la mente experimenta con superpoderes y con monstruos de existencia tan polimorfa como efímera. Recién separado de la vida animal, reservando en su mente un lugar al temido Animal Totémico al que ofrenda sacrificios sangrientos, convertido poco después en dios, antes de que los dioses desaparezcan del todo, el hombre necesita figuras intermedias, seres híbridos, hijos de un dios y de una hembra humana o de un hombre y una diosa, antes de poder afirmarse en soledad y gestionar su desamparo. Es Platón en el Cratilo, quien deriva herōs de érōs, señala Roberto Calasso, porque los héroes "han nacido del amor de un dios por un mortal o de un mortal por una diosa". En los siglos X y IX a. C. los agricultores griegos comenzaron a contar historias, que se trasmitían oralmente, para individualizar a los héroes que enterrados en tumbas, túmulos y santuarios medio olvidados, que vivieron en una época anterior, imaginaron grandiosa y que tomaría forma literaria en la Ilíada y la Odisea.


En el ciclo heroico griego hay tres grandes relatos: la conquista del Vellocino de oro, la caza del Jabalí de Calidón y la guerra de Troya. El ciclo de los héroes empieza con la empresa de los argonautas y termina con el retorno de los héroes a su patria desde Troya, culminando con la vuelta de Odiseo a Ítaca. Los romanos, de la mano del emperador Augusto, encargaron a Virgilio un relato propio que incardinase en la epopeya troyana el origen mítico de la fundación de Roma.


El héroe, de ascendencia divina, señala Calasso, toma de los dioses el arbitrio y el privilegio que le permiten acometer hazañas fuera del alcance del hombre mortal, pero esa violación del orden derivará en una condena. En el mundo heroico lo importante era conseguir la victoria, no el precio que se debía pagar por ello. El profeta Calcante predijo que a Aquiles se le daría a escoger entre una vida corta y gloriosa o larga en años y anodina. Es lo que va del héroe al hombre. La vida de los héroes es brillante, intensa y breve. “Una vida que espumaba de fuerza -y que a veces caía en la ebriedad de la fuerza. Apenas la vida terminaba y el aliento último salía de la nariz, comenzaba una larga y monótona infelicidad”. En las epopeyas heroicas como poetizó Kavafis es el viaje y no el destino lo que se ha de narrar. Poco importa qué sucedió con el tesoro de Troya, el paladión, o qué con el Vellocino de oro o la piel del Jabalí de Caledonia, lo que se cuenta son los peligros, secuestros, trampas o romances a los que se enfrentan Jasón u Odiseo.


A Odiseo le advirtió el oráculo de Dodona que moriría a manos de su hijo, pero no fue Telémaco quién acabó con su vida sino el hijo que tuvo con la diosa Circe, Telégono. Circe envío a Telégono a la búsqueda de su padre. Extraño fin, la muerte del último de los héroes. A Odiseo, una vez muerto, Penélope y sus dos hijos Telémaco y Telégono lo llevaron a la isla de la maga Circe, la isla Eea, que no se encuentran los mapas. Después de sepultarlo, Atenea los emparejó de una manera extraña: Telégono debía casarse con Penélope y Telémaco con Circe. De esta doble y extraña pareja nacieron Latino, del que tomó nombre la lengua latina y de la primera nació Ítalo que dio nombre a Italia. Los romanos, sin embargo, prefirieron a esa estirpe que Atenea les ofrecía la que Virgilio les propuso en la Eneida.


miércoles, 10 de marzo de 2021

Los griegos antiguos, de Edith Hall

 



Una lectura atenta y prolongada nos abstrae del mundo circundante, valiosa pues se sobrepone a la vida en que estamos embarcados, agitados por el oleaje incesante e inestable de las minúsculas incitaciones de lo digital que a cada momento nos asalta. La lectura atenta, sosegada, ajena al paso de las horas es un privilegio del que pocos pueden disfrutar, una de esas pérdidas probables en la fractura del tiempo, cuando de una época se pasa aceleradamente a la siguiente sin que nos percatemos hasta que ya la hemos perdido. "Desacelerar, ir más despacio, absorber la información cuidadosamente y tomarse tiempo para reflexionar antes de pasar a la acción", aconsejaba el estoico Epicteto, uno de los filósofos de los que trata la autora de este libro. Con la ayuda de Edith Hall, nos embarcamos en el viaje más placentero a las fuentes del pensamiento que ha conformado buena parte de nuestro modo de ver y de vivir. La cultura griega abarca, a su entender, dos milenios, desde la época micénica hasta el 400 d C. A su modo de entenderla no tiene que ver tanto con la conformación de un imperio, que al fin fue breve, la época de Alejandro y sus sucesores, sino el modo de organizar la sociedad en las formas variadas de la política pero sobre todo en la manera de concebir la vida, el entendimiento del mundo y la relación con todos cuantos conformaban la koiné, la lengua y cultura común. Para entender esa cultura tan prolongada en el tiempo, y también en el espacio, la autora nos habla de las diez características que definieron la mentalidad de los griegos antiguos en cada una de las comunidades helénicas, en especial la ateniense: una curiosidad insaciable, una civilización marinera, la desconfiados por naturaleza hacia quienquiera que exhibiese atributos de poder, la competitividad, el excelente ejercicio en el arte de la oratoria, amantes de la risa hasta el punto de institucionalizarla en la comedia, adictos a los pasatiempos placenteros y, por encima de todo, la apertura a la innovación, a adoptar ideas foráneas y a expresar su subjetividad. Cada una asociada en los diez capítulos del libro a una etapa de la historia de la cultura griega.


La principal lección que extraigo, tras la lectura de un periodo tan vasto, es la relativa importancia de los hechos políticos, tan pronto consumidos por la historia, y, en cambio, la permanencia más prolongada de la reflexión filosófica y moral, es decir, del primordial interés por la vida que se abre paso, cueste lo que cueste, entre dificultades. La cultura griega nos ha legado una forma de entender el mundo pero también una forma de vivir. La ciudad es el centro de ese legado: los ciudadanos vivían en urbes planificadas con mercados centrales, consistorios y teatros adornados con columnas acanaladas, estatuas y pórticos pintados donde atendían a cuestiones políticas, morales y filosóficas, con festivales periódicos en los que competían músicos ambulantes, atletas y autores de tragedias y comedias. El mundo de la cultura griega se acaba, según Edith Hall, cuando el emperador Teodosio, en el 391, sanciona el cristianismo como religión oficial del Imperio, prohibiendo todas las formas de adivinación y cerrando los oráculos, entre ellos el más ilustre, el de Delfos, que había sido centro de culto griego durante más de 1000 años, más o menos en la misma época en que un grupo de cristianos fanáticos daba fuego al monumento del saber griego por excelencia, la Biblioteca de Alejandría. Sin embargo, el primer escrito que nos ha llegado de la tradición cristiana, la Primera Epístola a los Tesalonicenses, de Pablo de Tarso, aún estaba escrito en griego.


Palladas, poeta alejandrino del siglo IV, autor de tensos epigramas, lamenta de este modo al final la cultura griega: “nosotros los helenos (paganos) somos hombres reducidos a cenizas que nos aferramos a nuestras esperanzas enterradas en los muertos; ahora todo esta patas arriba”. Juliano, el último emperador pagano, intentó restablecer los antiguos centros de culto. Para ello envió a su médico de cabecera a Delfos para brindar su apoyo a la sacerdotisa. Este fue el último oráculo de Apolo:


Decid al rey que la sala de las esculturas se ha derrumbado.

Apolo no tiene ya una cámara, ni hojas proféticas de laurel.

Ya no habla fuente alguna. El agua que tanto tenía que decir

se ha secado por completo.

jueves, 4 de marzo de 2021

La grecidad

 


Los griegos apreciaban su independencia individual y la de sus ciudades estado pero se reunían en santuarios comunes para afirmar sus vínculos mediante sacrificios y compitiendo en festivales atléticos y musicales. Pero fueron cuatro libros, según asegura Edith Hall en Los griegos antiguos, los que crearon la conciencia de grecidad, todos del siglo VIII a C.: La Ilíada y La Odisea, atribuidos a Homero, y Los Trabajos y los Días y La Teogonía de Hesíodo. La Ilíada dio a los hombres griegos imágenes de guerreros icónicos, batallas y funerales militares que, para ellos que no cesaban de combatir, eran un sostén pero también les ofrecían un lenguaje poético hecho de melancolía y grandeza, un cuadro de su heroico pasado compartido. La Odisea les ofrecía escenas de navegación y un héroe carismático que encarnaba una visión idealizada del agricultor navegante del periodo arcaico, un todoterreno independiente, autosuficiente y con avanzadas habilidades intelectuales, prácticas y sociales. La Odisea, afirma Edith Hall, define la psicología propia del patriarcado presentando diversas versiones de lo femenino. Deseable y núbil, Nausicaa; predadora sexual y matriarcal, Calipso y Circe; poderosa políticamente, Areté, reina de los feacios; dominante, la hija enorme de Antífate, rey de Lestrigonia, y su mujer que “en su talla era monte rocoso”; monstruosa y devoradora, Escila y Caribdis; seductoras y letales, las Sirenas, pero también fiel, casera y maternal, Penélope. “En el mundo ‘real’ de las islas griegas”, ironiza Edith Hall, “pobladas por agricultores, una buena esposa, como Penélope, protege los intereses del marido y, en ausencia de este, aguanta veinte años cruzada de piernas”.


Los poemas de Hesíodo, “psicológicamente astutos, esbozaban el árbol familiar común a los griegos que se remontaban a Helén pero también conseguía cristalizar sus relaciones con los dioses como su punto de vista ético, la fuerza del odio, de la venganza y el sexo, la identidad de esos campesinos que podían tener que emigrar forzados por la pobreza, su inteligencia, su lado belicoso”.


Tanto Calasso, en El cazador celeste, como Edith Hall escrutan en la historia de los griegos el nacimiento de la conciencia, sus etapas de depuración. El universo surgido del Caos, los dioses antropomorfos, los semidioses, los héroes, el hombre que poco a poco se va desprendiendo de su lazo con la divinidad, los científicos. Eddie Hall sostiene que fue la aparición del dinero, en concreto la acuñación de moneda en Lidia, limítrofe con Éfeso y Mileto, por la temprana distinción entre valor nominal y valor real de la moneda, lo que permitió a los griegos las nociones abstractas de valor, tiempo y existencia, separadas del mundo real del trabajo, de las necesidades del cuerpo y el entorno físico. “Todo el trabajo humano y todos los objetos del mundo real pueden medirse en dinero y convertirse en dinero. Ese nuevo mundo abstracto y autónomo, que solo existe en la mente, permitió de pronto a los griegos vecinos del reino de Lidia razonar conceptualmente y sostener ideas intangibles”.


viernes, 26 de febrero de 2021

Impiedad

 



"Muchas son las formas de las cosas divinas,

muchas cosas inesperadas urden los dioses.

lo que parecía probable no se ha cumplido,

y el dios hizo que se cumpliera lo inesperado"

(Helena, Eurípides).


Una mañana de primavera del 415 a C, cuando se preparaba la gran expedición para invadir Sicilia, que a la postre ocasionaría la ruina de Atenas, los atenienses, al despertar, vieron un estrago que dio lugar al pánico. Las hermas, las estatuas de Hermes que cuidaban cruces de calles, casas y templos, habían sido mutiladas: las caras y los falos erectos. El episodio se conoció como la noche de los hermocópidas (mutiladores de Hermes) y se consideró un funesto presagio para la inminente expedición y como la señal de un complot antidemocrático a favor de una tiranía como las que antes se habían padecido. No podía haber peor acusación en Atenas que la de impiedad. Mutilar las estatuas era herir la sensibilidad de la ciudad inflamada por los preparativos. 42 atenienses fueron acusados sin pruebas. La acusación de impiedad se hacía contra los que atentaban contra los ritos sagrados oficiales, pero también contra quienes, en privado, celebraban los misterios en su casa. De esto se acusó a Alcibíades que iba a dirigir la expedición. 15 fueron condenados a muerte, otros al exilio y otros huyeron. Alcibíades, el más hermoso de los atenienses y el compañero de Sócrates, inició con su huida un largo periplo, desertó a Esparta y dirigió su ejército contra su patria, luego se fue con los persas y más tarde volvería a Atenas tras solicitar que se revisara su causa. En Atenas, en el final del siglo quinto a. C. coincidió el mayor grado de democracia (Pericles) con el momento de mayor terror, cuando bajo la acusación de impiedad se condenaba a muerte por cualquier motivo. Anaxágoras, Aspasia y Sócrates, amigos de Pericles fueron condenados.


Por un lado discurre el pensamiento racional que deja en manos de la ciencia la comprensión del mundo, el desbroce de caminos por los que avanza la humanidad, y en las de la política el orden social, por el otro la inmensidad de lo desconocido tentándonos para que nos acerquemos mediante procedimientos dudosos, intuitivos, poéticos. Buscamos accesos en los márgenes de la comprensión y en los límites de la experiencia, sin sendas marcadas, sin normas, sin hitos. No sabemos que es lo que estamos a punto de tocar con las manos, o creemos tocar, si el impreciso límite que nos sumerge en la divinidad o la puerta abismal que conduce al infinito.


Lo que diferencia a una sociedad liberal es que hay una parte de la vida que se substrae a la observación. Vida pública, vida privada. Mantener el equilibrio entre las dos permite una vida abierta en la que el individuo se expande y explora, si lo tiene a bien, y de ese modo es libre y autónomo. Los sistemas políticos actuales se acercan el modelo chino, y ruso, cada vez más invasivos. Observación en los cruces de las calles, vigilancia a través de dispositivos digitales, pero también normativas sobre costumbres cada vez más estrictas, con invitaciones agresivas a definirse sexualmente, a enorgullecerse de la etnia, a convertir la lengua en estandarte, o la religión, sin que ningún aspecto de la vida quede bajo el escrutinio de los vigilantes. Ni siquiera quien hace lo posible por ‘no meterse en política' queda al margen de la observación. En las leyes que se gestan en el ministerio de igualdad, invadiendo la intimidad, regulando el lenguaje (inclusivo), la vida amorosa y sexual, los afectos, los géneros y etnias (¿dejando a salvo las religiones, al Papa Francisco y a los imanes?), está el germen del Estado totalitario, o la vuelta a él, tras décadas en que poco a poco habíamos ido ganando autonomía. En ese ministerio se está elaborando un credo que fija los elementos del dogma pero también el castigo de impiedad. La impiedad consiste ahora en la falta de reverencia hacia los dictados del ministerio. Como en la Atenas clásica se condena a la muerte civil (con eso basta no es necesaria la muerte física) a quien se acusa de impiedad.



miércoles, 19 de septiembre de 2018

El gran cambio



Pompeya: El dios Pan y una cabra
El hombre mira el rostro, pero Dios en el corazón. Nada de lo hecho permanece oculto a Dios”. Cipriano de Cartago.
Nada, ya sea hecho o solo deseado, puede escapar al conocimiento de Dios o a su castigo eterno de fuego”. Justino, mártir.


         Entre mediados del siglo IV y finales del V, tras la conversión de Constantino al cristianismo, un gran cambio se produjo en el imperio y definió la posteridad durante mil años. Dios se entrometió en la vida de los hombres, en la intimidad de las personas. La mirada omnipresente de Dios te sigue a todas partes: en la iglesia, en la calle, en el mercado, en el teatro, en la alcoba, en el alma. Observa, juzga y castiga: los hechos, las palabras, los pensamientos. “¿Acaso no hemos muerto y solamente nos parece estar viviendo, griegos? ¿O existimos nosotros cuando ha muerto la vida?", se lamentaba Páladas, uno de los últimos poetas paganos. Lo que se desmoronaba no eran los edificios, las bibliotecas, los templos, las estatuas, sino una forma de vida. Eso es lo que sostiene Catherine Nixey en La edad de la penumbra.

          Cuando a mediados del XVIII se levantaron las cenizas solidificadas de Pompeya, se descubrió parte de lo que se había perdido, “un mundo que, de manera casi literal, no sabía del pecado original, un mundo no tocado por la mano del cristianismo salía a la luz”. Pompeya sucumbió en el 79 dc, antes del triunfo del cristianismo. Una guía de la época describía con indignación los objetos encontrados y luego expuestos en un Gabinete Secreto del Museo Arqueológico de Nápoles, al que sólo se podía acceder con permisos especiales (las mujeres solo desde 1980): “las costumbres a las que se entregaban las mujeres eran disolutas y escandalosas. Los desnudos de esa época y los escritos impuros de los autores son testigos indudables del libertinaje que prevalecía entonces en todas las clases. Era un tiempo en que los hombres no se sonrojaban cuando hacían saber al mundo que obtenían los favores de un bello joven, un tiempo en que las mujeres se honraban a sí mismas con el nombre de lesbianas”.