Ehrengard
es un prodigio de historia bien contada, la cuenta una “vieja dama” con los
trucos de la literatura oral, que comienza de una manera, dibujando un
escenario, situando a los personajes y sus rarezas, haciéndonos creer que
oiremos un relato sobre una corte de hace siglo y medio con sus intrigas y sus
prejuicios morales, su poder y sus flaquezas, pero en el fondo nos está
contando otra bien distinta, más moderna sobre la seducción, el arte y la vida,
mujeres y hombres, donde aparece, tarde en el relato, quien da nombre al
cuento, la doncella teutónica, de estirpe guerrera, Ehrengard, virgen, deseable,
lejana, y acabando de un modo que sorprende al oyente, porque al final se
juntan los dos relatos, el superficial y el profundo y ocurriendo, como en todo
relato oral que se precie, lo que el oyente lector no espera escuchar o leer. Es
más, con un final que no sólo nos deja con la boca abierta, sino que nos llena
de preguntas para las que no encontramos respuestas porque la vieja dama hace
mucho que vivió e Isak Dinesen también ha muerto y aunque no fuera así, no creo
que estuviera dispuesta a prolongar su historia porque, como muy bien dice
Javier Marías, después del cuento viene el silencio y es en el silencio donde
debemos encontrar la continuación del relato.
2. Sigue
septiembre. Mañana de expedientes revocados y reiniciados sobre mi vida laboral,
con una dama refunfuñona pero amable, que se queja pero ayuda. La Administración
tiene sus normas, unas escritas y otras no, y uno no sabe cuando las
contraviene, lo que en otro tiempo servía para echar atrás iniciativas o
derechos según el humor del funcionario. Ahora también es así, pero no tanto,
hemos atemperado el carácter, estamos más próximos a las necesidades y somos más
benignos con las torpezas del prójimo, si es que lo son, en todo caso las
arbitrariedades son menos frecuentes.