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jueves, 15 de mayo de 2025

Vivir en la tierra. Peter Godfrey-Smith

 

 


A pesar de su aparente fragilidad, la vida lleva, quién lo diría, una cuarta parte de la edad del universo, aunque es verdad que solo podemos como especie con conciencia dar cuenta de los últimos 30 minutos, si considerásemos la historia de la tierra reducida a un año. No tardó mucho, pues, en aparecer la vida en el planeta, después de que el polvo, las rocas y el fuego se asentasen y enfriasen y de que unos cuantos asteroides aportasen le enorme masa de agua que hoy constituyen los océanos. La vida surgió moldeada por la tierra, que a su vez fue moldeada por la vida, constituyendo un todo único, para algunos, un organismo que se autorregula.

 

Tuvieron que darse, y mantenerse, unas condiciones únicas, una temperatura del agua, ni congelada ni hirviente, una adecuada salinidad del mar, controlada por la cantidad de CO2 en la atmósfera, para que, con la división de las moléculas de agua, en "la reacción más fundamental de cuentas han tenido lugar en la tierra", la fotosíntesis oxigénica, apareciese la vida, prosperase y se ramificase en formas que la fantasía difícilmente podría imaginar. ¿Cómo hemos tenido tanta suerte? Tim Lenton, defensor de la hipótesis Gaia, cree que podría haberse dado un escenario en el que la vida en el planeta comenzó, luego colapsó, luego comenzó de nuevo, siendo un poco diferente, y así una y otra vez, hasta que encontró una manera estable de hacer las cosas, una especie de ensayo y error.

 

Pero sucedió, la energía que el sol emite en forma de radiación fue atrapada por las moléculas captadoras de luz que poseen bacterias y plantas y transformada en energía química mediante la fotosíntesis y parte de esta, a su vez, transformada en movimiento para poner en marcha la vida.

 

Los antepasados de nuestra especie empezaron a usar herramientas y, más tarde, hace un millón de años, el fuego. Cocinar no está en los genes, aprendieron a hacerlo y lo transmitieron en entornos sociales. Un saber acumulado que ha dejado huella en los genes y que cambió la morfología y la fisiología - los intestinos, los dientes. Somos naturaleza, somos cultura. Los comportamientos basados en la cultura y la evolución genética se retroalimentan. La agricultura, el sedentarismo, el lenguaje, la escritura. Nuestras pautas de vida y nuestra mente, nosotros primates, se han visto impregnadas por la cultura.

 

La alfabetización tiene efectos significativos en nuestros cerebros. Aumenta el tamaño del cuerpo calloso, el principal conector entre los hemisferios izquierdo y derecho. Cómo afecta la tecnología de los teléfonos inteligentes a la atención y la memoria. En cada transición es pertinente preguntarse: ¿estamos mejor?

 

¿En qué me diferencio del resto de los seres vivos que pueblan el planeta? Ya sé que soy naturaleza, aunque como tantos no lo tengo presente. Mi naturaleza no es modular como los robles, los corales, los hongos o animales marinos como los briozoos, pequeñas unidades repetidas que funcionan juntas, en forma de espaguetis, musgo o ramas, como colonias. Soy más bien como las hormigas, las abejas o los pulpos, un organismo unitario, compuesto de partes que, a partir de una sola célula, crecen, envejecen y mueren. La experiencia consciente humana es un producto conjunto de nuestra naturaleza animal y de la cultura incardinada en nuestra existencia. Tengo la ilusión de identidad, ser yo mismo en el tiempo. Tengo experiencias y memoria lo que me da la sensación de continuidad, pero ¿acaso soy aquel niño que recuerdo, el confuso adolescente, el padre de mis hijos o el abuelo de mis nietos?

 

Parte de lo que nos da la sensación de poseer un yo definido es el sentimiento de que somos un sujeto en una historia coherente que se extiende a lo largo del tiempo... Reunimos viejos recuerdos en una historia coherente e intentamos dar sentido a la continuidad a través del cambio. Esto depende, a buen seguro, del lenguaje, nuestra gran herramienta narrativa. "Así soy yo".

 

Si pudiese prolongar mi vida por medios mecánicos, mi cerebro descargado en algún cacharro informático, cómo podría tener la seguridad de que ese y este yo que ahora piensa en ello sería el mismo. ¿Acaso volvemos al viejo dualismo cartesiano para creer que la mente puede vivir separada de los compuestos biológicos?

 

Sabemos que todo perece, un continuo renovarse de la vida. Estamos hechos de materia fungible que se va desgastando y consumiendo. La propia tierra tiene los días contados, también el sol y el mismo universo.

 

Cómo dar una idea del contenido de Vivir en la tierra. El autor se vale de su doble condición de filósofo y submarinista, australiano, para afianzar su idea con ejemplos que encuentra en el mar y en el cercano arrecife de coral junto a las ideas, tanto de autores clásicos como contemporánea, sobre el percibir y actuar en el planeta. La idea que transmite es la de continuidad de la vida. Incluso si hablamos del lenguaje y conciencia podemos remontarnos en la escalera de la vida, para ver cómo de un modo u otro los seres vivos se las han apañado para comunicarse entre ellos y actuar. La experiencia sentida está muy extendida en la vida animal. Se puede hablar de animales sintientes. Cabe preguntarse, incluso, qué tipo de animales hubieran podido desarrollar inteligencia y cultura si nosotros no hubiésemos estado aquí. Sorprendentemente, halla los mejores candidatos en las aves: El pergolero - y otros pájaros -, la cumbre de la ingeniería aviar, con sus enramadas, podría ser el mejor candidato.

 

Si el autor se pregunta por los orígenes, cómo surge la vida, cómo se aclimató y se extendió por el planeta, también lo hace sobre su futuro en la Tierra. Si somos naturaleza, si nada de la vida nos es ajeno, si una cadena de acontecimientos nos trajo hasta aquí, hermanados con el resto de los seres vivos, tenemos una responsabilidad con ellos. La forma en que los animales vivían en la tierra cambió cuando los humanos empezaron a criarlos, y de nuevo con la agricultura industrializada. Es probable que no podamos hacer mucho para revertir el cambio climático: una parte se debe a los ciclos del carbono y a los del sol y otra a nuestra propia actividad. No podemos desde Occidente exigir a los países pobres políticas climáticas ahora que se están saliendo de la pobreza.

 

El autor aboga, en cambio, por políticas conservacionistas. Es un escándalo el maltrato a los animales, la vida miserable de cerdos y pollos, el transporte, los mataderos. Hagamos un ejercicio mental, propone, si quisiésemos prolongar nuestra vida en otra vida, ¿querríamos vivir como un pollo o como un cerdo? No se trata de hacernos de golpe todos vegetarianos, ni de suprimir el dolor y la muerte, sino de devolverles la vida que ellos tendrían si viviesen en condiciones de naturaleza. Acabar con la ganadería industrial debería ser nuestra máxima prioridad en lo que respecta a las relaciones entre animales y humanos. Algo parecido sucede con la vida salvaje, la reducción de su hábitat, la extinción de especies y de la masa de individuos. El objetivo es ampliar las áreas protegidas, devolver una parte de la tierra a la vida salvaje.


domingo, 2 de marzo de 2025

Los finales del mundo

 

 


Leyendo en Los finales del mundo los ciclos de vida y extinción, seis grandes extinciones a las que siguieron brotes extraordinarios de vida, uno se admira de que la Tierra, la vida en la Tierra, haya tenido una racha tan inexplicable y casi milagrosa de buena suerte.

En 1997 el Hale-Bopp, un cometa, atravesó la tierra. Cuadruplicaba el que cayó en Chicxulub - el K-T,  y con una ligera variación en su trayectoria, si hubiese impactado sobre la tierra, ahora mismo ni tú ni yo estaríamos aquí. Pudo ser un asteroide, un episodio de vulcanismo exacerbado una explosión de supernova o una descarga de rayos gamma, en todo caso subestimamos la frecuencia de una catástrofe con capacidad de extinguir la vida por completo. Cuza los dedos.

Sólo empezó a haber vida compleja - organismos pluricelulares - en la tierra hace unos 550 millones de años. Durante la mayor de la historia anterior, antes del Cámbrico, no hubo, durante 3.000 millones de años, más que bacterias y arqueas. Cien años después, tras la llamada explosión de vida del Cámbrico, se produjo la primera extinción, la de finales del Ordovícico (hace unos 443 millones de años), causada por una combinación de factores: una glaciación masiva, la Tierra como una Gran Bola de Nieve, que provocó una disminución del nivel del mar, seguida de un rápido calentamiento global, en cuyas aguas someras vivían el 85% de las especies que desaparecieron: trilobites, braquiópodos y graptolites.



Algo menos de otros cien millones años después se produjo la segunda gran extinción, la del Devónico (hace unos 359 millones de años), por otra combinación de factores: de nuevo una glaciación y una anoxia oceánica (falta de oxígeno en los océanos) debida a la diversificación de las plantas terrestres, que pudo haber alterado la química de los océanos. Volvió a desaparecer casi toda la vida marina, el 82% de las especies: corales, braquiópodos, placodermos (peces acorazados), peces con aletas lobuladas y los primeros anfibios que salían a tierra.

Otros cien millones de años después (hace unos 252 millones de años) llegó la extinción del Pérmico, llamada "La Gran Mortandad", la mayor extinción de la historia. Una suma de erupciones volcánicas masivas que liberaron grandes cantidades de gases de efecto invernadero, y quizá el impacto de un meteorito, acabó con el 96% de las especies marinas y el 70% de las terrestres: Los terápsidos (reptiles parecidos a mamíferos) y los sinápsidos dominaban la tierra. Tiburones y peces óseos, arrecifes de coral y braquiópodos y anfibios en tierra. La vida tardó millones de años en recuperarse. 

 


La extinción de finales del Triásico (hace unos 201 millones de años) parece que se debió a erupciones volcánicas masivas asociadas a la fragmentación del supercontinente Pangea, con cambios climáticos y acidificación de los océanos. Se extinguieron alrededor del 76% de las especies: arcosaurios no dinosaurios y grandes anfibios terrestres; y en los océanos: reptiles marinos, como los ictiosaurios y los plesiosaurios.

Hace solo 66 millones de años se produjo la última gran extinción la del Cretácico. Cuando los dinosaurios dominaban la tierra y los reptiles marinos los océanos, cuando las plantas con flores se diversificaban y el clima era relativamente cálido, un gran asteroide, conocido como K-T, impactó en la península de Yucatán, México, provocando un invierno global y la extinción de los dinosaurios no aviares, entre muchas otras especies. Probablemente, en el mismo periodo hubo grandes erupciones volcánicas. Se extinguieron alrededor del 76% de las especies. La extinción de los dinosaurios dio paso a la diversificación de los mamíferos.




Peter Brannen añade un último evento de extinción entre hace 50.000 y 10.000 años, al final del Pleistoceno, que afectó a la megafauna terrestre, grandes mamíferos como mamuts, mastodontes, gliptodontes y tigres dientes de sable. Brannen apunta dos hipótesis, las fluctuaciones climáticas tras la última glaciación y la caza tras la expansión del Homo sapiens por todo el planeta. Lo que ocurrió en el Pleistoceno es una advertencia sobre lo que puede estar ocurriendo en la actual crisis de biodiversidad.

Escribe Peter Brannen que solo que la Tierra Bola de Nieve hubiese sido un poco más extrema, que la actividad volcánica del Pérmico hubiera sido un poco más intensa o el meteorito del K-T hubiese sido un poco mayor no estaríamos aquí para contarlo. Cada vez hemos escapado por los pelos. Sin embargo, no será siempre así, a medida que el CO2 se vaya hundiendo como caliza en el océano y el sol aumente su brillo la superficie de la Tierra irá convirtiéndose en un lugar inhóspito y estéril, en un proceso inverso a como la vida apareció en la tierra, desapareciendo los organismos pluricelulares, los eucariontes y los procariontes, sin que ningún signo de vida quede en la tierra.

No sé si esto se llama esperanza, pero en la inmensidad del universo habrá planetas, unos pocos, con mucha suerte en los que se habrá desarrollado la vida. Serán excepcionales, rarísimos, existirán, aunque nunca sabremos de ellos ni ellos de nosotros. 

 

 

miércoles, 26 de febrero de 2025

El mundo tendrá un fin

 

 


Leo al mismo tiempo, combinando la lectura, Breve historia de los agujeros negros, de Rebecca Smethurst, y Los finales del mundo de Peter Brannen. El primero sobre la extinción del universo y el otro sobre el origen y la extinción de la vida. Y yo aquí, como lector, en este instante, como si 'instante' tuviese consistencia, pero sí, será un soplo, un soplo con autoconciencia.

 

El agujero negro en el centro de nuestra galaxia, Sagitario A*, tiene una masa de 4 millones de soles, un peso pluma si lo comparamos con el de M87, ni más ni menos que 6.500 millones de veces el sol, de quién tenemos, por ahora, la única fotografía de un agujero negro, pero es que el llamado TON 618, el más grande conocido, llega a 66.000 millones de veces la masa del sol. Monstruos inimaginables. Lo curioso es que pueden haber llegado al límite de su tamaño, por encima del cual no crecerán porque ya no queda materia a su alrededor que cruce el llamado horizonte de sucesos. Entonces, si no hay material a su alrededor, no hay luz que podamos observar y saber que existen. Se dice negros porque no dejan escapar la luz. El universo está lleno de esos monstruos que nunca llegaremos a conocer.

 

Si ya no hay materia que los acreciente, entonces comenzaría lo que se llama la radiación de Hawking: comenzarían a desvanecerse en un lento proceso, mucho más lento que los 13.800 millones de años que lleva de existencia el universo, y que se asemejaría a la eternidad, hacia un universo frío, algo así como una muerte energética. Eso si el llamado parámetro de densidad no es superior a uno, porque si lo es, entonces, al final de los tiempos, muy muy lejanos, el universo se contraerá en un Big Crunch dando lugar al mayor de los agujeros negros imaginables, una singularidad que contendría todo el universo y que podría dar lugar a un nuevo Big Bang.

 

Un agujero negro es una singularidad, donde las leyes físicas conocidas dejan de operar. No sabemos qué ocurre en él. No sabemos qué ocurrió, qué puso en marcha el Big Bang. Los físicos solo pueden teorizar sobre él una vez ya ha comenzado. Si te interesa el tema de estos monstruos astronómicos, el libro de Rebecca Smethurst es tu libro.

 


martes, 11 de febrero de 2025

Inteligencia más allá de la biológica

 

 


Todo es dinamismo en el cosmos. El universo se expande imparable. Surge la vida. La vida se organiza en células, en organismos pluricelulares, ¿has oído hablar de la granulación?, unas especies aparecen y otras desaparecen, surge la inteligencia. La inteligencia acelera la vida. Los genes se replican, la dinámica de la vida selecciona. Estamos en el punto en que la tecnología que surge del conocimiento y de la inteligencia lucha por independizarse de la azarosa y ciega replicación genética.

 

La inteligencia humana ha hecho que Homo Sapiens prospere y tenga éxito. En apenas dos centenares de miles de años, un instante en el tiempo geológico, hemos duplicado nuestra expectativa de vida, curado enfermedades y eliminado el hambre para la gran mayoría de los seres humanos. Vivimos más sanos, con más comodidades y trabajamos menos que nuestros predecesores. La tecnología y la ciencia permiten producir alimentos en abundancia, eliminar enfermedades y transportar bienes a donde más se necesitan.

 

También ha generado disfunciones. El principal el impacto ecológico. La replicación genética favorece a los más fuertes. Nuestra especie se ha impuesto a las demás. Hemos pasado de mil millones a más de 8.000 en poco tiempo. Estamos contaminando todos los rincones del planeta, provocando la extinción de especies, el desplazamiento masivo de poblaciones y creando tecnologías de doble uso: armas nucleares, edición de genes. ¿Llegará la Tierra a ser inhabitable? Sin embargo, la inteligencia sueña con un futuro sin extinción.


El destino de cualquier especie es la extinción, ha sucedido antes y sucederá después en la inmensidad del cosmos. Los dinosaurios vivieron en la tierra durante 160 millones de años. Nuestra especie lleva no más de 300.000 años, 2,8 millones de años si nos remontamos al primer Homo. Podemos modificar el ADN con la edición genética, editar el genoma para suprimir enfermedades, suprimir genes que conducen a personalidades patológicas; podemos soñar con cuerpos preparados para hacer viajes interplanetarios en condiciones sin gravedad. ¿Podemos, pese a todo, tomar el destino en nuestras manos?

 

Si nuestro neocórtex forja un modelo de mundo, si lo que creemos ver es una simulación en lugar del mundo real, es fácil deducir que podemos autoengañarnos, generar o aceptar ideas falsas sobre la realidad. Añadamos un cerebro antiguo que induce emociones y comportamientos negativos. Las mayores amenazas que penden sobre la humanidad las hemos generado nosotros. La nuclear o el cambio climático son recientes. Podemos añadir las asociadas a los malos usos de la tecnología. Si los dinosaurios vivieron durante 160 millones de años, pocos apostarían por un periodo semejante para el homo sapiens.

 

Mucho más especulativa y filosófica es la segunda parte del libro de Jeff Hawkins, Mil cerebros. Si, como muchos opinan, toda civilización tecnológica está condenada a desaparecer, qué hacer. Prolongar la vida es un sueño que bajo diferentes formas ha impulsado a la humanidad. Los tecnoutópicos, más allá de los avances de la medicina para prolongar la vida, contemplan dos posibilidades: volcar el cerebro en un ordenador o fusionarnos con una máquina. La primera opción parece poco realista, el cerebro volcado evolucionaría independiente de nosotros. La segunda es más verosímil. Aun así, nuestra supervivencia sería temporal. Qué hacer para dejar constancia de que estuvimos aquí.

 

Quizá haya una forma de preservar el conocimiento, la inteligencia y los productos de nuestra especie. Crear máquinas tan inteligentes como nosotros mismos. Por su constitución no biológica podrían sobrevivir más tiempo y viajar más allá del sistema solar. Si nos extinguiéramos ellas continuarían.

 


¿Pueden las máquinas ser inteligentes? ¿Pueden tener conciencia?

El pensamiento no es más que una activación secuencial de neuronas en el cerebro. Las neuronas unas veces representan nuestra experiencia presente y otras una experiencia o un pensamiento anterior. Esa capacidad de retroceder al pasado y volver al presente - estoy activo, pienso y hago cosas - es lo que nos da el sentido de presencia y consciencia. Las máquinas que funcionen con los mismos principios que el cerebro - neocórtex - serán conscientes, sostiene Hawkins. ¿Serán un peligro, una amenaza existencial para la humanidad? No si somos cautos, si no les introducimos los miedos y emociones propios del cerebro antiguo, además podríamos desenchufarlas si fuese necesario: la inteligencia genera modelos de mundo, el modelo resultante en sí mismo no tiene valores ni emociones ni propósitos.

 

Que sepamos, somos la única especie que sabe que el universo existe, que somos vida, que la vida es frágil. Podemos preservar nuestro conocimiento a la espera de que otros seres inteligentes lo descubran. En ese viaje hacia la supervivencia además se descubrirán cosas inimaginables.

 

Jeff Hawkins plantea una doble vía, dejar una huella tecnológica que contenga todo nuestro saber fuera del planeta, mediante satélites que orbiten alrededor del sol o construir máquinas inteligentes que se autorrepliquen, salgan de nuestro sistema solar y lleven nuestra experiencia y saber a las profundidades del universo con la esperanza de que seres inteligentes alguna vez, casi contra toda probabilidad, capten la señal.

 

La Vía Láctea tiene unos 13.000 millones de años. Puede que la inteligencia haya surgido en varias ocasiones. Cuántas veces podría coincidir una inteligencia tecnológica con otra. Una rarísima posibilidad. Cuánto puede durar la vida inteligente en cualquier lugar de la vía Láctea. Cuán frecuente es una vida tecnológicamente avanzada. Es probable que la vida inteligente haya evolucionado miles o millones de veces en nuestra galaxia, pero es poco probable que nos encontremos coexistiendo con otras especies inteligentes.

 

Vivimos en el momento y en una zona privilegiada. Dentro de millones de años las galaxias y sus estrellas estarán tan alejadas unas de otras que, si un observador existiese en una Tierra - un islote en medio de un océano deshabitado - le sería imposible observarlas, pensar incluso en su existencia.

 


¿Sucede algo parecido con el homo sapiens? La amenaza existencial de su extinción, a través de las armas nucleares o del cambio climático, no existía hace 100 años. Para la especie entonces la vida era más segura, aunque para sus individuos fuese más simple y precaria. Qué otras amenazas surgirán con el veloz cambio tecnológico al que asistimos, por su mal uso. Podemos crear cepas de virus más dañinas que el covid-19, que salió de un laboratorio chino, o bacterias que podrían matar a toda la humanidad. Ya hemos aprendido cómo modificar el ADN.

 

" Las acciones miopes del cerebro antiguo, cuando se combinan con las tecnologías del neocórtex, capaces de alterar el globo terráqueo, se han convertido en una amenaza existencial para la humanidad".

 

Este es un momento apasionante para estar vivo, conocemos más que nunca sobre el universo y la vida, pero ¿estamos condenados a la extinción? El neocórtex nos ha permitido convertirnos en una especie tecnológica, capaz de controlar la naturaleza de manera inimaginable hace un centenar de años. Pero seguimos siendo una especie biológica con un cerebro antiguo que nos hace comportarnos de manera perjudicial para la supervivencia a largo plazo de nuestra especie.

 


domingo, 9 de febrero de 2025

La teoría de los ‘Mil cerebros’ de Jeff Hawkins

 


 

Con el instrumento adecuado, extendido el neocórtex como una servilleta, veríamos unas estructuras cilíndricas y verticales, de un milímetro cuadrado, perpendiculares al cráneo que recubren, y que repiten el mismo circuito básico unas 150.000 veces. El neocórtex supone el 70% de nuestro cerebro, la parte nueva; la parte antigua, el 30%. Esa columna cortical contiene un paquete de neuronas, distribuidas en seis capas con funciones diferentes y jerarquizadas. A través de ellas recibimos del exterior sensible, información que llega en forma de pulsos, indiferenciados si llegan de los ojos, de la piel o del oído.

 

La columna cortical es un sistema sensoriomotriz, una unidad de procesamiento. Cada columna puede aprender modelos de cientos de objetos. Los modelos se basan en marcos de referencia… Estamos aprendiendo continuamente. Estamos enmendando constantemente nuestro modelo de mundo.

 

Aprendemos moviéndonos; el universo es dinámico;el pensamiento es una forma de movimiento’, sostiene Jeff Hawkins. El cerebro es como una caja negra, aislada y ciega, del mundo exterior solo recibe pulsos. Lo que hacen es confirmar o modificar - modelar - la imagen previa, el modelo de mundo que el cerebro tiene de las cosas. Las columnas corticales activan marcos de referencia, que son como mapas de localización o coordenadas de los objetos que aparecen ante nuestros sentidos. Así que no percibimos la realidad tal cual es, sino que confirmamos o desechamos el modelo de mundo – una simulación - contenido en nuestras columnas corticales. La captación de información a través de pulsos se repite en las estructuras corticales que funcionas de manera semiautónoma, y entre todas ellas reforman o convalidan, en una especie de votación, el modelo de mundo que nos sirve para situarnos en la realidad. Lo que nosotros percibimos es una suerte de consenso democrático entre ellas.

 

El cerebro envía fibras nerviosas a los músculos, los cuales mueven el cuerpo y sus sensores, modificando la parte del mundo que detecta el cerebro. Por tanto, el cerebro solo conoce un subconjunto del mundo real, y lo que percibimos es nuestro modelo del mundo, no el mundo mismo. Vivimos en una simulación, aunque la simulación no está en una computadora, sino en nuestra cabeza, lo que puede conducir a creencias falsas.


Más complicado es bajar al detalle de cómo la memoria y los procesos lógicos se almacenan en las conexiones dendríticas y las sinapsis de nuestras neuronas. Pregunta a un neuroquímico o a una IA especializada para que te lo explique. Lo importante es saber que no conocemos el mundo tal como es, sino que lo que confirmamos es el modelo de mundo que nuestro cerebro contiene.


Mediante selección natural, tenemos un cerebro nuevo o neocórtex y uno antiguo con pates diversas que hemos heredado de nuestros antepasados reptilianos. El primero es analítico y propositivo, el segundo controla las funciones básicas, crea nuestras emociones, los deseos de sobrevivir y procrear y las conductas innatas dirigidas a propagar nuestros genes: nos hace agresivos violentos y codiciosos, nos hace mentir y engañar. La inteligencia y el razonamiento, por tanto, suponen la última fase evolutiva del cerebro: ‘La inteligencia es la capacidad de un sistema de aprender un modelo de mundo’, sostiene Jeff Hawkins. La primera etapa, más antigua y larga en el tiempo, se ocupa de sobrevivir en un mundo lleno de peligros y de transmitir la carga genética de cada individuo.


El cerebro antiguo adiestrado por la selección natural durante millones de años, cuando el azúcar era escaso y tenía valor de supervivencia, dice: “Dulces, quiero dulces, dame dulces". El cerebro nuevo, instruido por libros y médicos durante apenas unas décadas de exceso de azúcar, dice: “No, nada de dulces".


Llegados a este punto, inteligencia y replicación genética pueden entrar en conflicto. En un mundo gobernado por la inteligencia, la cultura el razonamiento y las leyes, el instinto asociado al cerebro antiguo puede convertirse en nuestro enemigo. A menudo prevalece: caemos en la incitación a comer pasteles y consumir alcohol, a defendernos a puñetazos y utilizar la violencia para mantener una posición de privilegio sobre los demás. Si hablamos de preservación y supervivencia no son lo mismo para el neocórtex y para cerebro antiguo. El ‘gen egoísta’ (Dawkins) es ciego, compite por replicarse por encima de cualquier consideración racional, para él la preservación de la especie, el peligro de extinción de otras especies y del propio homo sapiens, la prolongación de la vida inteligente más allá de nuestro planeta no le dicen nada. Lo problemático es que ambos cerebros coexisten en cada individuo y que las emociones no son controladas por la inteligencia, los peligros a los que se enfrenta la humanidad: el nuclear o el cambio climático al cerebro antiguo no le dicen nada. Si combinamos creencias falsas sobre el mundo y emociones primitivas, nuestra supervivencia a largo plazo está en serio peligro. Los dinosaurios vivieron 160 millones de años, nuestra vida parece más amenazada que la suya. ¿Estamos condenados?


miércoles, 28 de agosto de 2024

La medición del mundo, de Daniel Kelhmann

 



Este libro podría ser una novela con elementos ensayísticos o un ensayo que a veces toma las formas de la novela. Como experimento no está mal del todo, pero a mi juicio es un experimento fallido. Lo protagonizan dos científicos alemanes del cambio del siglo XVIII al XIX: el naturalista Alexander von Humboldt y el matemático y físico Carl Friedrich Gauss. Los alemanes están orgullosos de ambos y no es para menos. Humboldt describió como nunca antes la geografía de Sudamérica, de la Tierra podría decirse. Gauss, una brillantísima mente, está entre los tres privilegiados de la matemática.


El libro, en capítulos alternos, desgrana la circunstancia personal de ambos autores. Alexander, hijo de buena familia, fue educado en la ilustración prusiana y russoniana. Dedicado al estudio desde su más tierna infancia desatendió durante toda su vida los asuntos sentimentales. Si Kelhmann enfrenta a los dos hombres no es solo por la diferencia de sus orígenes, familiares y sociales, sino por sus contradictorios intereses y personaliddad. Si Humboldt se interesó por todos los aspectos de la vida natural, Gauss antes que nada era un poeta de los números. Humboldt no podía parar en casa, siempre estaba planeando algún viaje. Tras el viaje a América es su mente bullía el de Asia, aunque hubo de conformarse con San Petersburgo y Moscú. Para Gauss salir de casa era peor que un dolor de muelas; el único viaje que concebía era el mental. Gauss procedía de una familia campesina pero, inexplicablemente, su mente brilló por encima de cualquier otra. También en los asuntos de sexo más que de amor se apartó del célibe Humboldt.




El libro nos da una idea general de lo que ambos ensayaron. Humboldt se obsesionó con la medición del mundo: ríos montañas volcanes plantas animales. El segundo, con la medición aritmética, algebraica y geométrica. Siendo adolescente comenzó una obra memorable, que completó con 21 años: Disquisitiones arithmeticae. Luego, cuando su mente se aquietó algo se desvió hacia la física y la astronomía, incluso se concedió pensar en las aplicaciones prácticas en el último estadio de su vida: se le considera el inventor del telégrafo.




Kelhmann es insuficiente en ambos campos: bosqueja sus biografías sin entrar a fondo en los detalles de su personalidad y circunstancia y apunta esquemáticamente sus descubrimientos. Ambos merecen una buena biografía. La peripecia de Humboldt fue descrita en un éxito de ventas de hace unos pocos años, La invención de la naturaleza, de Andrea Wulf. En alemán habrá alguna buena biografía de Gauss que desconozco. Alguien debería hacer con Gauss lo que Ananyo Bhattacharya hizo con Von Neumann, un matemático comparable, una magnífica biografía intelectual. Este libro de Daniel Kelhmann se parece más al que Benjamín Labatut ha dedicado recientemente a Von Neumann, Maniac. más novelesco.


jueves, 27 de junio de 2024

Cuántica

 




Hacia 1900 se creía que el progreso científico nos conduciría a una imagen más clara y detallada de la realidad. Darwin había señalado el camino hacia la evolución de la vida; los químicos nos aseguraban que los átomos no eran el elemento último de la naturaleza, sino que existían los electrones que orbitaban alrededor de núcleos atómicos. El universo parecía predecible. Pero la revolución cuántica lo puso todo patas arriba


¿Qué es la materia? ¿Se distingue de la energía? ¿Cuál es su forma, su estructura: está hecha de partículas, es una onda? La cuántica supuso una revolución en la física, en nuestra concepción del cosmos. Descubrieron que la luz estaba compuesta de paquetes, que la materia estaba hecha de partículas y de ondas al mismo tiempo, que las partículas no estaban fijas, sino que tendían a dispersarse, que giraban a la vez en el sentido de las agujas del reloj y en el contrario, que podían estar en muchos sitios a la vez (demostrado experimentalmente por la doble rendija de Young), y que solo cuando se las medía o se las observaba se las encontraba en un lugar y posición y no en otro, de forma aleatoria, colapsaban, en su lenguaje. Pero realmente, ¿las partículas colapsan cuando las observamos para formar el mundo que conocemos? ¿Hay dos tipos de física, una para las partículas subatómicas y otra para los cuerpos grandes? La mecánica de Newton funciona bien para los cuerpos grandes, pero no se puede aplicar a la física subatómica y al revés pasa con la mecánica cuántica. ¿Cómo se pasa de una masa de átomos a la civilización humana? Esa era la gran pregunta que quedaba en el aire.


"Basándonos en todo lo que sabemos sobre química, biología y física, la transición de partículas sin vida en la superficie de la antigua Tierra a la primera célula podría haber sido casi imposible. Podría haber requerido una serie de coincidencias cuánticas tan largas e improbables que, incluso teniendo en cuenta el número de planetas y estrellas en el universo, simplemente no debería haber ocurrido ni una sola vez.

Pero la vida evolucionó en nuestro universo. Entonces... ¿eso no descarta este escenario de «la vida es básicamente imposible»?


¿Qué es lo que hace que las partículas colapsen? ¿Es la propia observación lo que las hace colapsar, es la conciencia observando - una conciencia universal que convierte uno de los Estados potenciales en real (“nuestra experiencia consciente podría ser la materia de la que está hecho el universo”. Amit Goswami)- o colapsan ‘porque sí’ (no hay lugar para la conciencia y el libre albedrío), sin que hayamos encontrado una explicación para ello? ¿Y si no colapsan? ¿Y sí las partículas y los cuerpos grandes, como el científico que observa con su instrumental, forman parte de la misma estructura del cosmos, y lo que sucede es que observamos el mundo, el universo al que pertenecemos y al hacerlo vemos uno de los universos posibles, aquel en el que estamos al observar y no otro en el que podríamos haber entrado? Es la idea de multiverso, de las ilimitadas ramas del universo que podemos habitar simultáneamente cuando un suceso nos bifurca.


Otra cosa sucede. Somos cuerpos con una determinada conformación de miles de millones de átomos, en el que no ha intervenido nuestra voluntad para ser lo que somos. ¿Pero cómo diablos ha podido ocurrir?¿Cuántos sucesos cuánticos han tenido que ocurrir para reorganizar tantos miles de millones de átomos y formar mi cuerpo? Antes de eso, es absurdamente improbable la disposición espontánea de compuestos sin vida o nucleobases para autorreplicarse e iniciar una cadena que llega hasta mí. Según el modelo de Hugh Everett III, eso es así, absurdamente improbable, pero en alguna de sus ramas sería posible (a no ser que, como algunos creen, vivamos en una simulación). Y aquí estamos.


La otra pregunta trata del libre albedrío. Hasta qué punto somos responsables de nuestros actos si todas nuestras acciones están predeterminadas. Si no tenemos control sobre la forja de nuestro carácter, si nuestros actos están determinados por el tipo de cuerpo y mente que se ha conformado en nosotros, ¿debe premiar la sociedad a las mentes más brillantes que ayudan la mejora de la sociedad?, ¿debe castigar la justicia a los hombres que cometen delitos independientemente de su voluntad?


El asunto de la conciencia. ¿Hay un continuo de la conciencia desde las plantas a los superorganismos humanos? Cómo salvar la distancia entre la descripción del movimiento de las cosas en el mundo objetivo y la explicación de cómo ese mundo objetivo da lugar a la experiencia y la conciencia.


Hasta el momento no hay nadie que sea capaz de explicar la experiencia consciente, tampoco, por cierto, cómo conciliar la mecánica cuántica (las leyes de las partículas diminutas) con la teoría gravitacional (las leyes de los objetos grandes y pesados).


Leyendo libros de física cuántica uno acaba pensando que lee especulaciones sin fundamento, que sí, que parece que Dios juegue a los dados con nosotros.


lunes, 4 de marzo de 2024

Maniac, de Benjamín Labatut

 




"Con la creación de la bomba atómica, los físicos conocieron el pecado, y este es un conocimiento que no pueden olvidar". Openheimer, contrario a la bomba de hidrógeno, tras ser el director de Los álamos donde se construyó la primera bomba atómica.


A los campeones de ajedrez les llamamos grandes maestros. Consideramos que su capacidad intelectual es superior porque combina el cálculo con una intuición que les singulariza hasta el punto de que lo suyo, decimos, no es técnica sino arte. En Oriente hay un juego milenario donde esas facultades son superiores, el go. Un tablero de 19 por 19 frente al 8 por 8 del ajedrez. La combinatoria del go es abismal. Con más motivo, a los jugadores del go también se les llama maestros y artistas. En 1997 Kaspárov, probablemente el más grande ajedrecista conocido, fue derrotado en cinco partidas por Deep Blue, de IBM. En 2016 le tocó el turno al go. Se enfrentaban el campeón mundial, el coreano Lee Sedol, y el programa AlphaGo de Deepmind (Google).


El último tercio de Maniac está dedicado a esta historia. Es apasionante. No despegué los ojos hasta terminar. La titánica historia de la inteligencia humana, representada por Kaspárov y Lee Sedol, hasta ahora indiscutible, contra máquinas creadas por el hombre, insensibles, incansables y sin conciencia de lo que están haciendo. Kaspárov tardó en recuperarse después de haber sido barrido del tablero. Fue una acontecimiento mediático que Lee Sedol ganase la cuarta partida de cinco. Antes de eso se consideraba que anticipar los movimientos posibles dentro del ajedrez estaba al alcance de una gran potencia de cálculo, pero las combinatoria en el go es tal que no hay espacio en el universo para escribir su secuencia. La inteligencia humana no solo es cálculo, se decía, hay algo más en nuestro modo de percibir el mundo que las máquinas no pueden alcanzar, lo llamamos arte.


Demis Hassabis, niño prodigio del ajedrez, londinense de ascendencia chino chipriota, consiguió el título de maestro a los 13 años. Su ambición era mayor que conseguir el título del campeón mundial. Tras formarse en neurociencia creó DeepMind con la idea de superar a la inteligencia humana (IAG). AlphaGo era el primer paso: derrotar a las inteligencias más descollantes de la humanidad. Entrenándola con la memoria histórica de las partidas entre humanos, combinando potencia de cálculo y redes neuronales, AlphaGo consiguió derrotar a Lee Sedol en un famoso evento en Seúl. AlphaGo movía las piezas de maneras que parecían ridículas e infantiles, risibles para los conocedores del go, hasta la jugada definitiva, igualmente imprevisible. Lee Sedol, admirado por su impulsividad e imprevisibilidad, cuando ya se daba por vencido en la cuarta partida, halló una rendija en la defensa de AlphaGo y lo derrotó. Las cosas volvieron a su cauce en la quinta partida. Como Kaspárov, Lee Sedol no tardó en abandonar el juego por el que se había convertido en una celebridad en Oriente. Pero Demis Hassabis tampoco estaba satisfecho. Pensó que el sistema de la inteligencia humana tenía un límite. Desmanteló AlphaGo y creo una nueva inteligencia a partir de cero, una inteligencia puramente digital que aprendiese por sí misma: AlphaZero. Tras las históricas partidas contra los campeones humanos, los juegos de inteligencia quedaron en manos de máquinas. En 2017, StockFish 8 era el campeón de ajedrez por computadora. AlphaZero tan solo necesitó conocer las reglas del juego y cuatro horas de entrenamiento jugando contra sí mismo para derrotar a Stockfish 8. Desde entonces, la inteligencia artificial y la humana siguen caminos paralelos. Todos estamos al tanto de lo que ha ocurrido este último año con la explosión de la IA: Chatgpt y compañía.



Benjamín Labatut se fija en la más portentosa inteligencia del siglo XX, el húngaro John von Neumann, para narrar el último capítulo de la historia de la inteligencia humana. Von Neumann comenzó siendo matemático - el 'arma matemática', le llamaban- para desparramar su inteligencia por todos los campos de la ciencia y la tecnología. Mediante artículos y libros, hizo aportaciones sensacionales a la mecánica cuántica, a la física nuclear, a la teoría de juegos, que inventó prácticamente, creó la arquitectura en la que están basados los ordenadores y dio los primeros pasos sobre inteligencia artificial y máquinas autorreplicantes.


Las dos primeras partes de Maniac son una especie de biografía intelectual y humana del matemático húngaro, tomando como narradores a la gente que lo conoció. Se nos muestra a un individuo sobrepasado por su inteligencia, una personalidad neurótica no del todo consciente de las consecuencias de sus descubrimientos, respondiendo al tópico de individuos con una facultad sobrehumana que se desenvuelven mal en los asuntos mundanos. Se conoce mejor la trascendencia de los hallazgos de von Neumanm leyendo la extraordinaria biografía que le dedica Ananyo Bhattacharya. La ambición de Benjamín Labatut es mayor, aunque frustrada. Estamos en una fase, puede que terminal, de la pugna entre dos inteligencias, la biológica y la digital. No sabemos cómo va a acabar. Labatut plantea la cuestión. ¿Qué sucederá en un mundo donde a la inteligencia artificial (LLM), que consume cantidades atroces de energía y agua, se le ha desconectado del mundo, un mundo que no representa hechos o cosas, sino intercorrelaciones estadísticas? ¿ Para ir a dónde? Por cierto, la IA es imbatible en el ajedrez o en el go, pero es incapaz de dar una patada a una pelota.


La invención más creativa de la humanidad, escribe Labatut, surgió exactamente al mismo tiempo que la más destructiva. La bomba h y el ordenador. Von Neumann está en el origen de las dos.




viernes, 1 de marzo de 2024

¿Quién le hacía la cena a Adam Smith?, de Katrine Marçal

 




Adam Smith huérfano de padre, desde que nació dependió toda su vida de su madre. Margaret Douglas, con la ayuda de su prima, Janet Douglas. A la muerte de esta, en 1788, Adam Smith escribió una carta a un amigo: "Sin ella me voy a convertir en uno de los hombres más desvalidos y desamparados de Escocia".


Margaret Douglas, viuda desde los 28 años y dependiente económicamente por ley de su hijo -la herencia del padre fallecido-, acompañó a Adam Smith durante los 60 años que vivieron juntos: tras su infancia y educación, durante los tres años que se desempeñó como conferenciante para la Universidad de Edimburgo; durante los 12 que enseñó filosofía moral en Glasgow (allí conoció a David Hume); en un viaje de tres años por Francia y Suiza, como preceptor de un duque (allí conoció a Voltaire, Diderot y Benjamin Franklin), y cuando volvieron a casa. Adam Smith nunca se casó. Su madre siempre estuvo a su lado. En esa casa redactó La riqueza de las naciones (1776), la obra que lo convirtió en padre de la economía política: "No es la benevolencia del carnicero, del cervecero y del panadero por lo que tenemos el alimento en nuestra mesa, sino porque se preocupan por su propio interés". La almendra de la ciencia económica.

Katrine Marçal se pregunta en ¿Quién le hacía la cena a Adam Smith?, si la mera búsqueda de beneficios y no el amor de madre fue lo que movía a Margaret Douglas a cuidarlo, a desvelarse por él, mientras él escribía sus sesudos tratados que hicieron de la economía una ciencia.


"¿Cómo llegamos a tener nuestra comida en la cena? es la pregunta fundamental en economía y , a pesar de que el mismo Adam Smith escribió que la respuesta reside en el interés propio, a la hora de la verdad era su madre quien se aseguraba de que nunca le faltara comida y quien cuidaba de él cuando tenía fiebre.


Marçal hace una doble impugnación, que el homo economicus sea el sujeto que organiza no solo la economía (la mano invisible que ordena el mercado) sino la sociedad entera, pues aparte de ordenar el mercado mediante la eficiencia dirige y disciplina el caos de deseos y anhelos humanos -el mercado se erige en una conciencia colectiva mediante los valores que ha ido generando- y, en segundo lugar, esa misma ordenación pues, para ella, el homo economicus no es más que la voluntad del hombre de imponerse y someter a la mujer. Pues los valores que se asocian a la mujer: sentimientos, altruismo, compasión y solidaridad no forman parte de las teorías económicas estándar y no están retribuidos, pues además de no poder ser cuantificados no son escasos. La razón masculina se impone -mercado- a los sentimientos hogareños de la mujer.


"Tradicionalmente, el cuidado de los demás se ha llevado a cabo en el hogar, el cual ha sido siempre percibido como el lugar al que el hombre regresa después de una dura jornada en este mundo frío e impersonal en el que hay que ganarse las habichuelas. El lugar donde sumergirse es el suave reino de la mujer regido por por la emoción, la moralidad, la sensualidad y las cortinas de fino encaje".


El hombre económico reúne todos los atributos que a lo largo de la historia hemos identificado como masculinos, merecedores de ejercer dominio sobre aquellos que llamamos femeninos: el alma contra el cuerpo, la razón contra los sentimientos, lo universal contra lo concreto. Lo objetivo contra lo subjetivo la cultura frente a la naturaleza… La mujer es el cuerpo. Representa la tierra. Ella es pasiva. Es dependiente. Es la naturaleza. El hombre la fecunda, la somete, la trabaja y extrae de ella. Él le otorga sentido y la pone en movimiento.


Es cierto que en la división social del trabajo se ha fundado la mayor época de prosperidad de la humanidad, pero sobre la base de la minoración de la mujer. El trabajo de la mujer en el hogar y el cuidado de los niños nunca se valoró económicamente. Eso ha tenido consecuencias: el 70% de los pobres del mundo son mujeres y el llamado ‘problema sin nombre’: ansiedad, frustración sexual, desesperanza y depresión', que puso en evidencia Betty Fridan, constatación que apretó el ‘gatillo de la historia’, escribió Alvin Toffler, poniendo en marcha la revolución feminista.


Fueron surgiendo los hospitales, las guarderías y las residencias (enfermeras institutrices maestras). El hogar se redujo a una unidad nuclear: hombre mujer hijo. La mujer buscó trabajos más allá de los cuidados. ¿Cuánto vale el trabajo de una cuidadora (asistente, limpiadora)?


La sociedad ha cambiado. ¿Habría Florence Nightingale ejercido como enfermera hoy en día? Probablemente no. Habría sido médica investigadora economista de la salud o catedrática de estadística. Lo cual sería genial, por supuesto. Sin embargo, ¿quién hace hoy de enfermera?


Ahora imaginemos la progresión. A medida que la IA se encargue de las tareas primero rutinarias y después de las que hasta ahora parecían importantes, especializadas, masculinas: inversión, diagnóstico, cirugía, planificación... aparecerán como insustituibles los cuidados. ¿Cambiará la retribución o puede que, como hasta ahora, lo valioso no sea retribuido y que el dinero sea una mera asignación - todo el mundo recibirá su parte- no la medida del valor? No será el mercado el que establezca el valor sino sino la sociedad.


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Musik: I feel good; Yeah, I'm looking for a soulmate in those comments (Iggy Pop)



martes, 16 de enero de 2024

El hombre del futuro: La vida visionaria de John von Neumann, de Ananyo Bhattacharya

 


No se explica cómo en tan poco tiempo una serie de lumbreras físicomatemáticas surgieron en el mismo lugar, la Hungría del primer tercio del siglo XX cuando el Imperio Austrohúngaro declinaba. La mayoría de ellos en los años 30 se trasladaron a Estados Unidos y participaron en el proyecto Manhattan. Eran conocidos como 'los marcianos'. Entre ellos: Paul Erdős, Paul Halmos, Theodore von Kármán, John G. Kemeny, John von Neumann, George Pólya, Leó Szilárd, Edward Teller y Eugene Wigner. Varios obtuvieron el Premio Nobel. Y entre los que no emigraron a Estados Unidos: Dennis Gabor, Ervin Bauer, Róbert Bárány, George de Hevesy, Nicholas Kurti, George Klein, Eva Klein, Michael Polanyi y Marcel Riesz. Una de las cosas más sorprendentes de los años 30 fue la autodestrucción de Alemania. En sus ciudades se daban las condiciones universitarias, empresariales y científicas para que las mejores mentes del momento se agrupasen allí. El nazismo, mientras destruía su país, hizo un gran favor a EEUU enviándole los mejores matemáticos, físicos, químicos y economistas del mundo, sentando las bases de la potencia americana.


El más brillante de todos, probablemente la mayor inteligencia del siglo XX, fue von Neumann. Como superdotado que era contó con los mejores profesores en Budapest, Berlín, Gotinga y Zurich. En Berlín conoció a Einstein y en Gotingan a quien sería su mayor influencia, el matemático David Hilbert. Fue compañero de clase del futuro Premio Nobel Eugene Wigner, que se dedicó a la física porque, según él, nunca podría estar a la altura matemática de von Neumann.


Fue tal la inteligencia y la capacidad de trabajo de von Neumann que es difícil destacar una rama científica en la que no destacara. Las matemáticas fueron el vehículo de sus descubrimientos y el Instituto de Estudios Avanzados de Princeton el lugar donde, desde 1933, irradiaría junto a otras inteligencias como Albert Einstein, Oswald Veblen o Hermann Weyl. Participó con entusiasmo en la construcción de la primera bomba atómica y después en la bomba de hidrógeno y los misiles balísticos, siendo el primer científico que el gobierno americano consultaba.



Von Neumann fue haciendo aportaciones decisivas a la teoría de conjuntos y a la mecánica cuántica y la teoría de juegos aplicada a la economía. Los ordenadores actuales se diseñan sobre la ‘arquitectura de von Neumann’. Participó en la construcción del ENIAC, el primer ordenador con base general. Aplicó la teoría de juegos a diversos campos. Otros científicos recibieron premios Nobel por ello. Resolvió la paradoja de Rusell en lógica e hizo aportaciones decisivas a la teoría de incompletitud de Godel. En balística descubrió que era más devastador hacer explotar las bombas antes de que llegasen el suelo por la fuerza adicional causada por las ondas de detonación. Descubrimiento que aumentó las muertes en Hiroshima y Nagasaki. También participó en la selección de objetivos a destruir en Japón. Después de la segunda Guerra Mundial, en la Guerra Fría, trabajó en la construcción de la bomba H, en los primeros ordenadores y en los autómatas autorreplicantes, trabajo este último, en la fase más productiva de su mente justo cuando la enfermedad lo asaltó, que está en el origen de la robótica y la inteligencia artificial.


Sin formación física o matemática es casi imposible seguir el ritmo de los descubrimientos de von Neumann en la apasionante biografía de Ananyo Bhattacharya que combina la biografía personal con la intelectual, añadiendo contexto. Tras la lectura, admirando la potencia mental de von Neumann se puede comprender que una fina inteligencia no garantiza la sabiduría. Las mejores mentes congregadas en los centros de investigación más importantes de Estados Unidos, en los años 50, y entre ellos von Neumann era de los más entusiastas, estuvieron dispuestas a acabar con la vida de millones de personas, porque según ellos había un bien superior que era la disuasión. Para contener a la Unión soviética, y después a China, había que bombardear ciudades y matar a cuantos millones hiciese falta. Por si alguien no supiese diferenciar, inteligencia no es sinónimo de sabiduría.


Tras leer este el libro el próximo debería ser la novela que Benjamín Labatut ha dedicado a von Neumann: Maniac.