Narra esta novela el primero de los episodios nacionales que Benito Pérez Galdós ideó para dar cuenta de la historia patria del siglo XIX, un vasto proyecto que abarcaba de 1805 a 1912. Y empezó con una gran derrota, lo cual es una manera curiosa de comenzar a dar a conocer la historia del país. Se inició el siglo con Trafalgar (21 de octubre de 1805), la batalla que desarboló a la gran marina española, por un mal pacto con la Francia de Napoleón, y acabó con el ‘desastre’ del 98, donde España perdió todo lo demás antes de sumirse en un ensueño melancólico. Se podría decir que allí donde a España le fue mal a Pérez Galdós bien, pues sus Episodios nacionales le hicieron famoso y hasta en alguna ocasión le sacaron de apuros económicos.
¿Merece la pena leer hoy esta novela? Esa duda tenía yo antes de empezar. No recuerdo si la leí en mi época juvenil cuando leía tanto que he olvidado la mayor parte. Pues sí, hay que leerla. Galdós es mucho mejor escritor de lo que yo recordaba. Trapiello dice que el segundo detrás de Cervantes. No sé si es para tanto, pero domina el idioma y el arte de novelar como pocos. El episodio que nos cuenta es choque de armadas en alta mar frente al cabo que dio nombre a la batalla, a él dedica las más de las páginas. Sitúa a su narrador, Gabriel Araceli, entonces un chiquillo, a bordo del buque más grande del mundo, El Santísima Trinidad, comandado por Churruca, para hacernos vivir la batalla naval en vivo. Vemos a los personajes que antes hemos ido conociendo, descritos con tintes heroicos los reales (Churruca, Gravina, Alcalá Galiano, Nelson), entregándose al combate como a un acto divino, con ternura, comprensión y gozo los de ficción, oímos el ruido de los cañones, el destrozo en las velas, la caída de la arboladura, la sangre correr sobre la arena que antes los marineros han arrojado sobre la cubierta, los miembros rotos, arrancados o descoyuntados, la enseña nacional depuesta, la entrega a los ingleses, el buque destrozado ante el embravecido mar, la angustia ante la muerte y la desesperación por alcanzar tierra para librarse de la tempestad que sucede a la derrota. Pero Galdós no solo describe la colosal batalla en el mar sino que narra una novela con trama, ligera pero trama, que se desarrolla antes y después del combate, con una historia de amor de por medio, personajes históricos y novelescos, mujeres de carácter y quisquillosas y la presentación del joven el narrador para quien el suceso forma parte de su etapa de formación. Gabriel, un pícaro sin padres, entra como criado en casa de un viejo capitán de navío, Don Alonso. De su hija Rosita se enamora, pero no será él a quien ella espera para tener marido, sino a un oficial, Rafael Malespina. Junto a Don Alonso y su amigo Marcial, un hombre con tantos descosidos que llaman ‘Medio hombre’, se embarcará Gabriel hacia el combate.
Puede que un escritor actual no nos contase la historia del mismo modo. De hecho hay muchos que lo imitan y lo hacen peor. Seguramente la individuación sería más señalada, las emociones más vivas y la gama de sentimientos más amplia. Tampoco la patria tendría los mismos colores, ni el valor sería tan protagonista. Dudo que alguien, hoy, pueda manejar el idioma con la soltura de Galdós, tantas palabras perdidas, quizá los diálogos del escritor actual fuesen más breves, más ágiles, pero no más vivos. Y la arquitectura de la novela con ser sencilla es la justa para centrar la atención en lo esencial. Galdós era un representante de la España liberal, progresista y laica que tuvo su mejor momento en 1812, pocos años después de Trafalgar. Con unos pocos liberales más navegaba Galdós a contracorriente en medio de un país analfabeto y ensotanado. Mantenerse firme en esa actitud le hizo perder el premio nobel, seguramente el que más se lo merecía de todos los candidatos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario