domingo, 10 de mayo de 2020

Intelectuales



Distinguía Hannah Arendt entre Hommes de Lettres e intelectuales. Los primeros herederos del espíritu aristocrático anterior a la Revolución Francesa se dedicaban al arte, al pensar y a departir por puro gusto, ajenos a la obligación de laborar por las necesidades que su posición social les aseguraba. Los intelectuales, por contra, estaban al servicio de un patrón o un mecenas por lo que no podían exponer sus pensamientos o su arte con total libertad. Arendt ponía como ejemplo del primer grupo, en la Alemania anterior al nazismo, a Walter Benjamin que peleado con su padre no hizo nada por asegurarse un puesto académico, lo que le llevó a vivir a salto de mata y a la miseria en la última década de su vida antes de suicidarse en una habitación de Portbou. Benjamin no estaba dotado para lo básico, necesitaba ayuda hasta para prepararse una taza de té. Se han escrito libros sobre si lo que ocurrió en Portbou fue un suicidio o un asesinato a cuenta de los esbirros de Stalin. Esto último, mera especulación. Benjamin tenía los papeles para atravesar España, embarcar en Lisboa y asilarse en EE UU, que es lo que hicieron los que le acompañaban en la huida. Benjamin acabó destrozado, tras atravesar los Pirineos, por el delicado estado de su corazón . La España franquista cerró la frontera. Al enterarse, un Benjamin desquiciado emocionalmente se atiborró de morfina y murió 12 horas antes de que la frontera fuese reabierta, el 26 de septiembre de 1940. Moría el pensador más original de la Alemania del siglo XX y se perdía la maleta que contenía un manuscrito original que valía “más que mi propia vida”.

Hoy es inviable un Homme de Lettres, pues no se sabe de un hijo rico que sea una luminaria. Pero si que cabe una distinción entre intelectual orgánico (Gramci) y el que vive del oficio de escribir vendiendo su trabajo a quien lo compre. La mayor parte de los que hoy consideramos intelectuales viven de las ubres del Estado o de instituciones o fundaciones asociadas a partidos. Su trabajo es parecido a esos postes de madera o metálicos que afianzan una pared en ruina. Apenas gana uno algo leyéndolos a no ser que lo que esperamos sea mantener en firme el corroído edificio mental con el que descomprendemos el mundo. De los realmente libres hay pocos pero iluminan e irritan por igual. Son odiados sin tregua, pero es un odio, que a sus lectores, nos libera e ilumina.


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