“- ¿Qué le parece lo mejor y lo peor del confinamiento?
- Lo peor, la muerte de tantos: la imagen de los furgones sacando cadáveres de Bérgamo me hizo gritar. Y la actitud sucia de la derecha española, infectada por un fanatismo antipolítico más peligroso que el Covid-19. Lo mejor, el ser testigo de un giro de la historia y de la Fortuna-velut-luna que obliga a repensarlo todo”.
Hay
un indicador para medir el grado de libertad que uno se permite a sí
mismo. La crítica al sistema de poder dominante. Siempre
hay uno que señorea, y vale tanto el político como el cultural.
Podría
pensarse que uno está conformado por lo que oye y percibe allí
donde ha nacido y se ha criado o por las afinidades que uno ha ido
forjando con los amigos o las fraternidades juveniles.
Y es verdad. Pero no hay formación de la personalidad sin poner en
cuestión lo recibido. No hay que volver a Freud, todo el mundo lo ha
experimentado. Entonces, qué sucede con los que se acomodan a las
formas de pensar dominantes y
se quedan en ellas, sin repensarlas, sin revolverse contra ellas.
De dónde procede la fragilidad. En regímenes totalitarios, es fácil
explicarlo por la presión de la seducción y miedo. Seducidos
por la promesa, atemorizados por la tribu. Heidegger
y su adscripción al nazismo es un caso paradigmático. Es imposible
que no supiera de su criminalidad. Como Neruda y Stalin.
Pero
¿y en los regímenes democráticos? Por qué
la gente se adhiere incondicionalmente a ideologías que tuvieron
cosas positivas pero que derivan en propuestas irracionales
o malignas? La
sociedad vasca y ETA, los catalanes y el procés.
Declararse
independentista es loable, nadie dirá que no lo es, porque el temor lo asalta. En algún
momento la mente debe alumbrar los rincones oscuros. Por qué
apagamos la luz y preferimos permanecer ciegos. ¿El coste de aceptar
la verdad es demasiado alto?
En
el primer franquismo todo el mundo era franquista
o lo disimulaba muy bien,
en el segundo, hacia
el final,
nadie lo era. Después
todo el mundo se hizo socialista o de izquierdas. Volvamos a la
escala del valor que mide la libertad. ¿Quién
es más valeroso el que se declara feminista o el que no? ¿El que se
declara de izquierdas o de derechas? ¿El
que critica al gobierno por la mala gestión de la crisis o a la
derecha por no salir de la lóbrega caverna? ¿Alguien
en su sano juicio puede decir que es de derechas? ¿Cuánto
oprobio está dispuesto a soportar? Miremos
el mundo de los artistas, periodistas, hasta futbolistas. Con
qué facilidad levantan manifiestos con los que no ganan un gramo de
libertad, pero aplazan su condena. ¿Cómo
se forja hoy una personalidad?
Siempre hay alguien que enciende una luz en medio de la oscuridad (Vivian Gornick).
Siempre hay alguien que enciende una luz en medio de la oscuridad (Vivian Gornick).
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