viernes, 1 de mayo de 2020

Incendios, de Richard Ford y Wildlife, de Paul Dano



Olí el perfume en su cuello. Su cara, al pegarse a la mía, tenía un tacto duro. Aquella mañana había fumado ya un cigarrillo. Me dijo:Tu vida no es lo que tienes, cariño, o lo que consigues. Es aquello a lo que estás dispuesto a renunciar. Es un proverbio viejo, lo sé. Pero es cierto. Uno necesita tener algo a lo que renunciar, ¿de acuerdo?¿Y si no quieres renunciar a nada? —pregunté.¡Oh, pues buena suerte! No tienes más remedio, cariño —dijo. Me sonrió y volvió a besarme—. En eso no se puede elegir. Tienes que renunciar a muchas cosas. Es la norma. Es la primera norma en todo”.

Todas las buenas novelas suelen tener una escena que impacta en el lector, seguramente antes lo ha hecho en el escritor y quizá fue esa escena lo que puso en movimiento la novela. A veces el resto de la novela está a la altura y a veces no. En Incendios, el joven Joe, el protagonista y narrador de dieciséis años, está solo en casa, después de que su madre se haya ido con intención de alquilar un apartamento fuera de la casa familiar. El padre está apagando devastadores incendios que se han declarado hace semanas sin previsión de que puedan ser controlados. Joe, la noche anterior, acaba de ver una escena de sexo entre su madre y su reciente amante, Warren. Está descolocado, aturdido, no acaba de comprender todo lo que ha sucedido. Antes de irse su madre, han tenido una conversación, donde la madre le ha hecho ver que la vida es asumir pérdidas. Con eso se ha quedado, con la pérdida que de sopetón sabe que tiene que asumir. También le ha dicho que si quiere le puede acompañar al nuevo apartamento. Pensando en ello, ve que Warren, cojeando, sufrió un extraño accidente y cojea, se acerca a la casa. Es una escena de terror. No porque Warren le vaya a hacer algo. Tiene que ver con la primera experiencia de lo inesperado. Echa el cerrojo a la puerta y ve como Warren pulsa el timbre, forcejea con el pomo y golpea la puerta. Luego rodea la casa y va en dirección a la puerta de la cocina. Joe echa el pestillo y se esconde. Warren golpea con una moneda el cristal de la puerta trasera. Luego lo intenta con las ventanas. El cuarto de su madre, el suyo, pero están bien cerradas. Warren va de un lado para otro, llama a su madre por el nombre, con voz insistente. Podría haber roto un cristal pero no lo hizo. Joe se esconde, hasta que por fin oye como el Oldsmobile se pone en marcha. Joe va al cuarto de su madre, en el suelo ve un par de calcetines de nylon grises y rojos casi vueltos del revés, va a la cocina, los envuelve en papel de periódico y los arroja al cubo metálico de basura de detrás de la casa. Solo entonces se pone el abrigo y sale para ir a la ciudad.
Aún no he perdido el juicio —dijo. Apartó de mí la mirada como si escuchara esas palabras y pensara en las que diría a continuación—. No debes pensar que la gente está loca porque haga cosas que no te gustan. La mayoría de las veces no lo está. Lo que sucede es que tú no la comprendes. Eso es todo. Y a lo mejor te gustaría comprenderla”.

Esta es una novela de pocos personajes. El narrador, que está a punto de cumplir los 16 años, la madre, el padre y un tercero que se entromete. El escenario, la temporada de incendios en las sierras de las Rocosas. El padre, que se gana la vida dando clases de golf en un pueblo perdido de Montana, Great Falls, pierde el empleo y durante tres días desaparece para ir a apagar fuegos. La madre se contagia del fuego ambiente y se cita con un hombre más rico que ellos. Toda la magia de la novela reside en lo que ve y siente el joven narrador. El acontecimiento cae sobre él y tiene que deglutirlo sin experiencia y sin ayuda. No comprende pero ha de hacerse a la idea, no le queda otra. Ha de hacerse hombre de golpe. Richard Ford sabe contar, va al grano, poda lo accesorio y, sobre todo, ve lo significativo de lo que sucede en la vida de los hombres.
Se volvió y salió de la sala, y mi padre y yo nos quedamos allí solos, sin otro lugar adonde ir sino la noche fría, y sin más compañía que nuestra propia compañía”.


Wildlife (2018)

Suelo leer todo lo que me cae de Richard Ford. Incendios no la había leído, aunque compré el libro justo después de que me arrebatase Rock Springs, así que cuando vi que había una peli reciente basada en ella la he leído. La peli es decepcionante por dos motivos. La escena definitoria descrita más arriba no aparece. El elemento de incomprensión que atormenta la conciencia inocente del adolescente tampoco. Los guionistas rebajan el trastorno del joven narrador al sustituir el deseo sexual y la incomprensible pasión de la madre por un hombre mayor cojo por la urgencia de sobrevivir. La madre busca una salida fácil al desamparo cuando el padre pierde el trabajo y se va a apagar incendios. Con ese disloque la peli deja de tener interés. Y es una lástima porque los actores son muy buenos: Jake Gyllenhaal, Carey Mulligan, Ed Oxenbould. No es que la película esté mal hecha, pero no es desgarradora hasta el punto de lo insoportable.



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