“Olí el perfume en su cuello. Su cara, al pegarse a la mía, tenía un tacto duro. Aquella mañana había fumado ya un cigarrillo. Me dijo: —Tu vida no es lo que tienes, cariño, o lo que consigues. Es aquello a lo que estás dispuesto a renunciar. Es un proverbio viejo, lo sé. Pero es cierto. Uno necesita tener algo a lo que renunciar, ¿de acuerdo? —¿Y si no quieres renunciar a nada? —pregunté. —¡Oh, pues buena suerte! No tienes más remedio, cariño —dijo. Me sonrió y volvió a besarme—. En eso no se puede elegir. Tienes que renunciar a muchas cosas. Es la norma. Es la primera norma en todo”.
Todas
las buenas
novelas
suelen tener una escena que impacta en el lector, seguramente antes
lo ha hecho en el escritor y quizá fue esa escena lo que puso en
movimiento
la novela. A veces el resto de la novela está a la altura y a veces
no. En Incendios,
el joven Joe, el protagonista y narrador de dieciséis años, está
solo en casa, después de que su madre se haya ido con intención de
alquilar un apartamento fuera de la casa familiar. El padre está
apagando devastadores incendios que se han declarado hace semanas sin
previsión de que puedan ser controlados. Joe, la noche anterior,
acaba de ver una escena de sexo entre su madre y su
reciente amante, Warren. Está descolocado, aturdido, no acaba de
comprender todo lo que ha sucedido. Antes de irse
su madre, han tenido una conversación, donde la
madre le ha hecho ver que la vida es asumir pérdidas. Con eso se ha
quedado, con la pérdida que de sopetón sabe que tiene que asumir.
También le ha dicho que si quiere le puede acompañar al nuevo
apartamento. Pensando en ello, ve que Warren, cojeando, sufrió un
extraño
accidente
y cojea, se acerca a la casa. Es una escena de terror. No porque
Warren le vaya a hacer algo. Tiene
que ver con la primera experiencia de lo inesperado. Echa
el cerrojo a la puerta y ve como Warren pulsa
el timbre, forcejea
con
el pomo y golpea la puerta. Luego rodea la casa y va en dirección a
la puerta de la cocina. Joe echa el pestillo y se esconde. Warren
golpea con una moneda el cristal de la puerta trasera.
Luego lo intenta con las ventanas. El cuarto de su madre, el suyo,
pero están bien
cerradas. Warren va de un lado para otro, llama a su madre por
el nombre,
con voz insistente. Podría
haber roto un cristal pero no lo hizo. Joe se esconde, hasta que por
fin oye como el Oldsmobile se pone en marcha. Joe va al cuarto de su
madre, en el suelo ve un par de calcetines de nylon grises y rojos
casi vueltos del revés, va a la cocina, los envuelve en papel de
periódico y los arroja al cubo metálico de basura de detrás de la
casa. Solo entonces se pone el abrigo y sale para ir a la ciudad.
“Aún no he perdido el juicio —dijo. Apartó de mí la mirada como si escuchara esas palabras y pensara en las que diría a continuación—. No debes pensar que la gente está loca porque haga cosas que no te gustan. La mayoría de las veces no lo está. Lo que sucede es que tú no la comprendes. Eso es todo. Y a lo mejor te gustaría comprenderla”.
Esta
es una novela de
pocos personajes. El narrador, que está a punto de cumplir los 16
años, la
madre, el padre y un tercero que se entromete. El escenario, la
temporada de incendios en las sierras de las Rocosas. El padre, que
se gana la vida dando clases de golf en un pueblo perdido de Montana,
Great Falls, pierde el empleo y durante tres días desaparece para ir
a apagar fuegos. La madre se contagia del fuego ambiente y se cita
con un hombre más rico que ellos. Toda la magia de la novela reside
en lo que ve y siente el joven narrador. El acontecimiento cae sobre
él y tiene que deglutirlo
sin experiencia y
sin ayuda. No
comprende pero ha de hacerse a la idea, no le queda otra. Ha
de hacerse hombre de golpe. Richard
Ford sabe contar, va al grano, poda lo accesorio y, sobre todo, ve lo
significativo de
lo que
sucede en la vida de los hombres.
“Se volvió y salió de la sala, y mi padre y yo nos quedamos allí solos, sin otro lugar adonde ir sino la noche fría, y sin más compañía que nuestra propia compañía”.
Wildlife (2018)
Suelo
leer todo lo que me cae de Richard Ford. Incendios
no la había leído, aunque compré el
libro justo
después de que me arrebatase Rock
Springs,
así que cuando vi que había una peli reciente basada en ella la he
leído. La peli es decepcionante por dos motivos. La escena
definitoria descrita más arriba no aparece. El elemento de
incomprensión que atormenta la conciencia inocente del adolescente
tampoco. Los guionistas rebajan el trastorno del joven narrador al
sustituir el deseo sexual y la incomprensible pasión de la
madre por un hombre mayor cojo por la urgencia
de sobrevivir.
La madre busca una salida fácil al desamparo cuando el padre pierde
el trabajo y se va a apagar incendios. Con ese disloque la peli deja
de tener interés. Y es una lástima
porque los actores son muy buenos: Jake Gyllenhaal, Carey Mulligan,
Ed Oxenbould. No
es que la película esté mal hecha, pero no es desgarradora hasta el punto de lo insoportable.
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