Divisoria, muro de Berlín |
Qué
ha sido del 15 M, qué de los chalecos amarillos, qué de los
movimientos populistas a derecha e izquierda, cuántos días más
durará la rauxa catalana. Mientras los medios captan, difunden y
hacen caja del espectáculo de la exaltación, la revolución parece
que vaya en serio, que pondrá patas arriba el sistema, pero el
tiempo, en breve plazo, los convierte en anécdotas a pie de página,
no dejan otra huella que la de las viejas fotos viradas al sepia no
mucho después de la efervescencia. La política ha devenido
extensión del espectáculo deportivo, con sus fans y sus cronistas,
sus cracs y sus fallidos, sus clásicos y sus finales, sus coachs y
sus tertulianos, más encorsetados, más torpes, más fanáticos que
los deportivos, pero igualmente con los colores a la vista según el
canal en que reciban el pago.
El
fascismo no volverá, a pesar de los grititos histéricos de los
columnistas del diario femenino en campaña electoral, como tampoco
el comunismo a pesar de los digitales de quita y pon, ornados de
parecida histeria, simplemente porque las categorías de los nuevos
suscriptores de ideologías caducas están desfasadas, inútiles para
comprender lo que sucede y se
avecina.
Ha de aparecer cada poco un figurante, capaz de atraer la atención,
señalar y hacer que se consuma la energía negativa acumulada
(malestar, resentimiento, humillación imaginada).
Asumiendo las formas del rapero, el populista levanta el puño y
señala, amortiguador enfático, y el seguidor jalea: limpiadoras,
sí,
taxistas, sí,
desahuciados, sí,
Amancio Ortega, dales,
Pablo.
O bien, envuelto en las formas del patriarca sin cachaba, su
contrafigura busca efectos parecidos nombrando a sus propios muñecos
de trapo: progres y feministas, separatistas, inmigrantes violadores,
arriba España.
Ambos oficiales del sistema, como el pobre Torra: refrenan, contienen, encauzan. y que
siga la danza.
Si
me pongo en la piel de un votante de derechas, qué enorme
satisfacción, qué sosiego, qué tranquilidad de espíritu, no verse
obligado a votar a los corruptos y corruptores económicos, si me
pongo en la piel de un votante de izquierdas, qué enorme
satisfacción, qué sosiego, qué tranquilidad de espíritu no verse
obligado a votar a los corruptos y corruptores morales, qué alegría
incluso, qué chutazo de optimismo, tener la posibilidad de votar otras opciones, otro proyecto de país. Aunque sea breve el triunfo
de la razón, como suele ser, saberse en el lado correcto, poder
hacerlo, sentirse libre.
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