sábado, 9 de noviembre de 2019

Amortiguadores

Divisoria, muro de Berlín

Qué ha sido del 15 M, qué de los chalecos amarillos, qué de los movimientos populistas a derecha e izquierda, cuántos días más durará la rauxa catalana. Mientras los medios captan, difunden y hacen caja del espectáculo de la exaltación, la revolución parece que vaya en serio, que pondrá patas arriba el sistema, pero el tiempo, en breve plazo, los convierte en anécdotas a pie de página, no dejan otra huella que la de las viejas fotos viradas al sepia no mucho después de la efervescencia. La política ha devenido extensión del espectáculo deportivo, con sus fans y sus cronistas, sus cracs y sus fallidos, sus clásicos y sus finales, sus coachs y sus tertulianos, más encorsetados, más torpes, más fanáticos que los deportivos, pero igualmente con los colores a la vista según el canal en que reciban el pago.

El fascismo no volverá, a pesar de los grititos histéricos de los columnistas del diario femenino en campaña electoral, como tampoco el comunismo a pesar de los digitales de quita y pon, ornados de parecida histeria, simplemente porque las categorías de los nuevos suscriptores de ideologías caducas están desfasadas, inútiles para comprender lo que sucede y se avecina. Ha de aparecer cada poco un figurante, capaz de atraer la atención, señalar y hacer que se consuma la energía negativa acumulada (malestar, resentimiento, humillación imaginada). Asumiendo las formas del rapero, el populista levanta el puño y señala, amortiguador enfático, y el seguidor jalea: limpiadoras, , taxistas, , desahuciados, , Amancio Ortega, dales, Pablo. O bien, envuelto en las formas del patriarca sin cachaba, su contrafigura busca efectos parecidos nombrando a sus propios muñecos de trapo: progres y feministas, separatistas, inmigrantes violadores, arriba España. Ambos oficiales del sistema, como el pobre Torra: refrenan, contienen, encauzan. y que siga la danza.

Si me pongo en la piel de un votante de derechas, qué enorme satisfacción, qué sosiego, qué tranquilidad de espíritu, no verse obligado a votar a los corruptos y corruptores económicos, si me pongo en la piel de un votante de izquierdas, qué enorme satisfacción, qué sosiego, qué tranquilidad de espíritu no verse obligado a votar a los corruptos y corruptores morales, qué alegría incluso, qué chutazo de optimismo, tener la posibilidad de votar otras opciones, otro proyecto de país. Aunque sea breve el triunfo de la razón, como suele ser, saberse en el lado correcto, poder hacerlo, sentirse libre.




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