martes, 16 de enero de 2024

El hombre del futuro: La vida visionaria de John von Neumann, de Ananyo Bhattacharya

 


No se explica cómo en tan poco tiempo una serie de lumbreras físicomatemáticas surgieron en el mismo lugar, la Hungría del primer tercio del siglo XX cuando el Imperio Austrohúngaro declinaba. La mayoría de ellos en los años 30 se trasladaron a Estados Unidos y participaron en el proyecto Manhattan. Eran conocidos como 'los marcianos'. Entre ellos: Paul Erdős, Paul Halmos, Theodore von Kármán, John G. Kemeny, John von Neumann, George Pólya, Leó Szilárd, Edward Teller y Eugene Wigner. Varios obtuvieron el Premio Nobel. Y entre los que no emigraron a Estados Unidos: Dennis Gabor, Ervin Bauer, Róbert Bárány, George de Hevesy, Nicholas Kurti, George Klein, Eva Klein, Michael Polanyi y Marcel Riesz. Una de las cosas más sorprendentes de los años 30 fue la autodestrucción de Alemania. En sus ciudades se daban las condiciones universitarias, empresariales y científicas para que las mejores mentes del momento se agrupasen allí. El nazismo, mientras destruía su país, hizo un gran favor a EEUU enviándole los mejores matemáticos, físicos, químicos y economistas del mundo, sentando las bases de la potencia americana.


El más brillante de todos, probablemente la mayor inteligencia del siglo XX, fue von Neumann. Como superdotado que era contó con los mejores profesores en Budapest, Berlín, Gotinga y Zurich. En Berlín conoció a Einstein y en Gotingan a quien sería su mayor influencia, el matemático David Hilbert. Fue compañero de clase del futuro Premio Nobel Eugene Wigner, que se dedicó a la física porque, según él, nunca podría estar a la altura matemática de von Neumann.


Fue tal la inteligencia y la capacidad de trabajo de von Neumann que es difícil destacar una rama científica en la que no destacara. Las matemáticas fueron el vehículo de sus descubrimientos y el Instituto de Estudios Avanzados de Princeton el lugar donde, desde 1933, irradiaría junto a otras inteligencias como Albert Einstein, Oswald Veblen o Hermann Weyl. Participó con entusiasmo en la construcción de la primera bomba atómica y después en la bomba de hidrógeno y los misiles balísticos, siendo el primer científico que el gobierno americano consultaba.



Von Neumann fue haciendo aportaciones decisivas a la teoría de conjuntos y a la mecánica cuántica y la teoría de juegos aplicada a la economía. Los ordenadores actuales se diseñan sobre la ‘arquitectura de von Neumann’. Participó en la construcción del ENIAC, el primer ordenador con base general. Aplicó la teoría de juegos a diversos campos. Otros científicos recibieron premios Nobel por ello. Resolvió la paradoja de Rusell en lógica e hizo aportaciones decisivas a la teoría de incompletitud de Godel. En balística descubrió que era más devastador hacer explotar las bombas antes de que llegasen el suelo por la fuerza adicional causada por las ondas de detonación. Descubrimiento que aumentó las muertes en Hiroshima y Nagasaki. También participó en la selección de objetivos a destruir en Japón. Después de la segunda Guerra Mundial, en la Guerra Fría, trabajó en la construcción de la bomba H, en los primeros ordenadores y en los autómatas autorreplicantes, trabajo este último, en la fase más productiva de su mente justo cuando la enfermedad lo asaltó, que está en el origen de la robótica y la inteligencia artificial.


Sin formación física o matemática es casi imposible seguir el ritmo de los descubrimientos de von Neumann en la apasionante biografía de Ananyo Bhattacharya que combina la biografía personal con la intelectual, añadiendo contexto. Tras la lectura, admirando la potencia mental de von Neumann se puede comprender que una fina inteligencia no garantiza la sabiduría. Las mejores mentes congregadas en los centros de investigación más importantes de Estados Unidos, en los años 50, y entre ellos von Neumann era de los más entusiastas, estuvieron dispuestas a acabar con la vida de millones de personas, porque según ellos había un bien superior que era la disuasión. Para contener a la Unión soviética, y después a China, había que bombardear ciudades y matar a cuantos millones hiciese falta. Por si alguien no supiese diferenciar, inteligencia no es sinónimo de sabiduría.


Tras leer este el libro el próximo debería ser la novela que Benjamín Labatut ha dedicado a von Neumann: Maniac.




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