viernes, 6 de enero de 2023

Karl Barth: La religión es una manifestación de la falta de fe - 3

 



Hubo un hombre que fue testigo de lo que ocurrió en Europa en 1914 y que intuyó lo que iba a suceder después y se dejó llevar por su espíritu profético. Siendo joven vivió los horrores de la Gran Guerra. Creyó tener una revelación dirigida expresamente a él. La religión, dijo, es una manifestación de la falta de fe. Y las religiones organizadas una creación de los ladrones. Con 36 años escribió un libro profético, el Comentario a la Carta a los romanos de Pablo de Tarso. Una requisitoria radical contra las religiones. Estaba convencido de que existía la verdad y esa verdad la representaba el cristianismo pero no la Iglesia.


Si alguien piensa que estamos curados de esa herida espiritual estará equivocado porque la necesidad que como hombres tenemos de una vida y un sentido organizados sigue siendo la misma. Nuestro cerebro y nuestro lenguaje no han evolucionado lo suficiente como para prescindir de los dioses. Simplemente vamos cambiando nuestra dependencia. Nuestras religiones mayoritarias son las ideologías políticas, nuestros ídolos son de barro.


Las religiones son maniobras de los seres humanos en interés de su autoprotección y presuntuosidad; peor aún: de su autoendiosamiento. Se manifiestan, por regla general, como construcciones de apoyo a violencias políticas y crímenes organizados. ¿Y no se había preguntado ya Agustín si los Estados son algo diferente de grandes cuevas de ladrones? Y, si fueran un poco mejores que las organizaciones criminales, lo serían solo en la medida en que se encargan de la administración de justicia”.


"La religión es falta de fe: la religión es un negocio, hay que decirlo francamente; el negocio del ser humano sin Dios"... "No podemos traducir a lo humano, por decirlo así, la sentencia divina: la religión es falta de fe... hemos de interpretarla como una sentencia divina que esté y valga sobre todo lo humano". Karl Barth en 1937.


La segunda guerra, más devastadora, le pilló mayor. Karl Barth era un hombre de la Iglesia Reformada. Dedicó su vida al púlpito y a la teología. En la Segunda Guerra Mundial vió la debilidad del hombre, incapaz de salir de la infancia, de valerse por sí mismo, constató la necesidad de ídolos y religiones y, en consecuencia, hizo una enmienda a la totalidad de lo que había pensado de joven publicando su opus maximum, La dogmática eclesial, trece gruesos volúmenes que se apilan entre 1932 y 1967. Karl Barth se dio cuenta de que el hombre a día de hoy no necesita la revelación profética sino consuelo.


Karl Barth llevó al extremo la creencia en la gramática [un sustantivo seguido de predicados. "Temo que no nos libraremos de Dios porque seguimos creyendo en la gramática". Nietzsche], en tanto que interpretó el cristianismo de corte evangélico como acto de revelación del sujeto divino más allá de todos los accesorios humanos, teopoéticos y culturales. Si el cristianismo había de ser el acontecimiento de la verdad drástico por antonomasia, no debía tener nada en común con la religión en sentido general -ni como culto de lamentaciones de los perdedores, ni tampoco como agotamiento de los excedentes vitales de los colectivos, ni como vivencia edificante del Dios de los individuos-, y desde luego absolutamente nada con ese tipo que quisieron haber experimentado algunos cristianos en agosto de 1914 con el estallido de la guerra, muy a disgusto de Barth. Tenía que ser semejante al impacto de un meteoro, no al desarrollo de un culto establecido. No podía tener ya nada que ver con él 'servicio religioso', al que puede asistirse ocasionalmente, de una comunidad aburguesada, y, menos aún, con el culto de una Iglesia estética, convertida en sala de conciertos para ánimos religiosamente musicales”. Peter Sloterdijk en 'Hacer hablar al cielo'.


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