Aurangabad está a unos 350 km de Mumbai, por lo que lo mejor es coger un vuelo interno para ahorrar tiempo, el problema es que hay que madrugar demasiado y uno arrastra el cansancio de los días. Hace un fresco inesperado al bajar del avión que nos trae de Mumbai. Sorprende, tras la inacabable extensión de Mumbai, su densa humanidad, el ruido y la estrechez en la que conviven tantos millones, ver campo abierto, vegetación, núcleos separados de población.
Hubo un emperador mogol, Azam Shah, hijo del emperador Aurangzeb, tan grande como cruel (hay que recordar que fue matando a cada uno de sus hermanos para que no osasen convertirse en rivales, cuando heredó el trono), que quiso emular a su abuelo construyendo una copia del Taj Mahal para su madre. Se trata de La Bibi Ka Maqbara ('La tumba de la Señora'), situado cerca de la ciudad de Aurangabad. Fue construido entre 1651 y 1661. Las formas se asemejan al original, la cúpula central sobre la tumba, los minaretes en los costados, el largo estanque que aproxima al visitante para darle tiempo a que se rinda ante la gran obra, el mármol, la caligrafía, los arabescos. Sin embargo la copia no es exactamente igual, donde faltaba mármol se añadió piedra basáltica y sobre ella estuco. La presente estampa con las paredes sucias, el estanque vacío y el descuido general hace que no aparezca la emoción genuina que uno debería sentir ante la gran obra.
En algún lugar he leído que el Taj Mahal de Aurangabad era el monumento más llamativo de la zona. Solo lo puede decir quien no haya visitado el monasterio de Ellora, más conocido impropiamente como las 'cuevas' de Ellora. Un conjunto de monasterios en realidad, construidos en el siglo VIII y en los que están representadas las tres grandes religiones del subcontinente indio, el hinduismo, el budismo y el jainismo, excavadas en un precipicio de los montes Charanandri. El más impresionante es el Kailashanta o Kailash, ('montaña sagrada'),la excavación de roca monolítica más grande del mundo, un monumento en forma de carro dedicado a Shiva, dios de la creación y de la destrucción. Es de la época del rey Krishna I en el siglo VIII, construido en un solo bloque, fue excavado de arriba a abajo, desde lo alto de la montaña, en sucesivos niveles llenos de escaleras, puertas y ventanas, celdas para los monjes, salas de estudio y refectorios y esculturas de todo tipo, de treinta metros de altura. Verlo desde lo alto de la montaña donde comenzó la construcción hacia la planta baja, ahora visitada por centenares de colegiales que han coincidido con nuestra visita, impresiona. No he visto nada parecido. Como sorprende la interminable ristra de niños uniformados, ordenados y jubilosos de saludar y fotografíarse con el forastero, allá por dónde vayas. Las cuevas sirvieron como templos y lugar de descanso para los peregrinos, en una antigua ruta comercial del sur de Asia y también un importante centro comercial en la región de Deccan.
La visita requiere una mañana entera para ver los distintos monasterios: de los 34 templos, 17 son hinduistas, 12 budistas y 5 jainistas. Al pie de la montaña excavada hay un restaurante donde se prepara una rica tempura entre otras exquisiteces, no demasiado picantes para el gusto del turista, y a muy buen precio. Lo caro en la India es la cerveza, una sola más cara que la comida entera.
Aparcamos al final del día en un barrio nuevo de Aurangabad. Tras hacer el check in en un hotel nuevo que lleva el nombre del principal río de Berlín, Spree, atravesamos un campamento gitano, justo al lado del hotel. Niños en el suelo polvoriento, hombres desocupados, mujeres en faena, y jóvenes jugando en una pista a una especie de cricket. Lo más llamativo, un par de carromatos que hacían de altares hinduistas con imaginería colorista. Saliendo del campamento en una carretera que llevaba a un tenducho donde alguien nos dijo que vendían cervezas, nos salió al paso un hombre en moto que inició un monólogo que no había manera de entender. Tras hacernos un selfie a petición suya, comprendimos lo que quería: nos invitaba a cenar a su casa. Ya estaba llamando por el móvil a su casa para que su mujer lo preparase todo. Intentamos explicarle, aunque no en indi, que en el hotel nos esperaba la cena. Pero no concebía que no aceptáramos la invitación. Nos persiguió un buen rato en moto sin darle importancia a nuestra negativa. Es difícil encontrar lugares con gente tan insistente. Tardó en cansarse, en comprender, en hacerse cargo de que nuestra indiferencia no era desprecio sino un modo de mostrarle incomodidad.
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