sábado, 12 de junio de 2021

BCN

 


Barcelona es confortable. Te invita a pasear, es segura. Gente joven guapa, seductora, te miran y miras sin temor. Limpia, accesible. El clima agradable, sin puntos extremos. Quién no querría vivir en Barcelona. Ahora, sin la invasión turística de los años pasados, antes de que vuelva a mostrar la plenitud de su decadencia, es el momento para ver cuan confortable es. Pero ¿es sostenible? Si las empresas se han ido, si deja de ser atractiva para la inversión, si las viejas industrias, como la del automóvil, están de capa caída y el turismo no se reanima como antaño, ¿de dónde extraerá los recursos para mantenerse viva, ya no con la vida entusiasta del arte, la creatividad y la vida juvenil, sino de la mera supervivencia?


Paseando por la zona portuaria, la Barceloneta, la gran explanada junto al Hotel Vela, sorprende la ausencia de los grandes cruceros, el vacío, unos pocos yates cubiertos con grandes lonas por falta de actividad. La imagino dentro de no muchos años. Ya no como la ciudad olímpica, que atraía a la clase media europea los fines de semana, las despedidas de soltero, las competiciones deportivas o la semana de vacaciones veraniegas, fotografiando edificios modernistas, consumiendo moda o comida mediterránea, sino visitándola como ruina de lo que fue: grandes edificios de oficinas acristaladas abandonados, hoteles con carteles de se traspasa o se vende, barrios del centro depauperados, balcones oxidados, edificios cubiertos con grandes redes para proteger a los viandantes de la caída de losetas, y poca gente por las calles, recogiendo cosas abandonadas de alguna utilidad. Quizá alguien entonces piense, cómo pudo suceder.


La actual Barcelona ha sido gobernada por la clase media. Tanto los partidos indepes como 'los comunes' del ayuntamiento han sido sostenidos por la clase media acomodada. Funcionarios, profesores, sanitarios, trabajadores de la administración, gente con trabajo estable y bien remunerado, organizados en sindicatos y asociaciones de todo tipo. Durante varias décadas se han desenvuelto en una atmósfera confortable sin responsabilidad. Han creído en su gratuidad, que vivir bien no tenía coste, bastaba con pensar y desear para acrecentar sin pausa el confort. Así como ganar la Champions por el Barça era ponerse a ello, el bien en el mundo era una cuestión de voluntad. Para los comunes hacer de Barcelona una ciudad verde y sostenible no requería otra cosa que empeño: eliminar los coches, las empresas contaminantes, los edificios vacíos, hasta el turismo de masas querían prohibir algunos de ellos. ¿Se preguntaron alguna vez quién iba a pagar todo ello? Para los indepes Cataluña estaba bendecida, con un Messi bastaría para conseguir la independencia. Unos y otros, comunes e indepes, pusieron en la calle su sueño creyendo que con eso bastaría. Construir un sueño. Pasaron por alto que la calle es áspera, rugosa y nada contemplativa. Una ciudad sostenible necesita quien la sostenga: tiene un elevado coste: económico pero también moral. Una ciudad no es confortable si el turismo la masifica. Si deja de ser productiva no obtendrá recursos para sostenerse. La realidad invisible de los indepes es la otra Cataluña a la que desprecian tanto que ni ven. Ni unos ni otros entienden que su vida muelle es a costa de la mala vida del resto de la población. ¿Se han parado a pensar, si encontrado un Messi, con los materiales  adecuados para convertir un sueño en realidad, quién querría vivir en la ciudad o en el país soñado?


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