martes, 16 de febrero de 2021

Three Girls (La infamia) y El infiltrado

 



Qué vas a esperar de esa chica que se ha escapado de casa. Sus padres, que perdieron el negocio en el centro y han tenido que trasladarse a este barrio, no podían con ella. Y mira con quién se ha juntado. Con esas dos hermanas que viven manga por hombro en esa casa, con chicos que van y vienen, no se les conoce padre, y su madre vete a saber. Y a saber qué toman y qué beben ahí. Mira cómo visten, cómo fuman, qué dejadas. Se las ve en el kebab de los pakis todas las tardes. Parece que las invitan a bocadillos, a beber, a lo que quieran. ¿Que tenían 13, 14 y 15 años y qué? ¿Es que a esa edad no sabían qué hacían? Unas busconas. Unas perdidas.


El caso de estas tres chicas (Three Girls / La infamia), en una población cercana a Manchester, Rochdale, era la punta de un iceberg. Decenas de adolescentes de baja extracción social sometidas a trata de blancas en el suelo de la Gran Bretaña. Chicas cuya actitud adolescente, de rebeldía y fragilidad, sumada al contexto social y económico en el que vivían, propició un escenario terrible. Durante años vivieron literalmente abandonadas a su suerte. Sus familias no estaban en las mejores condiciones para ocuparse de ellas. Cayeron en una red que abusaba de ellas. Los servicios sociales poco pudieron hacer. La policía y la fiscalía no les dieron crédito, al menos al principio. Algunas de las chicas salieron por sus propios medios y otras permanecieron en el barro.


La BBC reconstruyó los hechos en tres capítulos, en 2027, con fidelidad a los hechos, construyendo los diálogos en base a las grabaciones que se conservan. El primer capítulo de los tres nuestra mirada prejuiciada separa a esas adolescentes caídas en la desgracia por su propio pie de nuestro ideal de pureza y rectitud. El segundo es una mirada realista sobre su desgracia y sobre la sociedad que no supo protegerlas. El tercero muestra la reparación que trata de imponer la justicia. Una reparación legal que castiga a los culpables, que salva la conciencia de la sociedad pero que no cura las heridas de las víctimas. El conjunto de la serie es una esfuerzo didáctico, no sé si en vano.


En esta historia se podría decir que todos son culpables salvo las víctimas a quienes sin embargo la sociedad condenó. Los prejuicios son tantos y en tantas direcciones que buscar el equilibrio por la senda de la verdad resultaba tan difícil como admirable lo conseguido por los creadores (Philippa Lowthorpe, Nicole Taylor) de está pequeña gran serie. Es tan difícil alzar la cabeza en un asunto como este, como levantar la tapa de una alcantarilla por la que fluye la mierda que la sociedad eyecta para meterse dentro y analizar, que los críticos de series o bien han callado o han pasado de puntillas. Una de esas series que todo el mundo debería ver, sobre todo de obligada visión en los colegios. ¿Por qué? Porque es imposible verla sin ver el reflejo de nuestros prejuicios. Y cómo mantenerse en ellos puede ser tan dañino.


El infiltrado


En cambio, este documental noruego, en dos capítulos, a su lado, parece una cosa de broma, aunque potencialmente más peligroso para la paz mundial. Valiéndose de cámaras ocultas, descubre una historia de tráfico de armas que implica a una serie de frikis o al menos eso parece. La cámara oculta la pone un ex cocinero danés en paro amante del peligro. Conchabado con el director del documental se entrevista con una serie de personajes de esotéricas asociaciones procoreanas en el centro de las cuales hay un hombre de Tarragona, del que las teles españolas se han ocupado de vez en cuando, un tal Alejandro Cao de Benós, delegado de Corea del Norte en Europa. Está panda de frikis monta un negocio triangular entre un vendedor de petróleo sirio, un supuesto inversor occidental, que dice poder comprar una isla en el lago Victoria para construir una fábrica subterránea de armas, y personajes del régimen coreano que desean vender tecnología armamentística al mejor postor. Todo tiene la pinta de una frikada en la que sin embargo caen tanto el tarragonés como los funcionarios coreanos. Más que un documental de terror parece una astracanada, pero quizá sea así cómo comienza la locura que nos lleva al precipicio. (Ambas en Filmin)


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