lunes, 4 de noviembre de 2019

El escritor y su mundo, de V. S. Naipaul



No todos los reportajes tienen el mismo interés, ni en todos pone el escritor la misma pasión o el tema interesa por igual al lector. En unos el método de Naipaul, Nobel en 2001, brilla mejor que en otros. Nadie mejor que él, en cuya vida y genética se mezclan las identidades hindú, antillana y británica, para captar el flujo de la vida en las sociedades poscoloniales. La India, Africa y América son objeto de su inquisición en diferentes etapas, a lo largo de cuatro décadas. Los reportajes, pues esa es la forma que adoptan los escritos, aunque en el libro se denominan ensayos, fueron recopilados en 2002 y presentados en español en 2018, el año de su fallecimiento.

Pero cuál es el método. Naipaul se declara escritor y como tal recorre los países, los territorios, entrevista a los nativos y a los expatriados, como llama a los que no lo son, describe con detalle el paisaje, la orografía, le vegetación, los poblados, el material de que están hechas las casas, los interiores, los lujos, el colorido, la comida, la vestimenta, los detalles que en las novelas terminan por definir a un personaje. Y por supuesto a la gente con la que topa, que acaba convirtiendo en personajes, a la que hace hablar y comportarse, a la que intenta ver en contradicción, sus miserias, sus mundos interiores. Y como en las novelas los hay positivos y negativos, animosos, egoístas, malvados y angélicos y ridículos. Ve los países o sus sociedades como un misterio que necesita ser explicado, la India después de la independencia, la Argentina peronista, la campaña electoral del escritor Norman Mailer, la africanidad en un país ordenado y exitoso, hasta el momento en que escribe, como Costa de Marfil, en contraposición a Ghana que recorre el camino inverso. Y como novelista que es, y no sociólogo o etnólogo, deja que sean los personajes que entrevista o que sigue la traza quienes cuenten aquello que le intriga: por qué se hace uno guerrillero montonero o en qué consiste el mundo de la noche, que para los africanos es el verdadero, frente al mundo del trabajo, las jerarquías y el orden del día.

Se podría decir que el libro es un esfuerzo por entender la dialéctica entre lo viejo y lo nuevo, entre la vida tradicional y la modernidad. No siempre consigue Naipaul mantener la distancia. Hay temas que le intrigan realmente, que se esfuerza por comprender y que le merecen respeto, como el animismo africano o la persistencia de lo tribal en África. Y hay otros, a los que a pesar de dedicar muchas páginas y tiempo, no consigue entender, le exasperan. En el primero está la obra maestra de esta antología para mí, Los cocodrilos de Yamusukro, en el segundo, Argentina y el fantasma de Eva Perón. En el primero hay una buena historia sobre Costa de Marfil, con el hilo conductor de los cocodrilos que el presidente del país se hace instalar en los jardines de palacio de su aldea natal, que convierte en capital del país, y a los que alimenta cada día con carne fresca, está espléndidamente escrito y los personajes cobran vida con la intriga propia de una novela. El segundo está escrito con desgana, sin esperanza. Algo parecido le ocurre con la locura de Mobutu en el Zaire. Un punto intermedio sería la serie de reportajes que dedica a la enorme India, tan difícil de modernizar a pesar de los esfuerzos hercúleos de sus primeros dirigentes.


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