No
todos los reportajes tienen el mismo interés, ni en todos pone el
escritor la misma pasión o el tema interesa por igual al lector. En
unos el método de Naipaul, Nobel en 2001, brilla mejor que en otros.
Nadie mejor que él, en cuya vida y genética se mezclan las
identidades hindú, antillana y británica, para captar el flujo de
la vida en las sociedades poscoloniales. La India, Africa y América
son objeto de su inquisición en diferentes etapas, a lo largo de
cuatro décadas. Los reportajes, pues esa es la forma que adoptan los
escritos, aunque en el libro se denominan ensayos, fueron recopilados
en 2002 y presentados en español en 2018, el año de su fallecimiento.
Pero
cuál es el método. Naipaul se declara escritor y como tal recorre
los países, los territorios, entrevista a los nativos y a los
expatriados, como llama a los que no lo son, describe con detalle el
paisaje, la orografía, le vegetación, los poblados, el material de
que están hechas las casas, los interiores, los lujos, el colorido,
la comida, la vestimenta, los detalles que en las novelas
terminan por definir a un personaje. Y por supuesto a la gente con la
que topa, que acaba convirtiendo en personajes, a la que hace hablar
y comportarse, a la que intenta ver en contradicción, sus miserias,
sus mundos interiores. Y como en las novelas los hay positivos y
negativos, animosos, egoístas, malvados y angélicos y ridículos.
Ve los países o sus sociedades como un misterio que necesita ser
explicado, la India después de la independencia, la Argentina
peronista, la campaña electoral del escritor Norman Mailer, la
africanidad en un país ordenado y exitoso, hasta el momento en que
escribe, como Costa de Marfil, en
contraposición a Ghana que recorre el camino inverso. Y como
novelista que es, y no sociólogo o etnólogo, deja que sean los
personajes que entrevista o que sigue
la traza quienes cuenten aquello que le intriga: por qué se hace uno
guerrillero montonero o en qué consiste el mundo de la noche, que
para los africanos es el verdadero, frente al mundo del trabajo, las
jerarquías y el orden del día.
Se
podría decir que el libro es un esfuerzo por entender la dialéctica
entre lo viejo y lo nuevo, entre la vida tradicional y la modernidad.
No siempre consigue Naipaul mantener la distancia. Hay temas que le
intrigan realmente, que se esfuerza por comprender y que le merecen
respeto, como el animismo africano o la persistencia de lo tribal en
África. Y hay otros, a los que a pesar de dedicar muchas páginas y
tiempo, no consigue entender, le exasperan. En el primero está la
obra maestra de esta antología para mí, Los cocodrilos de
Yamusukro, en el segundo, Argentina y el fantasma de Eva
Perón. En el primero hay una buena historia sobre Costa de
Marfil, con el hilo conductor de los cocodrilos que el presidente del
país se hace instalar en los jardines de palacio de su aldea natal, que convierte en capital del país, y a los que alimenta cada día con
carne fresca, está espléndidamente escrito y los personajes cobran
vida con la intriga propia de una novela. El segundo está escrito
con desgana, sin esperanza. Algo parecido le ocurre con la locura de
Mobutu en el Zaire. Un punto intermedio sería la serie de reportajes
que dedica a la enorme India, tan difícil de modernizar a pesar de
los esfuerzos hercúleos de sus primeros dirigentes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario