lunes, 26 de agosto de 2019

Mundo, experiencia, percepción



Leer a Knausgård es toda una experiencia, no solo por el número de páginas al que enfrentarse. En algún momento, al final de su última entrega habla de su idea de contarlo todo. Pero ¿se puede contar todo? Qué es ese ‘todo’, ¿tiene interés para el lector? La novela, el ensayo, la escritura en general, el mismo arte, tiene por objeto dar sentido a la vida del hombre. Éste, sin acercarse a esas expresiones, también lo cree, cree que la vida tiene un fin. Hay muchas maneras de contarse ese cuento, cada uno lo hace lo mejor que puede. Pero cómo contar en una novela el todo desorganizado y caótico que somos. La vida sólo alcanza algo de sentido cuando morimos y alguien traza un hilo que va enhebrando lo que para ese hombre hemos sido, o uno mismo lo hace en esos segundos del final en que parece que se repasa una vida entera. La rutina a la que uno se aferra cada día es la forma más cercana a la coherencia que buscamos, pero aún así lo que pasa por nuestra cabeza: sentimientos, deseos, esperanzas, desilusiones tienen una continuidad relativa, cuando se someten a una obsesión o se fijan en un proyecto compartido con otra persona o a un trabajo. Pero si uno pone proa hacia la libertad todo eso deja de tener sentido. Si uno se despega de rutinas y de proyectos para ser libre, vuelve el caos, lo desorganizado.

El periodismo lo intenta cada día, organizar el mundo y sus datos para que del desorden agorafóbico el lector o el espectador tenga la impresión de que todo está en orden, o lo que hacen los políticos y su corte para apoderarse del relato, que la gente crea que las cosas suceden como ellos las cuentan.

Por nuestra mente cruzan constantemente infinidad de ideas, percepciones, sensaciones, emociones, a las que normalmente no prestamos atención porque las descartamos o rechazamos o porque una de ellas se acaba imponiendo a las demás. Qué hace que eso suceda, aún no lo sabemos del todo. Pero influye la vergüenza, la moral, el control social. Así que pretender contarlo todo es ridículo. No somos una unidad que tiene el control sobre todo lo que le pasa. Somos más bien una entidad en un equilibrio inestable que trata por todos los medios de acercarse a lo que uno piensa de sí mismo, o mejor a lo que cree que los demás piensan de uno. Y qué diríamos, la gran preocupación de K, sobre lo que pensamos de los demás, lo que él en su novela cuenta de ellos. Nuestra imagen de los demás es parcialísima, sabemos un mínimo de lo que los demás son, lo que nos atañe, lo que percibimos, pero ni nos aproximamos a su realidad.

Así que las últimas páginas de K doliente por lo que le ha hecho a su mujer y a sus hijos escribiendo sobre ellos son aburridas, lastimeras. Es como si toda la emoción acumulada por haber leído su centón se evaporase de pronto por el desagüe. Uno esperaba que el novelista nos ofreciese su realidad, su relato, el mundo que ven sus ojos y que reconociese que las personas de su mundo observadas y convertidas en personajes eran al fin fruto de su imaginación, pero como todo creador que sufre el vértigo de la cima al final cree que el mundo entero y complejo es obra suya sin que nada quede lejos de su percepción. Se lamenta que su familia y conocidos se quejen de cómo son retratados, que no se reconocen, que les duele. Hace profesión de amor hacia Linda y sus hijos pero la impresión que da es que la situación que ha creado se le ha ido de las manos, con lo fácil que habría sido decir que lo que contaba es, era, su modo de ver las cosas, incluso podría haber cambiado los nombres y decir que los que aparecen son personajes literarios no personas reales. Por ello, estas no están entre sus mejores páginas. Al final, en la última página, hay una confesión de realismo que de algún modo pone en cuestión toda su voluntad de contar las cosas tal como son:
"La historia del verano pasado, que acabo de relatar, tiene un aspecto completamente distinto a como fue, lo sé. ¿Por qué? Porque Linda es un ser humano, y lo esencial de ella es algo que no se deja describir, su determinada presencia, su manera de ser y su alma, siempre presentes, junto a mí, que yo veía y conocía, independientemente de lo que por lo demás ocurría. No estaba en lo que hacía, no estaba en lo que decía, estaba en lo que era". Dice más: “Si la hubiera hecho más cruel [la novela], hubiera sido más verídica”.

Hay una distancia entre el mundo tal como lo percibimos, el mundo tal como los demás lo perciben y el mundo tal como es, independiente de nosotros.


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