domingo, 25 de agosto de 2019

Hombres solos



Hay un lugar en el parque de recreo, a unos kilómetros de la ciudad, una estructura de madera con techo que acota unas mesas para poder comer y pasar un rato en familia. Cada vez que he ido este verano, no muchas veces, ese espacio centrado y cómodo está ocupado por una veintena, quizá veinticinco, de hombres sentados, comiendo, bebiendo refrescos y charlando en voz alta en un idioma extranjero. Sumidos en su conversación, ajenos a los demás, cerrados al mundo que los rodea. En justa reciprocidad los demás paseantes toman senderos que no les acercan al grupo de hombres solos, como impelidos por una fuerza de repulsión. No hay ninguna mujer entre ellos. A su alrededor se ha creado una especie de horizonte circular, dentro del cual el resto de recreantes no entra. Hoy, sábado, hay mucha gente en el parque y a medida que las familias van llegando con sus mesas y sillas plegables se acomodan más allá del horizonte, como si el grupo de hombres solos y el resto de gente estuviese polarizado con cargas que se repelen.

Hoy leía una entrevista en la última página del periódico, del periódico que no censura este tipo de opiniones, que decía que son inasimilables, que Europa tiene ese problema. Me gustaría creer que no, que en una o dos generaciones, salvo las graves excepciones que hemos ido viendo, se llegará a una entente cordial. Es un deseo.

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