jueves, 27 de septiembre de 2018

Manuel Vilas presentando su obra, Ordesa.




             Cuenta Manuel Vilas que este verano preguntó a su hijo pequeño si iba a leer ya la novela. Ordesa, claro. Su hijo le respondió que cuando estuviese muerto. Una respuesta esperable de un chaval de 19 años para quien Manuel Vilas es su padre, no un escritor de éxito que tiene cosas que decir. Pero la reflexión no se quedaba ahí, sino que le llevó a pensar que esa, seguramente, habría sido la respuesta de su madre, si estuviese viva. Su madre, una de los protagonistas de la novela y de su charla, hoy. Durante mucho tiempo, lo que los lectores esperábamos de una novela, y el autor se esforzaba en concedernos, era que fuese verosímil, pero ahora no. Ahora lo que el lector quiere es que sea veraz. Ese es el triunfo de Manuel Vilas. Muchos autores de su generación están escribiendo libros parecidos, libros de duelo, una añoranza culpable de los padres muertos. Un centón de libros de ese cariz. Pero Manuel Vilas ofrece dos cosas que es difícil encontrar en los demás, veracidad y poesía. En casi toda obra literaria la literatura es insoslayable, un velo de mayor o menor intensidad que se interpone entre el autor y el lector. Al fin, nos parece que estamos leyendo literatura, una serie de velos tras los que el autor se oculta, tras los que el lector refrena sus miedos, tras los que la vida no acaba de presentarse desnuda e indefensa. Eso es lo que no está en Manuel Vilas, o está tan bien presentado que los velos apenas se hacen visibles. Decía Jose María Valverde que había que escuchar la voz del poeta para oír su fraseo, cómo respiraba la frase, sus periodos, para comprenderlo mejor, para seguir su ritmo. Al escuchar a Manuel Vilas hablando de su novela, de lo que cuenta en su novela, se oye el ritmo de la vida, la alegría y la tristeza verdaderas. Ordesa es un himno sagrado a la vida.



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