
También en la segunda temporada de
Justified hay bajonazos, en alguno de los primeros episodios, hasta
que la trama principal relacionada con una familia del condado de Harlem, los
Bennet, se adueña del guión y se convierte en el gran asunto. Una madre, Maggs,
que con métodos muy peculiares controla a sus tres hijos y que, desde el cultivo y el tráfico con marihuana, quiere hacer un
gran negocio con una mina de carbón. También la familia tiene cuentas pendientes con Rylan, el agente judicial protagonista. Como en la primera temporada, la fuerza
dramática que se teje en torno a Rylan deriva de sus relaciones de infancia con
los personajes que van apareciendo, unas relacionas conflictivas, que derivan
en violencia. Es llamativo que cuando los americanos vuelven al pasado, un
pasado que se mitifica como todos, siempre lo imaginen con hombres heroicos capaces de
imponerse a la violencia con violencia. Héroes y violencia, he ahí el mito fundacional.
Aunque sigue siendo un gran hallazgo, el personaje
mutante de Boyd, cae en esta temporada en una cierta indefinición, tras aquel
gran hallazgo de la temporada anterior, un delincuente reconvertido en pastor que lucha contra el mal con métodos violentos. Aunque
como digo el más interesante personaje de esta temporada es Maggs, la madre sin
escrúpulos.
Lo más atractivo de la serie, desde mi punto de vista, marca de la casa de Elmore Leonard, son
las complejas relaciones que mantiene el protagonista, Rylan, con sus
allegados: con su padre delincuente, con sus conocidos de infancia, con su ex mujer, por quien, en contra de sus acendrados principios, es capaz de saltarse la ley.
El final resulta algo caprichoso, parece concebido para dar gusto a
los que esperan que las temporadas se cierren con las emociones en lo más alto. Aún así, es una magnífica serie.
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