jueves, 11 de diciembre de 2008

Grecia. El prestigio de la violencia

Hay un resorte, en el hombre educado en Occidente -no sé qué pasa con el oriental- que salta ante cualquier acto de violencia. Tras un asesinato, de inmediato este hombre se pregunta por qué. Y empieza a especular sobre las razones del asesino. Pocas veces se para a meditar sobre la vida que pierde el muerto, si acaso corta cualquier inquietud con el, ¡Algo habrá hecho!
Como con el Crimen, en especial si se ornamenta con la retórica política, la Revolución también está aureolada de prestigio. En cuanto aparece una situación de emergencia económica, de supuesta injusticia o acaso de mera insatisfacción, la Revolución aparece en el horizonte. El realismo y la objetividad como forma de enfrentarse a los hechos parece una ordinariez, como ordinario era Josep Pla, en los años 20, cuando sentenciaba, "La Revolución es un simple cambio de personal".
Pasa de vez en cuando con los okupas de Barcelona, pasa con los etarras y es lo que está ocurriendo con los sucesos de Atenas. El hombre occidental se apresta a buscar las razones de los jóvenes violentos, sin pararse a pensar que si se buscan siempre se encuentran. Injusticia, pobreza, descontento, clientelismo, corrupción: están al alcance de cualquier agitador en cualquier momento. El hombre occidental, con su selectiva memoria, menciona los heroicos antecedentes de los jóvenes griegos,
avalados por el recuerdo de la explosión estudiantil del 17 de noviembre de 1973 que precipitó la caída de la dictadura de los coroneles (1967-1974) [¿Qué hay de la violencia en los barrios parisinos de hace un año, de las cumbres antiglobalización, de la solidaridad de los jóvenes madrileños y barceloneses?]
Y aduce razones:
En Grecia es normal que los estudiantes acudan a academias privadas para solventar la deficiente enseñanza pública y gratuita que reciben, para encontrarse a veces con su mismo profesor; es habitual pagar un pequeño soborno en los hospitales para obtener un mejor tratamiento médico y es corriente desesperarse con el restrictivo horario de los comercios o la negligencia de la burocracia.
¿En cuántos lugares de la tierra no hay situaciones peores que la descrita?

Frente a esas causas podría aducir otras no menos válidas: los jóvenes radicales siempre están en contra del poder, en especial si los gobiernos son duraderos; los jóvenes tienen exceso de energía que han de gastar de algún modo; les gusta el protagonismo, si tienen eco en los telediarios tanto mejor, y si los intelectuales les azuzan diciendo que lo que hacen es revolucionario, no digamos:
"Los jóvenes ya no nos creen. Nos respetan, o nos toleran, pero ya no nos creen. Les hemos hecho perder la esperanza en el sistema". [El rector de la Universidad de Atenas, con sus 38 años de experiencia docente].
Ah, y si la cosa dura, si la prensa se hace eco, si las razones buscadas emergen con todo su prestigio, entonces la izquierda pronto se hace con la Causa. La Izquierda y su superioridad moral:
porque, si se ha de hacer caso a Simone de Beauvoir, no puede haber intelectuales de derechas

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