domingo, 18 de marzo de 2007

El jefe de todo esto

¿La última peli de Lars von Trier es una Comedia?

¿Cómo desembarazarse del sentimentalismo que nos encanta, entretiene y esclaviza? La contaminación sentimental es hoy la gran alienación, tanto en las relaciones laborales como en el ocio. Sería interesante conocer su genealogía, cuando comienza, cómo y porqué; quizá nazca en paralelo a la industrialización y la proletarización de las masas de campesinos que en XIX llegaban a la ciudad (los folletines; el paternalismo de las colonias industriales). Una manera de sustituir a la religión que empezaba a faltar.

Los poderosos no sólo quieren dominarnos y explotarnos, también quieren que los queramos. El dueño danés de una empresa informática hace tiempo que se escuda en un jefe que dirigiría la empresa a distancia, para mejor controlar y explotar a sus empleados. Pero ha llegado el momento en que tiene que tomar una serie de decisiones para las que él no se siente con cuajo, como es vender la empresa a unos islandeses despachando a los trabajadores sin compensación alguna. Necesita que alguien firme en su lugar. Así que contrata a un actor para que haga las funciones de ese director, el jefe de todo eso, detrás de cuyo rostro desconocido ha estado cometiendo toda clase de tropelías. El actor se irá dando cuenta sobre la marcha, al tiempo que el espectador, de qué es lo que se espera de él. Una voz en off al comienzo de la película advierte que lo que se va a ver es una comedia y nada más que una comedia, que no hay didáctica ni moraleja alguna. Y si se compara con las dos primeras partes de la trilogía americana (Dogville, Manderlay) de Lars von Trier eso podría parecer. Pero no hay tal. Apenas arrancan unas sonrisas los equívocos en que se ve envuelto el actor desorientado. Las relaciones de poder en un puesto de trabajo, teñidas por afectos entre jefes y empleados, como mejor medio para asumir y comprender lo mal que lo pasan los directivos y propietarios, pero también para mejor explotar a sus empleados, es el tema que la película desarrolla. Una versión moderna del viejo tema “los ricos también lloran”. Lars von Trier lo hace al estilo moderno, sea esto una profesión de fe o una parodia, que estableció como programa de Dogma: ausencia de florituras, de todo aquello que ha hecho del cine americano una retórica empalagosa (añadir “bonito” a todos los elementos que contribuyen en la construcción de una película, actores, fotógrafos, iluminadores, maquilladores, montadores...). Ahora además dejando que un ordenador seleccione los planos, lo que hace que la imagen vaya dando saltos.

Dos elementos añaden valor a este cine: la eliminación en lo posible de esa retórica cinematográfica y la confianza del director en la inteligencia del espectador, al que se le dan los datos justos para que reconstruya por su cuenta la historia y su moraleja.

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