sábado, 6 de julio de 2024

De Tordesillas a Zamora

 


La luz se despereza sobre la ciudad dormida. No queda rastro alguno del aguacero que ayer caía mientras España derrrotaba a una rocosa Alemania. Como los bares están cerrados a esta hora damos cuenta de un litro de zumo de naranja y unas cuantas galletas de chocolate para comenzar la jornada. Insuficiente para el ejercicio que nos espera. Lo notarán mis piernas hasta llegar a Toro. 




La tierra sigue sedienta después del calor de estos últimos días. Rodamos plácidamente por caminos despejados en día de sábado, por territorios llanos, junto al canal de Tordesillas, hasta Torrecilla de la Abadesa. Ayer y hoy hemos rodado junto a canales en desuso, llenos de maleza. A lo largo de las tierras del Duero en Valladolid y Zamora los aspersores funcionan a todo trapo, inundando algunas zonas de los caminos. Luego al territorio se eleva suavemente al entrar en la Reserva de Castronuño. El camino se llena de arena en unas zonas y de cascajo en otras dificultando el rodar. A menudo ponemos pie a tierra. Tan pendientes estamos de mantener la bici en pie, de no caer, que no contemplamos al bello bosque de encinas. Así hasta llegar a la presa hidroeléctrica de Castronuño. Solo pájaros de pelaje negro alteran el silencio y la lisura del agua embalsada. Nada se mueve salvo nuestras ruedas en el alfoz de Toro.



Cada día tiene su afán y hoy he empezado con piernas de palo. Me cuesta subir a esta ciudad de bello perfil si se mira desde el río. Hacemos fotos del valle y la Colegiata. Llegamos cuando las terrazas empiezan a llenarse de gente en busca de un café. La mañana es suave, primaveral más que veraniega. El pincho de tortilla me sabe a gloria; me dará las fuerzas que necesito para continuar. Como tantos otros negocios de hostelería que hemos visitado durante la ruta, lo atiende una amable latina. 




Unos cuantos kilómetros más para llegar a Peleagonzalo, donde nos espera la exigente y larga subida hasta el páramo. Con buen ritmo se sube cualquier cuesta. Ahora sí que las piernas me responden. Después, todo camino, que no vuelve a encontrar el Duero hasta llegar a Zamora. La ruta debería llamarse por los caminos del Duero más que por la senda del río, tan impracticable y con tan escaso recorrido.

 


En el hostal Don Pedro, todo es automático nadie nos recibe: en un cajetín con código están las llaves. Tarde tranquila para visitar la ciudad, tan bella como antigua, como si la historia se hubiese detenido siglos atrás y permaneciese muda e insensible a lo moderno, y contemplar desde lo alto del castillo un espectacular crepúsculo.

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