martes, 16 de marzo de 2021

El pastor de emociones

 

Plata, poder y sexo, no hay más. Tres variables cuyo peso en la vida de un hombre disminuye con la edad. Hay un camino largo y una ruta breve para conseguirlos. A la mayor parte de las personas sin habilidades especiales (un toque de balón, una mente para los números, un genio para las palabras) con las que poder destacar y ser reconocido no le queda otra que prepararse durante años para poder ejercer una profesión. La vía fácil para quien se sustrae al esfuerzo y no cuenta con una habilidad innata es la del individuo sin atributos que se cuela por las rendijas que el azar le ofrece en ocasión señalada: una herencia, una cooptación, un braguetazo, una oportunidad política. Sí que hay una habilidad que este último tipo de individuos explota: la maleable materia humana, gracias a su falta de empatía. El trabajo político consiste en la gestión del rebaño. Para dedicarse a la política, el trabajo menos profesional de todas las profesiones, es necesaria algún tipo de anomalía psíquica: narcisismo, psicopatía, alexitimia, carencia de emociones. Los menos anómalos, si trabajan en un tiempo sin turbulencias -una Merkel- pueden aplicar la razón y cierta bonhomía de modo que causen el menor mal posible y posiblemente algún bien. Es en los tiempos turbulentos donde ven oportunidad las psicologías disfuncionales. Cuando ven la debilidad del rebaño, se ofrecen con verbo florido y una estampa a contracorriente que el rebaño identifica como el guerrero de la confrontación contra quienes creen causantes de su actual postración. El pastor que súbitamente aparece no llega para colmar necesidades sino para gestionar emociones. Busca en los baúles libros ideas movimientos antiguos olvidados para construir el discurso que el rebaño quiere escuchar. En el escenario, en distintos escenarios, con públicos diferentes pero semejantes, probará tocando sobre el piano diferentes melodías hasta dar con aquella que suena mejor y encandila. Mediante prueba y error irá puliendo sus palabras, el tono y el énfasis, la mirada fija en el futuro y el gesto de la mano o el brazo levantados señalando. El rebaño se sentirá menos solo, tendrá palabras y un pastor. Y el líder, recubierto del aura que inviste cualquier actuación sobre el escenario, podrá empezar a saborear los beneficios obtenidos por la inesperada magia: las chicas -y los chicos- disponibles a su antojo, de usar y tirar, el poder de escoger a un círculo de confianza, probar fidelidad, escoger y desechar, esclavizar sin ningún balance moral para ir conformando la pirámide escalonada por la que ascender.


Si las turbulencias temporales abren otra brecha en las instituciones formales, el pastor puede presentarse como hombre de Estado. Mientras dure el estado de gracia que lo ha llevado en volandas hasta ahí tendrá el fervor de la multitud y colocará a los suyos en lugares estratégicos desde los que amasar poder. Un poder que aumenta el aura, el brillo de la inmaterialidad: la multitud, ni siquiera sus más cercanos advierten el cabello sucio, el mal olor corporal, las uñas descuidadas, el moquillo que cae, tan solo tersos trajes, inmaculadas camisas, en algún caso, y, en otros, camisetas o polos casuales, pero sí la electricidad del contacto visual, el estremecimiento del tacto sobre el hombro o la mano en la mano, las sábanas arrugadas y cálidas y el hueco que ha dejado a su lado de la cama al amanecer cuando se ha ido a desayunar a una reunión de trabajo, una agridulce humedad trenzada en los rizos del amanecer. Y dinero a espuertas. Tras el poder y el sexo, la plata. Dinero adelantado a cambio de favores prometidos. Por ahí comienza a agrietarse el aura: del pastor se espera integridad, inhumanidad en suma. Si se le ha alzado a la santidad es porque se cree que el pastor es inmaterial, que no está sujeto a la necesidad. Pero el pastor que baja del escenario y comienza a pisar alfombras no puede dejar de ser lo que es en mayor grado que el resto de los hombres, un hombre débil con necesidad de asegurar su fragilidad con acumulación de bienes materiales: una casa una finca una mujer unos hijos una cuenta un capital empresas negocios consejos de administración. El pastor a medida que se deshilacha el aura va perdiendo unidades de su rebaño. La pirámide que lo mantiene en alto se irá desmoronando por la propia dinámica de una estrecha intimidad: infidelidades traiciones deslealtades celos coaliciones enfrentadas, la acumulación de aire viciado en una habitación mal ventilada.


De poco serviría el aura al pastor, aparte de mucho sexo y un poquito de poder, sin portavoces. La mayoría de las exaltaciones juveniles de los pastores que en el mundo han sido han acabado con una oveja en una tenada. Se necesitan propagandistas capaces de convertir en hazañas los encuentros sexuales: qué puede encender más la imaginación del rebaño que una lista de las ovejas que el pastor ha llevado a su cama. Si esa lista aparece como rumor o como noticia susurrada en los desaguaderos menos oficiales, donde abrevan los rebaños, tanto más se acrecentará el aura. A la pegajosa fama que baja del escenario y electriza a la multitud llegan otros necesitados que también se cuelan por la brecha de la oportunidad. Coetáneos del pastor que empiezan en los medios en las tablas de los teatros delante de las cámaras de cine o de las teles que unen su ascenso al del pastor, que esperan hacer carrera junto a él. Le contarán, harán de él el protagonista de un cuento, multiplicarán el brillo, duplicarán sus palabras, lo mostrarán, añadirán pinceladas oscuras en su retrato a modo de rasgos demoníacos que eleven su atractivo en la imaginación. Algunos de ellos se convertirán en ayudantes de cámara en la estrecha habitación mal ventilada y como él irán perdiendo el contacto con la calle, mudando el cuento en relato, haciendo sin querer visibles las pezuñas del cerdo y la mierda del establo.


La próxima vez detén tu mirada, mira con atención a los hombres caídos. El aire de melancolía en blanco y negro que se apaga en las habitaciones solitarias donde la cámara indiscreta se posa para mostrar al hombre que una vez fue. Papeles alborotadas fotos con otros hombres que tuvieron brillo un día. Escucha la voz pausada de ese hombre derrengado en la butaca junto a una mesa llena de trastos inútiles. Escucha su tono, la afligida voz ceremoniosa, no lo que dice, pues no tiene nada que decir. Mira los párpados caídos, los dedos amorcillados de las gruesas manos de ese hombre suspendido en un tiempo que se fue y que la cámara recoge con un empujoncito de la escoba hacia el recogedor para dejarlo caer en el cubo de basura, en ese tipo de recuentos que de vez en cuando hace la tele pública para ordenar un tiempo remoto en la memoria. Pocos tendrán la oportunidad de un gran funeral de Estado. Franco pese a todos lo tuvo, también el viejo profesor Tierno Galván. Los demás mueren un día en una esquina de papel, con la fotografía de ese despacho y de los viejos colegas saludándose como fantasmas entre lápidas.

Lealtad.




No hay comentarios: