martes, 12 de enero de 2021

Si las analogías nos están permitidas

 


Karl Schwarzschild en sus posiciones de artillero y en las trincheras de la guerra del 14 no dejaba de pensar. Acababa de leer las ecuaciones de la relatividad general de Einstein. Al mes escaso de su publicación le envió la solución a esas ecuaciones. Y algo más, dedujo qué sucedería si una masa enorme colapsase sobre sí misma, si una estrella con masa muchas veces superior a la del sol acabase con su combustible termocuclear: en un instante se hundiría sobre sí en una singularidad tal que el espacio y el tiempo a su alrededor se deformarían de tal manera que en ese punto las leyes de la física dejarían de tener sentido. Sería un agujero infinito sin espacio, en ese punto el pasado y el futuro se darían la mano. Un punto ciego incognoscible. A su alrededor, cualquier cosa que atravesase un cierto límite, el radio de Schwarzschild, desaparecería. Un límite de no retorno.


La Alemania del paso de siglo concentró la mayor acumulación de energía científica del universo conocido. Mentes poderosas hicieron descubrimientos que aún hoy no han sido desbordados. Pero ¿qué sucede si un propósito colectivo atrae la voluntad de millones de mentes hasta concentrarlas en un punto? ¿Las llevaría al colapso? Agonizando de pénfigo, a consecuencia del gas letal en un hospital militar, Karl Schwarzschild, mientras enviaba la carta a Einstein dando cuenta de la solución matemática a sus ecuaciones de la relatividad general, atormentado por el efecto nocivo de la guerra en el alma de Alemania, establecía la analogía en una conversación con el matemático Richard Courant, discípulo de Hilbert: “Una concentración suficiente de voluntades, millones de seres humanos sometidos a un solo propósito, sus mentes comprimidas en el mismo espacio psíquico, ¿desencadenarían algo parecido a una singularidad?”. ¿Habría un momento y un lugar, en la Vaterland que Schwarzschild había defendido con ardor, donde se cruzaría el límite de no retorno? “Hemos alcanzado el punto más alto de la civilización. Solo nos queda caer”.


El uno de septiembre de 1939, mientras los tanques nazis cruzaron la frontera de Polonia, Robert Oppenheimer y Hardland Snyder publicaron un artículo donde demostraban, mas allá de toda duda, la existencia de la singularidad, del agujero negro. Ese día Alemania, cruzado el límite, colapsó y la energía científica comenzó a acumularse en otro lugar, EE UU. Benjamín Labatut, en La singularidad de Schwarzschild, da cuenta de esa analogía.


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