domingo, 5 de enero de 2020

5. La última de Clint Eastwood



Como ya me sabía los números del circo de ayer en la pequeña pantalla, ese que Fontanarrosa aseguraba se monta después de que se haya repartido todo el pan, el trámite retórico de la investidura de trump sánchez, me fui a la pantalla grande a ver si daba con una representación mejor de la vida. El telediario necesita pocos minutos para embrutecerte, no digamos un debate político, así que hay que buscar aire fresco para salir del sofoco. La política ya no es el lugar de encuentro que fue durante la Transición. RIP.

La última de Clint Eastwood tiene nombre propio. En algo más de dos horas, crea un personaje complejo. Un hombre simple al que la máquina del Estado y la prensa arrebatan la dignidad, que tanto cuesta recobrar una vez perdida. Pongamos un ejemplo de España, el expresidente valenciano de los trajes, Francisco Camps. El hombre se llama Richard Jewell, un humilde segurata que, en horas 24, pasa de ser el héroe americano que con su acción salva un montón de vidas, en el atentado de los Olímpicos de Atlanta (1996), a ser el villano que pone la mochila con la bomba, sospechoso porque, para el FBI y la prensa, responde al tipo de terrorista solitario cuya vida es todo carencias: vive con su madre, no tiene vida afectiva, es gordo y le gustan las armas. Y además está obsesionado con la seguridad.

El Clint Eastwood de las últimas películas se detiene en la vida de hombres singulares, todos lo somos, a quienes la vida se les muestra adversa o demasiado exigente, a quién no. Cada uno tiene una caída en la deshonra, una temporada en el infierno, y luego un arrebato por el que quieren salvar su dignidad puesta en cuestión. Clint Eastwood recupera o revive un concepto, una idea, un sentimiento de otra época, el honor, la honra, aunque ya no se diga así. Qué poco moderno. Por eso los críticos, aunque alaben su película, cómo podrían no hacerlo, cuántos hoy logran su cima, no hacen más que recordar lo reaccionario que es Eastwood. Claro, el viejo director americano (89 años, cómo se puede a esa edad hacer una maravilla de película como esta, claro con esos actores se dirá, claro con ese guión, ¡sacado de un artículo de periódico!), no es el mejor apóstol del gregarismo. Como el Beethoven de las últimas sonatas, así es Clint Eastwood, yo no sé si siente el dalle de la parca cercano, pero sabe qué es lo verdaderamente importante y lo muestra con una sencillez despatarrante. Clint, no te mueras.

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