De
vuelta a casa, dejo que el coche alcance una velocidad de crucero,
que no la sobrepase, sometido a un cierto automatismo, invadido por
el paisaje plano con ligeras ondulaciones, neblinoso, con la lluvia
fina revoloteando
en el parabrisas. El resto de los coches van algo más rápidos. Dejo
que me penetre una sensación placentera, de abandono. Deseo que el
viaje no acabe, que se haga interminable. La lluvia intermitente, la
luz grisácea, la música de la radio encendida contribuyen a esa
sensación de abandono, como si me envolviesen en un globo protector.
Cruzan imágenes por mi cabeza, una amiga a la que se le acaba de
morir el padre, a la que le acabo de enviar una nota, mi madre que se
apaga, el mundo que se vuelve incomprensible. Quiero borrar todo eso,
un deseo de nada muda me invade, un deseo de confundirme con el aire,
con el tiempo sin tiempo que parece
ser el tejido de
la cabina del coche que
rueda. Me duele mirar hacia delante, también los recuerdos, pero el
presente es lo más doloroso, siempre lo es.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario