martes, 22 de octubre de 2019

Olvido



Voy pasando hojas, primero un libro, luego otro, voy pasando poemas debería decir, porque cada poema equivale a una página, me quedo con un verso o un conjunto de ellos, vuelvo atrás, a una palabra que retengo y suena como una campanilla para ver sus resonancias en la frase o en el poema entero, anoto uno, dos, tres, no especialmente llamativos,, sigo, veo que hay un mundo de detalles, de vivencias, que me resulta hermético, que no resuena en mi, como si el conjunto no estuviera completo y cada poema fuese un bosquejo, una sensación en el aire, apenas apuntada, sé que la poesía se completa en el lector, que sin él está muerta, así que debo ser yo, falla el instrumento, pienso, no la partitura, no estoy afinado, hace tiempo que no volvía, que no ensayaba la lectura de poemas, a la raíz de la lengua, bullen en mí las voces, sé que sin el silencio el poema no es nada y yo, su instrumento, tampoco, así que cierro ambos libros, los dejo sobre la mesa y abro la libreta para escribir de otra cosa, más urgente, más tonta.

Ha pasado un día, cojo los libros con la misma intención, abro uno de ellos al azar, no me hace falta más, en ese poema que ayer pasó mudo ante mis ojos hay un mundo entero, un mundo que estaba en mí y que ahora suena con tañidos tristes y veraces.

Llevo tu nombre y sombra tuya
en mi voz pero tu corazón no fue el mío,
mancha oscura de aceite que alcanzo casi
a percibir. Hijos, marido, rudeza, comunes
nombres semejaban destino, mujeres
que los pueblos conocen. Cerrado
olor de olivo, pena y arrebatada
ira a intervalos, corazón. Escucho
a lo lejos, sombra tú, qué nube
se posó donde estabas.

(Y todos estábamos vivos; El solo del animal.
Olvido García Valdés)


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